lunes, 27 de diciembre de 2010

Aquel local de la calle del Cid

Hay cosas que no cambian aunque pasen los años, y si cambian en nuestra memoria, es a mejor. Por ejemplo, los recuerdos. Todos guardamos algunos inconexos de nuestra infancia primera, de nuestra comunión, como aquel ridículo traje de marinero que tan bien me sentaba y las pinzas con laca que tuvieron que ponerme en el estudio del fotógrafo para amansar mis remolinos. También almacenamos recuerdos de la edad escolar, de nuestra adolescencia, pero sobre todo de ese momento en el que nos comemos el mundo y al que nos empeñamos en volver siempre que podemos, la juventud.

Yo, digamos que, tuve una juventud de doble velocidad. Mientras mis amigos ejercían de adolescentes responsables, faceta que también compartía con un grillo y una pepsi en El Merengue de Alfonso el Sabio, comenzaba a descubrir los encantos de la juventud gracias a tener a mis dos hermanos mayores. Sí, digo dos aunque sólo tengo uno de sangre. Luego esta mi hermana del Alma, con la que he vivido tantas cosas y hemos aprendido juntos tantas otras. Esta ventaja adquirida, si la añadimos al periodo que más ha marcado mi vida, que es la estancia en los Scouts, hicieron de mí un aventajado a la hora de afrontar esa época dorada y un tanto salvaje que es la juventud.

Pongamos que la juventud comienza ese día que te matriculas en la Universidad. Yo, gracias a mi hermano, conocía la Escuela en la que me matriculaba, a gente allí, con lo cual ya me daba cierta ventaja entre el resto de los borregos, que era como se nos conocía. Viniendo de un colegio de curas y una pandilla, que por entonces lo más atrevido que había hecho era saltarse algún semáforo en rojo, la llegada a la universidad me abrió un sinfín de nuevas posibilidades, ¡¡¡Fiesta!!! Realmente yo llegué a Arquitectura Técnica con muy poca fe y muchas ganas de vivir la vida, y creo que dejé constancia de ello. Mi vocación pastaba más por los mundos creativos y digamos, sin que se ofender a nadie, que conozco pocos aparejadores que lo sean y los que lo son dejaron de ejercer. Allí conocí a grandes amigos, que provenían de otros mundos distintos al mio. Kiko, Pedro, Fede, etc... y un largo grupo de individuos e individuas que todavía despierta mi sonrisa al recordar algunas "hazanas". Tiempo de fiestas universitarias, pisos de estudiantes, noches sin dormir intentando remediar lo irremediable,... Una gran época.

Os preguntaréis el porqué del calificativo de una gran época a un tiempo de juerga, risas y no mucho más. En ese tiempo conocí a las personas que me abrieron las puertas para ser lo que soy, aunque parezca imposible. Por una jugada casual del destino, mi gran amigo Kiko y yo, un día de Reyes, caímos en un local de copas, con más mierda que el palo de un gallinero, sin rótulo y pocas posibilidades. No sé como se nos pasó por la cabeza llevarlo, pero se nos pasó.


Alguien al que quiero como si de mi hermano pequeño se tratara, me dijo el día de Nochebuena entre cañas "leo tu blog, y no le has dedicado ninguna a La Destilería" Tiene razón, es una deuda que tengo pendiente. La Destilería es ese local mugriento, destartalado y sin condiciones donde, durante 5 años, se dieron las tardes y noches de gloría más impresionantes de esta ciudad. A él le debo la mayor parte de mis amigos, algunos forman parte de esa, mi familia electa. Caí, por casualidad, obra y gracia de mis guionistas, en un mundo al que no pertenecía pero para el que mi madre siempre nos había preparado.

En esos escasos 30 metros cuadrados ha ocurrido de todo. Se han forjado amistades férreas, odios viscerales (desde aquí un recuerdo a Juan Planelles y su pandilla de descerebrados), amores eternos de una semana y rollos para toda una vida. Cultivamos nuestro gusto por la música muy friki, desde el cassete de Ina con canciones de Rocío Dúrcal ( Más bonita que ninguna, etc...) a ese Soy minero, que poníamos en vídeo en aquellos monitores de 12 colgados del techo pulgadas, y que cantábamos como si de nuestro himno nacional se tratara. Pero también apagábamos las luces y bajábamos la persiana para desbarrar con el Thunder de AC/DC.

Y nos disfrazábamos en Carnaval y llegaban las Hogueras.. y la gente de la Desti venía sin haber quedado con nadie, porque era como su segunda casa. Alguien habría con quien tomarse un Cerebro y cantar Modestia Aparte. Alguien con quien vivir otro momento inolvidable de la semana. Algunos esperaban en la puerta a que abriéramos a las 6 y cuarto de la tarde. Otros esperaban a que los tiráramos a las 3 y medía de la madrugada. Y de ahí al Barrio. Y de ahí al Kukas.

Y noche tras noche, año tras año, se forjó algo que no sé si tienen otros bares. Algo que nos une a una generación y que es suficiente para arrancar una sonrisa, 20 años después, y parar el mundo y preguntarnos¿Hola, qué tal?¿Cómo te va la vida? Muchos, muchísimos se han quedado a formar parte de mi vida. Nos hemos cruzado innumerables veces en el camino en esta ciudad. Algunos son más que familia y todos tienen su canción, su momento en mi memoria, incluso les podría servir aún su bebida favorita.

Nunca le dí las gracias de esto a quien nos dejo vivir esta experiencia. Juanjo y el Bocatero. Un dúo de socios cuanto menos peculiar, pero buena gente y de palabra. Ellos montaron este negocio y nosotros le pusimos Alma. Todos los que pasamos por esa barra, Kiko, Pedro, Tote, Lolo, Manuel, Emilio, Tico, los Blasco,  Pablo, Yo y los que nos siguieron luego. Tantas canciones míticas, las señales de tráfico, La Sirenita, las bebidas imposibles ( 7º regimiento, diarrea de los dioses, explosivo Gadafi... ) y el licor de canela, el himno del Barça y el de las Hogueras, Guns N'Roses y el bolso plateado de la Hormigonera, Patty Marchante y sus chicas, María Jurado y Paula Medina, Los Blasco y Fernando Cruzado, María Pascual y sus amigas, mis amigos del alma (Yolanda, Fernan, Santi, Carlitos, etc....) a los que no les pasaba una copa sin cobrar y nunca fallaban, futuras concejales, empresarios y abogados de primera línea. Gente tan distinta y tan igual que levantaban su copa y su voz para cantar como una sola voz "Soy minero, y templé mi corazón con pico y barrena. Soy minero y con caña, vino y ron me quito las penas..."

Y se apagaban las luces, y se bajaba la persiana, y nos íbamos. Y al día siguiente otro día inolvidable. y siempre alguien dispuesto a ayudarte a limpiar, a recoger los pedidos o echar unas risas.Y un día se bajó la persiana y no se volvió a abrir. Hoy es una frutería.

Tantos días únicos, tantas sonrisas, tantas momentos que solamente se repiten en la memoria y una frase que no necesita explicación. ¿De qué os conocéis? De La Destilería

No hay comentarios:

Publicar un comentario