domingo, 27 de febrero de 2011

El discreto encanto del arroz de leña en compañía.

Despierto con mi ritmo personal aún inquieto tras esta semana de locos. Hago mis deberes acumulados y os pongo al día. Dos cucharadas de distinto paladar para equilibrar la dosis y permitir aproximarse más a la verdadera realidad de lo que corre por mis venas. Ducha y salgo corriendo con un sombrero nuevo.

Echaba de menos el Mercado. Me da paz. Soy yo mismo, público y privado. Mis dos yo, una sola bolsa, mandarinas, tomates raff y Jamón cocido cortado muy fino, que se rompa, mitad de cuarto, por favor. Pan de aceite, media de magdalenas. Tengo los quince sueltos. No me des bolsa. Gracias y que tengas buen fin de semana. 

Paso por una vinoteca gourmet, lo que antes se llamaba una bodega, pero con muebles de diseño, iluminación especial y datáfono. Compro unos vinos para agradar el paladar y vuelvo a casa rápido. Es sábado y el reloj sigue agobiándome un día más.

El sol existe, o por lo menos yo lo he descubierto hoy. Estos días no tenía espacio en mi memoria virtual para ser consciente que el mundo seguía rodando a su misma velocidad. Que el cielo nos regalaba una caricia azul que permitía ser infiel por unos días a nuestro abrigo favorito. Me pierdo tantas cosas mientras fijo mi mirada en la linea de meta. A veces pienso si no será mejor disfrutar sólo del viaje y no pensar en el destino.

Subo a un taxi. Le describo minuciosamente el camino de una dirección que no recuerdo pero que conozco desde hace siglos. Me derrumbo por unos minutos, dentro de mi americana, en el asiento de atrás. Observo el mundo desde la ventanilla. La vida sigue ajena a mí mientras me desplazo a través de ella. Todo es relativo. Por primera vez en muchos días estoy parado mientras todo se mueve sin que yo tenga nada que ver.




Llego el último. Por lo menos eso creo. El sol de invierno lo baña todo. Huele el aire a sonrisa. Los niños corren por el espacio infinito entre la puerta y el grupo de gente con el que había quedado para comer. Una buena excusa para parar nuestro eterno rodar, juntarnos una vez más y dejar que choquen, sin ningún tipo de preocupación, los círculos concéntricos que provocan nuestros actos y palabras.

Algo de picar, bebida fría y perfecta compañía para esperar el arroz que se intuye en la brisa. Nuevas incorporaciones a una convocatoria de hospitalidad abierta a cualquier contingencia, perros incluidos.

Da gusto cuando te bajas de tu loca carrera y te sientas al sol, alrededor de una mesa con viejos y nuevos amigos a disfrutar de una buena comida, risas, complicidad e inteligencia trenzadas con la generosidad de quien no pretende nada más que arrancar sonrisas mientras acaricia a sus retoños y a los ajenos.

El día, generoso también, invita al ocaso a nuestra tertulia sobre tintes de peluquería, matrimonios de avanzada edad en prácticas, custodias sustraídas y collares de bolitas de plata. Las madres amplifican su capacidad de encontrarse en varios estados a la vez para proteger a los más pequeños, mientras estos descubren los peligros de jugar con las reglas de los más mayores. La risa y la noche nos lleva a la chimenea. Más comida sale de las manos mágicas de Silvia, que domina a la perfección el milagro de los peces y los panes, mientras destripamos los entresijos del mundo en el que vivimos. Hay tiempo y cintura para estos cambios de ritmo. Que a gusto te sientes cuando puedes cambiar el registro de la risa al análisis serio en un mismo grupo sin que te miren como un abducido.

Las brasas agonizan, al igual que el día. Abrazos, besos de despedida y niños derrotados tras un jornada épica. Caminamos por la penumbra en grupo hacia el regreso. El aire azul oscuro casi negro destila ese discreto encanto de un arroz en buena compañía.

Vuelven a girar nuestros mundos, que hoy tienen en común la sonrisa de una nueva complicidad con sabor arroz con garbanzos y tarta de queso y moras. Con la galleta gorda, para mi Marta

sábado, 26 de febrero de 2011

He visto faldas más largas en la Avda. de Dénia

Esta semana, sin ningún lugar a duda, ha estado marcada por mi trabajo. El reto de levantar una producción para un evento en el que se congregaba todo el que es alguien, y el que no a la vista de la respuesta a la convocatoria, en esta sociedad de provincias me ha quitado incluso el sueño y, en ocasiones, el apetito. No suele ocurrir esto pero creo que la posibilidad de una probable despedida a lo gran vedette me ha hecho forzar la máquina por encima de lo que tengo costumbre.

Montar algo de este tipo es un reto para cualquier mortal que se dedique a esta estresante profesión. Un lujo que la gente confíe en tu propuesta y te permita desarrollarla dentro de las limitaciones que tiene el presupuesto, el espacio y los intereses del propietario del acto.

Pero una vez que la suerte está echada, se despierta tu mirada de observador. Y en ese preciso momento descubres ante ti una fauna urbana y social que da más juego para cortar patrones que la elección de una reina de las fiestas (no quiero herir la sensibilidad de nadie con esta última frase, pero todos tenemos que ser conscientes de las limitaciones de ciertos submundos) Todo el que tiene una línea en los títulos de crédito de esta sociedad estaba presente, pero también lo estaba todo aquel que pretende tenerlo, o que le gustaría. Presentes también, como no, los profesionales del sector.

Me refiero sin duda a los canaperos. Nunca en la vida se tuvo constancia de una concentración tal. Voces autorizadas al respectos cifran el número entre los 200 y 250 personajes de esta altruista profesión no remunerada. Se reconoció incluso a alguno que se creía muerto o retirado de la primera línea del canapé gratuito y la copa fácil.

Es curioso comprobar en este tipo de eventos la capacidad que puede desarrollar la gente vulgar en demostrar esta condición.Un evento de este tipo, enmarcado en la categoría de entrega de premios de reconocimiento social y profesional, no debería dar rienda suelta a las pretensiones de cuatro mataos que quieran tener sus dos horas de estrellas de Hollywood. Los carnavales han caído este año un poco más tarde por eso de la conjunción lunar y la Semana Santa. Con lo cual estos elementos podrían haber evitado determinados atuendos que rozaban más la chirigota que la elegancia.


Por ejemplo, las gafas de sol, por muy estilosas que sean, se llaman de sol por algo. Un horario próximo a las once de la noche, en el interior de un edificio luz tenue y ausencia de fogonazos que deslumbres al proyecto de famosillo, no requiere del uso de este complemento, a no ser que se tenga alguna dolencia ocular o se quiera evitar la visión de una fealdad extrema que sea excesivamente desagradable para el resto de los asistentes.

Respecto a los mínimos que requiere la elegancia, la experiencia  y el ojo atinado, hay gente que es incapaz de conseguirlos o ni siquiera intuirlos. Hay largos de faldas en los que se puede llegar a intuir la existencia o no de la ropa interior y el estilo de depilación que prefiere su portadora. Las profesionales más antiguas del mundo son, en ocasiones, más recatadas que algunas de las presentes en este acto, que demostraban así su ausencia de gusto y en ocasiones de cautela. Nunca se llevará una minifalda y se abrirán las piernas en un lugar donde el suelo sea negro y acristalado como un espejo. Por lo que pueda quedar reflejado de tu persona.

Esta misma premisa se debe aplicar a las barandillas de cristal. Su ausencia de observancia va en favor del regocijo de salidos, babosos y mirones, cuyo número no dudo que podréis calcular entre un colectivo de 2500 personas.

