sábado, 30 de octubre de 2010

Buñuelos y calabazas

Me despierto con la presión de los días importantes. Hoy es 30 de octubre, mañana por la noche es Halloween. Y hoy cambia la hora. Hace 100 años que nació Miguel Hernández en Orihuela, tu pueblo y el mio.

Y yo sin disfraz y sin torrijas.

La tradición es una cosa inamovible en el tiempo, que se sigue por que sí y no para de evolucionar. Es como una carpeta de colegiala a la que no dejamos de pegarle cosas que nos gustan, a veces sin ninguna coherencia y a la que nos abrazamos cuando nos sentimos inseguros.Como si estuviéramos ante un nuevo curso de las cosas.

En la España de toda la vida, que no duró más allá de 50 años, la celebración del 1 de Noviembre era una fiesta religiosa, de recogimiento, de respeto a los difuntos. De Buñuelos y huesos de santo, para endulzar las lágrimas por nuestros muertos, apaciguar el desasosiego que generaban las múltiples velas en su memoria y suavizar esa extraña sensación de madrugar un día de fiesta. Esto último se hacía con un solo fin. Que las ánimas pudieran descansar en nuestros lechos, acomodados y preparados para la ocasión.

Los mexicanos, que tienen esa visión tan colorista y macabra de la vida, hacen del día de los muertos uno de sus momentos grandes. Calacas, flores y moles en tumbas multicolores resumen ese espíritu tragicofestivo que tanto me atrae desde pequeño. Nosotros, más sobrios y castellanos, hemos tirado más por el negro, rictus serio y manadas de visitantes a nuestras tumbas, pagando las flores a precio de oro.

La invasión anglosajona, hay que reconocer que por una vez, le ha quitado un pelín de caspa al evento. Sobre todo para los niños. No es lo mismo despertarte a las 7 de la mañana, un día de fiesta, en una casa con olor a cirio frente a fotos en blanco y negro que contabilizar los caramelos y anécdotas recogidos en tus visitas de casa en casa convertido en un vampiro de metro veinte. Sobre todo cuando se tiene 7 años.


Ni defiendo ni demonizo ninguna de las dos tradiciones. Creo que pueden convivir sin agredirse. El respeto y la memoria a los ausentes no esta reñido con la diversión y el desarrollo de la creatividad en los más pequeños. Y en los no tan pequeños.

Y ante esta tesitura, me veo aquí. 30 de Octubre. Sin disfraz y sin torrijas. Me tiro a la calle. La inercia me lleva, por tradición, a Seguí a comprar Panellets y Huesitos de Santo. Esto sí que es una verdadera catástrofe. La persiana verde manzana me devuelve a la cruda realidad. Hace años que nos dejó cerrando a traición. Con lo tradicionales que son las abuelitas de nuestra ciudad, no entiendo que no esté el quicio de la puerta lleno de velones rojos y lamparillas de aceite. También merecen nuestro recuerdo por todos los Días de todos los Santos que han endulzado, y miles de momentos hilvanados a mi memoria con milhojas, vasos de leche preparada y bocadillitos de queso.

Repuesto de tan duro golpe, y con el azúcar por los suelos, me arrastro a casa pensando en como arreglar el día. Abro el armario de las grandes ocasiones de par en par. Me han invitado a un baile de Halloween y no tengo disfraz. Miles de ideas brotan de mi cabeza como una bandada de ratones que dibujan figurines, trazan patrones, prueban desprueban, cosen descosen, en mi mente a la velocidad del rayo. Cuanto daño me ha hecho la Cenicienta y Ratatouille.

¿De qué podría disfrazarme? Ya está. De político corrupto. No. Nadie en esta ciudad reconocería el disfraz como tal. Hay tantos que lo único que podría pasar es que alguien me comentara "No sabía que estuvieras en política, ¿Podrías hacer algo por lo mio?". De Puta Zombie. A ver, no suena muy bien, me explico. De prostituta zombie, no es que tenga yo nada que despreciar a las zombies. Me refería como profesión y no como calificativo. Tampoco es afortunada la idea. De constructor. Corrupto por supuesto. No. Sería incomodo moverse por la fiesta con el yate y 11 jugadores de fútbol sin neuronas en la espalda. Me empiezo a agobiar. Mi mente parece la de un periodista de El País. Solo veo trajes y bolsos de Loewe. Y basura. Pero a ese olor creo que ya nos hemos acostumbrado.

Necesito algo original, cómodo y vistoso. Desechamos los estilismos de ciertas mamarrachas de esta ciudad con Putique y escasez de gusto. La cosa se pone difícil. Tim Burton siempre fue en mí una fuente de inspiración. Pero por cual decantarse. Eduardo Manostijeras. Incómodo para coger las copas y los canapes. El sombrerero loco de Alicia. Uff, algo estresante interpretar el papel. Me recuerda tanto a mi trabajo. Sobre todo por la Reina de Corazones. Willy  Wonka. Creo que sería una buena elección. Refinado, decadente, con cierto toque chic y sabor dulce de chocolate puro y arandanos. Lo único que tendría que bajar a locutorio del final de la calle y conseguir unos Oompa loompas.

Decidido. El terciopelo ajado siempre a tenido caché y una chistera viste mucho.Para celebrarlo haré unas torrijas de toña, como las que hacía mi madre.

Me enredo en la cocina entre cuencos con leche, huevos batidos, azúcar y canela mezcladas en un plato y sartenes. De repente, descubro que nunca presté la atención necesaria para descubrir el secreto e impregnarme del mimo que Maruja le daba a cada una de esos trozitos de cielo que nos prepara las mañanas importantes. Es otro de esos tesoros que insistió en regalarnos, aunque no los supiéramos valorar y que se han perdido en su mente en vacaciones. A veces bajaría la luna a las palmeras, que tanto cantó Miguel de joven y libre, con tal de desentrañar los misterios de sus hermosos ojos grises y escribir,letra a letra, punto a punto, una de las vidas más intensas y interesantes que he conocido. Sabor a canela y calabaza en la memoria de una mirada que, como las velas de los santos, danza triste en mi recuerdo.

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