sábado, 11 de junio de 2011

El delicado encanto de la peonías

Su suave perfume ha invadido toda la casa. Su fragancia se ha colado entre las camisas, ordenadas por colores, del vestidor. Los primeros rayos del sol amplifican ese aroma dulce y elegante con su calor. Siempre me han gustado las peonías. Comedidas y perfectamente esféricas antes de abrir. Explosivamente espectaculares cuando estalla ese sinfín de petalos, que parecen recortados por las tijeras de un genio loco.

No sabría con cual de sus variedades quedarme. Las blancas, discretamente sofisticadas. Las rojas, exhuberantes y excesivas, casi rozando la lascívia. Las fucsia se debaten entre lo cool y lo chic. las rosa claro representa la delicadez y la sensibilidad sin rozar en ningún momento la cursilería. Me gustan todas y cada una dellas tiene su momento, como nosotros mismos.


Cada uno tenemos un aroma singular y despertamos diferentes sensaciones en los que nos perciben. Hay gente sútil, elegantemente discreta,que pasa desapercibida, aparentemente, pero que deja un gran vacío cuando desaparece su presencia. Son como las peonías blancas. Siempre embellecen el espacio en el que se encuentran.

La intensidad de las rojas roza la tonalidad sanguina de una tarde de toros. Emocionante, cruel, descarada, espectacular. Imposible dejar indiferente. Hay personas que se mueven con la misma cadencia provocadora de sus pétalos, que destilan el sabor peligroso y adictivo de lo prohibido. Emiten un canto similar al de las sirenas, irresistible aunque se tenga conciencia cierta de la imposibilidad de volver a cruzar esa frontera, una vez que las acaricias.

La elegancia de lo extremo siempre me ha llamado la atención. Solo aquel que es capaz de andar con soltura sobre la delicada maroma, que separa lo diferente de lo chabacano, demuestra estar tocado por ese dón que no se puede comprar ni aprender que se llama elegancia natural. Alguien que puede ser tan interesante con un tejano y una camisa blanca o con un diseño exclusivo de Galliano, sin dejar de ser uno mismo. Es ese tipo de personas que pasan por la vida como si esta estuviera pensada exclusivamente para ellas. Aquellas que se levantan sobre las puntas de sus pies sin aparentar esfuerzo alguno, incluso cierta desidia propia de un gesto natural. Tiene ese tono natural pero atractivo, similar a las peonías fucsia, que recuerdan la sofisticación de los grandes y de los pequeños momentos, cuando lucen solas en un austero recipiente de cristal.

Al igual que las peonías de color rosa palo, que parecen estar echas de finas láminas de algodón de azucar, o tejidas, sin nudo alguno, de la seda más suave del mundo, hay personas que endulzan la vida sin resultar en ningún momento empalagoso. Una mirada sencilla pero franca, una sonrisa permanente pero sin grandes artificios, como si las comisuras de los labios hubieran sido creadas para mantener esa posición por siempre. Un gesto corporal amable, sin aristas, que provoca la necesidad de abrazarlas en todo momento, para contagiarse de su paz y energía. Su belleza serena no raya, nunca, la frontera de la cursilería ni el edulcoramiento innecesario.

Son bellas por sí mismas, nunca necesitaron compañia ni comparsa para brillar más. Hay cosas que por si solas nos seducen, nos ganan y nos trasmiten paz desde su escueta sensillez y su sofisticada elegancia. Tanto visual como formal.

P.D. No nos engañemos, también existen los cardos borriqueros. Ellos también tienen su punto en su entorno y su lenguaje particular.

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