El chándal y los jerseyitos de punto de estar por casa son eso, de estar por casa. Claro que tampoco era necesario determinado despliegue de moños de alta sofisticación y excesos de brillos y pedrería que en algunos casos se pudo sufrir. Yo entiendo que no hay muchas oportunidades para ponerse estos atuendos en esta ciudad. Pero entonces se tiene dos opciones. O se viaja más o se invierte el dinero en otro tipo de ropa más acorde con tu actividad profesional y social. Claro que siempre cabe la posibilidad que las de las pedrerías y las de las faldas meleneras estuvieran desarrollando su actividad profesional, aquella por la que María Magdalena pasó a la historia.

También se requiere de cierta formación y saber estar para comportarse adecuadamente en un evento social al que te invitan. A no ser que sea una cena formal, lo cual vendría indicado en la invitación , no se puede pretender comer por todo el día. Los aportes energéticos necesarios para la actividad humana no deben de ser cubiertos por el presupuesto del organizador. No esta bonito meterse comida en el bolso tampoco.

Al igual acontece con el consumo de bebidas alcohólicas. No es elegante, por muy importante que te creas, colarte en la barra a servirte una copa en un acto en el que eres un invitado. Por muy nominado a los Goya que seas y por mucho componente de glamour que te aporte ser un borracho con aspecto de espesito para pretender ser alguien en el mundo del cine. Con un Torrente tenemos bastante. A lo mejor este tipo de personajillos tiene algún desarreglo emocional o complejo de talla que debería tratar un profesional para que no tenga que ser un guarda de seguridad el que termine siempre solucionando sus desajustes de conducta.

Y para terminar, cuando a uno lo invitan a casa de alguien, no es de buen gusto robarle las macetas. Al invitado se le presupone la clase y la educación. Por eso se le considera apto para compartir con el anfitrión los momentos importantes.

La búsqueda del tú privado

Hoy el estrés no ha dejado espacio para que se cuele el sosiego ni por las costuras de la vida. Ciertamente, tengo mis dudas razonables sobre que este ritmo de vida conduzca a ninguna parte. Por mucho que te guste lo que haces, si te falta el aire mientras lo realizas, si las pesadillas te abordan en medio de la noche cual piratas sanguinarios de entre la tupida niebla, debemos valorar si compensa el sacrificio.

Muchas veces anteponemos, de un modo casi inconsciente, esas ansias de autocrecimiento, de exigencia en lo profesional, el superar dos centímetros más del listón que creemos que somos capaces de saltar aún poniendo en riesgo nuestra columna, el bienestar anímico y el equilibrio de nuestro yo interior.

Cuando pasa el maremoto en el que te has visto inmerso de un modo totalmente voluntario o inconsciente, cuando se retira esa ola de una forma lenta y casi desapercibida, solamente queda tierra arrasada. Tras todo ese esfuerzo físico y anímico para estar siempre al 120% queda un vacío tal, una soledad en la que parece casi imposible respirar por la ausencia de oxígeno.

Realmente es tan difícil de gestionar, o incluso más, la calma que prosigue a la tempestad. Ese momento en que se apagan las luces, regresas a tu cuartel de invierno, por tu calle vacía, y todo ha dejado de brillar y de moverse a 45 revoluciones por minuto y cierras la puerta despacio para no molestar.

Entonces solamente queda tu yo. Solo tu yo privado. Vacío por dentro por haberlo dado todo una vez más. Exhausto por haber forzado la máquina una vuelta más de lo que dice el manual de instrucciones. Jadeante por haber consumido tu oxígeno presente y futuro en una carrera controlada pero vertiginosa. Derrumbado contra la espalda. Espalda con espalda con la puerta que te separa del mundo exterior. Solo después de ser el epicentro del terremoto de la multitud.


En ese momento que has dejado de generar estímulos de todo tipo para saciar el afán de búsqueda de todo aquel que te rodeaba, comienza la tuya propia. En ese momento que tu yo público se desvanece por la ranura de la puerta cerrada y solamente queda amontonado sobre tus piernas el yo privado, en ese preciso momento eres consciente del abismo de la soledad.

Abismo al que se llega por voluntad propia, con la ayuda inestimable de dioses y guionistas. Territorio hostil donde, a veces, te sientes tan cómodo. Comodidad en la que se esconde, en ocasiones, una huida premeditada del compromiso, en un proyecto común, con un tú privado.

Y es en ese momento,más que nunca, en el que ha cesado el ruido de la batalla, en el que la oscuridad sustituye a las luces del escenario y, para bien o para mal, dejas de brillar y ser el objetivo de las miradas y de las demandas ajenas. En ese preciso momento, vuelves la vista y buscas, por primera vez, a un tú privado.

Ese que te sonría con los brazos abiertos y una mirada de Todo acabó. Ese que se sienta casi tan orgulloso, o quizás más, por los logros conseguidos. O el que ponga paños calientes en las heridas conseguidas en la derrota. Aquel que te abrace y sirva de de contrafuerte a tu estructura colapsada y en evidente peligro de ruina inminente frente al abismo de la calma posterior. Ese que te inyecte la energía que has derrochado de manera ingente y que tanto necesitas para dejar de jadear, mantenerte en pie con cierta dignidad, incluso para esbozar de nuevo una sonrisa.

Después de todo el trabajo y esfuerzo en la casa pública, donde tu yo público se mueve como pez en el agua, en ese desierto árido de la soledad tu yo privado busca con una mirada de 360 grados al que destruya ese mar de arena para convertirlo en vuestro vergel particular. Ese espacio donde nadie más genere deseos ni necesidades más allá de aquellas que sean precisas para establecer la dictadura de la risa y el bienestar

lunes, 21 de febrero de 2011

La maldición de los círculos concéntricos

Nunca dejará de sorprender la capacidad que tienen las sociedades de las pequeñas capitales de provincias para generar relaciones sociales casi endogámicas e interrelaciones entre grupos aparentemente inconexos. En este tipo de colectivos humanos no demasiado numerosos y casi coincidentes en cuanto a la adscripción a una misma secuencia generacional se mezclan las relaciones familiares, de amistad y de enemistad con una precisión cartesiana a la par que totalmente aleatoria.

En los últimos días han coincidido en mi vida varios acontecimientos que reafirman esta realidad. De repente, en un grupo heterogéneo donde, en teoría, nada más que la relación conmigo los unía, surgen extraños y peligrosos nexos de unión. Las dos caras de una relación conflictiva se pueden ver defendidas con igual vehemencia. La tensión puede embargar a todos aquellos que asisten al duelo como meros espectadores, con más o menos implicación con alguno de los duelistas. Y esta convertirse en un gran estallido de carcajadas, a mitad de camino entre los nervios y la maldad.

Una vez que esas personas retornan a sus vidas cotidianas se genera, sin poder evitarlo, un fenómeno que pasaremos a llamar La maldición de los círculos concéntricos. Cada emisor puede generar un circulo de influencia o difusión de un acontecimiento que se propaga en forma de ondas que se expanden de modo progresivo, al igual que cuando una gota de agua cae sobre una masa estable de dicho líquido. Claro las ondas de cada emisor pueden ser tangentes en algún punto con las de otro emisor diferente. Y en ese punto de encuentro, ajeno al momento donde se generó la tensión, se genera otro microcataclismo al entrar en conflicto las dos caras del suceso en la misma persona.



Sé que así, a bote pronto, esto parece más una retorcida teoría científica que una constatación proveniente de la experiencia. Una verdad nacida de una actitud empírica.

