jueves, 9 de septiembre de 2010

Volverán los oscuros autocares...

Esta mañana, al salir de casa hacia la oficina, descubrí que algo había cambiado en el paisaje urbano matinal.

No acertaba a precisar que era, pero algo ya no era igual. Las calles tenían otro aspecto. Ya no se despertaban lentamente, como lo hacen en las madrugadas de verano. El bullicio de la ciudad no era una partitura que crecía poco a poco en intensidad. 8,15 de la madrugada. La ciudad sonaba, estruendosa, como una marcha militar. ¡¡¡Niños!!! Había niños.

Como cada septiembre, vuelven las mochilas escolares, las ojeras infantiles, los uniformes de cuadros, los babis, los bocadillos de chorizo chorreando aceite, los libros forrados, el diccionario de inglés, el transportador de ángulos, las paradas de toda la vida y la Semana Fantástica de El Corte Inglés. Y los Corticoles, por supuesto.




Se terminó la paz de mis 12 minutos de caminata matinal, con mi Ipod y sin casi nadie por la calle. Ahora hay niños. y niños con su madre. Y grupos de madres, que deberían grabar sus conversaciones matinales. Como se puede hablar tanto y tantos días seguidos, a esas horas de la madrugada. ¿¿Qué se cuentan las madres de la parada??¿¿ Da la cosa para la charreta de la mañana y de la tarde?? Este es uno de los secretos que sin duda mueve el mundo actual. Si no emplearan tiempo y energías en estos momentos, podrían empezar, unidas, encauzando sinergias, la tercera guerra mundial contra el sistema actual.

Y esos autocares de cristales oscuros, como de equipo de 1ª División, con esa señorita que sonríe permanentemente, y que se sabe los nombres de 25 generaciones de energúmenos que le han amargado el comienzo de cada día, durante años. Detrás de esa sonrisa solamente se pueden esconder pensamientos oscuros y de venganza, tipo Stephen King.

Y vuelve el caos del tráfico. Por los oscuros autocares escolares. Por que la ciudad cuando no están, no se atasca. Claro que tampoco están esos cientos de madres que llegan tarde al colegio con sus niños, y que conducen sus todoterrenos, por la ciudad, como si estuvieran a punto de conquistar Dakar. No se puede pintar una, dar el actimel al niño, repasar la lección con el mayor y cantar las estúpidas canciones de Bob Esponja, a coro con el vídeo que atonta a los vástagos hasta el centro escolar. Eso sí que es peligroso, y no atender una llamada de trabajo en un semáforo. Cruel desigual.

Y por qué tienen que llorar con un tono tan alto, esos seres bajitos e insoportables, cuando no quieren ir al colegio. A aguantarse. Yo también lloraría todos los días, mientras cruzo la Plaza de la Montañeta, al dirigirme a la oficina. Será por falta de motivos.

La paz del amanecer agostero se perdió con el retorno de esos autocares de oscuros ventanales, que transportan a nuestras futuras esperanzas a la senda de la educación y formación. ¿¿¿Y en manos de una solterona, con pensamientos maniacodepresivos, que sonríe todas las mañanas como Chucky , el muñeco diabólico??? Parece una escena de La Cabina de Joseluis López Vázquez. Volverán.

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