viernes, 10 de junio de 2011

El sueño

Las nubes envuelven la ciudad mientras me despierto sobresaltado. Quizá cené en exceso, cosa que dudo, Quizá me condicionaron los hechos acaecidos durante el día, lo cual no suele ser muy comúm. Quizá mi cerebro se ha despegado del cuerpo y tiene vida independiente, cosa que también me extraña, porque ya me cuesta llevar dos, la Pública y la Privada, como para tener una República independiente de mi mente.

Un extraño sueño me ha tenido ocupado toda la noche. Y cuando digo ocupado ha sido realmente ocupado. ¡Qué noche más movida! Realmente no recuerdo bien como comienza esta subyugante visión. Ni el tiempo que duró. Dicen que sólo duran segundos, pero sueños como este le darían, de sobra, a un guionista venezolano para un culebrón de centenares de capítulos.

Suenan trombones dorados y luminosos. Me rodean cientos de ellos. Sus portadores lucen extraños trajes de chaqueta, más bien ajustados, de tono metalizado y con castellanos de charol. Todo brilla al mirarlos menos su música. Una extraña partitura sin sentido pretende asemejarse a una fanfarria. Ellos balancean sus trombones de izquierda a derecha. Mientras tapo mis oidos con las manos, intento abrirme paso entre la manada musical.

En un momento concreto, sin saber reparar en cual ha sido, descubro mi indumentaria. Bemudas ajustadas y camisa de volantes. Un chaleco de Principe de Gales gris pretende darle un tono serio, acompañado de una hawaianas de charol negro. El sombrero me gusta. Un borsalino elegantemente discreto.

De repente, como si Moisés hubiera golpeado el suelo con su bastón, la marea metalizada de los músicos se abre en dos, silenciando su interpretación. Tras ellos aparece un altar ritual. Una gran mesa de piedra, de un grosor considerable, decorada con centenares de cabezas reducidas, como las que coleccionan los Jívaros, y rosas de color chicle. Centenares de velas rodean la escena, diría que millares. De esas que llevan una funda de plástico y una estampita de un santo. Reparo en estas imágenes y consigo reconocer al Sagrado Corazón, a alguna Virgen, de la cual no soy capaz de distingir la advocación, a Madonna, Gerard Piqué, Jorge Javier Vázquez, Leire Pajín y a la alta de las Mamma Chicho. Ah, y el Pozí.

En el centro de la escena, dispuestas en dos grupos simétricos, hay unas doscientas sillas doradas. De esas que se usan en los eventos americanos, con varillas torneadas y colchoneta de raso blanco. Al acercarme y tocarlas, descubro, horrorizado, el tacto plástico y aspero del que cuelga una etiqueta de papel de estraza que dice "Made in China". Nada es lo que parece en la distancia corta.



Tras de mí, avanza una legión de invitados pertrechados con grandes galas. Ellas, subidas a tacones de vértigo, parecen cigüeñas epilépticas con los ojos desencajados. Incluso juraría que sus movimientos, los de todas ellas, respondían a una coreografía antigua de Lady Gaga. Ellos con levita y bermudas. "Tampoco voy tan mal", pienso. De repente reparo en sus pies. Castellanos de Charol. ¡ No me lopuedo creer! Parece una conjura Judeomasónica. Se mueven todos al mismo ritmo, entre militar y cabaretero. No sé porque lo asocio a algún número musical de la Alemanía del Este, la del otro lado del Muro que ya no es Muro si no souvenir para turistas inacautos y crédulos. De fondo vuelven a sonar los trombones de forma descompasada.

En un momento dado, una extraña luz zenital nos invade y la música se torna reconocible y agradable. Mientras resuena, suave, eclesial, la letra que entonan los invitados...

Siempre me traiciona la razón
y me domina el corazón,
no se luchar contra el amor.
Siempre me voy a enamorar
de quien de mi no se enamora,
y es por eso que mi alma llora.
Y ya no puedo mas,...


Del cielo, rodeada de ángeles postmodernos y andróginos, desciende una sacerdotiza envuelta en una túnica de raso de seda negra repleta de bordados de azabache. Con los brazos en cruz, como una vedette mediática y de elegante gesto, comienza su discurso.

No entiendo porque se dirige siempre  mí. Me mira a los ojos con un aire entre paternal y protocolario. Siempre habla de vosotros. ¿Quién somos vosotros? Yo estoy solo, o así lo creo. De repente, algo me roza la mano y me sobresalto. A mi lado, con un estupendo vestido de escote drapeado en tono nude, está George Clooney. Me mira con ojos de cordero degollado y una sonrisa irresistible que, inmediatamente, me hace desear tomarme un Nespresso. Intenta colocarme una especie de anilla de bote de CocaCola, en oro blanco, en mi dedo anular mientras la oficiante recita, con tono solenme los articulos del Código Penal referentes a la privación de libertad.

Forzejeo con George, ante la aprobación  y regocijo de los invitados. Y la sacerdotiza detiene nuestra disputa posando su mano derecha sobre las nuestras y clama con aire adusto y tono grave." Por el poder que me otorga el Estado Español y Lola Flores...La niña no se casa...Si me quereís , irsee...."

Salgo corriendo entre una lluvia de frutas y hortalizas, eso sí, de primera calidad y con todos los controles sanitarios, buscando deseperadamente la salida. Al fondo de la escena hay una luz intensa hacia la que corro sin aliento. Me persigue George, los ángeles ambiguos y parte de los músicos con sus trombones dorados.

Entre la luz y yo, una silueta. Conforme me acerco a ella, reconozco la figura de un arquero que me apunta con su ballesta cargada. Y pienso "Guillermo Tell? ¿Qué coño hace aquí Guillermo Tell?" mientras escucho el silbido de su flecha aproximandose, certera, a mi frente.....

Abro mis ojos empapado en sudor mientras froto mi cabeza con mis manos. No hay flecha, no hay boda. Tampoco está George ni ese precioso vestido color nude en el suelo de mi habitación.Tan solo algo oprime mi dedo anular. NOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!!!!!!!

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