lunes, 30 de mayo de 2011

Mi Realismo mágico y particular

Desde pequeño siempre me fascinó la liteatura hispanoamericana y en especial García Márquez. Me sumergí por primera vez en su mundo de Macondo y los Buendía a través de su El coronel no tiene quien le escriba. Me drogué con su riada de palabras entre el calor insoportable del rio, los gallos de pelea y la ansiedad por esa carta que no llega. Descubrí la soledad en Relato de un naufrago y entendí como nunca más volví a comprender el amor verdadero en El Amor en los tiempos del cólera.

Llegué a él por la recomendación de mi madre, asidua lectora de Gabo. Quizá nuestra vida en Bogotá tuvo mucho que ver para que lo sintieramos tan cercano. Lo descubrí mientras descubría otras cosas de mi mundo de adolescente. Respiraba intensamente sus textos y masticaba escenas con gusto a papaya, dolor y resignación. Envueltas sus historias en una visión irreal de mundo crudamente real, me convertian en un invitado de papel que devoraba, negro sobre blanco, los acontecimientos que se desgranaban con la cadencia de una cumbia antigua con olor a café recien hecho.

Con los años descubrí mi fascinación por otros exponentes del Realismo Mágico. Como agua para chocolate me descubrió el maravilloso mundo de la poesía a través de la cocina mexicana y el amor. Almodóvar y su particular universo fueron un golpe de agua fresca en mi cara, me lo dieron un grupo de monjas yonkies y trastornadas que se encontraban con su tigre Entre Tinieblas. Luego vinieron tantas otras que sin tener ese componente de lo irreal y lo real no dejaban de destilar magía para mí en cada fotograma.

Y descubrí a Tim Burton, y sus maravillosas obras de orfebrería creativa. Nada me ha hecho llorar y reir a la vez como su Big fish, nadie me ha fascinado tanto retrotrayendome a una infancia perdida como él en Charlie y la Fábrica de chocolate y AliciaLa novia cadáver o Eduardo Manostijeras han cambiado la forma de soñar a más de una generación.

Todo esto me lleva a pensar que realmente el mundo real y cotidiano me gusta poco, o por lo menos, un poco menos que aquel que se permite un guiño a la locura, o a lo politicamente incorrecto o sencillamente a lo creativo por que sí, sin mediar euros de por medio.

Creo que por eso me fascina el carnaval, las calles increibles del SoHo neoyorquino, las vacas pastando de lado en cuestas imposibles de Caleao, los cupcakes de Las Manolitas, perderme en el Mercado sin pensar en qué cocinar, leer novelas de distintos autores a la vez, las exposiciones del Guggenheim de Bilbao, las noches en Madrid con Gonzalo y Lolita Versace, perder la tarde en la terraza imposible d un mercado en Chueca, comprar bolas de navidad en las Rebajas de Enero, en Londres.


Me gusta fotografiar lo cotidiano pero no convencional. Me gusta improvisar la cena en una cita importante, es como saltar sin red en un trapecio. Disfruto comiendo fresas debajo de un almendro mientras veo la vida pasar. Me gusta mirarle a los ojos sin que lo sepa. Me gusta que mis dedos hagan la travesia por el desierto infinito de la espalda deseada. Los besos con sabor a gominola de fresa. Andar despacio bajo la lluvia disfrutando de la ciudad en Donosti. El sabor de un arroz a banda en el jardin de casa de Gabi en Texas. El olor de las peonías cuando ya no estan. El sonido del primer mordisco a un tomate raff. Dormirme en el sofá como si no hubiera mañana. Las camisetas del Tintero que presuponen mi estado de ánimo. Despertarme a medianoche porque alguién piensa en ti y te lo hace saber. Me gusta pensar que sólo entendemos el sabor intenso y harinoso de una coca de mollitas unos pocos iniciados en este mundo global de locos.

Sé que en el fondo no pierdo la esperanza que un día llueva miles de flores liquidas mientras descubro un callejón sin salida a través del cual llegaré a donde, sin saberlo, espero llegar toda mi vida. Allí seguramente encontraré la correspondencia del Coronel, a los hijos de Pedro y Tita cocinando codornices con chocolate y rosas, la última función del circo de Big Fish, la sonrisa de Florentino Ariza y las últimas golosinas de Willy Wonka.

Allí no dudo que me rencontrare con quien nunca debí dejar partir, o con quien nunca supe que debía esperar. A quien espero no encontrarme es a todo aquel que no cree que los días no tienen porque ser consecutivos en el calendario, que los horarios no existen y que el dolor no es una moneda para satisfacer al que te demuestra amor. Todo aquel que se ha especializado en crear recuerdos en los demás a base de cicatrices indelebles e invisibles, no podrá atravesar ese muro nunca. Nunca sentirá los besos que se transforman delicias dulces y almendradas, ni el recorrido infinito de las caricias sentidas sin retorno ni posibilidad de clonación. Nunca podrán descubrir la magía de ese momento efímero e irreal en que Ewan Mcgregor y Nicole Kidman te susurran la receta desde un elefante de cristal de colores.

Espero que un día, a la vuelta de la esquina, me encuentre la puerta escondida de mi Realismo Mágico y particular.

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