Pero la vida es así. Por obra y gracia de nuestros guionistas. Como no, y como divertimento de los dioses griegos y egipcios, que para matar las tardes en la eternidad dejan caer diminutas gotas de néctar divino del Destino.  Actúan pulverizándolas sobre una pequeña población de humanos mortales, asentada en una provincia remota y soleada, que creen ser el ombligo del mundo y habitantes del eje del centro del mundo conocido. Ese efecto que generan las partículas de la misma gota, y que sin duda afectan a la percepción de las diversas caras de un mismo suceso, efecto de la caída de esa gota divina sobre este territorio inhóspito.

Dichas partículas generan infinidad de círculos concéntricos que chocaran, unos con otros, convirtiendo lo que sería un espejo líquido de aparente tranquilidad en una superficie encrespada y tormentosa de consecuencias difícilmente predecibles.

Cierto es que, como en toda situación en esta vida por compleja y definitiva que parezca, después de la tempestad llega la calma. Y que lo que hace dos segundos podía parecer el fin del mundo o el comienzo de la 3ª Guerra Mundial, con el paso de un breve espacio de tiempo no deja de ser nada más que una anécdota curiosa. Un sucedido que contar entre amigos y risas.

El peligro de esta última opción es que sin darnos cuenta podemos desatar, de nuevo, la maldición de los círculos concéntricos.

domingo, 20 de febrero de 2011

Desayuno dominical

Un día más me despierta el sol de invierno, que carece de insolencia. Es discreto, casi tímido, y dulce en su caricia. Atraviesa los visillos del patio como la espuma que flota en las olas cuando mueren en la arena las tardes de verano. Con suavidad.

Siempre son lentos mis movimientos en las mañanas de los domingos. Una acción normal de lunes a viernes puede eternizarse en días como hoy. Me gusta recuperar la conciencia lentamente y mientras doy vueltas, con los ojos cerrados, bajo el edredón. Suelo escuchar la radio con cierta dejadez. Mi interés va y viene dependiendo  de la atracción que puedan ejercer los temas tratados en mí.

Mientras describo esta situación descubro que soy, o por lo menos me estoy convirtiendo en, un hombre de costumbres. Me encanta escuchar la radio por las mañanas al despertar, y por las noches para dormirme. Esto último lo compagino con la lectura. Los sábados, mercado, y haciendo la ruta en el mismo orden. Nunca desayuno recién levantado. Salgo siempre por el mismo lado de la cama y me visto con el ritual absurdo de todos los días, después de las labores de aseo personal organizadas de un modo singular en mi rutina cotidiana. Al salir de casa, conecto mi Ipod en el mismo espacio físico, y me dirijo a la oficina por el mismo recorrido, el cual me empeño en variar, en alguna ocasión, para no terminar pensando que vivo en el día de la marmota.

Una vez fuera de la cama, y recuperada la verticalidad, enciendo el ordenador, salgo al mirador del salón para disfrutar de nuevo de la caricia del sol. Descubro a mi vecina de enfrente, mujer de escrupulosa rutina también, fumando su cigarrito en el balcón de su cocina con su increíble batín pistacho y su pijama de mangas fucsia. Impensable el atuendo y la cocina con balcón en la fachada. Es que cualquiera puede ser arquitecto y dedicarse a estas cositas. Solo es necesario paciencia, años y alguien que te mantenga.

Me acerco a mi nevera para extraer una Coca Cola light y el jamón de York. Forma parte de mis manías el tema de este último. Desde pequeño lo compro en el mismo puesto del Mercado Central. Antes lo hacía mi madre, ahora lo hago yo. Siempre la misma cantidad. Mitad de cuarto. Cortado muy fino, que se rompa. Prácticamente transparente. Se debe consumir en las 24 horas posteriores a ser cortado, antes que se haga duro y más oscuro por las puntas. Con pan caliente y aceite de oliva. A veces con rodajas de tomate fresco recién cortado.



Mientras tuesto el pan pienso que todas estas pequeñas cosas definen nuestro día a día. Muestran como somos realmente en la distancia corta. Cuales son nuestros miedos y nuestras facultades. Nuestros deseos y nuestras costumbres más intimas. Abro cuidadosamente el paquete del jamón, meticulosamente plegado por el charcutero. Con el mismo gesto de siempre, vierto el aceite sobre el pan crujiente y humeante. Lo cubro con la otra mitad y lo presiono con la palma de la mano. El silencio se quiebra en un crujir amable que despierta mis papilas gustativas. Vuelvo a separar las dos mitades para poner en su interior los trozos de jamón amontonados y generosos. Quebrados y rellenos de intenso sabor.

Frente al ordenador, mientras consulto el correo y navego por el caralibro doy cumplida cuenta del bocadillo y de mi refresco. Sé, sin duda, que no es un desayuno convencional, según otros usos establecidos. Pero es el mio, el que yo disfruto. Es mi costumbre cotidiana de los domingos donde a mí me gusta regresar siempre que puedo. Ese momento donde yo soy yo mismo. Con mi crujir de pan y mis montones diminutos de jamón de York casi transparente

No quiere decir que no disfrute de ver amanecer con un zumo de naranja y pumpkin pie en una cafetería de Tribeca. O de unas tortitas con huevos revueltos en el Vips de Serrano en Madrid. Ni de saborear mientras ando, con él entre las manos, un humeante Late Tall con canela y mucha azúcar de Starbucks por Londres. Pero cuando pienso en mi sabor interior, el que sabe a jornada de domingo recién estrenada en casa, viene a mi mente el sabor de ese primer bocado, su sonido y su textura.

La verdad es que en nuestra absoluta complejidad realmente somos tremendamente simples.

sábado, 19 de febrero de 2011

Ah, esa es muy amiga mía!!

La vida , a veces y de sorpresa, te depara días extraordinarios. Días en los que todo vale la pena y nada importa.

Los viernes casi siempre son, por norma general, la antesala de nuestro tiempo. Cuando me refiero a nuestro tiempo estoy pensando en esos momentos de la semana donde se acaba el estrés laboral, los horarios pautados por la agenda, sea escrita o electrónica, lo ineludible y lo forzosamente obligatorio. Comienza el tiempo que dedicamos a los nuestros, a compartirlo con la gente que te apetece, a nuestras obligaciones familiares, que casi siempre son más devociones que cargas, a dar rienda suelta a nuestro yo privado.

Hay semanas que el viernes llega como el retiro del guerrero, hastiado de tantas batallas y con ganas de derrumbarse en casa propia, y semanas que se presenta como una aventura fascinante en otros mundos, incluso otras tierras. Este cambio de chip es recomendable por higiene mental, como ejercicio de crecimiento personal, al compartir otros puntos de vista y otras visiones de la vida tan ajenos a nuestro corsé diario de nuestro yo público y laboral. Es una gimnasia de renovación interior, tolerancia y apertura de miras.

Claro, que todo depende siempre del gimnasio y de la tabla. A veces la realidad supera a la ficción y nuestra cintura no está preparada para los ejercicios que nos propone la vida. O simplemente consideramos que nuestro cuerpo y nuestra alma no van a poder superar determinas tesituras. Pero la Naturaleza es sabía y nunca dejará de sorprendernos. Y nuestros guionistas gozan y se divierten poniendo a prueba nuestro límites, sin ningún lugar a dudas.

