sábado, 26 de febrero de 2011

He visto faldas más largas en la Avda. de Dénia

Esta semana, sin ningún lugar a duda, ha estado marcada por mi trabajo. El reto de levantar una producción para un evento en el que se congregaba todo el que es alguien, y el que no a la vista de la respuesta a la convocatoria, en esta sociedad de provincias me ha quitado incluso el sueño y, en ocasiones, el apetito. No suele ocurrir esto pero creo que la posibilidad de una probable despedida a lo gran vedette me ha hecho forzar la máquina por encima de lo que tengo costumbre.

Montar algo de este tipo es un reto para cualquier mortal que se dedique a esta estresante profesión. Un lujo que la gente confíe en tu propuesta y te permita desarrollarla dentro de las limitaciones que tiene el presupuesto, el espacio y los intereses del propietario del acto.

Pero una vez que la suerte está echada, se despierta tu mirada de observador. Y en ese preciso momento descubres ante ti una fauna urbana y social que da más juego para cortar patrones que la elección de una reina de las fiestas (no quiero herir la sensibilidad de nadie con esta última frase, pero todos tenemos que ser conscientes de las limitaciones de ciertos submundos) Todo el que tiene una línea en los títulos de crédito de esta sociedad estaba presente, pero también lo estaba todo aquel que pretende tenerlo, o que le gustaría. Presentes también, como no, los profesionales del sector.

Me refiero sin duda a los canaperos. Nunca en la vida se tuvo constancia de una concentración tal. Voces autorizadas al respectos cifran el número entre los 200 y 250 personajes de esta altruista profesión no remunerada. Se reconoció incluso a alguno que se creía muerto o retirado de la primera línea del canapé gratuito y la copa fácil.

Es curioso comprobar en este tipo de eventos la capacidad que puede desarrollar la gente vulgar en demostrar esta condición.Un evento de este tipo, enmarcado en la categoría de entrega de premios de reconocimiento social y profesional, no debería dar rienda suelta a las pretensiones de cuatro mataos que quieran tener sus dos horas de estrellas de Hollywood. Los carnavales han caído este año un poco más tarde por eso de la conjunción lunar y la Semana Santa. Con lo cual estos elementos podrían haber evitado determinados atuendos que rozaban más la chirigota que la elegancia.


Por ejemplo, las gafas de sol, por muy estilosas que sean, se llaman de sol por algo. Un horario próximo a las once de la noche, en el interior de un edificio luz tenue y ausencia de fogonazos que deslumbres al proyecto de famosillo, no requiere del uso de este complemento, a no ser que se tenga alguna dolencia ocular o se quiera evitar la visión de una fealdad extrema que sea excesivamente desagradable para el resto de los asistentes.

Respecto a los mínimos que requiere la elegancia, la experiencia  y el ojo atinado, hay gente que es incapaz de conseguirlos o ni siquiera intuirlos. Hay largos de faldas en los que se puede llegar a intuir la existencia o no de la ropa interior y el estilo de depilación que prefiere su portadora. Las profesionales más antiguas del mundo son, en ocasiones, más recatadas que algunas de las presentes en este acto, que demostraban así su ausencia de gusto y en ocasiones de cautela. Nunca se llevará una minifalda y se abrirán las piernas en un lugar donde el suelo sea negro y acristalado como un espejo. Por lo que pueda quedar reflejado de tu persona.

Esta misma premisa se debe aplicar a las barandillas de cristal. Su ausencia de observancia va en favor del regocijo de salidos, babosos y mirones, cuyo número no dudo que podréis calcular entre un colectivo de 2500 personas.

El chándal y los jerseyitos de punto de estar por casa son eso, de estar por casa. Claro que tampoco era necesario determinado despliegue de moños de alta sofisticación y excesos de brillos y pedrería que en algunos casos se pudo sufrir. Yo entiendo que no hay muchas oportunidades para ponerse estos atuendos en esta ciudad. Pero entonces se tiene dos opciones. O se viaja más o se invierte el dinero en otro tipo de ropa más acorde con tu actividad profesional y social. Claro que siempre cabe la posibilidad que las de las pedrerías y las de las faldas meleneras estuvieran desarrollando su actividad profesional, aquella por la que María Magdalena pasó a la historia.

También se requiere de cierta formación y saber estar para comportarse adecuadamente en un evento social al que te invitan. A no ser que sea una cena formal, lo cual vendría indicado en la invitación , no se puede pretender comer por todo el día. Los aportes energéticos necesarios para la actividad humana no deben de ser cubiertos por el presupuesto del organizador. No esta bonito meterse comida en el bolso tampoco.

Al igual acontece con el consumo de bebidas alcohólicas. No es elegante, por muy importante que te creas, colarte en la barra a servirte una copa en un acto en el que eres un invitado. Por muy nominado a los Goya que seas y por mucho componente de glamour que te aporte ser un borracho con aspecto de espesito para pretender ser alguien en el mundo del cine. Con un Torrente tenemos bastante. A lo mejor este tipo de personajillos tiene algún desarreglo emocional o complejo de talla que debería tratar un profesional para que no tenga que ser un guarda de seguridad el que termine siempre solucionando sus desajustes de conducta.

Y para terminar, cuando a uno lo invitan a casa de alguien, no es de buen gusto robarle las macetas. Al invitado se le presupone la clase y la educación. Por eso se le considera apto para compartir con el anfitrión los momentos importantes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario