sábado, 18 de septiembre de 2010

la crisis de los cuarenta

Desde hace años me encuentro sometido, como si de un campo de batalla sangriento y ruidoso se tratara, al bombardeo insistente de las extrañas y aterradoras leyendas entorno a las maldiciones bíblicas de la condena del tiempo. Los Cuarenta.
No, no hablamos de la popular lista de éxitos musicales, a la cual se accede, por cierto como a todos lados en este mundo, pagando. Hablamos de ese momento de la vida donde casi todo deja de crecer menos la barriga, las cejas, las orejas y la nariz. Desaparece el vello capilar para que se te vea el cartón. El que queda, pierde su color, salvo si caes en el poder hipnótico del Grecian 2000....¿Quien coño les hace los anuncios? Solo Peter Mcdermott y Burt Reynolds pueden sentirse identificados... bueno también Mauricio Colmenero.

Aparte de la crisis del pelo, mucho más importante para la estima que la tan manida crisis de los misiles, llega el momento de convertirse en el increíble hombre menguante en cuanto a altura. Y nada menguante en cuanto a anchura. Parece que el día que cumples cuarenta años alguna extraña reacción física haga que nuestro cuerpo padezca un progresivo aumento de la fuerza de la gravedad sobre nuestros hombros para dejarnos como si el ascensor del Empire State frenara en seco. Chafaitos física y anímicamente




La comida deja de ser un aporte necesario a nuestra actividad para convertirse en nuestro peor enemigo, camuflado en comidas de negocios, cenas en casa de amigos, bodas, bautizos, comuniones y dentro de poco bodas de los niños de tus amigos, a los que has sufrido en bautizos y comuniones. Un circulo infernal de ensaladas de bogavante y solomillos al PX. Si un cuarentón pusiera en fila todas las tulipas de helado que ha consumido en eventos sociales y mirara al cielo, se descojonarían de él en la Estación Espacial por pringao. 

Cuando tienes veinte años las comidas de negocios son en un Mcdonals, contando calderilla para completar el menú normal con unos Nuggets. En las cenas de amigos solo importa el aporte calórico del botellón con el que terminan y no se sabe quien carajo es Pedro Ximénez ni a que sabe.

En el mundo laboral, a los 40 ya se tiene que haber demostrado lo que uno es. Quitando Maria Galiana, que lo hizo un pelín más tarde, uno deja de ser una eterna promesa para convertirse en cruda realidad. Y al mismo tiempo, llegan niñatos, los mismos que cuentan la calderilla de los Nuggets, hablando tres idiomas, escribiendo 400 pulsaciones por minuto en la pantalla táctil de 3 centímetros cuadrados de su móvíl de última generación y con más kilómetros recorridos que Miguel Strogoff, gracias a becas Erasmus y vuelos Low Cost. Idílico paisaje.

¿Y que queda de aquellos adolescentes que se sentaban los sábados a las 6 y cuarto en las escaleras del Banco de Alicante, sin la presión de dudar si habría llegado el sms para quedar, y sí con la certeza de que si se queda, se queda? Antes era una aventura tomarse un Grillo y una Pepsi en el Merengue y pensar que extraños artefactos conduciríamos en el año 2000 y con que extraños materiales metálicos vestiríamos en los años futuros. Ahora sólo Alaska y cuatro más han convertido en realidad estos sueños.

Hay gente que no renuncia a luchar contra el ineludible paso del tiempo. Piensan que romper con el pasado te convierte en inmortal, como el retrato de Dorian Grey. Dejar a tu mujer con 4 hijos, liarte con una de las cuentanuggets, comprarte una moto y apuntarte a un gimnasio no hace más que dejar en evidencia que te has convertido en un patético personaje con eterna rabieta infantil, que lucha por atrapar los tiempos pasados, que no mejores.

Nunca me he arrepentido de nada de lo que he hecho, ni creo que deba hacerlo. Creo que todo lo que hacemos o decimos genera una serie de experiencias que nos crean o modelan como personas. Ni mejores ni peores, pero sí nosotros mismos. Creo que la manera de afrontar la cuesta abajo, por tenue que sea, que generan los cuarenta, es disfrutar del viento en la cara, reconocer los paisajes conocidos y no caer en los baches ya vividos. 40 años de escribir nuestro propio manual de instrucciones garantiza una maravillosa travesía por los siguientes 40.

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