Anoche nos reunimos, en mi casa, un grupo de amigos de lo más heterogéneo. No nos conocíamos todos entre nosotros pero existía vínculos entre los distintos miembros de la reunión. Unos eran amigos de otros de la infancia, que a la par se conocían con unos por el trabajo, y con otros del colegio de los niños y estos últimos  con los primeros compartían amigos comunes. Un entramado muy característico de esta ciudad de provincias, que se cree capital del mundo, y no deja de ser un pueblo de novela costumbrista. Una cena de picoteo alrededor de una mesa y buen vino. Todo presagiaba una amena conversación y muchas risas.

Fuimos desgranando anécdotas y colocándonos cada uno en nuestro sitio. Otra copa de vino, otras risas. Todo bastante convencional, agradable, divertido, pero convencional. La conversación discurría por unos breves curriculums afectivos y de vivencias de los asistentes, con anotaciones irónicas, pero con poca carga de mala leche, del resto. Hasta que llegó la pregunta

¿Tenemos fotos de la boda de tu exmarido? Pregunto, con cierta carga, a una muy buena amiga que me reprocha con la agilidad de un mosquetero mi mal uso del Facebook al demostrar mi incapacidad para haberlas conseguido. Hay una puesta en común para que todo el mundo entienda la historia.

A mi amiga se le pego a los 15 años un personaje del que tuvo la mala idea de enamorarse. Este elemento en cuestión le hizo cuatro niños, aprovechó  de una manera muy provechosa la situación social de su amada y le regaló una bonita corona de astas de ciervo, antes de largarse con otra en la cuarentena del último embarazo. Mientras mi amiga gestaba a su retoño, él se dedicaba a cubrir "urgencias" en el más amplio sentido de la palabra. Vamos, lo que se viene llamando un cabrón.



Una vez puestos en materia entramos a comentar las características y cualidades de La Otra. Ese personaje fundamental en una historia a tres, que en este caso era a siete, por los retoños. Viajes inoportunos, una boda un tanto oculta, relación entre su profesión y el oficio más antiguo del mundo y al final , su nombre.

De repente, a dos de los asistentes se les congela la expresión. Una de ellos se atreve a decir "ah, es muy amiga mía" Silencio, tensión y estallido de carcajadas.

En segundos la historia de la mujer engañada, con 4 hijos como herencia de un cabrón desaprensivo que se largó con otra, pasó a ser la de una estupenda profesional sanitaria que se enamoró de un apuesto doctor con su vida destrozada por un matrimonio acabado. La percepción y el relato a dos voces, interpretado por los amigos de la ínclita, era totalmente distinto al de hacía apenas 15 minutos, ante la cara de sorpresa y alguna que otra sonrisa maliciosa que empezaba a despertarse en algunos espectadores ante lo que se avecinaba.

Y lo que se preveía. llegó. "Pues es muy buena chica" aseveró en una defensa, más propia de paladín medieval, una de las amigas. Y en ese momento , por un segundo se congeló el espacio y el tiempo. Como en una película de ciencia ficción las burbujas del champagne que vertía en una copa se quedaron flotando en el espacio, inertes e inmóviles, al igual que todo lo que contenía la habitación que parecía estar a punto de estallar en mil pedazos.

La gran esfera de cristal en que se había convertido la habitación saltó en añicos al golpear contra la escena el torrente de voz rotunda y sin fisuras de la exmujer. "Sí, sí, será muy buena chica, pero muy puta". La tensión se convirtió en carcajada y chascarrillo recurrente. Y es que desde ese momento todas ya eran muy amigas mías, a la par que muy putas, como podéis llegar a comprender.

La vida te descubre, en estas situaciones, que la verdad absoluta no existe. La realidad es totalmente poliédrica, con tantas caras como puntos de vista o actores participen de una historia. Nada es absolutamente blanco ni absolutamente negro. Ninguno somos ni ángeles ni demonios en un 100 %. Todo en este vagar por el mundo se define en escala de grises, unos más intensos u oscuros que otros. Todos tenemos una componente malvada en nuestra bondad y viceversa.

La velada nos llevó a todos a esta misma conclusión, entre copas de vino y champagne. También descubrimos que el apetito sexual no es un patrimonio de la masculinidad, destruyendo uno de los tópicos más asentados en esta nuestra sociedad de capital de provincias. Y para compensar los trozos rotos de la tradición constatamos que los mitos son los mitos  y Morgan Fairchild vive retirada en Alicante y salió con Paquito. A ella le debemos la regulación del largo de los trajes de las damas de mantilla en nuestra Semana Santa y la prohibición de los escotes que precisen Biodramina para sobrellevarlos con dignidad y decoro.

martes, 15 de febrero de 2011

Probablemente ya de mí te has olvidado...

Suenan sones cubanos y despierta esa voz profunda, elegante y antiguamente moderna de Mª Dolores Pradera. Desgrana con sutileza una versión de Gloria Estefan.  Me sumerjo en los callejones de su melodía, mientras el reproductor de cd descubre cada uno de los temas de este disco de versiones de canciones de amor de ayer, de hoy y de siempre.

Siempre despierta imágenes su música en mí, Jazmines, mi madre, la elegancia de su hieratismo en el escenario, como si de una diosa antigua se tratase, su mirada de eternamente traviesa encarcelada en su porte digno y altivo. Olor a canela, su concierto en el Principal, melena rubia perfectamente peinada en moños de otro tiempo, Fernando Fernán Gómez. Sus gemelos de eterna e inmensa sonrisa.

Ya era mayor cuando yo era niño, y sigue siendo igual de mayor ahora que yo también lo soy. Ella permanece ajena al tiempo y a los avatares de la vida y la historia. Las canciones se convierten en obras de arte intemporales cuando se descuelgan suaves y aterciopeladas de sus labios. Flotan en el aire como pétalos de rosas que giran lentamente en el espacio congelado del tiempo inerte. Son belleza en estado puro y eterno. Ha alcanzado ese estado, que muy pocas artistas alcanzan, en el cual se es capaz de acuñar objetos, obras o canciones a las cuales no afecta el paso de los años. Tiene la habilidad de abrir las puertas de la eternidad con sus versos cantados.



Poco a poco, con la ayuda de Rosana, se cuelan suave y sin hacer daño en mis recuerdos, como solamente ellas saben hacer, mientras suenan los acordes de El día que se hizo tarde

Cada noche te esperaba
con las mismas ganas locas
de que llegaras temprano
de desarmarme en tu boca

y venías tú y la noche
y la noche y tú venía
a dejar que yo vertiera
en tu cuerpo fantasía.

... pero un día se hizo tarde
pensé que solo era eso
porque la noche sí vino y
no dejo de darme un beso.

un día, otro día y otro
de demostraron sin duda
que la noche es mejor que tú...
la noche es más fiel que oscura.

zarandeé los recuerdos
dando vueltas en la cama
y en una de tantas vueltas
me encontré la madrugada

de un salto me fui a buscarte
por donde solías venir
y te vi ¡maldito seas!
igual que te vi partir.

... un soplo de amor di al viento
por si te lo hacía llegar
pero hasta la misma brisa
se cansó de ir detrás

nunca supe los motivos
todavía los ignoro
y aunque no lo creas, ¡por Dios!
te juro que aun te añoro.

me abandono la cordura
cuando dejaste mi vida
como el tiempo a las paredes
así tu amor me hizo ruina.

... el día que se hizo tarde
pensé que solo era eso
porque la noche sí vino
y no dejo de darme un beso.



