lunes, 30 de agosto de 2010

La depresión prelaboral

Lunes 30 de agosto, los astros y el destino conjuran ineludiblemente en contra de la felicidad humana. Acaban las vacaciones. Muere el estío como en el último capitulo de Verano azul. Nunca podré escuchar esa canción del Dúo Dinámico sin ver la gotas de lluvia sobre las playas de Nerja. El poder de la TV.

Cuando faltan escasas horas, o días, para el retorno al trabajo, no puedes evitar hacer balance de las vacaciones. Salvo raras excepciones, todos coincidimos en un punto que es como la Biblia. Han sido demasiado cortas.

Cortas porque siempre nos falta tiempo para no hacer nada. Cortas para esas cenas, que solo se reproducen en verano, donde te encuentras con gente cada día más lejana a ti e incomprensiblemente estimada. Cortas para someterte al sacrificio de tostarse al sol, enseñando todo aquello que te esfuerzas en esconder el resto del año. Cortas para disfrutar, como única misión, de sumergirse en un libro en busca de aventuras añoradas y ajenas a nuestro día a día. Cortas para perderse, en absurdos paseos, por los puestos veraniegos de un mercadillo al borde del mar. Quien no ha comprado algún absurdo collar que nunca usará.




El verano tiene ese encanto de lo efímero. Termina rápido y dura mucho en el recuerdo. Como el buen sexo. Vivimos, trabajamos, discutimos y nos inmolamos cada mañana en nuestro puesto laboral con el único deseo y objetivo de estar unos pocos días de vacaciones.

El secreto, creo, radica en que en estos días somos nosotros mismos realmente. No estamos atados a ninguna obligación, deber o convencionalismo. En estos días todos somos, o pretendemos serlo, totalmente libres.

Esta condición de libertad absoluta no deja de ser altamente peligrosa. Es como la novia que durante su día a día es la mujer perfecta, políticamente correcta en sus actos y vestuarios, y el día de su boda desata la pantera que lleva dentro y se tapiza de brocados, oros y bisutería barata pero ostentosa. ¿Cual es real,  la de verdad?. La que vive encerrada en las normas del debe ser, o la que, como Marta Sánchez, dice soy yo, la que vive aquí, soy yo, te lo digo a ti.

Este estado, casi de salvajismo social que supone estar de vacaciones, resulta tremendamente liberador. Podemos ser nosotros mismo por unos días. Yo, por ejemplo, soy un vago muy disciplinado. Detesto madrugar. Me encanta despertarme y escuchar la radio durante horas en la cama. Caótico en mis hábitos alimenticios. Y disfruto de perder el tiempo en mis pequeñas cosas.... Esto es imposible de compaginar en mi día a día cotidiano. Pero esos días de libertad que suponen el periodo vacacional, cuanta sonrisa, ninguna ojera, todo nos viene bien. Porque decidimos nosotros,porque estamos donde queremos estar.

Todo lo efímero termina. Y en ese punto me encuentro yo ahora. A escasas horas de retornar a mis obligaciones laborales y como un tigre encarcelado que no se resigna a su destino como atracción de circo. No tengo ganas de levantar la patita, a las ordenes del domador, ni de no poder cerrar la boca cuando un impresentable introduzca su cabeza dentro de ella para conseguir unos estúpidos aplausos. Quiero seguir retozando en mi cama sin la presión de esos impertinentes números digitales de color verde que se empeñan en amargarme cada mañana.

Pero mi caso no es extremo. Peor lo tiene el que anda en pareja. Cuando llegan las vacaciones, hay que consensuar las libertades. Repartir las obligaciones conyugales. Aguantar a los hijos sin colegio. ¿Y de todo esto no hay vacaciones? ¿Acaso el individuo no precisa descansar de toda expresión de vida comunitaria?

Yo creo que, para la buena salud de las parejas, se debería establecer periodos vacacionales en la relación. Todos necesitamos ser uno mismo durante unos días para poder seguir tirando del carro común. Ellos necesitan dejar su lata de atún abierta sobre la encimera desafiando las reglas de la higiene y ellas poder abrir la nevera y admirar,orgullosas, que todos los productos degradan de color según las últimas tendencias de lo cool.

Creo que el ejercicio vacacional funciona como terapia de reafirmación personal, fortalece nuestro equilibrio como individuo y relaja nuestras facciones, más que ninguna crema carisísima.

A este mundo venimos a sufrir por unos segundos de gloria. No tengan ninguna duda que estos existen solamente en el periodo vacacional.

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