jueves, 20 de diciembre de 2012

El Fin del Mundo de este año

Pi, pi, pi, pi sonido penetrante en las últimas sombras de la noche. Las 7 y veinticinco y se acaba el mundo. Mierda, ya se me está haciendo tarde. Con todo lo que tengo que hacer antes de terminar el mundo.

Salgo de la cama dando un salto mortal, como si estuviera en una canción de los Hombres G. Miro desorientado hacia los cuatro puntos cardinales. Por donde se empieza un fin del mundo? Me pregunto. La habitación por recoger. Ayer no bajé la basura. Algún plato por fregar. Una montaña de ropa en el sofá descansa tras su paso por la secadora.

Hay alguna factura por mandar, no vaya a ser que esos se salven. Algún presupuesto por terminar y algunos proyectos por cerrar, no vaya a ser que me salve yo y haya que seguir comiendo.

¿Y qué se pone uno para un fin del mundo? Lo tengo casi todo por planchar. Es lo que tienen para mi las prenavidades, un sin parar. Yo soy más de sport. Unas converses y una sudadero cómoda. No muy abrigado por que supongo que se abrirá la tierra y saldrá magma ardiendo y lloverán meteoritos. Es que todo eso suena a calor. Y ademas, todos corriendo como las locas con los brazos en alto y sin destino fijo, venga que de sudar. Fijo. Zapatillas y sudadera.

Tendré que vaciar la nevera. O llenarla. No sé si ser optimista o pesimista en estas circunstancias, la verdad. Si soy pesimista me ahorro hacer compra y un montón de faena perdida. Puedo dejar los armarios como están. Incluso no poner esa lavadora de color que aun me falta.

Aunque creo que me apetece ser más optimista. Mis sobrinos están volando desde Toronto entero y me apetece verlos. Por que si fuera pesimista ellos, volando, podrían quedar en un limbo fatal. Por que mientras la tierra se destruye, los aviones que vuelan están a salvo, ¿No? Entonces aterrizarían en un mundo arrasado y sucísimo. Madre mía, con la alergia que tiene mi hermano. No, esta opción no me gusta tampoco.

Como los tremendistas lo mismo ya han llenado las despensas y esas cosas, hoy debe ser un buen día para hacer la compra. Eso si, antes del Fin del Mundo, que es a las 11. Es que luego, los cagetas saldrán de sus nidos fanfarroneando, diciendo, jaja, ves como no pasaba nada.... Y cierto tufillo a pañal por cambiar.

Ainss, de verdad, me estresa estos plazos de todo se acaba en tres horas. Menos mal que existe el whasap y los grupos. Así es mucho más fácil despedirse si vemos que en un rato la cosa se pone fea.

De momento, creo que me voy a dar una ducha y hacer fuerza para que la tierra colapse por la carrera de San Jerónimo y se lleve a los políticos los primeros. Así gestionaremos el caos de una manera más eficiente y solidaria

Feliz fin del mundo y prospero futuro nuevo.




lunes, 17 de diciembre de 2012

Mirar al mar

Me retuerzo bajo el edredón. Hace frío con desgana. En la radio llueve una cadente letanía de desgracias y desafortunadas decisiones gubernamentales. La Justicia le planta cara a los desalmados y le pone puertas al campo de los desmanes capitalistas.

Parece que el día amanece un poco mejor. Pero sin excesos. La mancha gris del pesimismo nos sigue aplanando el ánimo a todos.

Llevaba meses mudo de letras sobre este ciberpapel. No sé muy bien porqué en un momento dado perdí la palabra. Supongo que dejándome llevar por la marea de los acontecimientos y la vorágine de los tiempos me sumergí en otros mares más oscuros y amenos que los de mis relatos.

Me senté en una playa desierta a ver la vida pasar, las nubes, las noches, los días. No podía dejar de mirar sin moverme de la arena, con las manos entrelazadas por delante de mis rodillas. El tiempo también pasaba, la gente, las alegrías y tantas penas, que dejaron huella en mi rostro como el salitre de la brisa marina. Esa que te acaricia y te desgasta por igual.

