jueves, 21 de mayo de 2015

La botella vacía de Coca-Cola

Después de un año de descanso, esta mañana de fresca primavera re descubro mi necesidad de contar cosas sobre el blanco brillante y vacío de mi IPad. No sé bien si por que no me caben dentro o por egoísta terapia personal, pero lo necesito. 

Verbalizar los torrentes que fluyen por nuestra alma los encausa y los remansa, incluso te permite observarlos desde la orilla con cierta distancia y sosiego. Nunca esta mal dar tres pasos hacia atrás y contemplar el cuadro entero y no solo obsesionarte con el ritmo de una pincelada, o con la intensidad de un gesto, de la cadencia de un árbol, ajeno al resto del bosque.

Sobre el negro circular y azabache de una de las mesas de Ganz, mientras flota Najwa en el ambiente, observó una botella vacía de Coca-Cola. Me pierdo en sus brillos curvos y vítreos. Me escondo en sus formas para entender que es lo que me atrae de este objeto cotidiano, casi histórico. Y sin querer, descubro que es una de las primeras cosas con las que me relaciono todos los días, cada mañana.

Hay gente que no es nadie sin el primer café de la mañana, incluso algunos sin su primer cigarro. Yo reconozco que mucho días no me reconozco hasta que mi mano no acerca a mis labios este sinuoso icono de unos nuevos tiempos que ya comienzan a ser viejos. El liquido que contiene es, aunque suene ridiculo y banal, mi liquido elemento. Me conecta con la vida y me pone a funcionar. El gas reactiva mis funciones vitales cuando consquillea en mis fosas nasales tras ese primer trago intenso, refrescante, que inyecta vida.

Como todo en esta vida, tiene sus pros y sus contras. No tiene las virtudes del aceite de oliva, ni de la leche de soja, pero no me imagino empezar el día con un trago intenso de ninguna de las dos sin provocarme una terrible arcada. Cada uno tenemos nuestras filias y nuestras fobias, nuestro liquido elemento, una canción o una voz que te pone los pelos de punta, una barrera infranqueable por el Todo vale. Todos tenemos nuestro ritual propio de vida, nuestra escala de valores, nuestras conductas de las cuales somos responsables y modelan nuestra persona y nuestra personalidad, como si de la botella de Coca-Cola se tratase.

Me siento cómodo observándola. Me siento yo reconociéndome en esta mesa, en esta vida, frente a este envase vacío que me acompaña cada mañana, al comenzar mi día a día. Me siento vivo cuando me indignan las injusticias y me molestan los discursos chusqueros de quien quiere alcanzar el poder, desenterrando muertos propios y extraños para intentar sepultar al adversario, ante la imposibilidad de derrotarlo a través de las ideas y los proyectos tangibles. No me gusta ser indiferente a la gente que excluye al igual por posición, cuna o posesión. Me gusta sonreír bajo los castaños de El Retiro mis días libres. Me gusta dormirme inconscientemente con mi lista de asuntos pendientes lo más vacía posible. Como la botella vacía de Coca-Cola