Poco a poco, mientras deja de sonar los últimos acordes de esta biografía interior, siento que, como si de los efectos de un bálsamo mágico se tratase, mis heridas más profundas y menos visibles cicatrizan con miel y almendra. Deja de doler todo aquello que pensaba que eternamente dolería antes de olvidarlo un día cualquiera. Se despierta en mí la sonrisa suave de la nostalgia dulce mientras se lía lenta su voz en el recuerdo de Ana Belén con aquellas miradas de la memoria y con el día posterior. Lía la cruceta de esta pobre marioneta entre lío y lío...

Siempre he dicho que mi vida no sería la misma sin mi banda sonora. Siempre he reconocido que tengo muchas más posibilidades de derrumbarme escuchando esas estrofas de.. Probablemente ya de mí te has olvidado y mientras tanto yo te seguiré esperando..., que de hacerlo delante de la mirada indiferente de aquel que sea capaz de protagonizarlas en la vida real.

Porque siempre he pensado que nuestra memoria no es más que un patchwork de imágenes, agradables y desagradables, de olores, sensaciones, sabores, versos y canciones. Retazos de películas prendidas en nuestra retina para siempre, caricias prendidas en nuestra piel que se eriza y sonroja con su recuerdo, personas prendidas en nuestro corazón.

lunes, 14 de febrero de 2011

Los Sentos y mi particular alfombra roja

Hoy, 14 de febrero, y de resaca por los premios Goya y los Bafta vamos a hablar de cine. No es que sea un gran entendido, ni un gran cinéfilo. Solamente me gusta el cine, como toda aquella disciplina creativa que ayude a recrear los sentidos y generar emociones.

Pero como llevamos varios post siendo demasiados serios e intimistas, hoy voy a desnudar otra faceta de mi interior. Las películas más detestadas. Las hay y muchas, de ahí mi intención de enumerar algunas y explicar mis razones. No pretende ser una guía de culto ni crear tendencia. Es una opinión personal e intransferible.

Para ello vamos a crear unos galardones irreales, pero con bastante mala leche. Los Sentos. Se preguntarán por qué los Sentos. ¿Y por qué no? Es una larga historia y un día que me pille animado la explicaré.

Bueno entre las nominadas de la historia del cine, comenzaremos por una de la que me tuve que salir del cine. Por primera vez en mi vida. Mi novia es una extraterrestre. Kim Bassinger y Dan Aykroyd. Sencillamente infumable. Para este tipo de creadores se debería aplicar la cadena perpetua y extraerle los ojos con una pala de hacer bolas de helado, para evitar tentaciones futuras.

Aquí huele a muerto. ¿Qué no los podrían haber matao a ellos antes de perpetrar semejante bazofia? Mira que siempre me parecieron ingeniosos Martes y Trece, pero todavía me recuerdo en la soledad de las butacas roídas del Carlos III, en la calle San Vicente, haciendo un pacto de sangre con mi amigo Fede, para no contar nada de esta patraña, y hacer que otros pagaran la entrada y no sentirnos como los únicos desgraciados que habíamos invertido en este despropósito. El pasado estaba de nuestra parte. No existía Internet, ni las descargas ilegales, ni la Sinde era Ministra.

Mi Padre. Olympia Dukakis, Ted Danson y Jack Lemmon. Patrocinada, al parecer, por Kleenex. Menudo pastel lacrimógeno y de dudable gusto. Que necesidad de recrearse en la agonía para intentar sacarle el lado bonito. La muerte es una putada y ya está.¡¡¡No la edulcoren, yankees!!! Ted Danson nunca debió salir de la barra de Cheers y Jack Lemmon estaba más digno vestido de mujer en Con faldas y a lo loco. Nunca en la vida he visto llorar a tanta gente de pago.

Yentl. Ese musical protagonizado, dirigido y producido por Barbra Streisand en los años 80. Pápa, Can you hear me? Gran frase donde las haya. No solo necesitaba la ayuda de su padre si no la de la ceguera mundial para que alguien se creyera que la Gran Barbra pudiera pasar por un joven judío cortándose sólo el pelo como Concha Velasco. ¿Y sus cejas depiladas? ¿Y su manicura perfecta? Y ese tono Arena del desierto nº 13 de Max Factor en sus parpados, totalmente increíble. Es más masculina Belén Estebán cuando se arregla. Grandes momentos ha dejado para el mundo del Karaoke Gay.



De la mano de la gran Barbra llegamos a otro de mis Tops. El príncipe de las Mareas. Cursi, cursi, cursi...donde no haya otra igual. Como destrozar la imagen de hombre rudo de Nick Nolte con aquella frase épica de "Abrázame, Lowenstein, que me siento morir..." ¿Qué te ha dado un infarto, mamarracho? No la puedo soportar sin tomarme algo que compense la subida de azúcar.

Llegamos a otro de mis queridos odiados cinematográficos. Clint Eastwood. Como actor ya me cuesta de tolerarlo, pero como director... Lo siento, no lo soporto. No he visto a nadie con una visión más descorazonada de la vida, una mirada tópica de la américa profunda y abandonada de la mano de la esperanza.

No soporto Los Puentes de Marisol. Si no estuviste en tu momento, pues te jodes y no vengas a marear la perdiz 25 años después. Total para nada. Para hacer de llorar y de llorar a una generación o varias de premestruales enamoradizas y sin callo en el corazón.

Menos soporto aún Million dollar Baby. Que necesidad de no cargársela en la primera pelea y tener que conocer el descarnado retrato de esa familia miserable y ese entrenador fracasado en esencia. No había ninguna explicación para meterse en ese montón de basura, bucear sin gafas y no sacar nada positivo.

Y su obra cumbre. Sin perdón. Ninguna película de la historia del cine mundial ha tenido un nombre mejor elegido. Sin perdón alguno. Lenta , tediosa, descorazonada y sin ningún tipo de gracia en rincón alguno de esas dos horas rodeadas de vaqueros mugrosos y desaliñados. Reconozco que el western no es uno de mis géneros favoritos pero desde luego esta es de las que menos ha contribuido a hacerme cambiar de opinión.
A los 5 minutos de cinta ya los habría frito yo a tiros al reparto, al director, guionistas adjuntos y gran parte del equipo técnico, para evitar que se prodigaran en secuelas.

Claro que, si hay una película que despierta en mí los peores instintos y desarrolla mi capacidad de inventar formas sádicas de tortura y aniquilación, esa tiene un nombre y se escribe en mayúsculas. TITANIC. No soporto la historia de amor entre clases  y cubiertas. No soporto al malo. No la soporto a ella de abuelita con el medallón que le partiría las cervicales. No soporto a la orquesta tocando mientras se hunden. No soporto que nadie encuentre las llaves de los candados que cierran las cadenas que atan las rejas que comunican las cubiertas de los pobres con las de los ricos. No soporto que se congelen aleatoriamente los supervivientes mientras permanecen en el mar helado y se vayan al fondo. Los muertos flotan.

Y sobre todo no soporto a Celine Dion interpretando el tema principal de la banda sonora. Ni soporto el vídeo. ¿Por qué nadie freno el barco y se cayó de boca cuando tenía los brazos en cruz y la melena al aire en la proa del Titanic? ¿Qué no se podía haber ahogado ella en vez de los niños? La escena hubiera arrancado enfervorizados aplausos en las salas de cine. No tengo ninguna duda.

Esta es una pequeña selección de mis películas odiadas. No pretendo que compartáis la opinión. Simplemente que conozcáis mi punto de vista personal sobre las mismas y arrancar una sonrisa en este día tan cursi

domingo, 13 de febrero de 2011

En días como hoy

En días como hoy, que la vida te juega malas pasadas, que eres consciente que los dioses y tus guionistas se han pegado una juerga a tu costa y que parece derrumbarse tu Partenón interior, en estos días precisas de una guía de emergencia para sobrevivir.