Y una tarde me di cuenta que tenía frío. Mis Bermudas y esa camisa de lino azul desgastado que me encanta ya no son protección suficiente para estos tiempos. Enterré mis pies desnudos en la arena buscando calor mientras me envolvía en un pareo y seguía mirando el mar. Y este me recuerda que no se puede estar eternamente esperando que las olas te devuelvan la respuesta. En ocasiones, hay que darle la espalda al gran azul y buscarla tierra adentro.

Hoy me despierto en mi reino interior con ese frío disidente y anecdótico, con la luz que tamizan mis persianas de bambú. Huele a Navidad y abeto, a tintineo de bolas rojas de cristal increíblemente fino y bello, a pastas caseras y reencuentros. Pienso en las cosas que tocan en un día como hoy... Trabajo, amigos, cortinas, bancos y facturas.... Quiero perderme un rato en el mercado, y si me da tiempo también a mirar la vida desde mi balcón.

Hoy me he despertado, por fin, retorciendome bajo el edredón, en mi reino interior y mirando la vida pasar sin esperar que me la devuelva ninguna ola de cresta blanca y efímera.

He decidido levantarme y disolver el salitre que me cubre en una ducha caliente y reconfortante, mientras ordeno mi agenda mentalmente. Queda tanto que hacer, queda tanto por lo que levantarse y andar, aunque sea para decir no, aquí me paro.

Buenos días y no se olviden de mirar al mar, aunque sea de soslayo, para saber donde está la tierra que pisamos.


viernes, 18 de mayo de 2012

20.000 clics despues

Hace días, mientras disfrutaba de Madrid, de mi trabajo y de inmejorable compañía, las estadísticas de este blog cambiaron el 2 por el 1 en las cinco cifras de las visitas. Reconozco que me entristece haberme perdido el momento concreto y no haberle podido poner un collar de flores tropicales, a ritmos de fanfarria y ovaciones, al poseedor del dedo prodigioso y la curiosidad por descubrir que esconden estas letras sobre ese fondo de faroles de papel, festivos y coloridos.

Cuando me enfrenté por primera vez a esta ventana blanca y desconocida, nunca me planteé que a nadie pudiera resultarle interesante lo que yo pudiera contar. Simplemente tenía la necesidad de hacerlo. Transformar, negro sobre blanco, mis miedos, mis recuerdos, mis deseos , mi forma de ver la vida, para poder comprenderme mejor, para poder explicarme mejor.

Hace algunos años, alguien a quien nunca olvidaré, me enseñó que era un Géminis de libro. Que tenia dos caras absolutamente diferenciadas. Mi Yo Público y mi Yo Privado. En su momento, el orgullo de uno de los dos no me permitió entenderlo y aceptarlo. Los años y la distancia me hicieron ver la división clara de mi conducta respecto a los públicos y distancias a los que me enfrento.

Este blog me ha permitido mostrar las múltiples caras de mi caleidoscópica personalidad. Afrontar mis miedos y mis fantasmas. Expresar mis opiniones y mis principios. Defender mis ideas y acallar algunas bocas de hienas hilarantes. Mostrarme, por una vez, tal como soy.


El principal beneficiado de esta terapia personal, sin duda alguna, he sido yo mismo. Afrontarte, negro sobre blanco, a ti mismo te ayuda a conocerte mejor y a comprenderte y aceptarte, con tus filias y tus fobias. Me ha servido para ordenar mis cuentas con mis guionistas y mis Dioses Griegos y Egipcios. Me ha permitido acercarme a gente que creía conocerme y algunos que ni siquiera conozco, con los que comparto más cosas que con muchos de los que configuran mi entorno vital.

