miércoles, 3 de abril de 2013

El viaje



Suena un pitido corto y seco en la noche, aun cerrada. Un whasap me saca del sueño de los necios para devolverme a la agitada realidad. Martes, 2, 6 de la madrugada, o de la mañana si acaso fuera de día. Me revuelvo entre las sabanas de mi cama entre aturdido y ansioso. Ha llegado el día

La tarde fue un complejo juego de tetris intentando encajar paquetes de galletas, kilos de arroz, zapatillas de deporte y bolas de calcetines. Había también que preparar los dispositivos electrónicos para la aventura. Vaciar la cámara, descargar fotos del móvil, recargar baterías. Repasar necesidades para un mes en la distancia.

Las horas pasaban y el espacio no crecía, cosa que si hacía cierta sensación de desesperación. Comenzaba el tiempo de las renuncias. Un forro polar menos. Unas converses de pana menos, los vaqueros son prescindibles a 3 grados bajo cero. Unas cuantas prendas menos de las que me gustaría tener en este viaje, totalmente innecesarias por cierto.

Conseguí cerrar las dos maletas, aunque dudo que cumplan ninguna de las estúpidas normativas aéreas que igualan un fin de semana en Madrid con un mes en Toronto. Tumbado mirando al techo de mi casa sin vigas de madera, dibujé como sería el día de mañana. Y me dormí.

Y aquí me hallo. De noche, en calzoncillos, repasando la minuciosa agenda a realizar. Ducha y aseo. Indumentaria cómoda, sin cinturones ni botas para aliviar los transfers indeseables en los aeropuertos. Cerrar el agua. Repasar todo aquello susceptible de deteriorarse en los próximos veintitantos días. Convertirlo en basura. ¡Mierda! Abrir el agua, la cena de ayer por fregar. Allí se quedó mientras me dormía dibujando en mi techo sin vigas esta rutina. Cerrar ventanas, apagar aparatos innecesarios, echar cortinas, etc... Vuelvo a necesitar una ducha... Otro pitido seco y corto me avisa que vienen a recogerme.

El aparatoso descenso de mi equipaje, acompañado de un abrigo para Canadá en la primavera alicantina y una bolsa de posibles desechos en próximo tiempo, me generan cierta incertidumbre sobre mi capacidad para superar el primer mostrador de embarque con dignidad y sin suplemento de sobrecarga.

Al abrir la puerta del portal, me esperan Pedro y Carmen, en su coche negro, como este amanecer perezoso. Al ver las maletas, y con sus ojos clavados en la pequeña, esa que pretende ser de mano, Pedro me saetea. Esa en Ryanair no te la dejan subir. Confirma mis peores sospechas. Me van a crucificar en Martes de Pascua, por mi vocación de anciana que vuela del pueblo a la ciudad, con gallina, conejo y toda la parafernalia.

Mientras tanto Carmen intenta subir la grande, la de facturar al maletero. Ante su cara de agobio, la ayudo. Sin decir nada en sus ojos se lee, en dígitos rojos, sobrepeso que te cagas. Me invade cierto nerviosismo impropio en mí. Saco cuentas sobre la oportunidad de este desembarco gastronómico de supermercado en territorio canadiense.

Mientras recorremos la carretera que bordea el mar, aún dormido y de un azul oscuro, profundo y metálico, me pierdo en los destellos diminutos de la pequeña Tabarca, tintineante como una verbena estival. Solamente me rescata de estas luces la posible lista de excusas ante el evidente rechazo de mi equipaje.

Breve despedida en la nueva terminal, mientras organizo en mi interior la lista de elementos a renunciar en el mostrador.... Presagio desastre en la decisión, desafortunada en cualquier caso. Busco en las pantallas el mostrador al que dirigirme, mientras, sin detenerme, atravieso la gran sala repleta de trollies, guiris y franquicias de restauración.

Me detengo ante una cola de tamaño medio tirando a coñazo que parece no avanzar. Fijo mi mirada en los que me anteceden, para evitar que se lea en mi cara... Padezco de equipaje mórbido. Mi ritmo cardiaco aumenta según me aproximo al mostrador y contemplo como obligan a reajustar maletas, deshacerse de enseres y provocan lágrimas.

Me quedo solo ante el altar del sacrificio tras el que se refugia un señor de mediana edad tirando a prejubilado de ere. Excesivamente sonriente para estas horas de la mañana. Esto me preocupa. Avanzo mientras el suelo se hace infinito, la cinta de las maletas disminuye de tamaño de un modo inversamente proporcional al aumento del tamaño de mi maleta grande, la de facturar. Frente a este fenómeno se contagia la otra maleta, la que pretende ser de mano, incluso la bolsa de bandolera que llevo para viajar, que comienza a parecer un utensilio de cartero.

Coloco sobre la cinta la gran maleta gris, baúl de folclórica antaño, mientras sonrío al operario. Y la báscula me delata. 30 kilos....... Pedazo de exceso!!! Emprendo una conversación sobre los pasos a realizar en los distintos tránsitos, mientras el dulce operario coloca una etiqueta de HEAVY en el asa de la maleta, con la cifra 29,5 escrita en bolígrafo rojo condena.

Y cuando espero esa bonita multa, valorada en 60 euros, según la documentación que te adjunta la compañía, el amable señor me despide a mí y a mis maletas con un agradable, buen viaje, espero que descanse!!! No se bien se refería a la liberación de no tener que pagar la multa, cargar con la maleta hasta Toronto o por mis, creo, merecidas vacaciones al otro lado de este convulso Occidente.

Aliviado, me dirijo hacia el Starbucks, con esa maleta de mano que parece un palomo en celo, ese abrigo innecesario en la primavera levantina y mi bolsa de cartero repleta de artilugios electrónicos que me permitirán plasmar esta aventura. Me he quitado un peso de encima, o varios.

Empieza la aventura!!!

P.D. Durante el vuelo a Chicago descubres que puedes facturar dos maletas y llevar una de mano..... Leer culturiza, señores!!!



1 comentario:

  1. Hola Pascu!
    No sé si conoces el movimiento "Best blogs" pero te he mancionado!
    http://amanoyamaquina.wordpress.com/2013/04/11/premio-best-blog/
    Espero que haya resaca para rato!
    Besetes!
    Mar

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