jueves, 10 de marzo de 2011

El día en que todo se frena.

Esta butaca parece que esté puesta para recopilar nuevos clientes en este edificio amablemente lúgubre. La parcela de la habitación que nos corresponde, la 2109A, está extremadamente vacía mientras le hacen pruebas a Mamá. Todo el día de excursión en su cama de tecnología ortopédica y borras de polvo históricas. Dificilmente podrá hacerse a esta nueva ubicación, de momento, con esta especie de  rallie sanitario al que se ha apuntado hoy.

Nunca me han gustado estos sitios, Mi relación con los médicos siempre se ha limitado a la amistad personal con alguno de ellos. Estos hoteles de la enfermedad donde la vida, a veces, se torna desesperada, donde  la soledad es mucho más soledad entre una multitud de batas blancas, zuecos de diseño y una costra profesional que, muy a menudo, esconde la sensibilidad humana, para perjucio de los más necesitados.

En estos sitios no existe el tiempo concebido como en el mundo exterior. Aqui todo se mide por turnos, partes, pruebas y resultados que dificilmente comparten el mismo espacio y tiempo. Son laboratorios de la paciencia para los usuarios y sus familiares. Reductos físicos, con olor a desintectante y dolor, ajenos al bullicio exterior del día a día, Ese día a día donde toda cita es ineludible, la agenda es inalterable y el estrés mezclado con politono de móvil se convierte en la melodía de este videojuego infernal en el que nos vemos encerrados, intentando salvar, pantalla tras pantalla, nuestra vida cotidiana.

De repente, sin esperarlo, salta un pantallazo de GAME OVER. Todo se detiene. Todo empieza a carecer de importancía menos aquello que realmente lo tiene. La vida de un ser querido.

Entonces la velocidad de los acontecimientos deja de tener que ver con nuestra agenda y las citas ineludibles. En ese preciso momento, el castillo de naipes de esta extraña vida que destruye la Vida en la que nos hemos embarcado se derrumba. Y la vida tiene otras prioridades. Una mirada. Escuchar la voz que es incapaz de salir de un cuerpo frágil y desplomado. El tiempo eterno que duran los breves minutos que puede llegar a tardar una ambulancia. Tu nuevo organigrama vital de miedos, esperanzas y posibilidades. De nuevo la soledad.


Nunca aprendemos a valorar las cosas hasta que no estamos a punto de perderlas o, por lo menos, hasta que esa opción entra en el horizonte de lo posible. Nos empeñamos en desdeñar o desatender aquello que creemos de nuestra propiedad por derecho divino. Aquello que pensamos que permanecerá a nuestro lado por siempre, como siempre lo ha estado, sin tener en cuenta la condición de efímero del genero humano.

Y recobramos de un solo golpe la capacidad para perder el tiempo mirando a los ojos a esa persona que lo precisa sin la necesidad de tener que decir nada que ya no haya dicho tu mirada. Tus dedos se pierden en caricias infinitas sobre esos brazos y manos que han perdido la tersura con los años pero no la necesidad de recibirlas. Y el tiempo se frena, se para en seco para dejar de tener importancia. Ya solo la tiene las sonrisas, las deudas de caricias robadas, la devolución de los cuidados que nos dieron en prestamo sin interés y a fondo perdido cuando los necesitamos. En fin, la Vida.

Y es que son tantas veces las que nos perdemos la Vida mientras malvivimos para sobrevivir. Tantas las que le robamos la importancia a las cosas que realmente la tienen en favor de esta carrera absurda por el triunfo personal. Tantas y tan a menudo que no tenemos tiempo a poder apreciar en el camino las escasas flores de lo realmente importante. Las flores de lo verdadero.

La Vida, entonces, en días como hoy, nos frena nuestra vida para recordarnos que esta senda es peligrosa. Nos recuerda que no merece la pena renunciar a aquellas pequeñas cosas que cantaba Serrat en pos de un brillo de oropel efímero y artificial, que no da la verdadera felicidad, sino que la obstaculiza y la impide, en muchos casos.

Disfruto de cierta paz interior en momentos como este, en los que sigo pensando que estas butacas deberían estar persegidas por los traumatólogos de nuestro servicio de salud.

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