Durante estos 160 posts he recorrido injusticias, homenajes, anécdotas, dolores y heridas. Hemos abierto sendas para el dialogo y, en ocasiones, para la reivindicación. Nos hemos reído y, en ocasiones, hemos llorado. Hemos montado árboles de navidad y hemos cenado con nuestros amigos en torno a mesas repletas de risas y sorpresas.

Ha habido espacio para ellas y para ellos, para la política y para el corazón. Para la lo superfluo y lo profundo. Para los mios y para otros. Para gentiles y bandidos. Para sabios y lerdos. para miedos y esperanzas. Para mi y para ti.

Claro que esto no tendría ningún valor si al otro lado de la ventana no hubiera nadie. Si detras de cada uno de esos 20.000 clics no hubiera un dedo conectado a un corazón y unos ojos. A unas risas o a unas lágrimas. A un acuerdo o un desacuerdo.

Muchos han leído sin más, otros han compartido impresiones y algunos han compartido, incluso, enlaces. Todos han extendido las redes entre nosotros. Todos han acortado las distancias entre nuestras miradas y nuestros brazos. Más allá de la pantalla de este ordenador, más allá de los mares que a veces nos separan, unos de aguas y otros de ideas. y cada vez que las olas retornan a la orilla, y se vuelven a alejar, soñando en volver, solamente se me ocurre seguir mirando al horizonte de esta blanca ventana de luz de mi portátil, sonreír y decir
¡¡¡¡¡¡¡GRACIAS!!!!!!!



miércoles, 16 de mayo de 2012

Noche de pizza y toros

La luz se desvanece lentamente, al igual que la tarde. El tamiz de las persianas de mimbre se torna inexistente, mientras me pierdo en algún concurso televisivo. Me siento cómodo, muy cómodo en este nuevo refugio. El mismo en el que crié. Observo el cambio después de disuelta la tormenta y me gusta reconocerme en el resultado. Es como volver a un mundo nuevo, en el que has vivido siempre, de un modo inconsciente.

Leo sobre las paredes dos historias paralelas, distantes en el tiempo y de similares protagonistas. Los de mi sangre, la Familia. Ahora cuelgan en ellas las piezas de mi puzzle personal, las claves para entenderme a mí mismo. Y me gusta el juego de montarlo. Me gusta el resultado.

Mientras pienso en qué cenar suena el teléfono móvil sobre la mesa de centro del salón. Aparece el nombre de un buen amigo que se esfuerza más por esta relación que yo. Durante estos meses, este último año, me he sumergido en mi sima personal, para tocar fondo y salir con más fuerzas buceando hacia la luz. Mucha gente ha estado ahí, en la superficie. Otra ha creído estar y otra, se ha empeñado en protagonizar extraños papeles de despecho que el tiempo se ha encargado en convertir en ridículas caricaturas de egocentrismo manifiesto.

Sigue sonando el móvil y me afano en contestar, pienso en que la amistad es un bien mal administrado en ocasiones, sobre todo cuando se convierte en una posesión. Un verdadero amigo es ese que está, siempre. Al lado o en la distancia. Aquel que cuando te vuelves, protege tus espaldas. Aquel que no pregunta ni exige explicaciones ni veneraciones innecesarias. Aquel que siempre sabe cuando abrirte los ojos con otro punto de vista, anclado en la objetividad que muchas veces carecemos sobre nuestra propia vida. Un amigo nunca obliga a que estés pero siempre está.

Contesto pero es tarde. Rehago la llamada y encuentro su voz intensa y aromática como el tabaco de los buenos puros, o un café recién molido. Alegría en los saludos y ganas de vernos. No recuerdo ni el tiempo que ha pasado desde la última vez. Cuelgo y salgo a su encuentro. Me espera con otro buen amigo viendo mi exposición. El tranvía atraviesa las entrañas de esta ciudad y yo pienso si serán capaces de leer entre mis fotografías la inmersión de estos meses. Paramentos abandonados para desnudar un pasado de felicidad y cotidianidad. La soledad del final y la perdida impregnan cada una de esas imágenes robadas a nuestro mundo acelerado que no puede detenerse a cautivarlas, aunque solamente sea un segundo fugaz.