Mantener la calma ante todo.Esa postura gélida, un tanto autosuficiente, con desprecio hacía las afrontas del destino y que destila seguridad por los cuatro costados es una condición indispensable para afrontar estos reveses de la vida. Nunca se debe parecer derrotado, aunque nuestro interior clame clemencia.

Un paseo al sol en soledad. No tiene ningún fundamento físico pero, el contacto de nuestros pies, ya sea calzados o no, sobre la arena de la playa en época no estival genera una serenidad espiritual similar al del estado posterior al orgasmo deseado. Desacelera nuestros ritmos vitales, acentúa la visión positiva de las cosas y ayuda a organizar nuestras ideas como una bibliotecaria solterona y entregada a su trabajo. El sol del Mediterráneo tiene facultades terapéuticas incalculables en los temas de la razón y el corazón.

En este tipo de terapia es indispensable la soledad. Cualquier punto de vista externo puede desvirtuar el orden necesario de nuestro maltrecho interior.

Ahogar osos de peluche. Es importante saber canalizar nuestros instintos asesinos en situaciones de crisis. Nadie puede negar, y el que esté libre de pecado que se tire a si mismo una piedra, que en este tipo de encrucijadas se desarrolla en nuestro interior un asesino en potencia, capaz de perpetrar las más sádicas acciones.

Por el módico precio medio de 6,99 euros podemos ensañarnos con un oso de peluche hasta destriparlo, ahogarlo y arrancarle la cabeza de cuajo como terapia liberadora. Sin ningún coste adicional posterior más allá de barrer el relleno que vierta el cadáver del pobre osito. No es necesario redimir ninguna culpa frente a esta sociedad de moral farisea ni prestar servicios a la comunidad. Solamente tirar los trozos al cubo de basura correspondiente a la cadena de reciclaje. No es importante destrozar el oso si no poder reciclarlo convenientemente.

El vudú como venganza. No estoy muy puesto en la materia pero, reconozco que el mero hecho de poder descargar tus odios sobre una figurita de cera con un mechón de cabello del capull@ objetivo de la venganza a través de unos alfileres siempre me ha parecido sublime e interesante. Todas esas negras zumbonas en trance y el hechicero tan bien customizado le aportan una dosis de glamour a la venganza que la convierte en un hecho chic y muy cool. Vengarse en muy trendy.






Fangoria como banda sonora esencial. Nadie como Alaska y Nacho Canut ha sabido entender la quintaesencia de la puñalada trapera y de la sobreposición del espíritu con dignidad y cierta chulería. Hay temas míticos para estos momentos de retiro a los cuarteles de invierno, aunque sea al sol de la playa, con un Ipod bien seleccionado.

Esas biblias de la vida como Como pudiste hacerme eso a mí o A quién le importa resumen a la perfección el conglomerado de sentimientos que albergan momentos como estos. Otros temas como Gracias pero no, Descongélate o Cuestión de fe son poemários de culto en la reconstrucción de nuestro castillo interior. Imprescindible Miro la vida pasar. ¿Verdad, Vicente?

Bucear en el Vestidor. Ante las bofetadas de la vida, tu mejor Chanel. Y quince centímetros de tacón para pisar las lenguas envidiosas y las miradas que intentan atravesarte como dagas envenenadas. Nada como verse bien para sentirse mejor. Tus mejores galas por si hay que ir de entierro, esperando siempre que no sea el de uno, si no el de la victima del vudú.

Creo que estos son algunos apuntes básicos para llevar un domingo por la mañana, con cierta banalidad, de crisis existencial y caos interior. Besos para quien le sirva de flotador matinal.

sábado, 12 de febrero de 2011

Amor por obligación

Subo los escalones de dos en dos mientras me falta la respiración. Miro de una forma compulsiva las paredes, las puertas, los cristales, porque sé que huyo de algo y no quiero volver  mi mirada hacia atrás. Tras el portón grande de madera que da a la calle se esconde la amenaza. Aun así sigo sin sentirme seguro mientras, nervioso y con falta de tino, intento abrir la puerta de mi casa.

Un sudor frío me recorre la nuca y se apodera, poco a poco, de los poros de mi piel. El pulso ajetreado de mi bomba sanguínea descontrola mis actos y mi serenidad. Tiemblo en ausencia de control sobre mis actos. El miedo, o el pánico, se han apoderado de mi. No es una amenaza, es el verdadero motor del miedo atroz.

Todo comenzó hace unos días. En las radios, entre noticia y noticia, aparecían amenazantes mensajes que hacían presagiar lo peor. Estos salpicaban las páginas de los periódicos, se apoderaron de las pantallas de nuestros televisores. El pánico comenzaba a hacerse fuerte en mí.

Esta mañana no madrugué. No sonó mi despertador pues no tenía ninguna prisa a primera hora del día. Me despertó la caricia tibia del sol de la mañana. Al encender la radio, como todas las mañanas, la amenaza resurgió. 

Hice el firme propósito de obviarla durante, este, mi primer día de descanso desde hace bastante tiempo. Realicé mis rutinas matinales. Descifré mi acertijo diario frente a las perchas de mi vestidor y salí a la calle con destino a una reunión de trabajo que tenía fijada desde hace unos meses.

Mientras el taxi recorría en silencio el bullicio matinal de los sábados, yo iba preparando mentalmente mi reunión. Mi mirada atravesaba los cristales del vehículo sin reparar en ningún punto concreto, ni estático ni en movimiento. Al llegar al restaurante donde tendría lugar la cita me dí cuenta que había caído en la trampa mortal del día de hoy.  Hoy, 13 de febrero, Cena de los enamorados. 

De pronto, el pánico renace de nuevo en mí. La piel me empieza a picar sin motivo aparente. De nuevo ese sudor frío de las cosas que me repelen. Lo siento. No soporto este día ni las celebraciones cursis y moñas que conlleva. Mucho menos el afán consumista que genera la obligación de estar enamorado esta noche. ¿Y el resto del año no cuenta? ¿O ese amor tiene menos valor si no estamos rodeados de corazones rojos de purpurina, velas del chino de la esquina y cava barato?



Tras la reunión, todo a mi alrededor estaba inundado, ya, de estúpidos corazones de cartulina y cierto olor dulzón a capítulo final de culebrón venezolano. El centro comercial donde he ido a comprar, la panadería y sus absurdas tartas en forma de corazón, los escaparates de las floristerías, donde cuesta cuatro veces más regalar una flor hoy por obligación que dentro de 15 días por que realmente te apetece. Así todo el dañado entramado comercial, que pretende respirar algo con la ayuda de la más estúpida de las celebraciones. La celebración del amor por obligación.

Mientras callejeo por mi antiguo barrio, pienso en este tipo de festividades comerciales que, por obra y gracia de la publicidad y El Corte Inglés, pueblan nuestro calendario, forzándonos a consumir para demostrar sentimientos. ¿Acaso se miden estos por el precio de un perfume o por la cuenta de un restaurante?¿Te quieren más por el largo de un tallo de una rosa, que lo hace más cara y exclusiva pero no más bella ni romántica que una minúscula margarita que regalas un día porque sí?

