jueves, 30 de diciembre de 2010

La pandilla de pringaos, la mía

Anoche tuve mi cena anual y navideña con mi pandi de amigos de la época del colegio. 25 años después, algunos años más y otros menos, nos seguimos juntando para ver cómo nos va la vida, asistir atónitos al crecimiento desmesurado y espigado de sus vástagos, que no los míos, y disfrutar de una cena sin prisas, buen vino y muchas risas, en ocasiones colindantes.

Este año los anfitriones eran dos de de los que, para que nos entendamos, forman parte de mi familia electa y directa. Como diría un amigo de él, somos casi hermanos, y en ocasiones más que hermanos, para lo bueno y para lo malo. Nueva casa, nueva vida y nueva cena. Mientras preparábamos ella y yo, en la cocina, tan emocionante evento, él me reprochó que en alguna pincelada que había dado del pasado en este blog aparecíamos como un grupete de prigaos y yo me convertía en el malote. No le dí más importancia, mientras picaba los ingredientes de uno de los platos.

Durante la cena, su reivindicación fue a más, delante de algunos de los miembros de la pandilla. Empecé a tomarme en serio su queja, por lo visto había herido su orgullo adolescente y exigía de una manera no muy explícita una rectificación a modo de post.

Y en ello me encuentro ahora. Revisando mi pasado juvenil para confirmar mi percepción o rectificarla y descubrir otros matices, que por lo visto me pasaron por alto en aquellos años de inexperiencia y acné juvenil. Como en una máquina del tiempo retorno a esos primeros 80, a mis 14 años y los primeros movimientos a mitad de camino entre ser mayor y los clic de Famobil.

Los 80 eran algo más de ese sabor tecnicolor , transgresor y las hombreras que han pasado a nuestra memoria iconográfica. Salíamos de una dictadura, de otro tipo de sociedad. De una educación más estricta con ganas de libertad. Unos padres formados en otros roles tan lejanos al presente, aunque si rascamos, a veces, han dejado huella a flor de piel. Casi todos nos formamos en un colegio de curas, atípicamente moderno para los tiempos que corrían. Algunos descubrieron el primer contacto con el sexo opuesto en 1º de BUP. Yo jugaba con ventaja, en los scouts se trabajaba el concepto de coeducación desde años antes.


Cada uno veníamos de nuestro propio microcosmos familiar, únicos entre si. Cada uno eramos un mundo peculiar, de clases sociales distintas y diversas. Descubrimos el divorcio, y la orfandad siendo excesivamente jóvenes para entenderlo.

Como ya he explicado en otro post, origen de estas heridas, yo viví una juventud a dos velocidades. Ninguna era mejor que la otra, eran sencillamente diferentes. La que me tocaba por edad la compartí con estos amigos con los que me siento a cenar, años después, algunas noches al año. Realmente, no eramos ni los modernos de la ciudad, ni los guapos, ni los guays. Nunca andamos por encima de la maroma entre el bien y el mal. No estuvimos coqueteando con el lado salvaje de la vida. Eramos gente normal, ni mejor ni peor, que aprendíamos a vivir esta vida en el tablero que nos había tocado jugar, sin libro de instrucciones y con reglas a estrenar, las cuales ni siquiera nuestros mayores dominaban.

Y fuimos creciendo, por dentro y por fuera. Llegó la Universidad y las decisiones vitales. Elegimos caminos distintos y el tiempo se dedicó a jugar con sus trazados, alejándonos, cruzándonos y volviéndonos a juntar. Cada uno decidimos dónde queríamos estar, cuales eran nuestras prioridades y nuestras opciones personales. En nuestras vidas entraron otras personas, algunas para quedarse con todos, otras para alejarnos. Como he dicho, cada uno decidió cómo jugar su partida.

Cada uno teníamos una capacitaciones personales que nos han permitido mover nuestras fichas en la vida con el beneplácito de los dioses griegos y egipcios, eso sí, no siempre con igual fortuna. Aún así, esta no nos ha tratado mal, realmente no podemos quejarnos. Cierto es que nunca saltamos a abismos recónditos y desconocidos, aunque en ocasiones los anhelemos como posibles guardianes de nuestros deseos no satisfechos. Cada uno se convirtió en un mundo singular, con ilusiones, miedos y proyectos, parejas, descendencia, en muchos casos, inconexos entre nosotros mismos, que habíamos crecido como una piña

Digamos que 25 años después, ese grupo de personitas en proyecto que no protagonizábamos las canciones de Hombres G ni las pelis de Almodóvar se ha transformado en un grupo de grandes personas, en lo público y lo privado, que no han perdido la inocencia en la mirada, las ganas de ser mejores y el concepto de la amistad. Con lo cual, aunque por mis palabras parezca que me deslumbraban más otros brillos, otras costas, como Ulíses nunca he renunciado a mis orígenes, orgulloso de ellos y siempre dispuesto a tender la mano a mis amigos, incluso a aquel que algún día me la retirara o escupiera en ella.

Como decía David Summers en una de sus canciones

Nunca hemos sido los guapos del barrio,
siempre hemos sido una cosa normal.
Ni mucho ni poco, ni para comerse el coco.
Oye, ya te digo, una cosa normal.

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