sábado, 25 de diciembre de 2010

Lo que importa es la Familia

La luz entra generosa por el mirador. Tintinea en los adornos de cristal rojo del árbol, en los corazones de botones de nácar, en el aire. Se despereza la mañana de Navidad entre los escasos ruidos que provienen de la calle. El viento nos ha dado una tregua.

Acabo de revisar los regalos, que todos tengan su nombre, que todos signifiquen algo para el que los recibe. Previamente, una ducha caliente que me devuelve al mundo en un estado de satisfacción siempre deseable y un buen trozo de pannetone de chocolate que me trasporta al cielo de los caprichos.

Hoy es día de Navidad. El día después de la noche previa. Una amalgama de encuentros familiares donde se para todo lo que uno tiene que hacer inevitablemente, para tomarse su tiempo  con los suyos. Se vuelve, siempre que se pueda y la nieve y los controladores lo consientan, de donde sea con tal de pasar esas horas, casi siempre entorno a una mesa, con la familia.

La familia. Hay muchos tipos de familias. La biológica, que es la que te toca en el sorteo sin saber tú muy bien como. Bueno si que sabemos como, pero no es muy elegante relatarlo. Son ese grupo de personas con los que compartes sangre, rasgos físicos, manías y tics hereditarios y con los que normalmente escribes la primera parte de tu relato vital. Ellos te protegen, te enseñan, te marcan los limites y te descubren, en muchos casos, los horizontes hacia los que llevar tu mirada. De una manera u otra, bien sea dulce o tortuosa, permanece siempre en nuestro camino. Es donde se regresa, en teoría, cada Navidad.

Pero los años y la vida, con ayuda de los guionistas y los dioses, unas veces los griegos y otras los egipcios, nos van complicando la senda para que este retorno sea completo. Los mayores van faltando por ley de vida, algunos más jóvenes, que no deberían, se descuelgan de la senda en acontecimientos traumáticos que siempre quedarán adheridos a nuestra piel y que escocerán en algún momento del reencuentro anual en estas fechas. Poco a poco, la nostalgia y la tristeza por los que faltan, bien por ausencia definitiva o por problemas causados por los guionistas, hace más complicado que no se nos haga bola en algún momento el trago de estas fechas. Sólo los niños, que se encuentran al principio de este relato vital y con los que los guionistas, salvo en rara excepción, no se suelen ensañar en este tramo, nos dan fuerza para seguir sentándonos, año a año, en esa mesa familiar que algunas veces es un poquito más tensa que una cumbre de la OTAN  en los 70.


Luego está la otra familia. La que uno elige. Los Amigos. y sí, pongo los amigos con mayúscula porque no estamos hablando de conocidos, amiguetes, amigotes y demás gente con la que te cruzas puntualmente en el camino de la vida, pero con los que no deseas recorrerlo siempre, sea como sea ese camino y sean como sean los obstáculos que nos depare la vida.

Los Amigos son esas personas con las que no compartes rasgos pero te mimetizas. Con los que no compartes sangre pero por los que darías la tuya sin dudarlo. Con los que no compartes el tono de la voz ni el acento  pero con los que no necesitas, en muchas ocasiones, hablar para entenderte. Son esas personas en las que siempre piensas cuando tienes que contar una buena nueva o a los que recurrir cuando no sabemos cual es el camino, y hemos perdido el rumbo y la senda. Ellos son la familia que uno elige. Aquella por la que también paramos el mundo para sentarnos en torno a una mesa, pero en este caso sin ningún motivo aparente ni por ninguna fecha marcada en el calendario.

Hay veces, que la vida te juega la mala pasada  de hacer incompatibles las dos familias. Desde aquí un tirón de orejas a los guionistas por ese exceso de sadismo innecesario. En esas ocasiones, puedes llegar a pensar que te sientas en la mesa equivocada. Que no estás donde te toca, o por lo menos donde te gustaría estar. Y te inventas trucos para resolver estos abismos. Un concierto en Murcia para dos, donde no hace falta nadie más. Un mensaje en el momento justo, cuando sabes que es más necesario que nunca y que ninguna otra cosa. Una celebración de cumpleaños sin cita previa donde ninguno falla año tras año, haga frío, tengas compromisos o tu humor no te lo aconseje. Todos saben que deben estar ahí. Con los Amigos.

Y es que esto es la Navidad. Parar el mundo de locos en el que vivimos para recordarnos por un momento que lo que importa, como decía Don Vitto Corleone, es la Familia. La que te toca y la que uno elige.

FELIZ NAVIDAD

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