miércoles, 28 de octubre de 2015

Un alicantino en la Corte del Rey Felipe

Las aguas se tornan calmas siempre después de la tormenta. Y es que hay pocas tormentas peores que la de una mudanza, más si es postergada, postergada y postergada. Es un verdadero placer restituir tu espacio personal después del caos. Reconstruir tu santuario, tu refugio frente a los avatares de la climatología y los malos tiempos.

La luz entra sesgada pero rotunda por este patio interior con pretensiones de sur. Baña la madera clara y los objetos con la premura del amante primerizo. Da volumen al gran collage de pequeños tesoros que contemplo en la pared que se encuentra opuesta a mi cama. La mejor visión para un despertar tranquilo. Y es que no hay tranquilidad mayor que la que da el espacio propio, a salvo de las inclemencias del clima y de la vida.

Esta ciudad que padece insomnio precisa de escondites para descansar, huir en corta instancia, o cobijarse de su tsunami vital. Y este es el mío. Y cada despertar lo valoro más, cuando la luz profana mi colcha. Me siento cómodo y seguro entre mis sabanas, desnudo de disfraces y artificios, necesarios para lidiar los envites de esta Corte de los Milagros.

Madrid fascina a partes iguales que avasalla. 

Es fácil sentirse en casa en una ciudad donde todo el mundo está de paso. Todos somos madrileños en una ciudad donde nadie es de Madrid. Esta situación de interinidad te hace aferrarte a los compañeros de camino, a los árboles del Retiro, a los cuadros del Prado, a las risas de Malasaña...

Es fácil sentirte cómodo en tierra hostil, puesto que eres un guerrero más de esta batalla. Todos sobrevivimos en el Paraíso, al que llegamos de nuestros infiernos o purgatorios anteriores. Todo sabe mejor cuando nada tienes y todo el universo de esta ciudad se te ofrece como un gran buffet, donde cada uno coge lo que le apetece. El exceso no es bueno, pues la saturación de estímulos no mejora el entendimiento. El defecto es una decisión personal, no sé si la más acertada ante el abanico de oportunidades que ofrece cada día esta bacanal de los sentidos.

Cada cual tiene su background y sus motivos para arribar a este puerto sin mar. Unos huyen, otros buscan encontrar la tierra prometida, otros el Bellocino de Oro. Todos buscan pescar ilusiones en un mar revuelto y preñado de ellas.



Tras cerca de tres años desde que desembarque con una maleta, premura y los sentidos abiertos a esta fuente de estímulos e inspiración, mientras la luz baña el silencio de mi paz personal, el balance es razonablemente positivo. 

Me he descubierto a mí mismo, tras perder la cobertura que te dan los amigos de toda la vida, la familia y el hogar materno. He sufrido con mis debilidades y reforzado y mis fortalezas. He conocido gentes estupendas por dentro y otras absurdas por fuera. Me he enfrentado a las dificultades de la mejor manera que he sabido o he podido, lo cual me ha proporcionado armas nuevas y agilidad de cintura para poder esquivar las miserias de la vida cotidiana, que algunos convierten en palabras huecas y abrazos falsos e interesados. Me hecho fuerte con los golpes que he recibido en las rodillas en este sendero zigzagueante y asombroso, plagado por igual de maravillas y mamarrachos, ambos cortesanos y de exquisita factura.

Pero sin duda hoy, en pleno huracán exterior, me siento más en paz conmigo mismo que nunca. Me siento fuerte. Más orgulloso de mis orígenes mediterráneos, más cerca de mi madre que nunca y más fuerte y coherente en mis dichos y mis actos. Esta etapa me ha enseñado a distinguir los cantos de sirenas de la prosa cierta. Y me he descubierto, de nuevo, con ganas de leer la Vida.

jueves, 21 de mayo de 2015

La botella vacía de Coca-Cola

Después de un año de descanso, esta mañana de fresca primavera re descubro mi necesidad de contar cosas sobre el blanco brillante y vacío de mi IPad. No sé bien si por que no me caben dentro o por egoísta terapia personal, pero lo necesito. 

Verbalizar los torrentes que fluyen por nuestra alma los encausa y los remansa, incluso te permite observarlos desde la orilla con cierta distancia y sosiego. Nunca esta mal dar tres pasos hacia atrás y contemplar el cuadro entero y no solo obsesionarte con el ritmo de una pincelada, o con la intensidad de un gesto, de la cadencia de un árbol, ajeno al resto del bosque.

Sobre el negro circular y azabache de una de las mesas de Ganz, mientras flota Najwa en el ambiente, observó una botella vacía de Coca-Cola. Me pierdo en sus brillos curvos y vítreos. Me escondo en sus formas para entender que es lo que me atrae de este objeto cotidiano, casi histórico. Y sin querer, descubro que es una de las primeras cosas con las que me relaciono todos los días, cada mañana.

Hay gente que no es nadie sin el primer café de la mañana, incluso algunos sin su primer cigarro. Yo reconozco que mucho días no me reconozco hasta que mi mano no acerca a mis labios este sinuoso icono de unos nuevos tiempos que ya comienzan a ser viejos. El liquido que contiene es, aunque suene ridiculo y banal, mi liquido elemento. Me conecta con la vida y me pone a funcionar. El gas reactiva mis funciones vitales cuando consquillea en mis fosas nasales tras ese primer trago intenso, refrescante, que inyecta vida.

Como todo en esta vida, tiene sus pros y sus contras. No tiene las virtudes del aceite de oliva, ni de la leche de soja, pero no me imagino empezar el día con un trago intenso de ninguna de las dos sin provocarme una terrible arcada. Cada uno tenemos nuestras filias y nuestras fobias, nuestro liquido elemento, una canción o una voz que te pone los pelos de punta, una barrera infranqueable por el Todo vale. Todos tenemos nuestro ritual propio de vida, nuestra escala de valores, nuestras conductas de las cuales somos responsables y modelan nuestra persona y nuestra personalidad, como si de la botella de Coca-Cola se tratase.

Me siento cómodo observándola. Me siento yo reconociéndome en esta mesa, en esta vida, frente a este envase vacío que me acompaña cada mañana, al comenzar mi día a día. Me siento vivo cuando me indignan las injusticias y me molestan los discursos chusqueros de quien quiere alcanzar el poder, desenterrando muertos propios y extraños para intentar sepultar al adversario, ante la imposibilidad de derrotarlo a través de las ideas y los proyectos tangibles. No me gusta ser indiferente a la gente que excluye al igual por posición, cuna o posesión. Me gusta sonreír bajo los castaños de El Retiro mis días libres. Me gusta dormirme inconscientemente con mi lista de asuntos pendientes lo más vacía posible. Como la botella vacía de Coca-Cola