miércoles, 30 de marzo de 2011

Lo tangible de la soledad

Enciendo la tostadora mientras saco el pan de molde de la nevera. La noche me ha sorprendido saliendo del trabajo un día más. Pienso que voy a cenar y divago casi sin fuerzas entre jamón serrano y butifarra catalana. Choque cultural, que mal me viene a estas horas estas dudas entre norte y sur. El ruido de mis maniobras culinarias destroza mi soledad.

Hasta ahora nunca percibí ese concepto de soledad en silencio que me rodea ahora de una manera totalmente consciente. Llevo más de 15 años viviendo solo y nunca me dí cuenta de este hecho de una forma tan tangible, salvo en contadas excepciones que mi situación anímica ha hecho aguas.

Nunca pensé que la soledad pudiera llegar a ser un parámetro totalmente ponderable. Hay unidades de medida del dolor que te abrasa cuando la soledad es impuesta y no elegida de una forma voluntaria.

Es un hecho totalmente tangible la incapacidad para sonreír en determinados momentos en que la mente se inunda por obra y gracia de una memoria ingrata y persistente. Es posible cuantificar el número de lágrimas que se derraman por tus mejillas, cuando nadie te ve, al escuchar una canción que te empuja con suavidad al abismo de los recuerdos. Se pueden contar con los dedos las veces que te despiertas sonriendo mientras piensas en todo aquello que nunca volverá a suceder y a veces no has sido capaz de valorar.



Siento, en estos momentos, la necesidad de quebrar el silencio en mil añicos con cada uno de mis actos como una medicina indispensable para no caer en el lado oscuro del desasosiego. Para no perderme en los bosques  muertos del dolor y la pena desconsolada. Para constatar que sigo vivo y conservo la capacidad de romper el más duro de los silencios, la más atroz de las soledades aunque camine, a oscuras y sin rumbo, en medio de un desierto deshumanizado e inhóspito.

Sé que no queda más remedio que seguir y que, sin duda, es lo que toca hacer y lo que todos esperan de mí. No negaré que el encargo no sea costoso, ni que a ratos, escasos eso sí, me fallen las fuerzas pero hay tanto por vivir y por descubrir que me siento afortunado por ser el depositario de esta labor a desempeñar.

Estoy en lo cierto cuando pienso que esta senda no la puede recorrer nadie por mí, que es mi camino final, el que tanto añoras , en ocasiones cuando lo sientes lejano, de una forma egoísta, sin pararte a pensar ni ser consciente del alto precio a pagar para alcanzar su punto de partida.

Y una vez aquí, en el borde de este vasto desierto de silencio, giras la cabeza mirando en todas la direcciones hasta reafirmarte en la certeza de la soledad de este camino. Respiras hondo, cierras los ojos y comienzas a andar. Descalzo, sintiendo como la arena de tu propio dolor se cuela entre los dedos de tus pies y es incapaz de impedir tu avance. Lentamente te hundes en el arenal mientras te cuesta más y más crear tus pasos, uno tras otro. Pero, inexorablemente, sigues avanzando hacia el frente en busca de tu futuro. En busca de esa senda que te han preparado la Vida y tus dioses griegos y egipcios como fin de fiesta. Esa senda que solamente tú puedes recorrer y que es totalmente personal e intransferible y que en el mejor de los casos, como mucho, podrás llegar a compartir con quien tu decidas de las personas que se crucen en tu camino.

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