sábado, 28 de agosto de 2010

la ceremonia del sábado

Final de agosto. Sábado por la mañana. Por fin, la brisa aleja el aire incendiado del Sáhara. Uno se despierta sin la losa acuciante del deber a cumplir. Hoy no se trabaja.
Para mí, que no creo ser un hombre excesivamente ordenado ni de costumbres, el sábado tiene cierto ceremonial. 


Después de recorrer el espacio de tiempo que va entre levantarse y reconocer cada uno de nuestros miembros y funciones vitales (cada día más extenso, debo decir), sumergirse en una ducha reparadora que normalmente te devuelve al mundo de los mortales como si de una aventura de Indiana Jones se tratara. 


Yo no tomo café, siento desilusionar..solo lo hago cuando viajo, duermo muy poco o tengo frío. Hoy no se ha dado ninguna de estas circunstancias. Normalmente, recién levantado no soy capaz de llevarme nada a la boca. Necesito empezar a funcionar para activar mi apetito.


Las 11 y 11, una señal divina. Hora de ir al mercado. Para mí, es una de las pocas cosas que me motiva de vivir en esta ciudad. Mi tienda de barrio es el Mercado Central. Mi parque temático es el Mercado Central.


Me gusta hacer mi recorrido rutinario de los sábados. Primero la fruta y la verdura, en la planta inferior. Hay infinidad de puestos , los cuales esquivo, junto a carros de la compra, cochecitos de niño, ancianos desorientados, etc.. hasta llegar a mi rincón verde. El puesto de Gironés. Si hay suerte no habrá que coger número. Es de lo más parecido al mercado de la Boquería de BCN que podemos encontrar en esta ciudad. junto al de Nemesio, El Morenet y unos pocos más mantienen dignamente el equilibrio entre calidad, presentación, atención y precio. No, baratos no son, pero mantienen el equilibrio. Dentro de esta ceremonia se incluye la conversación con Ana, escuchar las de los otros clientes, deducir, en un estúpido juego  pero muy entretenido, la vida de los que esperan como tú...


Tras la fruta, los huevos. Media docena XL morenos, por favor, sin bolsa... Os aseguro que no saben como los de los supermercados. Será por su caja de cartón, que me recuerda a mi infancia, cuando construía estaciones y vehículos lunares con ellas. No lo sé. Pero no saben igual.


Se puede aderezar este transito por la planta baja con frutos secos, congelados, pescado (que en mi caso, como diría Cagancho, ni Dios que lo quiera) etc, hasta llegar a los Hermanos Candela. Una barra de Aceite y media docena de madalenas. Hay quien hace estas compras en Paco Toni...sobre gustos, los colores.


Subimos a la planta de arriba. Paso 1, la carne. Al puesto de Rubén. Es curioso como con el paso de los años te vas encontrando a personajes de tu pasado a un lado y otro de los mostradores del Mercado. Compañeros de colegio, amigos de tus amigos, conocidos de farras y jaranas, ese pijo tonto que nunca has soportado y ahora soporta estoicamente una caterva de niños vestidos de gilipollitas y una mujer caída del Vogue Italia. Medio kilo de magro picado (haré pasta, pienso..), 6 salchichas blancas y un blanquito (asociación de ideas, supongo).


Al fiambre. O embutido, o ese gran término que no se debería perder nunca, companaje. No existe palabra que describa mejor la función en la vida de algo. Companaje. Nacido para morir entre pan... Me retrotrae a los bocadillos del colegio, a las medias noches de los cumpleaños de infancia, donde solo venían los amigos de verdad. No existían los parques de bolas, ni venían los padres. Eran fiestas para niños, con chorizo, salchichón y Nocilla. Y luego, a jugar a la calle. Por que se jugaba en la calle, sin nintendos, sin Psd, sin wii... se jugaba a las chapas, se chapigaba para elegir los equipos y se salvaba por mí y por todos mis compañeros. Como ha cambiado el cuento.


Una vez concluida la compra en el interior, los dos pasos finales. Unas flores frescas en el puesto de Mari. Nada exótico, flor cortada de temporada,preferiblemente blanca y con olor. De ahí, a desayunar a una de las terrazas de la Plaza del 25 de mayo (o plaza de las flores). No está nada mal el nuevo nombre de la plaza. Se lo debíamos a todos aquellos que murieron, mientras celebraban la ceremonia del mercado, bajo las bombas de aquellos que creían más en ellas que en las palabras.


Y esta es mi ceremonia de los sábados, que tanto detestaba de pequeño y tanto disfruto ahora.  Gracias, mamá, por descubrirme el mercado, contarme sus historias, mantener siempre fresco el recuerdo de aquel bombardeo del que tú escapaste y enseñarnos que la belleza está en las pequeñas cosas. La elegancia de lo efímero. Tus ojos, mi sonrisa

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