Abrazos y reproches dulces y conmutativos por la distancia larga e injustificada. Puesta en común de impresiones sobre las fotos y sobre nuestros avatares personales. En la media luz de la agradable charla decidimos pedir unas pizzas para que conozcan mi casa recién estrenada. Salimos del local bajo una noche serena y de aire sahariano y nos trasladamos a nuestro destino, mi refugio.


Esperamos las pizzas mientras troceo unos tomates con la misma contundencia que defiendo mis posiciones respecto a la conversación. La misma bandea por infinidad de temas, unos banales y otros intensos y más complejos emocionalmente. Suena el timbre y ya huele a ternera y cebolla recién horneada. Risas, cerveza y pizza entorno a la mesa. Sigue bandeando la conversación entre las servilletas estampadas de Ikea y la ensalada con aromas de vinagre de Modena.

Algo provoca un silencio y cierta cara, en los tres, entre la estupefacción y la risa contenida. Un sonido constante, rítmico y lujurioso desciende del piso superior. El ritmo se mantiene flotando en el silencio de nuestra confusión. Madera, muelles o láminas. ¿Cuál será el origen? La risa se abre paso entre prudencia y se escapan las primeras carcajadas con el descenso cansado de la cadencia. Incremento súbito del ritmo en una clara demostración de testosterona para terminar en seco. El sonido, claro.

Estallamos en aplausos por la faena, inesperada y reveladora en cuanto a los hábitos nocturnos de mis vecinos. Risas, más pizza y cerveza tras la inesperada interrupción.

Evidentemente la vida tiene la capacidad de sorprendernos en cualquier momento. Tras una foto, un teléfono móvil o sobre un sofá viejo e indiscreto.

domingo, 6 de mayo de 2012

La tortuga de mis sobrinos

Esta mañana al despertar me he sobresaltado sobremanera. No había vigas donde asir mi vuelta a la realidad. Clavé mi mirada en el techo blanco de imprecisa y pretendida ejecución. Las paredes de yeso lavado y antiguo me envolvían, ante la atenta mirada de los cuadros que prenden en las paredes. ¿Si en mi casa nunca ha habido cuadros colgados? Algo raro esta pasando... La vuelta a la conciencia lo resuelve todo. Esta no es mi casa. O mejor dicho, esta si es, realmente, mi casa.

Tras un mes de locos, que me ha mantenido alejado de esta ventana al mundo desde mi universo personal, estoy instalado en mi casa, la de toda la vida, la de mis padres. He superado todos los miedos que me suponía abrir las dos vueltas de cerradura y desempolvar los fantasmas de esta vivienda familiar. Y he vuelto para quedarme.

Una vez archivada la memoria y rescatados los recuerdos para las generaciones futuras, comenzó la fase más compleja. Derribar una vida para crear la de uno mismo, siendo respetuoso con los legados y el pasado. 20 dias para cambiar un pequeño universo de 70 metros cuadrados sin que deje de ser reconocible.

Me senté frente al papel blanco para plasmar las ideas que debía englobar este reto. Al lado un trozo de papel sulfurizado en el cual dormita la planta original de la vivienda, al otro mis gustos, mis objetos, mis deseos, mis miedos... Trazo lineas de un manera precisa y meditada. Derribo tabiques de tinta China para abrir espacio a la luz y los tiempos presentes. Deshago los hábitos de cuarenta años para generar terrenos para los nuevos.

Tras dias de números y cuentas y medidas que no encajan llegó el proyecto final. Ahora derribo y ejecución. Dos premisas presidirán esta obra. Recuperación y optimización. De materiales, de espacios, de mobiliario, de esfuerzos. Cada pieza que se quita se revisa por si puede volver a cumplir una función. Rodapié que se convierte en suelo, al igual que la encimera. Armario que se reinventa para ser vestidor, perchero que se vuelve recibidor con los años y una capa de pintura. Enciclopedia que se vuelve entrada.

