martes, 4 de enero de 2011

La carrera sobre el abismo

¿Nunca os ha pasado que hay días que te apetece salir corriendo sin mirar atrás como los locos, sin dejar huella ni rastro, con el único objetivo de huir de tu jaula de oro? Que te importa un rábano el frío, si detrás de la niebla sólo hay vacío, un abismo en el que tus pies pierden contacto con el suelo firme pero sobre el que sigues corriendo sin pensar en qué catástrofe alberga el fondo del mismo. Esa sensación de mixtura de pánico, saturación y necesidad de cambio se adhiere a ti en los días grises como la pátina invisible del tiempo se adhiere a las obras de arte para robarles lentamente su belleza, sin que ninguno seamos capaces de evitarlo ni percibirlo.

Hay mañanas que deshacerse de las sábanas y recuperar la verticalidad se convierte en una tarea titánica frente a uno mismo, el espejo y nuestra resquebrajada voluntad. Antes de despertarse, tu propio organismo reacciona alterándose ante uno de estos días. Sudor frío, taquicardia, ojeras que se hunden bajo tus ojos entristecidos... Vamos, lo que se viene diciendo un buen rollo al levantarse...

Estas situaciones se suelen dar en periodos postvacacionales, comienzos de año, días tranquilos tras la tempestad, o los previos a la misma, que al final es realmente difícil reconocer si preceden  o culminan con la tormenta. Lo preocupante es que ocurren.

Y en el preciso momento en que te pones a reflexionar sobre la oportunidad de esta crisis mundial, la falta de autocontrol y la resignación ante el camino elegido se posan sobre nuestros hombros dos personajillos absurdos con tu propia cara e indumentaria teatrera de segunda de angelito y demonio, respectivamente. Uno de ellos, de retórica angelical y mirada compasiva, se apiada de tu situación y te invita a reflexionar. Su parlamento es un alegato a la conducta correcta, a sobreponerse en los malos momentos y saber, en cada uno de ellos, cual es nuestra obligación diaria. Debemos hacer oídos sordos a esos cantos de sirena que nos prometen nuevas tierras de libertad y autorrealización. Esta conducta nos haría obviar nuestras pretensiones por alcanzar la cumbre de la pirámide de Maslow que coincide con el fin del hombre o su felicidad, según la ética aristotélica. La resignación como camino hacia la santidad, o al borregismo.



Menos mal que ese diminuto demonio, que como no se sienta en el hombro izquierdo, al cual yo siempre he tenido más querencia, abofetea al angelito patudo para que deje de sermonearme y poder hacerlo él. La libertad del individuo y su lucha por alcanzar las metas de la propia realización como persona debe ser el único faro que te guíe en esta senda repleta de obstáculos y reclinatorios de resignación. Solamente podemos alcanzar la felicidad de modo pleno si nos desarrollamos, en todos los ámbitos de la personalidad, intentando alcanzar las metas que nos hayamos fijado de manera razonable y objetiva. La felicidad, muchas veces, no está en el hecho de alcanzar la meta, si no en ser capaz de luchar por ello, en el constante esfuerzo por mejorar, por desarrollarnos como personas de una manera coherente con nuestra escala de valores y aspiraciones.

Realizar este duro peregrinar tiene mucho de renunciar a parte de la convivencia con la colectividad. ¿Pero qué es primero el individuo o el colectivo? ¿Debe renunciar el individuo a su propia realización por no levantar las iras o envidias de otros miembros de la colectividad, que en muchos casos se creen dueños y señores de los designios de la misma?

Mientras estos dos diminutos personajes siguen discutiendo en mi azotea mental, yo veo cada vez más densa la niebla. Cada vez tengo más ganas de correr a través de ella, sin importarme si el suelo desaparecerá en algún momento y tendré que emprender un arriesgado vuelo, quizás sin retorno. Renunciare a mis armaduras para ser más ligero en la travesía, quizá seré yo por primera vez y así estaré más cerca de lograr mis metas. Me liberaré de esa presión que oprime mi pecho esos días grises que tanta desazón me generan.

Pero para emprender esta carrera sin vuelta atrás hay que ser capaz de no mirar hacia el origen con nostalgia y buscar la senda a recorrer con valentía e ímpetu. No sé si llegaré tarde para pedir dos paquetes de esto último a los Reyes Magos. Porque,¿nos lo he dicho? sigo creyendo en ellos.

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