lunes, 16 de mayo de 2011

Desde Rusia con amor

Me enfrento a esta página en blanco intentando ordenar mis recuerdos, filias, fobias y emociones. Es difícil extraer en unas líneas un extracto realmente fidedigno de algo que te llega al corazón. Sea para bien o para mal.

No recuerdo mi primera imagen vinculada con las Hogueras porque no recuerdo casi ninguna de mi infancia que no lo estuviera. La fascinación que producía en mí el mundo de la Fiesta crecía paralélamente a mi cuerpo y a mi mente.

Aún recuerdo mi primer traje de saragüell, con 6 años, y la foto que nos hizo mi madre, en un estudio de la calle Altamira, a mi hermano y a mí. Él lo soportaba estóicamente, yo me sentía como si llevase el traje de Superman. Mis primeros pasacalles por el Pla-Hospital y ese olor a pólvora sobre el asfalto recalentado, al que soy totalmente adicto. El sabor de las brevas maduras y el Bimbó de Georgie Dann en la verbena callejera. No existían los Racós ni su extraña vocación mercantilista. Imágenes de cámara instamatic y tardofranquismo.

Poco a poco se despertó en mí la curiosidad por los monumentos y por todo aquello que conlleva esta fiesta a su alrededor. Recuerdo a las bellezas con sus ramos de claveles y paniculata, envueltos en papel de plata y celofán. No existía otra versión de la Fiesta para las mujeres. Los Foguerers, pertrechados con su traje de cucaracha, donde tintineaban aquellos botones dorados que colgaban de las mangas y del pecho, desfilaban orgullosos delante de la banda.

Y a los 10 años, comisionado. De ahí a Presidente Infantil en el año del Cincuentenario. Mi mano tuvo la suerte de extraer de una pecera, en el Salón Azul del Ayuntamiento una Dama del Foc Infantil. Pensé que nunca viviría un momento más intenso. Mi mejor amiga, Dama de Foc adulta y mi belleza, Dama del Foc infantil. Era la plenitud para un niño que apenas empezaba a vivir. Don Tomás Valcárcel creaba todo ese mundo mágico. Siempre será Don Tomás. Nadie después fue capaz de ganarse ese tratamiento de respeto por méritos propios.

Por aquella época existía Gastón, Ramón Marco y Remigio. Empezaba un joven Pedro Soriano. Se empezaron a enriquecer y cuidar las indumentarias con clase y mimo, sin la vocación de negocio y de ausencia de elegancia en la que se ha desembocado. No siempre más es mejor y el dinero no da la clase. La Fiesta, el Arte en mayúsculas y la Cultura iban de la mano para engrandecer la Tradición. Las bellezas eran eso, bellezas. Entonces la mujer no había accedido mayoritariamente a la Universidad, pero tampoco al botellón, ni al piercing ni el tatuaje. La que carecía de educación se esforzaba por  obtenerla, o en el peor de los casos por ocultar su ausencia. Nunca hacían del mal gusto una bandera ni su orgullo.


Hoy, 30 años después, en los que he recorrido en paralelo a mi carrera profesional casi todos los campos de la Fiesta, no la reconozco. Solamente el olor a pólvora en el asfalto, los sones del himno y el sabor de las brevas me retrotraen a aquel tiempo. No reconozco la relación entre el Arte y la misma. ¿En qué momento se perdió? ¿Por qué se renunció a la búsqueda de la modernidad de la mano de los artistas de verdad en vez de confiársela a cuatro artesanos de dudable gusto y oscuras intenciones mercantiles? ¿Dónde quedó la investigación a través de los proyectos experimentales? En los años 20 y 30 las tendencias más modernas invadían nuestras calles en junio. Hoy lo hacen las más casposas.

Las bellezas han dejado de serlo para convertirse en meras caricaturas, eso sí, con carrera y posibles para pagarse los gastos del cargo. Los Foguerers han dejado de tintinear sus botones dorados, orgullosos, por las calles de su barrio, por haber sido capaces de gestionar la voluntad y los fondos de los vecinos para conseguir una fiesta digna y para todos. Se han convertido en aprendices de políticos de 3ª regional. Urden conjuras y maniobras de oscura intencionalidad. Se utiliza a la Fiesta para fines personales y de dudosa ética. Se ha dejado de cuidar con mimo la indumentaria para convertirnos en extraños papagayos, llenos de bordados superfluos y pedrerías innecesarias, para mayor gloria de indumentaristas exentos de gusto y de criterio. De peluqueros y maquilladores no hablaremos. Nunca un mapache fue Reina delas Fiestas. Ni en el Bosque de Tallac.

La gente le ha dado la espalda a las comisiones que han hecho de este patrimonio cultural su ranchito particular, huyendo estos últimos en busca de patrocinadores empresariales que les garanticen sus oscuros fines, privando a la gente de su verdadero patrimonio. La Fiesta del Pueblo. No se puede llegar y crear microdistritos al antojo de una pandilla de niñatos orgullosos y enrabietados con sus antiguos amiguitos del alma. El despecho y la niñería no tienen cabida en esta historia.

No me reconozco en esta Fiesta. No es propiedad de nadie la misma, más allá del mismo pueblo de Alicante. Nadie debe creerse con potestad de juzgar quién es más alicantino y más Fester. He sufrido, en mis propias carnes, la critica voraz y malintencionada de paletos extremistas que desconocían mi trayectoria y mi capacidad para asumir determinados trabajos que he realizado para intentar, desde mi humilde aportación, mejorar las Hogueras. Los mismos que la alejan del Pueblo y de las fuentes de la Cultura. Los mismo que se saltan el rigor para vestirse de drag queen a costa de un traje del siglo XVIII. Los mismos que desconocen la Historia y se atreven a tirar la primera piedra contra aquel que no les ría la gracia. Ni me reconozco ni me quiero reconocer.

Año tras año, he dado pasos hacía atrás que me permiten tomar perspectiva. Y ahora, que me siento tan lejano como si viviera en Moscú, solamente conservo ese olor a pólvora, el sabor de las brevas y la mirada de satisfacción de mi madre al ver plantada una hoguera de su hijo en el Ayuntamiento. Era la misma mirada de aquel día de mayo en el fotógrafo de la calle Altamira. A ella le debo la Tradición y por ella y muchos como ella no perdono la traición.

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