miércoles, 8 de diciembre de 2010

Las ramas de mi viejo árbol de Navidad cuentan historias.

Buenos días. Hoy es 8 de Diciembre, son las 9 de la mañana. Música de informativos. Mis ojos se abren lentamente mientras mi cerebro enumera las vigas de madera que atraviesan mi vista. Festivo antes de la guerra navideña. Hay tanto que preparar.

Mi propósito de hoy. Montar el Árbol de Navidad. Desde hace días invaden mi salón distintos materiales para la decoración navideña de este trozo de libertad donde me muevo como pez en el agua. Estas cuatro paredes que son mis mejores confidentes, conocen todos mis secretos, comparten, fieles, todas mis derrotas y participan, sinceras, de todas mis victorias.

Me pongo ropa de faena y las ganas de Navidad. Bajo las cajas del altillo entre equilibrios y una nube de polvo que trae a esta mañana otras imágenes del pasado. Recuerdo mis navidades de pequeño, cuando me quedaba con la nariz helada pegado al cristal de la ventalla del pasillo, frente al Belén, esperando ver pasar el trineo de Papa Nöel. Alguna vez creo que llegué a ver sus luces de freno.

Al abrir la gran caja blanca donde guardo mi árbol de navidad, he abierto sin darme cuenta la caja de los recuerdos. Mi árbol nuevo en mi casa de Benalúa. Mis primeras navidades viviendo solo, no tenía ni televisión. Pero tenía árbol, había Navidad. La primera cena de nochebuena en mi casa y la última de mi padre. Mis perros de peluche contemplaban la escena colgados de las ramas del abeto que presidía el salón.


Con el tiempo el escenario ha cambiado en varias ocasiones pero él siempre ha estado conmigo desde hace más de12 años. Y los perros también. Nos mudamos a Castaños un febrero frío y de malas noticias. Mi vida cambió tanto en quince días que creo que nunca volvió a ser la misma. Y descubrimos la grandeza de la soledad y aprendimos a crecer solos, el árbol, los perros y yo. Llegó el Fin de Siglo y lo celebramos en aquel salón donde tantas cosas vivimos y con tanta gente. Cada mañana desayunaba en Seguí, incluso conseguí que sus dependientas dejaran de hablar entre ellas y me saludaran. Me reconocían como parte de aquellas paredes verdes y dulces que no puedo olvidar.

Y volvimos a mudarnos otro febrero, dos años después. Descubrí esta caja de luz y libertad donde estoy abriendo una a una las ramas de mi compañero de viaje. Y crecí, y me enamoré. Viví los momentos más felices de mi vida. Y los más duros, mientras me precipitaba hacia el abismo del dolor, perdiendo en la caída todo lo que se puede perder. La sonrisa. La confianza. El respeto por uno mismo.

Pero ellos, mi árbol y mis perros, siempre han estado aquí. Cada navidad. Las fáciles y las difíciles. Aquellas en las que has querido cerrar los ojos y despertar un quince de enero con amnesia temporal. Aquellas donde ellos han sido el centro de la alegría, guardianes de los regalos y compañeros de las nostalgias y risas entre amigos a su alrededor.

Ya tiene todas sus ramas perfectamente abiertas. Comienzo a rellenarlo para que pierda su aspecto sintético con ramas de boj, eucalipto, magnolio y abeto. Este proceso me transporta a mi tienda de flores, a tantas casas de amigos, a los cursos en el Mercado o los programas de la tele. Tanta Navidad creada para los demás. Era como llevar un trozo de luz, de belleza a cada lugar. Mis manos me hacían ser feliz y hacer feliz a los demás. Tantas tardes de frío y mistela con mi Adri montando felicidad.

Una vez relleno, algún toque de roble rojo. El truco, como todo en esta vida, es que no se vea la trampa. Que esté perfectamente tupido, una rama entrelazada con las otras haciendo un uno. Un buen amigo decía "los árboles de navidad también tienen dobladillo, se rellenan por todas las partes por igual, para que no venzan hacia ningún lado"

Y es como la vida, si no rellenamos todas las facetas de nuestra personalidad o nuestras necesidades físicas, anímicas o profesionales, en un mal golpe de viento caeremos de lado, quebrándonos por nuestras carencias y será difícil levantarse sin ayuda. Por eso relleno concienzudamente mi árbol, para que se sienta seguro. Aunque si lo tuviera que levantar, en un mal viento, no dudaría en hacerlo como tantas veces lo hizo él por mí.

Coloco minuciosamente cada uno de los adornos, después de haber colocado las luces semiescondidas entre el relleno, para disimular los cables. Cada uno lleva cosido un recuerdo. Alguna tarde en Lui con Marisa. Esas bolas maravillosas que descubrí con Gloria en Londres. La mirada atónita de Pablo y Manuel cuando lo vieron por primera vez...

La tarea culmina con un sabor de recuerdos no bien almacenados. Sólo queda el Belén. Musgo, flores de eucalipto y paciencia. Desenvuelvo con mucha delicadeza esas figuras de barro mexicano tan políticamente incorrectas como divertidas. Las dispongo en mi mirador como quien reproduce la maqueta de la Historia...


He puesto música de fondo mientras desarrollo todo este proceso. Solamente lo suelo hacer en esos momentos en que me encuentro en paz conmigo mismo, en mi caja de luz y libertad. Cuando soy verdaderamente yo. Dani Martín, Nena Daconte, Diego el Cigala y Anthony and the Jonhsons le han puesto banda sonora a este recorrido por mi memoria con olor a musgo fresco,magnolia y madera tallada.

Buenos días. Hoy es 8 de Diciembre, son las 5 de la tarde. Ha llegado la Navidad y soy moderadamente feliz.

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