viernes, 8 de octubre de 2010

La imprudencia

Es complicado encontrar un mejor aliado para la Ley de Murphy que la imprudencia. Esta combinación letal puede generar situaciones realmente complicadas de solucionar y como muestra  sirve un botón.

Ayer acudimos unos compañeros de trabajo a una conferencia de un reputadísimo publicista en Elx. Hay que reconocer que La Ciudad de las Palmeras, a la que tratamos los alicantinos como ese pueblo del Sur, nos lleva años dando sopas con onda. Su conservado centro, con un tejido comercial envidiable combinado con una serie de negocios de pequeña hostelería de alta calidad, sirve de marco para acoger una serie de espacios públicos y edificios singulares que componen un casco urbano mucho más que envidiable. El respeto a la propia identidad de la ciudad, sus edificaciones y su conservación y mejora sin renunciar a intervenciones modernas y de gran valor arquitectónico han dado unos frutos en los cuales más de un gobernante debería aprender. Un carril bici no sólo es pintarlo por en medio de algunas calles. La planificación y el concepto de ciudad no se compra en Mercadona ni lo suelen llevar los especuladores en sus oscuros maletines.

Llegamos sobre las 9 de la noche.Discretamente elegantes, cada uno en nuestro estilo, conseguimos unos escalones enmoquetados en la planta 1 como mejor opción para presenciar la conferencia. Menos mal que habíamos confirmado la asistencia. Un 10 para la oficina técnica. Hay accidentes aéreos menos catastróficos.


Una de las compañeras con quien compartía escalera decidió, antes de salir de casa, tomarse alguna pócima capaz de potenciar la imprudencia como vehículo para alegrarnos la noche. Es una mujer intensa y extrema con cierto punto angelical. Intensa en su indumentaria, extrema en las medidas de la misma, ya sean tacones o largos de falda, y angelical en el trato cercano y su quehacer profesional. Pero con una capacidad innata, y seguramente reforzada por la pócima diabólica, para decir algo inoportuno en el momento más inadecuado.

Antes de la conferencia había destrozado la carrera profesional del mejor publicista español de todos los tiempos. Al terminar la misma, mientras disfrutábamos de un agradable cóctel en el extraordinario jardín de un céntrico hotel, estuvo a punto de provocar la ruptura de nuestras relaciones profesionales con un competidor, al estar a un tris de comentarle su parecer, casi arrasador, sobre un evento organizado por este. Realmente fue una de esas situaciones en las que ves que se ralentiza tu entorno mientras retumba la voz de tu acompañante, combinando las palabras prohibidas. Milagrosamente, en el último segundo, y con un golpe de melena propio de un anuncio de champú de los 80, su mirada recaló en mis ojos, mezcla de asombro y cólera, leyendo un mensaje  escrito en el espacio que el aire ocupaba  entre nuestras pupilas y que decía más o menos "¿ Tendrías a bien cerrar tu boca hasta el fin de la eternidad, antes de que nos apaleen como a una familia de gitanos en un mitín de Sáenz de Ynestrillas?"

Este momentito de gloria había conseguido cortar mi digestión de los innumerables Huevos fritos de codorniz sobre Tosta de crema de Sobrasada que devoré, de forma compulsiva, desde nuestra llegada. Suspiré, aliviado, pensando que lo peor había pasado y me equivoqué. Hasta el rabo todo es toro. Y a mí estuvo a punto de cornearme, como a Paquirri, y morir de camino a la Enfermería.

Mientras conversaba en un corrillo, con uno de los anfitriones del acto, la Diosa de los Tacones Altos y Faldas cortas  me achuchaba para que tonteásemos con un Erasmus veinteañero de muy buen ver, eso sí, sin mediar palabra. 25 segundos antes, me habían presentado al efebo como el hijo de mi interlocutor y anfitrión, que atónito observaba las maniobras de acoso y derribo hacia las que me empujaba la ínclita Divinidad. En ese momento mis pies escarbaban la tierra, como las garras de un orco, con el objeto de atravesar el globo terráqueo por el camino más corto y aparecer en una playa de las antípodas, antes de que mi corazón se saliera por mi traquea como un flash de fresa en pleno agosto.

Recuperándome de este nuevo revolcón y saliendo de la fiesta con toda la dignidad posible, pensé:" Tú, que siempre has andado con soltura sobre la fina línea que separa lo políticamente correcto de lo imprudente, ¿¿cómo has caído en este túnel sin fondo de despropósitos, de la mano de la angelical de tu compañera??" Y es que a cada cerdo le llega su San Martín. Yo, que siempre me he sabido protegido por una estrella singular que me permitía cometer las imprudencias más peligrosas, convirtiéndome en una especie de gladiador de afilada lengua, amante del riesgo en el combate en corto y tramposo, por conocer mi inmunidad que me permite que nunca sea victima por este extraño y peligroso don.

Claro, que nunca pensé ser daño colateral de alguien tan cercano y no protegido de los efectos de su propia imprudencia. Bendita estrella que tantas noches de gloría me ha concedido en el Barrio,  a mi y a los míos, no me abandones en terribles momentos como el de ayer. Sentí el gélido aliento de la colleja voladora en mi cogote y horrorizado pensé " Vaya manera más tonta de terminar, con lo que he sido yo para el Reggaeton"

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