lunes, 25 de septiembre de 2017

La poética de los actos épicos

Siempre me han fascinado las acciones épicas. Las victorias de David contra Goliat. La creación contra los elementos. La justicia frente a la sinrazón. 
Pero en estos tiempos de aguas convulsas, me cuesta reconocer a ambos. Solo veo sinrazón intentando imponer su propia justicia cortada a su propia medida, y retorcida para ser útil para extraños intereses.

Siempre me ha gustado la poética de las gestas épicas. Los griegos y sus cabellos de Troya. Los astures contra los musulmanes. Quijote contra los molinos...

Cierto es, que detrás de la poética se esconde la vida real y el día después. Y que todo decorado, por hermoso que sea, tiene tramoya y se sustenta de palos y cartones.

La épica es preciosa. Pero las armaduras deben ser incómodas de llevar y provocar heridas incurables. Y los tambores de guerra y las músicas triunfales solo quedan bien en las superproducciones de holiwood. El campo de batalla real solo huele a pólvora, sangre y miserias humanas.

Y es que, vista con distancia, sin música, sin decorado, sin extras invadiendo calles y entonando cánticos de guerra, la épica y la poética pierden bastante encanto, por no decir razón.



No negaré yo que también es cierto que el sueño de la razón produce monstruos. Y que a veces la razón retorcida deja de ser justa para convertirse en herramienta de los que la combaten.

En estos tiempos convulsos, y con cierta distancia, me cuesta reconocer detrás de la épica y la poética de ambos bandos, la verdadera razón, más allá de oscuras razones que nadie alcanzamos a comprender.

Nada justifica la inconsciencia para someter a las masas a un enfrentamiento visceral, carente de razocinio. Nada justifica enarbolar banderas de guerra y división que sólo generar dolor por lóbregas cuitas personales y humillaciones ancestrales.

El deseo de ser, de reconocerse en su propia identidad y cultura, de reivindicar tu lugar en el mundo es muy lícito.
Al igual que lo es el de reivindicar el cumplimiento de la ley, el acatamiento de las normas y el respeto a la diferencia y a las reglas del juego pactadas.

Ambas cosas, lícitas en esencia, se convierten en repugnantes cuando quienes las utilizan, las retuercen para conseguir pírricas victorias personales o exiguos réditos electorales. 
Y es que visto desde la atalaya de la distancia, solo se me ocurre una pregunta. La poética de esta épica, a quien le beneficia?

Creo que todos hemos perdido algo. Y creo que nadie es consciente de lo difícil que será reparar las heridas de una estúpida huida hacia adelante de dos pandillas de maleantes. 

Demasiadas patrias para tapar mucho ladrón.  Esto de épico y poético tiene bien poco.