sábado, 13 de noviembre de 2010

El lugar equivocado

A veces, en momentos concretos, se abre la vida de par en par, como si de las puertas del Juicio Final se tratase, para preguntarnos de forma severa y altiva si estamos en el sitio adecuado y haciendo lo que debemos.

Nuestras piernas se reblandecen por dentro, como si los huesos se convirtieran en gelatina de frambuesa, haciéndonos perder nuestro equilibrio interior y poniendo en duda nuestra seguridad y nuestro éxito personal, tan valorado en esta absurda sociedad de títulos y metas predefinidas, como si de pantallas a superar de un estúpido videojuego se tratara.

Muchas veces, el lucido traje del triunfo personal y profesional esconde un tapiz de renuncias, ilusiones abandonadas, deseos inconfesables y virtudes desaprovechadas o desconocidas entrelazado por los hilos liosos de lo que debe ser y lo que es correcto. Cada vez me resulta más común descubrir, a poco que rasques tras la fulgurante coraza del triunfador, a personas que realmente están incómodos en sus vidas, que las rozaduras de su brillante armadura no se corresponden con las caricias que recibe el alma cuando uno hace lo que realmente le gusta o le realiza como persona, y no como corredor de fondo de esta carrera caníbal por el podium triunfal ante esta sociedad, que tan poco sabe de personas, sus deseos, sus miedos y sus anhelos.

A todos nos fascina el brillo del triunfo, los aplausos de la masa y los destellos de la aprobación pública. Incluso nos atrae generar envidias por los que ocupan los puestos postreros en la carrera de la vida, haciéndonos renunciar a nuestros verdaderos deseos y haciendo efectivo un precio que en muchas ocasiones, no nos perdonaremos nunca haber pagado.

Es difícil, casi imposible parar este Tiovivo. Menos aún hacerlo frenar con nuestros frágiles pies de huesos de gelatina, con el fin de reemprender de nuevo el camino, alejado de la feria de las vanidades, más guiados por el corazón y nuestros propios deseos que por la ambición y la necesidad de reconocimiento público.

Mientras veía un documental de la 2, donde un escultor desarrollaba sus proyectos a lo largo y ancho de este mundo, cada vez más global, las paredes se encogían a una velocidad de vértigo, como si de la casa de Alicia se tratara, hasta oprimirme de un modo angustioso. De repente, se abrió el cielo de mis vigas de madera para descender entre ellas el busto severo de la Voluntad. Dictó un par de frases ásperas como la lija y pesadas como el granito. A modo de lápida funeraria dejó una idea en mi cabeza. ¿Estoy dónde debería estar? Con desprecio, mientras abandonaba mi presencia entre los tablones de Mobila, asestó su ataque final a mi seguridad. " La comodidad y el triunfo fácil no son nada más que el bálsamo del cobarde, que no se atreve a enfrentarse a los verdaderos retos que le fascinan y a la complicada lucha por ser feliz siendo uno mismo"



Siempre he pensado que el Destino me desembarcó en el lugar equivocado. Que mi reino no es de estas tierras y que aquí nunca encontraré el traje vital en el que me sienta cómodo y realizado. Pero es tan fácil dejarse llevar por el canto de las sirenas, esquivando la obligación moral de jugársela por uno mismo y luchar por lo que realmente cree y desea. La comodidad y la falta de valor para saltar al vacío de lo posible, con los brazos en cruz y total convencimiento, emborrachan la claridad  y lucidez que solamente aparecen en momentos puntuales, desgarrando la grisácea franela de la vida convencional y gritándonos de un modo silencioso y atronador con el objetivo único de despertarnos del estúpido sueño de los conformistas.

Mientras repaso de una manera acelerada mis logros y mis deseos, pasando miles de imágenes por mi cabeza como si fuese una de esas películas sin guión pero sin necesidad del mismo, mi ser se disocia en corazón y razón, enmarañándose como fluidos inmiscibles. Se genera, de nuevo, la lucha inconclusa y eterna por el deber y el querer, por la realidad y los sueños, por la felicidad y el conformismo cómodo pero castrador.

Y me siento frente la pantalla blanca y desnuda del ordenador, con el recóndito deseo de conseguir descifrar el enigma de mi voluntad al verlo convertido en texto. ¿Podré traducir el mapa de mi linea vital a través de estas líneas de enmarañados sentimientos y compleja arquitectura anímica?¿Seré capaz de afrontar, de una vez por todas, el reto de ser yo mismo, aunque esto suponga la renuncia de lo conocido y de la comodidad estable del status refrendado socialmente?

De nuevo se cierran los cielos y me quedo observando la fuga casi infinita de las vigas como un pentagrama donde la música no ha sido creada. La gloria que no existe no es nada más que vacío inerte y la creación no nacida no es más que frustración y autonegación de nuestra capacidad. Y es que no hay peor enemigo de uno mismo que nuestro propio miedo a afrontar la cruda realidad del lugar equivocado.

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