Tras dias de trabajo eficiente y minucioso, todo toma forma. Cristal que le da la luz a un baño que nunca la conoció. Pintura blanca para los antiguos pilares de ladrillo, ahora desnudos. Cuadros para el yeso antiguo, fotos para devolver la memoria a cada espacio.

Mudanza que cierra una vida para abrir otra. Diferente, ni mejor ni peor, solamente diferente. Al hacer las cajas de este viaje recuerdas cada minuto que has vivido bajo las vigas de madera que, pacientes, te daban bóveda cada despertar, cada anochecer. Tiempo para la reflexión, que no para el arrepentimiento.


Mientras repaso la memoria y clasifico los objetos por su futura ubicación en mi nueva casa me descubro solo haciendo cajas. Solo, ante la atenta mirada de la pequeña tortuga que ganaron mis sobrinos en un tiro de gracia y puntería en una feria navideña. Ella es el único ser vivo con el que he convivido en los últimos meses entre estas cuatro paredes, y el único que me acompaña en estos extraños momentos de cambio y embalaje.

No es la primera, pero sí que espero que sea de las últimas. Son actos que arrasan como un tratamiento de belleza abrasador con las huellas de la vida reciente en nuestra piel. Recuerdo todas las anteriores como puntos de inflexión en mi vida. También recuerdo las de mi circulo cercano, muchas en las que he participado para aliviar el trago y el trabajo. Pero yo me he descubierto solo entre estas cajas de cartón en las que embalo mi vida. Solo, ante la atenta mirada de la tortuga de mis sobrinos.

Cierras cajas, abres cajas para colocarlo todo dándole su sitio y sentido en la nueva vida. Decenas de cajas que ocupan los sitios libres en este nuevo paraíso personal, que fuera infierno hasta hace unos dias. Cientos de objetos que retoman espacio, retoman vida. Desaparecen las cajas y reaparecen los recuerdos. Y cada noche de este proceso, hay menos cajas y más vida en este nuevo antiguo espacio vital, donde casualmente también me he descubierto solo. Solo, ante la atenta mirada de la tortuga de mis sobrinos.

Esta vez espero haber aprendido la lección y recordar mirar más a menudo a los ojos de ese pequeño animalito de geométrico caparazón y de lealtad inquebrantable. Esta viene dada por su condena en su isla de plástico transparente, de cocotero azul imposible.

domingo, 25 de marzo de 2012

Una vida en cajas

Subo con dificultad la escalera de casa de mis padres. No es la edad ni dolencia alguna la que me impide hacerlo con agilidad si no estos dos paquetes de cajas plegadas de cartón blanco que se enganchan en todos los lados posibles. Hay cierta congoja en mis acciones, cierto miedo a lo conocido que retorna del pasado para empujarme a quien sabe qué abismos.

Abro la puerta de cerradura inconforme y pintura castigada por los años. Me adentro en el Templo maldito. La casa de mi infancia, el territorio prohibido de mi corazón en los últimos meses. Ese olor a polvo y clausura se me clava por los poros. La luz no atraviesa el pasado ni la ausencia, solo flota, como puede, en este pequeño espacio de decadencia.

Dejo las cajas en el recibidor y con las manos en los riñones y el alma en un Ay recorro lento las estancias. Mi cuerpo se desplaza sonámbulo por el espacio que mejor conoce de este mundo. Mi espíritu se esconde detrás de cada cuadro, detrás de las cortinas polvorientas y medio caídas. ¿Por dónde empezar?

¿Cómo se desmonta una vida?¿Cómo se abren en canal los recuerdos y se seleccionan los que merece la pena guardar y cuáles van al saco de la basura?¿Cómo se decide qué parte del pasado es el que decidimos conservar por que es importante para nosotros y los nuestros? ¿De dónde se sacan las fuerzas para deshacerse de una parte de nuestras vidas por cuestión de espacio o utilidad?

