domingo, 30 de enero de 2011

Demasiada vela para tan poco santo

Domingo por la mañana. Final de la semana y antesala de la siguiente. El sol entra tímido por los balcones como si no quisiera molestar. La calle emite escasos ruidos, pocos coches y algún portal que se abre y cierra. El edificio se despereza sin ningún tipo de prisa. Yo también por primera vez en muchos días.

Se me hace extraño despertar dos días seguidos bajo mis vigas de madera. Había perdido la costumbre de mi monotonía en Alicante. El cansancio abandona lentamente mis extremidades dejando paso a la ausencia de deseo de actividad mientras vago por la nube de luz que invade mi casa.

Llevo días sin sentarme a escribir y sin tiempo para hacerlo. Frente a la ventana en blanco de mi blog no se muy bien por donde empezar. Ha sido una semana intensa. Demasiadas decisiones, demasiadas ciudades, demasiados cambios para siete días. Hoy me siento centrifugado, como si mi alma estuviera adherida a la pared interior de mi espalda después de haber girado a 2000 revoluciones por minuto  dentro de mi caja torácica durante infinitas horas.



A veces, la vida te empuja a estos toboganes de acontecimientos, en los cuales pierdes en algún momento no muy definido el control de la situación. Es como tirarse por las pistas blandas de un parque de agua. Sabes como sales con los brazos tras la nuca entrelazados y los tobillos tensos y cruzados. Pero los baches, el agua y la velocidad te convierten en ocasiones en objeto sin rumbo a su voluntad. Y cuando golpeas contra el agua de la piscina te hundes para salir a flote al instante, ciertamente desorientado.

Nunca me ha gustado dejarme llevar por los tópicos, pero he de reconocer que este año lo estoy clavando. Año nuevo, vida nueva. Puñetazo sobre la mesa desordenada de mi vida para darle un giro inmediato.

Tengo la necesidad de reorganizar mi caos interior. Volver a disfrutar de lo que hago. Recuperar mi capacidad creativa y la necesidad de contar algo más que lo que aquello que me obliga  la marea que me lleva sin remisión.

En lo personal, necesito cerrar ciertas heridas sangrantes que no me llevan a ningún sitio que no destile ese agridulce olor a dolor. Hay historias, que aunque uno se empeñe en demostrar lo contrario, son callejones sin salida. Nadie ha dicho que el amor sea grande por ser correspondido, si no que lo es por su capacidad de generar grandes dosis incontroladas de sentimientos, tanto dulces como dolorosos. Si estos fueran capaces de generar energía, sin duda, estallarían las bombillas por sobre cargas de tensión continuadas.

La distancia es el olvido es otro tópico recurrente. Quizás deba de estar de acuerdo con este por primera vez en mi vida. Aunque pienso que es más peligrosa la distancia anímica que la física. Hay verdaderos abismos en la misma cama, o en la misma mesa, completamente insalvables. Y lazos estrechos que aprisionan miles de kilómetros como si de una nube de golosina se tratase. Y es que las distancias sólo las vence el amor verdadero y el compromiso por un proyecto común. Toda esta victoria no esta exenta de sacrificio, altibajos y vacíos, evidentemente. Nadie dijo que esto fuese a ser un camino de rosas.

Mientras el sol se disuelve entre estas últimas nubes de enero, me descubro sereno y un tanto agotado por la presión de los últimos acontecimientos. Demasiada vela para tan poco santo. Nos dejaremos llevar por los designios del destino y los guionistas en los próximos días sin la necesidad de ser el mascarón de proa en todos los abordajes. Necesito ver un tiempo, aunque sea corto, los toros desde la barrera.

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