viernes, 4 de marzo de 2011

Es que lleva el carnaval en la sangre.

Creo no encontrar en mi memoria el principio de la fascinación por los disfraces. Desde muy, muy pequeño me atrajo la posibilidad de enfundarme el uniforme de otro y vivir sus aventuras. Posiblemente me sintiera tan incómodo dentro del mio que precisara huir a otros mares y otras guerras.

El Carnaval, como fiesta, siempre me ha encantado. Me he disfrazado desde que tengo uso de razón y la libertad lo permite, porque he de recordar que no hace tantos años que estaba prohibido. Siempre me han parecido un ejercicio de creatividad, inteligencia, sentido del humor y en algunos momentos una ironía que rozaba la mala leche. En ese punto, y tan solo por unas horas, era donde más cómodo me sentía disfrazado. La utilización del mismo como vehículo de critica y divertimento, sin la vocación de ofender si no de divertir, denota libertad y tolerancia por quien está a ambos lados del pasacalles de la vida carnavalera.



Recuerdo momentos épicos en mi fondo de armario y mis recuerdos. Miguel Bosé en Tacones Lejanos, San Pancracio, Rita Hayworth, Lady Di después de muerta, La reina del hogar, El enterrador que toma medidas, ese gran disfraz de Fallera Valenciana, etc.... y otros que han pasado a la iconografía y la memoria del Carnaval de una generación en esta ciudad. Siempre un paso más que parecía imposible. Rossy de Palma, Carmina Ordoñez.... ¿Quién da más?

Hoy, a escasas horas del Carnaval, me debato entre un sí y un no. Realmente me apetece transformarme en otro yo por unas horas, sobre todo después de esta semana casi de película de Buñuel. Creo, también, que con los años he perdido la frescura y el descaro para plantarme en el Corte Inglés, a las 5 de la tarde, subido a unas plataformas con medias de rejilla y una minifalda de lentejuelas de vértigo. Esto no quiere decir que no me recorra un cosquilleo por el estómago por el solo hecho de pensar en la posibilidad de perder los papeles una vez más.

La vida y el paso de los años, al parecer, nos empujan a una estancia más próxima a lo políticamente correcto y a lo que se espera de uno por parte de esta sociedad anquilosada y con escaso sentido del humor. No estaría bien visto que un reputado profesional se convierta por unas horas en el Hada mala del Frío pero sí que se ponga un traje regional que ni siente ni conoce por el hecho de ser visto en una tribuna oficial.

Al final, el concepto del que nace el Carnaval es el exceso y la transgresión previa a la contención y al recogimiento durante la cuaresma. Un todo vale antes de expiar pecados que la sociedad reconoce como impropios de sus mejores miembros y que se castigan con diferente rasero según quien los cometa.

La verdad que viendo lo que se nos viene encima en los próximos meses, en los que no sabemos lo que es peor, si lo que tenemos o lo que está por venir (crisis, elecciones, cambios por doquier..) realmente apetece liarse la manta a la cabeza, dejar de ser uno mismo por un día y vengarse de la contención, presente, pasada y futura.

Y es que el que nace con el espíritu del carnaval en las venas, ni los años, ni los modos, ni las normas de una sociedad encorsetada, que aparenta ser impoluta y virginal en el estrado y se traviste de fulana sin escrúpulos, vendida a la pasión de los excesos, en la intimidad,  podrán cohibir esas ansias de libertad, creatividad y derroche de tolerancia. ¿Acaso existe mayor muestra de tolerancia que reírse, por unas horas, de uno mismo en la plaza pública mostrando nuestra más cruel y devastadora caricatura?

Feliz Carnaval.

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