Sin pensar ni demora innecesaria corto el cordón que ata uno de los paquetes de cajas blancas de cartón. Las hay de dos tamañas. Pequeñas para libros, fotos y pequeños recuerdos. Grandes para textil, juguetes y otras memorias voluminosas. Armo la primera caja con ayuda de un rollo de precinto blanco. La nombro con un rotulador gordo que saco del bolsillo de mi pantalón y la dejo en el suelo. Recuerdos se llamará esta categoría. Incluye todo aquello que no sabes como calificar y que eres incapaz de justificar el por qué deseas guardarlo pero lo haces. La peonza de cuando eras pequeño, un puzzle de Naranjito, el pasaporte de la Expo. Tu primer sacapuntas en forma de lamparilla de explorador del Lejano Oeste. Ese cenicero que siempre has visto en tu casa desde que te alcanza la memoria.

De repente aparecen objetos que no englobarías en esta categoría. Fotografías. Libros. Recetas de cocina. Teniendo en cuenta la trayectoria de mi madre, la categoría de Recetas es importante y un bien preciado. Mientras desalojo el aparador del comedor, de estilo castellano y de madera oscura, encuentro los secretos de la Coca amb Tonyina, los buñuelos de viento o los Gazpachos de Pulpo de Calpe. Monto más cajas que nombro con el rotulador y esparzo por el comedor. Entre las cajas, un saco de basura, de esos de jardín, gris verdoso y con las cintas naranjas que nos permiten cerrarlo y separar la memoria del olvido.

En la categoría de libros reconozco mi incapacidad para tirarlos o deshacerme de ningún ejemplar. De pequeño me enseñaron a cuidarlos como un pequeño tesoro, que ni se subrayaba, ni se deterioraba, conservando su esencia original y permitiendo que sólo el tiempo altere el color de sus páginas. Alguna lágrima furtiva traza un surco sobre el polvo de las cubiertas de aquel primer libro que te leíste, en la convalecencia de una de las innumerables pulmonías de la infancia. Miguel Strogoff.

Libros, fotografías, vajillas, aquellos pequeños manteles bordados a mano, una bandejita de madera y laca roja con unos pájaros pintados donde el turrón volvía a casa, Navidad tras Navidad. Las tazas de la Comunión, aquellos posavasos en forma de disco de vinilo que me fascinaban de pequeño, la memoria entera de una vida se desgrana lentamente desde baldas y cajones, poniendo a prueba tu fortaleza, la capacidad de sorpresa y la decisión para no abandonar y tirarte al suelo y llorar sin consuelo por todo aquello que se marchó sin remisión y nunca volverá, ni a través de estos recuerdos polvorientos y, en ocasiones, diminutos y carentes de valor material y utilidad. La otra opción de huida sería correr sin destino ni dirección hasta perder el aliento, y seguir haciéndolo tras recobrarlo.

Una estantería tras otra. Una habitación tras otra. Cada una esconde unas historias, unas imágenes, unas lagrimas, unas sonrisas. También albergan extrañas sorpresas y diminutos descubrimientos que te hacen planterte la Historia tal y como hasta ahora la comprendíamos, incluso injustamente, en ocasiones, la juzgábamos.

Pilas de cajas, decenas de sacos y estancias vacías. Sin duda sales más fuerte que entraste, con la memoria remozada y el orgullo de las raíces saneado. Agradecido. Con heridas cerradas y cicatrizadas. Destrozado físicamente y con el ánimo tocado en la linea de flotación para resurgir, sin duda alguna, de nuestras propias cenizas.