Nunca he creído en las demostraciones públicas y forzosas de los sentimientos. No necesito del refrendo público para que estos corran por mis venas con la misma fuerza que pretenden los creativos que lo hagan por el interior de los veinte segundos que dura el anuncio de los bombones de Lindt para el día de San Valentín. Creo abiertamente en demostrar que se quiere en cada gesto, en cada mirada, cada amanecer y mientras los parpados te vencen en la noche mientras recibes las caricias del ser amado.

Se abren las puertas de Mercadona y me adentro creyéndome a salvo del bombardeo pastelero del día. Craso error. Al pasar entre los murales de la carne empaquetada, suena "Hoy es el día de los enamorados..." y, tras este estribillo que forma parte del imaginario nacional y casposo, la voz de la señorita Puri de turno que nos recuerda la posibilidad de adquirir lotes de perfumería, bombones u otra vez esas absurdas tartas con forma de corazón.¡¡ Coño, que maten al panadero!! Sí, por hortera y cursi. Una tarta en forma de corazón con merengue rosa y foundant de chocolate. Tiene hasta cierta pinta pornográfica, casi de burdel de carretera. Por eso debe tener tanto éxito entre el público masculino de determinada generación. Y es que somos animales de costumbres.

Este bombardeo de cultura consumista, moña y de dudoso buen gusto convierte el aire casi en irrespirable en este laberinto de góndolas expositivas, conservas de marca blanca, murales de frío y pilas de botes de refresco. Quiero correr hacia terreno seguro, hacía algún sitio donde no cuelguen del techo con hilo de pescar esos espantosos corazones de cartulina rojo valentino. Pago lo más rápido que puedo. Como siempre, las bolsas de supermercado se me resisten para poder meter mis compras. Es una de mis abundantes deficiencias. No estoy programado genéticamente para conseguir abrir esas malditas bolsas de plástico blanco a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera.....

Ahora aquí me encuentro, cerrando el pestillo de mi casa, respirando entrecortado con mi espalda derrumbada sobre la puerta e intentando borrar de mi mente esta jornada de visiones infernales. 

Y es que todo este efecto abrasador y destructivo se acrecienta de modo exponencial cuando careces de pareja, de amor correspondido o, por lo menos, de relación estable para el público e inestable para el corazón. Ninguno tenemos la necesidad de que nos lo recuerden de forma machacona durante semanas. Somos conscientes de nuestro contrato de arrendamiento con la soltería, o aún peor, en algunos casos con la soledad. 

No hay ningún derecho a esta lapidación sentimental en público de aquellos que no tienen a quien comprarle la estúpida tarta de burdel o la rosa de tallo infinito y carísimo. Un poquito de consideración con los parados del corazón, que nosotros carecemos de subsidio y prestación social.




domingo, 6 de febrero de 2011

Dos trenes y un destino

Siempre me ha gustado observar las escaleras mecánicas mientras las uso. Nacen, te montas y desaparecen para volver a renacer de una manera cíclica e infinita.

Mientras miro su continuo devenir voy adentrándome en la estación de Luceros. Me dirijo a Dénia con mi bolsa de viaje, algún libro, mi tarjetita y mi Ipod cargado de un sinfín de música. La aventura de recorrer la costa, en este tren con vocación de metro de capital de provincias, es cuanto menos temeraria. Me esperan más de tres horas de estaciones, transbordos, esperas en cruces y paisajes. Paciencia y buena compañía llevo de sobra.

Sábado por la tarde y el fin de semana por delante. Todo para nosotros dos, solos nosotros dos.

Parecemos dos desconocidos. Apenas nos miramos mientras elegimos donde sentarnos en el vagón continuo de este tren. Yo siempre con los cascos puestos y sumergido en mis canciones. Él siempre observando todo lo que sucede a su alrededor, satisfaciendo su necesidad de tenerlo todo controlado, sin espacio para la sorpresa. Las detesta. Desde bien pequeño se le queda cara de pez ante cualquier situación que aparezca de repente y le haga perder el control de su mundo próximo.


Nuestras miradas se cruzan en escasas ocasiones a lo largo del trayecto. Yo me pierdo en mi nefasta decisión de darle a la opción de Aleatorio en mi selección musical. Los dioses, tanto los de un lado del Mediterráneo y los del otro, se han ensañado enlazando, una con otra, canciones que llevan cosidas en sus estrofas retales de mis derrotas, fotos descoloridas de los buenos momentos... Un baño de melancolía para una mente que se pierde con mi mirada en los reflejos dorados del atardecer sobre las agujas de hormigón y cristal de Benidorm.

Mientras, él, controla el equipaje, la subida y bajada de pasajeros, el tiempo que se tarda en cada estación, las rutinas del revisor y el tiempo estimado del recorrido entre cada etapa del viaje. Nada debe quedar al azar. Podría haberme dado cuenta antes de pulsar aceptar en Aleatorio.

Transbordo hacia Dénia en una caduca estación a la sombra de los rascacielos de segunda división. Otro tren, otro paisaje. Viajamos en paralelo nosotros dos, el mismo destino, el mismo vagón, tan lejos el uno del otro. Naranjos, pinadas, otras calas, tan lejos de la yerma costa del primer tramo. Dos viajes, dos paisajes, dos miradas, un destino.

Tras recorrer las calles del casco antiguo, siguiendo la senda de la vieja muralla, llegamos al hotel. Un viejo caserón con varios siglos de historia y una más que cuidada rehabilitación. Destila buen gusto por sus muros de piedra, entre los árboles de dulce aroma del privado vergel que es su exclusivo jardín. Diseño y un punto justo de locura, no reñida con su sabor a pueblo. Por primera vez en todo el viaje, sonreímos a la vez. No son necesarias las palabras para saber que compartimos la misma sensación de paz.

Un baño relajante sin prisas. Un descubrir juntos, uno a uno, los detalles minuciosos que esconde la habitación. Más allá de la ventana se encuentra un convento de clausura que contagia el aire de sencillez y sosiego.  Dentro de la estancia, cada vez menos distancia, menos abismo entre los dos sin la necesidad de intercambiar deseos y reproches. Un espacio para la tranquilidad.

Una cena honesta en un espacio acogedor y bien atendido. nuestras manos dibujan abstracciones sobre el mantel con las migas del pan. Yo hago balance, él mira su Blackberry. En el espacio público, distancia infinita en una mesa para dos.

En la habitación la estancia se hace inmensa, el aire se torna denso y busco refugio en la programación. Cayetana Guillén Cuervo presenta Teresa, de Ray Loriga. Una historia de una monja para una retiro interior y personal. La búsqueda de uno mismo mientras recorro con mi mirada los versos y la perfecta lección de historia del arte que supone esta película.

Y despacio, pero con paso firme, como la voluntad de Teresa de Ahumada, me entremezclo con mi igual. Se disuelven nuestras fronteras para fundirse en uno solo, la distancia se vuelve recuerdo, una broma irónica. Por primera vez en todo el viaje, dejamos de ser dos para ser uno a la vez. Y descubro la belleza sosegada de la paz interior a los dos lados de la pantalla mientras mis ojos deciden dar por concluida la jornada. Una jornada, dos trenes, dos miradas, una paz.

Despierto, mientras seguimos siendo uno, por la caricia suave del sol de Febrero. Me revuelvo en un mar de sabanas blancas, cojines y tranquilidad. Me siento cómodo sin la dualidad tensa de ayer. Me siento bien siendo yo mismo por primera vez. Me siento pleno.

