lunes, 26 de septiembre de 2011

El extraño sabor de las noticias esperadas

No negaré que hay cosas, que aun esperadas, nos calcinan como una lengua de fuego que nos coge por sorpresa en medio de un monte. Tampoco negaré que a veces es necesario convertirse en cenizas para volver a renacer, más fuerte, más ágil y más satisfecho de uno mismo, como el Ave Fenix. Surgen de nuestra espalda, apaleada por los hechos, alas fuertes, bellas y vigorosas que nos permiten emprender el vuelo deseado. A veces el ser incinerados solamente sirve para fundir nuestras cadenas y temores y hacernos más libres.

En estos días los acontecimientos se han convertido en una vorágine de noticias, emociones, cambios y rupturas insalvables, de alto poder analgésico para males anteriores y enquistados. Todo ha sido como aquella maravillosa novela de Garcia Márquez, Crónica de una muerte anunciada. Todos sabíamos que íbamos a morir, quien era el asesino y solo nos faltaba saber el momento. Aun así siempre te pilla de sorpresa. Es una cualidad de la muerte, ese acontecimiento que es lo único seguro que tenemos en la vida. Sobre todo suele sorprender cuando es premeditada, traidora y y sin escrúpulos. Cualidades estas últimas que están de moda por los lares que frecuento laboralmente.



En una muerte siempre tiene mucha importancia el epitafio, o el panegírico que se le dedica al finado. Es como un resumen de los logros que se alcanzan en vida, un haber en la contabilidad de la Vida. Claro es, que en ocasiones, los asesinos vestidos con piel de cordero, son poco doctos para la redacción del mismo. Más bien diríase que vienen investidos por el atrevimiento propio de la ignorancia. Valor este último que defienden como si del Pendón de Castilla se tratase. Mi madre siempre me dijo que no había nada más peligroso que un tonto con poder, o que un ignorante que no lo sabe.

Cierto es, también, que como muerto reciente y resucitado, les agradecería a los sicarios responsables de mi inmolación pública que se abstuvieran de redactar el mío. Ni me conocen ni me interesa que lo hagan. Hay gente que mejor que no sepa nada de uno. A estas alturas del cuento las relaciones con cierta clase de impresentables y personajes del traje gris, o del vestido de palabra de honor innecesario e inadecuado como cada uno de sus torpes actos las prefiero inexistentes.
Gracias por ignorarme. Viniendo de ustedes es un halago.

En estos últimos meses previos a la matanza de Campoamor, he aprendido mucho de determinado tipo de personajes, personajillos y supervivientes de la malvalorada función pública y los políticos de tres al cuarto que la protagonizan, como protagonizaba J.R. sus maldades en su rancho de Dallas. Tengo que agradecerles que me hayan devuelto mi fortaleza ética, mis limites de lo tolerable, la capacidad de no doblegarme ante el estilo zafio y ramplón de su gestión, revanchista y paleta. Carente, esta última, de proyecto, de equipo ni de voluntad ni equilibrio en las decisiones. Hay terroristas islámicos con más sentido común en su ejercicio profesional.

La venganza solo es útil para mejorar los resultados. Nunca es buena, aunque a veces necesaria para restituir el orden de la razón y el sentido común. Nunca está justificada cuando se ejerce desde el resentimiento, la ignorancia y sin que se adopten criterios de disección basados en el buen ejercicio profesional y de beneficio del administrado. Esto último totalmente desconocido para la calaña que nos rodea en los últimos tiempos.

Gracias por vuestro resentimiento y vuestra ceguera. Gracias por hacerme víctima de vuestra mediocridad. Gracias por liberarme de esa necesidad de esconder la cabeza como las avestruces ante vuestras decisiones arbitrarias, incomprensibles y carentes de criterio, al igual que ante vuestras estúpidas demostraciones de fuerza en público, que me generan terribles subidas del sentido de la vergüenza ajena. En ocasiones vómitos.

Me alegro, de hecho, de ser muerto para resucitar de entre vuestras víctimas para buscar nuevas sendas. Solamente lamento que vuestros actos supongan el desmantelamiento de proyectos coherentes, carentes de cierto olor a rancio y moho de pueblo. Agradezco no tener que intentar demostrar mi valía a quien no la sabe ver, ni está capacitado para comprenderla. Por mucho poder que tenga para obviarla de un plumazo, ignorarla a la hora de decapitarrme y hacer gala de cierto grado de cinismo, solamente reservado para los inteligentes que se han pasado al lado oscuro. Los malos de verdad. No son ustedes más que una caricatura burda y bastante zafia de lo que pretenden ser. La altura moral y profesional se demuestra con los hechos. Y creo que alguien necesita alzas, esto le viene soberanamente grande.

De toda experiencia solamente cabe resaltar la dedicación de quien ha creído en esto sin la necesidad de convertirlo en un ranchito donde pavonearse con invitados y compañeros de cuadrilla. De ese gente dedicada a la función pública como camino par demostrar la excelencia del trabajo bien hecho y no como plataforma par la obtención de poder, valor que no debería primar en los servidores de los administrados. Lastima de quien olvida quien le paga y se cree reina por un día. Cierto es que a este tipo de personajes, el tiempo y las circunstancias los apean de una sonora bofetada devolviendolos a sus orígenes.

Mientras recorro la noche de septiembre en un tren solamente tengo que agradecer mi muerte, vehículo indispensable para mi resurrección. Gracias a los fariseos del templo, por liberarme de la carga de soportarlos. Sólo espero que no conviertan su herencia en un mausoleo para beneficio de amigos y conocidos.

Y como diría Shakira, Se lo agradezco pero no. Me quedo muerto, enterrado en la ladera de un monte, más alto que el horizonte. Quiero tener buena vista.

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