Tras deshacerme de todo lo prescindible, y reubicar las cajas de cartón blancas, cerradas con precinto blanco, y nombradas una a una, cierro la puerta y el pasado para emprender un nuevo futuro. Espero poder escribirlo con la ayuda del recuerdo en este presente continuado en el que estamos sumergidos y que, a veces, nos lleva a estas pequeñas cosas que el tiempo nos dejó en un papel o en un cajón....

lunes, 19 de marzo de 2012

Abierto por liquidacion

Suena de fondo la voz quebrada de Soledad Jimenez en el reproductor de cds, mientras el viento juguetea, caprichoso, con la suciedad de la calle. No es que Sole tenga la voz rota, es que el aparato lleva en desuso más de 6 años, como todo lo que acumulaba este local. Hay que ver como ha pasado el tiempo y pensaba que fue ayer cuando bajamos la persiana.

Es verdad, el tiempo ha corrido mucho estos últimos años, especialmente estos doce últimos meses. Mi memoria vuela mientras suena una versión de No mires a los ojos de la gente, de Golpes bajos. Ciertamente, he mirado pocas veces a los ojos de nadie durante este aciago año. He empleado más tiempo en huir de ellos, de mi mismo, del dolor y de las consecuencias de este cataclismo vital en el que me he visto sumergido.

Nunca había creído en los lutos y esas historias de abuelas, por lo menos en sus manifestaciones externas y castrantes, propias de otros tiempos. Pero el dolor se alojó en mis entrañas para enseñarme, lento, su significado. Las perdidas dejan un hueco negro y zaino como un toro desconfiado. Da miedo asomarse a él pero hay algo que lo hace inevitable.

Y en ese momento cada uno reacciona de una manera totalmente distinta. Yo empece a correr casi sin respirar sin destino y dirección. Solo era importante correr. Alejarse de la negra pena y sus estragos sin ser consciente que vivía dentro de mí y se asomaba, líquida, a mis ojos a la menor oportunidad.

Y me faltaba el aliento. Y solamente paraba para recobrarlo y seguir corriendo sin mirar ni siquiera mis propios ojos reflejados en el charco que generaba mi sudor y mis lagrimas. Dolor por la perdida, dolor por la decepción, dolor por la traición. Dolor negro y bravo, como ese toro zaino desconfiado que te mira, resoplando, por encima de los pitones, mientras escarba buscando muerte.

Puse distancia por medio, sin saber cuanta ni por qué. Huí del dolor y de toda fuente que lo alimentara. Cerré los ojos, y no volví a aquella casa, no volví a aquel local, ni aquella oficina ni aquellos amigos que habían dejado de serlo. Cerré los ojos y no volví a mi pasado que lo había decretado tapiado por derribo. Sus agujas me dolieron más que mi propia vida.


La cobardía es un defecto que siempre ha dormido en mis bolsillos. Ha sido muchas veces una manera de evitar conflictos que sabia irremediables y con nula solución. Sé donde están mis límites y conozco mi incapacidad para desandar el camino una vez rota la baraja. No suelo ser quien rompe la partida, pero tampoco me permite mi dignidad jugar manos injustas a sabiendas. Y fui cobarde durante estos meses, y tragé veneno y decepción, tristeza y dolor, para no entrar en combate. Sé que mucha gente no lo habrá entendido. Pero yo hace mucho tiempo que no entiendo a mucha gente, y por eso no la castigo.

Ha pasado un año de aquel fatídico miércoles de abultada agenda. Acontecimientos que marcarían mi vida presente y futura. Por la mañana, decepción que torno en traición con los días, los meses. El miedo es libre y hay cobardes que se enfrentan con los demás por no enfrentarse consigo mismo y sus miserias, que son muchas y evidentes. Por la tarde, muerte e impotencia. Lo mas importante se me iba entre los dedos de las manos, como la arena, sin poder más que ahogar en llanto las horas y el desenlace. Noche al lado de quienes siempre están aun en la distancia, para mitigar esa extensión oscura e inabarcable que supone el dolor extremo.