Devoramos a la par el desayuno,con la alegría que da la comida sin artificios, sin farsas. Un paseo, bajo un sol con aroma a mar y primavera adelantada, entre las callejuelas serenas del casco antiguo.Hacemos fotos, disfrutamos de la música, de la esencia de una mañana de domingo cualquiera. Callejeamos al mismo ritmo, al mismo paso descubrimos los llamadores de las viejas puertas, las huellas del tiempo que cuentan historias similares a la mía en las paredes pintadas una y mil veces. Me sigo sintiendo bien.

Recogemos el equipaje. Desandamos la senda de la muralla hacia la estación sin distancia aparente entre nosotros. Ni física ni anímica. Subimos al tren, y conecto mi Ipod mientras él deja la bolsa en la balda superior del vagón. Me siento fuerte al volver a elegir Aleatorio en la selección de canciones. Y es que por primera vez he descubierto que somos uno. Llegamos dos. Mi yo público y mi yo privado. Por primera vez soy sólo yo. Un viaje, 2 trenes y solo yo.

Me alegro de haber venido conmigo mismo. Necesitaba descubrir que, en determinados momentos, soy mi mejor compañía.

jueves, 3 de febrero de 2011

La increíble posibilidad de dudar

Este año el invierno viene frío. Grandes nevadas paralizan ciudades. Grandes movilizaciones erosionan a los dictadores. Este año el invierno viene duro. Te sientas bajo tu manta preferida en el sofá, con una taza caliente de ColaCao, a contemplar por la ventana de plasma los estragos de las noticias de las 9. Cada sorbo disuelve la inquietud que generan las mismas en tu interior. Te sientes seguro en tu castillo personal. Te sientes protegido de las inclemencias de este tiempo.

Te quedas mirando más allá de los cristales del mirador, con la vista perdida en algún lugar entre el faro de Santa Pola y Alejandría, mientras saboreas el calor liquido que abrazas con tus dedos fríos y huesudos. Respiras lento y profundo, dejando que el aroma del cacao invada tus vías respiratorias, mientras intentas encontrar un porqué a este convulso enero.

Arrugas los dedos de tus pies, protegidos por unos calcetines de lana grises y gordos, a la vez que recoges tus piernas en tu regazo hasta hacerte una pelota en un rincón del sofá. Te sientes seguro siendo una pelota envuelta en tu manta preferida.



Y la voz entrecortada de un corresponsal desgrana las escaramuzas diarias de los manifestantes. Un reportaje tras otro se alimenta el pesimismo vital frente a este duro invierno. Mientras tanto escuchas, con cierta desidia, como quien escucha un relato ficticio y monótono. Y te abstraes del exterior para regocijarte en tu interior con aroma de cacao, convertido en laberinto personal por la postura fetal que has ido adoptando poco a poco.

Y te vas dando cuenta de la suerte que tienes, a pesar de no dejar de pensar que todo podría ir a mejor. Y descubres que te sientes bien, a pesar de sentir el espacio vacío que resta en tu sofá casi como una afrenta personal. Y reconoces que eres un tipo con suerte, aunque no dejes de plantearte que de otra forma todo podría ser mejor.

Y es que precisamente ahí esta tu suerte. En poder decidir si te quedas como estas o saltas del sofá para buscar una aventura diferente, ni mejor ni peor pero si diferente. En poder poner en duda que lo que tienes no es la mejor opción, porque existen más opciones donde elegir. En poder reinventarte en cada momento.

Porque al otro lado de la ventana de plasma, o de los cristales del mirador, en ese punto perdido entre Santa Pola y Alejandría hay cientos de miles de personas que solo tienen una opción. Ponerse en pie y luchar por lo que creen, luchar por lo que es suyo y que otros han usurpado por ansia de poder. Solo les queda enfrentarse a la vida a tumba abierta mientras tú los observas con desgana, desde el sofá, con tu ColaCao caliente entre los dedos. No tienes derecho a poner en duda tu suerte. Tu tienes la posibilidad de dudar.

martes, 1 de febrero de 2011

La nostalgia de los minutitos de gloria inexistentes

Dicen que el invierno y las noches frías son propicias para afianzar parejas, al igual que la Nochevieja para formarlas.Tan cierto como que las Fiestas populares las destruyen, como también pasa con las alegres noches veraniegas.

Llevo días rebanándome los sesos con una cuestión totalmente banal pero que me está amargando la existencia. Cayó en mis manos, de una forma casual, un bono para un fin de semana en hotel con encanto. La panacea para cualquier pareja de tortolitos. El regalo ideal para compartir con la persona amada. La peor pesadilla para alguien que no la tiene, o acaba de terminar con lo más parecido a una que ha tenido en el último lustro.

Y es que no te das cuenta de lo duras que son algunas decisiones hasta que cae en tus manos un cartoncillo de estos que parece decir "Vale por unos minutitos de gloria, podrás parar el tiempo" y que agria llega a saber la gloria compartida con uno mismo, en soledad, y que largo es el tiempo congelado cuando se está solo, mirando por la ventana, con la cabeza apoyada en el quicio en vez de en un hombro.

De repente, he descubierto en mi tan valorada independencia una grieta de añoranza, de desprecio a esta autoimpuesta soledad. Durante un tiempo he huido del compromiso de formar algo que sea más sólido que una relación efímera como la llama de un fósforo.Siempre he apostado por la opción más difícil, la apuesta más arriesgada. Aquella que tenía nulas posibilidades de florecer, de prosperar en el espacio y en el tiempo. Siempre he elegido el peor momento y la más compleja ubicación geográfica.

Como si de un experimento de química avanzada se tratara, me he empeñado desde hace muchos años en demostrar, con escaso o nulo éxito, que la distancia no es una variable que afecte a las relaciones de pareja. Quizás era una forma de no comprometerme de una manera muy axfisiante a compartir mi proyecto vital con alguien. Quizás no es nada más que otra manera de huir de la posibilidad de desastre diario y de los estragos del  dolor posterior.


Pero no deja de ser una condena a priori al fracaso casi seguro. No hay nada más complicado que construir algo inmaterial con 500 kilómetros de por medio. Sin el roce diario, sin la confianza ciega, sin la fuerza que da compartir las cosas, las buenas y las malas. Es una misión imposible edificar la casa común sobre las endebles plumas de los recuerdos, de los residuos de breves encuentros que nos empeñamos en estirar como el chicle en los dilatados espacios de tiempo de ausencia mutua.

Y si la distancia no era suficiente, me encanta apostar por los proyectos complicados. Debo haber sido en otra vida, en la coetánea con los dioses griegos y egipcios, redentor de causas perdidas o pescador de almas. Vamos, que tengo yo perfil de personaje bíblico de superproducción de Hollywood de los 50. Soy como un Espartaco de los que no tienen nada claro en la vida, un Ben-Hur de los que les encanta entrar en barrena en los infiernos, arrasando con todo y a todo aquel que se cruce en su camino o se empeñe en salvarlo, sin que medie petición previa.

¿Pinta bien, verdad? Y si a este combinado le añades un poco de mi dosis de Géminis puro, pues obtienes una bomba de relojería. Soy voluble, me canso pronto de la monotonía, creativo, con una doble personalidad, una pública y una privada, perfectamente delimitadas y diferenciadas, etc.

Con lo cual, aquí me hallo, golpeando mi cabeza contra mi escritorio de Ikea, mientras intento descifrar cual es la solución correcta a mi situación y con quien compartir este maravilloso fin de semana en un hotelito con encanto.¿Quizás deberé descubrir que no tiene nada de malo el encanto de disfrutarlo conmigo mismo?

Hay algo que me dice que esta no es la respuesta correcta. Hay algo que me dice que no es la respuesta, que en mi interior algo que se debe parecer a un corazón, en el fondo espera.