lunes, 6 de junio de 2011

El sabor de lo esencial

Lunes, maldito lunes. El despertador martillea mi cabeza con noticias de políticos corruptos, triunfos deportivos y toreros en decadencia librando su última faena entre la vida y la muerte. En fin, España. De nuevo ha llegado otro inicio de semana, adentrándonos en el final de la primavera, con olor a chiringito, especie en extinción y sabor a gazpacho andaluz, con pepino, ¡¡cojones!!

Mi fin de semana ha sido atípicamente social para la media de estos últimos tiempos. Cada día una reunión, un tipo de gentes, una gastronomía diferente. Todos amigos, todos los planes apetecibles.

Cada situación tiene su contexto, sus protagonistas, sus vinculos con historias remotas que nunca dejan de parecer cercanas. Cada una de ellas se refiere a una de mis múltiples caras de este poliedro que es mi vida social. El puzzle de mi Yo público entrelazado con mi Yo privado.

Viernes, jornada laboral extensa e intensa en la que siempre hay lugar para una sonrisa. Como ha cambiado el cuento. Tras ciertos coqueteos culturetas con una conferencía de Magía y ciencia, más interesante de lo que parecía a priori, retomamos la rutina de los viernes. Casa de amigos y pizza. Momento Friends a la alicantina. Un buen jamón  (que el señor tenga al cerdo en su gloria y haya dejado muchos herederos de ese sabor y textura), Coca Cola bien fría y una de esas combinaciones con todos los ingredientes posibles de la carta de Telepizza, que solo mi Maribel sabe conjugar, viernes tras viernes. Risas y amigos, sofá frente sofá. A menudo recuerdo la pizza del Home Slice, en Austin. Ninguna en el mundo sabrá mejor pero esta es la de los viernes, es el rito ineludible. Viene a ser, sin pretender ofender a nadie, nuestra comunión semanal. Nuestro auto de fé particular en la amistad a pesar de las pruebas del Demonio.

Sábado. Comunión de las de verdad. Amigos que nos volvemos a juntar alrededor de una mesa. Punto de unión de caminos  que el tiempo ha separado con la colaboración inestimable de guionistas, dioses griegos y  demás deidades egipcias. Entre Calamares a la plancha y arroz con All i oli redescubrimos el punto de inicio y todo aquello que tenemos en común. Todo por lo que aún se nos despierta una sonrisa cómplice y se abre, de un golpe de memoria, el albúm de los recuerdos, y pasan cientos de imágenes, un tanto ajadas por el tiempo que sin duda no vimos pasar. Risas tan frescas como las primeras, confesiones de admiración que reconfortan el desgaste del tiempo y amistad sincera, sin coste a cambio ni impuesto sobre la lealtad añadida. Sólo dar sin retribución a exigir.

Domingo. Siempre es tiempo para retornar a tus orígenes. Nunca hay que olvidar el camino que vuelve a casa. Allí siempre hay una puerta abierta, una silla lista y un plato con tu nombre. Nadie preguntará de donde vienes, como si lo hicieras todos los días. Nadie se asombrará de tu presencia porque allí siempre estará tu sitio. Te lo guardará la nostalgía y la ausencia, evitando que lo ocupe, impertinente, el olvido. Barbacoa y sangría de autor. Lujos cero en una calle con sabor a paella y a barrio. Con sabor a celebración sencilla, pero alegre en su esencia. No me cuesta reconocerme a pesar de no tener nada que ver ya con este mundo. La memoria es la virtud del humilde.



Tarde entre parras e higueras. Sabor de hierbabuena y té entre los coqueteos de los pavos reales con las juntas de las baldosas de barro del jardín. Los faroles flotan entre las ramas y el viento mece las buganvillas. Serenidad de sabor a miel y jengibre sobre cojines de rústica hermosura. El tiempo no habita entre los muros de este Carmen perdido. Escondido entre eriales, para darle esquinazo a la vulgaridad y al desasosiego. Sabor a canela en cristales dorados que descansan en los mármoles eternos de los veladores.

Tiempos distintos embadurnados de sabores antagónicos y extremos. Ritmos irreconocibles en su siguiente movimiento para hacer un discurso común. Nada es importante en el entorno, nada lo es en el complemento. Al pasar las horas y nacer las lunas, en nuestros labios y en nuestra retina tan solo queda prendido el sabor de lo esencial. Lo auténtico

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