viernes, 3 de junio de 2011

El extraño brillo de las latas de Coca Cola Light

Hay algo de fascinante en los productos que duermen, a la espera de su viaje final, en los lineales de los supermercados. Sin saber por qué, unos nos fascinan más que otros por su mera imagen exterior. ¿Qué nos hace elegir una lata de atún entre todas las marcas expuestas?¿Por qué estas tostadas para el paté y no las otras?, mismos ingredientes, misma forma. ¿Qué nos hace decidirnos por una botella de leche frente a otras botellas iguales y de similares dimensiones?

En teoria, cuando conocemos el producto, es el contenido lo que decanta nuestra decisión. Pero el problema surje cuando no tenemos información previa. ¿Qué es lo que nos hace sentirnos atraido por uno más que por otro?¿Qué nos empuja a decidir, abandonando las otras opciones, sin valorar lo que perdemos al quedarnos con una sola?

Muchas veces simplemente es el exterior, la etiqueta. Nos dejamos llevar por unas formas bonitas, un estuche elegante o una combinación de colores sofisticada. Aunque por ley todas deben llevar la información necesaría para no sentirnos engañados y saber lo que compramos, casi nunca nos paramos a leer detenidamente la misma y decidimos por factores meramente estéticos. Nos dejamos llevar por la primera impresión sin sumergirnos en nada más. Asi luego nos pasa lo que nos pasa. Llegan las decepciones o nos perdemos lo mejor pensando que nos llevamos el oro y el moro.

Cierto es que todos pasamos por ahí. A mí me fascina el brillo metálico de las latas de Coca Cola Light. Siendo un producto casí igual al de recipiente negro y rojo, de formas duras y mucho más masculinas que es la Zero, a mí me atrae la Light. Y la influencia de la forma es importante. ¿Por qué tuvo que masculinizarse este producto para alcanzar una cuota de mercado en un segmento de público que tras su masculinidad era incapaz de asumir los brillos, ciertas curvas o atracciones ocultas al observar ese anuncio de la parada de las 11,30?.



Tambien es cierto que esto lo extrapolamos a nuestras relaciones humanas. Nos dejamos influir por las apariencias sin llegar al fondo del individuo. Esto lo hacemos para bien y para mal. ¿Quién no ha machacado a alguien por su apariencia física o un modelito desafortunado en la boda de una prima?¿Quién no ha encumbrado a popular en su clase de instituto a Miss Pelo bonito, que iba siempre superestilosa, con todos los colores sacados de la paleta de endencias del Vogue Italia? Cierto es que ellas pueden hacer, en un ataque de envidia insana, una diana, objeto de sus más afilados dardos visuales y dialécticos, de la reina de belleza.

Tambien es cierto que los humanos utilizamos nuestra apariencia externa como declaración de intenciones y adscripción a una tribu urbana concreta. Por ejemplo, la choni choni, de piercing en el bigote, bota blanca y guante esclava con inicial no pretende que se le confunda con una "te lo juro por Snoopy". Deja leer en su uniforme que para ella el amor es un estribillo de Camela, con su cintura rodeada por el brazo de su tronco, que equilibra el peso y gesto con una litrona en la otra mano. Aunque a escondidas se emocione mazo con las canciones de la Sirenita, ella quiere ser Catalina de Sin Tetas no hay Paraiso.

Al igual, una cachorra de Genova nunca reconocerá, por lo menos publicamente, que puede emocionarle los retales de amor prendidos entre las estrofas de Paraules d'amor de Joan Manuel Serrat. Ella es más de coordinar Bimba y Lola con Etro y Jimmy Choo, más que de perderse en extraños laberintos lingüisticos , a su modo de pensar, obsoletos y sectarios. ¿Desde cuándo han tenido caducidad los sentimientos y las lenguas?

Yo, realmente, cuando paseo ente los lineales de mi Mercadona de cabecera sigo sintiendome atraido por el extraño brillo de los botes de Coca Cola Light, impidiendome mirar al resto de la oferta. También es cierto que tras una relación de años a tres, mi nevera, la lata y yo, me satisface tanto por dentro como por fuera. Cuando su contenido dulzón, gaseoso y con ese color indefinido pero tan atractivo atraviesa mi garganta, solo ese momento de satisfacción es similar al de la fascinación que me provoca ella, brillante y enigmatica, con sus sinuosas letras rojas.

Me encantaría llegar a sentir por algún humano, alguna vez, un grado de fascinación tal, en lo externo y en lo interno, como el que siento por mis latas brillantes y cilindricamente atractivas, al contraluz de mi nevera.

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