jueves, 29 de septiembre de 2011

Tengo que no ser tantas cosas para ser yo mismo

El aire se divierte esta tarde con la ciudad, que peina nubes grises como quien peina canas. El otoño coquetea, dejandose querer, y sin acabar de decidir si es hora de su romance. Solamente algunas bermudas se resisten a despedir el verano, batalla perdida de antemano.

Salgo de esa caja de música que ha sido mi casa estos últimos meses. Respiro hondo y me lleno de aire fresco. Lo agradezco después de horas conteniendo la respiración en ese ambiente viciado y tendencioso. Cuento las horas que me quedan aquí y cada vez me siento más libre, más alto, más feliz. Nunca pensé que una despedida pudiera ser tan gratificante. Y no tan solo por la partida sino por el sabor de las cosas bien hechas, de la conciencia tranquila y de la ética recompuesta en mi mochila interior.

Ando firme con la sonrisa tatuada en mi rostro. Me siento bien. Se han abierto cientos de ventanas a un nuevo paisaje vital. Afronto un nuevo reto como persona, que realmente me resulta conocido. Un espacio nuevo donde desarrollarme sin limites como persona y profesional. Un espacio donde marco yo las metas y los limites. Los retos y los abismos a los que enfrentarse. Un nuevo viaje para el que necesito un nuevo equipaje.

Durante estos últimos años, la característica de mi vida han sido los límites y las obligaciones, casi siempre impuestas por otros, con los que no compartia criterios ni proyecto. También las había aceptadas por propia decisión, aquellas que eran deuda a los nuestros y deber satisfactorio. Todo eso ha desaparecido durante este año, algunas cosas por decisión propia y otras con la intervención del Destino. Un año de fuertes cambios, a veces difícil de digerir en tragos tan grandes e intensos.



Pero ahora, en este momento que me lleno de aire fresco y nuevo, tengo la certeza de salir ampliamente reforzado. La certeza de haber crecido como persona y de ser un adulto consciente y coherente conmigo mismo por primera vez. Estoy dispuesto para saltar a un mundo nuevo y lleno de retos en lo público y en lo estrictamente personal.

Noto en mi espalda crecer, rápidas y poderosas, unas alas potentes y de una belleza singular. Recubiertas de un plumaje metálico y brillante. Dotadas de una musculatura que me da confianza ciega a la hora de saltar al vacío. Que me dan el porte de un guerrero mitológico, para el cual no hay enemigo imbatible y que por primera vez no teme mirar a los ojos, de tú a tú, a los Dioses Griegos y Egipcios.

En estos últimos años he tenido la fea costumbre de armarme de determinadas arcas gestuales, emocionales y de conducta que me han permitido sobrevivir. En un mundo hostil, un mundo al que yo no pertenecía y en el que me había tocado lidiar. Tenia la sensación de ser como un gladiador en medio del circo, abarrotado de público sediento de pan y sangre. Mi ironía, mi frialdad emocional, mi afilado verbo, ágil y letal en ocasiones, escondían, cual armadura de combate, mi Yo privado. Se han convertido en la coraza, el caparazón emocional que se advierte cuando uno se enfrenta a mi Yo público.

Mientras discurro de un modo diferente al de las últimas semanas por las calles de esta pequeña ciudad costera, con pretensiones de puerto vital y cosmopolita, voy planeando como desmantelar estos rasgos de mi personalidad que no me permiten mostrarme tal y como soy para aquellos que me conocen en la distancia corta e íntima. Y es que a todos nos sobran artificios y barreras. Tenemos que dejar de ser tantas cosas para ser nosotros mismos de verdad.

Desprovisto de corazas y poniendo a prueba el batir de mis nuevas alas, afronto, feliz e impaciente, el reto ambicioso de ser yo mismo por primera vez en mi vida. Sin excusas ni limitaciones. Sin trabas y sin barreras emocionales. Yo mismo frente a mi mismo, desnudo y fuerte. Desprovisto de armadura y protegido por mi propia esencia, fortalecida y madurada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario