domingo, 17 de octubre de 2010

El día de la boda

Dicen las malas lenguas que el día de la boda, posiblemente, sea uno de los días más felices de la vida. ¿De quién? Yo creo que de cualquiera menos de los contrayentes.

Analicemos uno por uno los protagonistas de una boda.

Los padres de los novios. Ellos seguramente si que disfrutan uno de sus mejores días. En primer lugar, se libran de esos chupócteros de más de 30 años que siguen desvalijando sus neveras, utilizando sus preservativos a punto de caducar, ensuciando su coche nuevo de Dios sabe que extrañas sustancias empalagosas y arruinando tu cuenta a base de facturas telefónicas. Claro que el coste debe ser alto. 150 euros por comensal. Barata libertad.

Los propietarios de restaurantes. Nunca, ni en la mejor de sus noches al frente de sus negocios, encontrarán 275 pringaos que se gasten 120 euros por barba por un cóctel de bogavante del Makro y un solomillo de bar de carretera. Posiblemente si pidieras esa comanda por libre nunca pasaría de los 35 euros, siendo generosos. Encima la celebración les garantiza un lleno completo y a sabiendas de la consumición de antemano. Sin desperdicios ni costes fijos sin utilizar. Y no hablemos de la barra libre. Si todos los comensales se bebieran los 15 euros, se debería poner el teléfono del SAMUR en el tarjetón de boda.

Los tarjetones. ¿Es necesario sacar el punto más hortera de nuestra recóndita vida privada y comunicárselo a todos tus familiares y conocidos? El único motivo comprensible es ir caldeando el ambiente para ese momento estelar de ver a una pareja de jóvenes convencionales, que pasarían desapercibidos en cualquier concierto de Melendi, disfrazados como actores porno de una película de piratas y mesoneras.

Las indumentarias. No puedo comprender que a la mayoría de la población le parezca caro invertir 190 euros en una americana negra de fondo de armario y no le resulte un atentado contra el sentido común invertir más de 3000 euros en que te tapicen como un puff de burdel, con brocados, puntillas y tules, cuando su cuerpo se parece más al de un barbapapá que al de una modelo rusa. Claro, que como han preparado el ambiente con ese papel tornasolado con dos osos troquelados y palomas, muchas palomas, no se puede bajar el nivel. Ni en su mejor sueño, el de la tienda, hubiera pensado sablearle esa cantidad de dinero a nadie que no fuera ciego o gitano. Recuerden a Farruquito y su boda.

Las flores. Que necesidad de rodearse de tan delicados seres vivos si el 90% de las novias/os son incapaces de distinguir si son de plástico o no. Y sí, es cierto, las velas de día son una catetada. De ahí el nombre velada para las celebraciones nocturnas.



La Tarta. Si la mitad de la población se pasa el día a régimen, que necesidad hay de gastarse un pastizal en una masa de merengue morado, perlas plateadas de anís y esos estúpidos muñequitos que parecen de Vudú. Puede que sea una especie de premonición al infierno que se avecina. Claro que, justifica la necesidad de esos trajes de pirata para cortarla con un sable toledano a los sones de Superman o, aun peor, Titanic.

Los regalitos. Quién no es capaz de recordar enseres de dudosa utilidad y más que dudoso buen gusto que te han entregado en una boda una suegra vengativa, embutida en una talla 58 en la que nunca creyó entrar ni con la ayuda de la Santa Faz, o una cuñada púber con la cara llena de granos y mangas de farol de organza. Con todo ese dinero, se podría construir una cárcel y una academia de arte para los felices propietarios de bazares de regalitos de boda.

Los novios. Esos dos pobres infelices que van a renunciar a tener la comida hecha y con un sabor aceptable, que no conseguirán lograr en los próximos 5 años, como mínimo. Tendrán que conciliar sus vidas y repartir de un modo equitativo las tareas domésticas, que hasta ahora eran como las meigas, que haberlas hailas... Que se someten a una sesión de besos con repetidora de abuelos, tíos, primos y amigos que no sabían ni que eran conocidos. Eso sí, cari, era un compromiso ineludible de tu suegra.

Aparte de todo lo que les espera tras ese túnel negro de la vida marital, ese día son el centro de las críticas de amigas que no lo son tanto, de exnovias despechadas y vecinas con hijos en edad de merecer que no consiguen colocar ni rezando. Y encima, ellos que van provocando. Claro, que lo de las criticas se multiplica de modo exponencial si el enlace se celebra en un ayuntamiento y los dos contrayentes se pelean por llevar el ramo y ninguno lleva falda. En alguno de estos casos, hay casas de apuestas británicas que han abierto líneas para averiguar cual de los dos contrayentes se ha cepillado a más invitados. Seguro que ha habido algún pleno al 15 ¿Qué más podemos esperar del día más feliz de la vida? Puñados de arroz que no hay quien saque de esa amalgama de postizos peruanos y laca que lleva la calva de la novia/o.


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