martes, 26 de octubre de 2010

Thriller, versión Camela 2.0

Sigo reforzando mi teoría sobre la ciudad subterránea, poblada por chonys, mamarrachas, macarras y panchitos, que subyace bajo los adoquines de nuestras calles. Sus habitantes, como los seguidores del Conde Drácula, salen al anochecer a celebrar sus siniestros festines, con sus danzas malditas y sus indumentarias propias del Top Ten de perseguidos por la Inquisición y el Buen Gusto.

Realmente se pueden ver fantasmagóricas escenas, que pondrían los pelos de punta a todas esas señoras bien con el pelo a punto de nieve  y conjuntito de Gumersindo Iniesta, donde predominan las faldas cinturón, por no llamarlas ausencia de falda, las botas blancas, la bisutería barata y ordinaria, las prótesis de silicona, los depilados imposibles y los escotes con bigote.


Las tribus urbanas de los 80-90 han dado paso a una monotribu de escaso nivel neuronal y cultural, con culto al todo vale y la uniformidad tribal, sin valores éticos más allá de me mola el Jonathan y me lo calzo y con escaso o nulo interés por ser de otra manera.

Este sábado, salimos unos amigos a cenar. Un grupo bastante heterogéneo. Médicos, economistas, abogados, interiorístas, vamos un poquito de todo. Descubrimos un singular rincón para cenar, en  un pueblo a las afueras de la ciudad. Entre Sandwich de trufa y brie y Presa ibérica con puré de manzana desgranamos una estupenda velada trenzada de risas, complicidad y buen vino. Todo presagiaba que algo estaba cambiando en esta ciudad. Nada que envidiar a otros rincones donde todos los comensales estaban acostumbrados a disfrutar de noches similares.

Pero Alicante nunca deja de sorprender en el momento más inoportuno. Bajamos al Barrio pensando "hay vida después de los Chonys". No. Error de calculo y exceso de confianza. Manadas y manadas de Vanes y Joshuas deambulaban por la Rambla como en un congreso de Zombies de serie B. Su observación nos permitió descubrir determinadas circunstancias que nos obligaron a reflexionar. Las preguntas brotaban de una manera incontrolada.

¿Por qué hay bares que más que un pub al uso parecen locutorios?¿Qué hacen, le dicen al camarero "Cóbrate la copa y el cambio me lo envías a Ecuador"?¿Por qué parece que le han quitado las barras al futbolín?¿No se tomaron el ColaCao de pequeños?¿ Por qué todas las pandillas de gays llevan a una supergorda adoptada, como si fuera la cabra de la Legión?¿Les da suerte?¿Es necesario chillarle a alguien, como si te metieran el obelisco de la Concordía por el culo, que está a menos de 20 cm tuyos para decirle que te mola mazo un pavo pero que no se lo cuentes a nadie? Claro, a nadie que no este en cinco bares a la redonda.

Estas y mil preguntas más atormentan mi cabeza desde la noche del sábado, destrozando con sus taconazos de polipiel blanca los recuerdos de la fragancia de la trufa en mi paladar y despertando, de nuevo, esa especie de videoclip de Thriller versioneao por Camela que invadía la ciudad la noche de autos. No consigo arrancar de mi cabeza la imagen de una gogó de 157 kilos en canal, embutida en un corpiño (irónico nombre para lo que envolvía a semejante vacaburra) de Toile de Jouy azul y blanco y enredada en un tul azul turquesa a modo de tutú. Se balanceaba en un columpio, con ojos de lujuria y ausencia de ningún tipo de ritmo, como diciendo "cómetelo todo". Y yo pensaba "A mí no, por favor", mientras temblaba, sudoroso. Eso sí, nada que ver con los movimientos espasmódicos de las mariquichilis que reivindicaban su segundo de gloria en todo aquello que pudiera parecer una tarima.

A veces me pregunto por qué insisto en darle oportunidades a la Noche de esta ciudad. Si quiero pesadillas solo necesito cenar huevos fritos con chorizo a las once y media e irme a dormir, Me ahorro la resaca y la pasta de las copas. Por cierto,  ¿Por qué los camareros/as de esta ciudad no saben que el Plis Play se sirve con un hielo y hasta la mitad de vaso de Café Licor? Mamarrachas hasta para poner copas. ¿En manos de quién estamos?

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