viernes, 14 de marzo de 2014

La soledad de las mesitas de bambú de Ikea

Muchas veces, cuando la vida me supera con su frenético ritmo, me escapo y me escondo en el lo unge de Ganz. A oscuras y con la tenue luz de una lámpara vintage que rompe el ambiente zaino...

Me pierdo con la voz de Caetano Velloso fluyendo por los rincones y desconecto de la vorágine. Miro los muros de ladrillo recuperado, pintados de blanco y me cuelgo de la irregular belleza de sus juntas, como si de un laberinto mágico, que me conducirá a la tranquilidad, se tratara.

Y entre llagas horizontales y verticales me descubro moderadamente feliz y sereno. Acaricio con la yema de mis dedos una suave sonrisa que dulcifica mi gesto adusto y me roba unos años, que nunca viene mal perderlos.

Cuantas cosas han pasado en estos últimos tres años. Tal día como hoy estaba en una fría habitación de hospital, en una penumbra similar, disfrutando sin saberlo de los últimos días de mi madre. Sufriendo, a la vez, cambios en mi vida laboral que me llevaron a recorrer un desierto sembrado de soledad, traiciones y pruebas personales que me han conducido a este vergel. 

Pienso, con agradecimiento para ellos, en todos aquellos enanos éticos y profesionales que me han conducido a mi libertad. Soplaron ellos las velas de mi bajel, con atitudes desagradecidas y mezquinas, sin saber, como era de esperar de su escasa talla intelectual, que me hacían el favor de mi vida. Que su rugido era mi viento, que sus zarpazos creaban en mi las alas que necesitaba para volar y yo me negaba a reconocer.

He perdido muchas cosas, sobre todo afectos imprescindibles en el camino, pero a los que tenemos que acostumbrarnos a prescindir, por ley de vida. Algunos, como el de mi madre, se había ido disolviendo por la enfermedad poco a poco. Pero el tiempo, y esos últimos días en el hospital los dos solos cara a cara y sin más cita que la muerte inesperada, lo han hecho más fuerte que nunca y lo han convertido en faro y guía. Otros, como los de algunos presuntos amigos, se han disuelto en absurdos miedos y envidias. Se han calcificado de rencor y falso orgullo, hasta convertirlos en piezas de museo polvorientas en el almacén de la memoria.

Pero cierto es, que en la travesía he ganado en madurez y confortabilidad con mi propia vida. He desterrado a las aguas oscuras del olvido muchos fantasmas y demonios. He prescindido de lastres absurdos y viajo más libre de equipaje y rencores. Respiró hondo a modo de sonrisa satisfecha, y mi mundo es más grande que nunca. He enterrado la claustrofobia de mi pasado para descubrir un luminoso presente que atisbó en la penumbra de este lounge. Perdido en las llagas de los muros de ladrillo pintados de blanco y empapados de bossa-nova.

Hace tres años, en aquella penumbra de una fría habitación de hospital, no hubiera podido imaginar los feliz que sería contemplando la soledad de unas mesitas de bambú de Ikea, mientas veo la vida pasar, desde dentro. Ahora me siento protagonista de la mía, y no un mero espectador aterrado por tener que seguir viviéndola.



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