lunes, 1 de agosto de 2011

Hoy, casi un año despues.

Hoy es 1 de agosto. Ecuador estival. Tiempo de playa y paella, bermuda y hawaianas de colores. El tiempo pasa más despacio a estas alturas del cuento. Se disuelven las horas sobre el asfalto que vibra, como hijo del volcán, bajo el sol. Nuestros ritmos vitales se aletargan, al igual que las filias y las fobias. Es verano, y todo da un poquito igual.

Dejas caer tu cuerpo sobre el sillón de mimbre, siguiendo la cabeza la caida unas décimas de segundo más, como reclamando sobre ella la lluvia sensual de una regadera. Envuelta en ropas de lino blanco, tu cuerpo se esparce generoso y tranquilo mientras el sudor se abre camino por la cara interior de tus muslos hacia esos tobillos curvilineos y escultóricos. Tu mano mece, cansina, un abanico de madera blanca con desdén. Sobre esa pequeña mesa moruna del jardín se derrite, sensual, un mojito generoso en azúcar y hierbabuena. Nada entra ni sale de tu mirada, que yace relajada bajo tus parpados adormecidos. Nada es más importante bajo este sol y esta brisa que el baile sinuoso de las palmeras.

Mientras imagino el estado ideal de una tarde de verano, hago recuento de lo acaecido en estos meses, casi un año ya. Fue una tarde de verano tardio. Se agotaba Agosto como los polos de hielo bajo el sol. Decidí volver a escribir sobre el blanco luminoso de la pantalla, mientras se balanceaban, rítmicas, las cortinas de lienzo de mi salón. Tenía la necesidad de escribir, de desgranar mi visión de la vida entre palabras que intentaban encadenar relatos coherentes. Y me perdí entre los colores luminosos y transparentes de las cucharillas del helado.

Han pasado tantas cosas y tan diversas durante estos 11 meses, que no creo recordar un espacio de tiempo tan convulso y corto en mi vida. Cuando comence a escribir este blog estaba perdido y ahogado, como en una piscina de chalet bien donde no me quería ahogar. Me recordaba al cadáver de Willian Holdden flotando en la casa decadente y casi en ruinas de esa excesiva Gloria Swanson. Mi mundo. envidiable y sólido para muchos, se derrumbaba por dentro y necesitaba gritarlo. Aunque fuera a través del fluir convulso del teclado de mi ordenador. Precisaba dejar de esconderme y decir no. Esto no me gusta, esto no lo quiero. Necesitaba hilvanar un discurso coherente con mis sentimientos, para que yo mismo me pudiera comprender y conocer mejor.

Muchos han sido los temas y los acontecimientos. A veces los segundos se han reflejado, evidentemente, en los primeros. A veces estos últimos, de un modo inquietante y sorprendente, han sido premonitorios de los segundos. Este desierto infinito de luz blanca que es la pantalla antes de albergar un nuevo post ha sido la mejor medicina, el más duro e inquietante abismo al que enfrentarse y mi fiel confesor y guardian de mis glorias y miserias.


Me conozco mejor. Me he dejado conocer, ni mejor ni peor, pero lo he permitido, incluso por primera vez para muchas personas. He enfrentado en muchas ocasiones a mi Yo privado con mi Yo público. Me he enfrentado, desde cada uno de ellos a mis cuentas pendientes con la Vida, mis guionistas y los Dioses griegos y egípcios. Me he enfrentado conmigo mismo como nunca antes había sido capaz de hacerlo.

Y creo que he salido victorioso. Aunque con heridas y cicatrices que aún duelen las noches de tormenta. Tengo la sensación de despertar de una noche de jarana memorable, con una resaca que deja entrever, entre los visillos nebulosos de la memoria confusa, una sucesión de acontecimientos. Unos banales, otros trascendentales para el resto de esta historia. Laberintos emocionales de los que uno mismo intenta escapar sin ningún interés por encontrar la salida. Caidas al vacio que no somos capaces de controlar hasta el momento en que gritamos, de un modo silencioso y rotundo, ¡¡Basta!! y el suelo de baldosas blancas y negras vuelve, de inmediato, bajo tus pies. Una travesia por un desierto personal rodeado de gente, a los que miras sin ver y que te observan sin mayor interés.

121 desnudos después. Alguno sin ningún artificio y untado de verdad. Otros desde la mirada más banal y desenfadada, pero cargados se ese sabor agridulce que tiene esta Vida en la distancia corta. Unos como grito silencioso para poder seguir respirando cuando el dolor o la perdida me asfixiaban contra mi propio pecho, ahogandome en mar de lágrimas que no han sido capaces de nacer para liberarme de mi propia tragedia. Todos yo, todos verdad.

Y hoy, 1 de agosto, derrumbado en la cadencia de mi pensamiento dormido al sol, intuyo que todo esto ha merecido la pena. Suspiro fuerte y lento, con cierto aire de satisfacción, y pienso "Así soy yo, que le voy a hacer, si me gusta o no sé ser de otra manera"

No hay comentarios:

Publicar un comentario