sábado, 13 de mayo de 2017

La senda vacía

Llevo tiempo en la ruta, haciendo camino en la vida. Llevo tiempo en la vida, haciendo camino en una ruta incierta. Llevo tiempo en el camino, haciendo mi vida, dibujando la ruta.

El tiempo baila entregado al trajín de los acontecimientos. Los sentimientos se suceden, se solapan en los pasos de este tango arrastrado y sensual que declama, borracha, la Vida, la cual consumimos a tragos cortos y profundos, como el café impertinente de la mañana, que nos empuja a nuestros quehaceres y nos despierta de nuestras ensoñaciones.

Día a día, nuestros pies y nuestros actos hacen camino. Nuestras manos y nuestros deseos dibujan, moldean la senda. Ese incierto lugar por el que decidimos movernos buscando la ruta, huyendo de otras o soñando encontrar el puente a otra mejor. 

Nuestra obsesión por poner la mirada clavada en el horizonte de lo que podría ser sin dejar de mirar en el retrovisor de lo que pudo haber sido y no fue, nos impide disfrutar del paisaje, del camino en sí. La obsesión por las futuras cosechas, de campos inexistentes y desconocidos, nos priva del sabor de la fruta madura del presente, de la sombra que cobija nuestros pasos cotidianos, del la cadencia de la efímera nana de las hojas mecidas por el viento



Hay un instante, en que hay que levantar la aguja de la gramola, para acallar el tango y disfrutar del paisaje, respirar el bosque para olvidar, por unos momentos, el camino. Ser nosotros para dejar de ser lo que pretendemos ser, o dejar de llorar por lo que no pudo ser.

Mirar al cielo de los árboles, mecer la cabeza con el vaivén de las ramas, mientras nos inundamos del silencio de la Vida en stand by y nos respiramos a nosotros mismos. Y entonces seremos conscientes de la ruta correcta, de la senda vacía que solo habrá de cubrir nuestros pasos, cuando  retorne la música. 

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