Y ahora, el luto se ha diluido poco a poco. No la memoria. Esta me ha hecho fuerte y consciente para abrir nuevas sendas y adoptar nuevas posiciones. El tiempo me ha hecho más fuerte. Los hechos me han hecho más yo. Y he comprendido que no hay conflictos irremediables, sino historias que empiezan y que acaban.

Y que cuando esto sucede pasan a formar parte de nuestra historia y de nuestro mapa vital, dejando de ser destino para convertirse en camino por el que no volver a transitar. Nunca hay que privarlas de su sitio en nuestra memoria, poniendole unas flores frescas a los buenos momentos y un velo negro que cubra aquello que nos duele hasta que cicatrice y se diluya en el tiempo y el recuerdo.

Y he vuelto a aquella casa, y me he mirado a los ojos en aquel espejo polvoriento donde siempre han vivido desde mi infancia. He abierto armarios y cajones. He desplegados recuerdos y memoria. He construido mi propia memoria de diminutos hallazgos que la deletrean, entre sonrisas cómplices y lagrimas contenidas, que en un ataque de independencia se deslizan por mi mejilla para esconderse en mi barba canosa y protectora.

Y he levantado la persiana de aquel local y de mi corazón. He tirado centenares de sacos de basura y de miserias. Le he quitado el polvo al pasado y los legados que se escondían, aburridos y pacientes en las distintas estanterías de la vida, el negocio y el alma. Y con la más grande de las sonrisas, esa que provoca el saber quíen eres y a dónde vas al leerlo en tus propios ojos, me encuentro abriendo mi pasado por liquidación para afrontar un futuro mejor desde mi propio presente.

jueves, 15 de marzo de 2012

La noche de mi Gitana

Son las 22,30 y me voy a la cama. La Champions y Tele5 lo han conseguido. Aparte del cansancio propio de una jornada laboral de mitad de semana.

No es suficiente que se retransmita el fútbol en un sola cadena. Le sumamos una infinidad de sucedáneos de cadenas que reproducen programaciones pasadas y series repetidas como un mantra tibetano. Y luego Tele5 y el novedoso vicio de los biopics. No puedo comprender esta afición por producir y programar micro series de dudosa factura y discutible elenco, basadas en las vidas "interesantísimas" de personajes de medio pelo del reino del papel cuché.

Pero el colmo de esta nueva afición es La noche de mi Gitana. Esa amalgama de programas entorno a la TVmovie sobre Isabel Pantoja y sus amistades peligrosas. Es un verdadero ejercicio de retroalimentación en un estercolero de un grupo de hienas que destrozan la historia personal de muertos y vivos para tener contenidos con los que continuar su circo mediático. No tienen suficiente con realizar esa especie de telenovela biografiada del personaje popular, si no que se permiten realizar programas paralelos donde juzgar y escarbar en las heridas, unas cerradas y otras no, unas privadas y otras no, de las personas en que se inspiran los personajes.

Y para terminar, durante toda la semana, pasan el tamiz de los todopoderosos contertulios del Sálvame y similares escorias televisivas. Esta especie de cortesanas de la comunicación, que por un sueldo bastante indigno e inmerecido, se destapan, se arengan como perras violentas, se insultan, faltan al respetos de todo bicho viviente y se permiten poner en duda, difamar y crear bulos de cualquiera por tener una silla bajo los focos. Le han perdido el respeto a los personajes, al público e, incluso, a ellos mismos por dinero. Cual ave de rapiña por un trozo de audiencia o por propio ego ensangrentado y con aromas de odio y rabia.

No entiendo en qué momento nos hemos permitido poder destrozar públicamente a nadie, ponerlo a los pies de los caballos y juzgar su vida privada por un contrato o por conseguir audiencia u otros oscuros objetivos. ¿Qué estamos haciendo mal? No todo vale.


Y que conste en acta que esto no es una defensa del personaje público, al cual no le profeso ninguna admiración especial. Pero no deja de ser una persona, con sus glorias y miserias, sus virtudes y defectos. Una persona con una faceta pública y otra privada que debería serlo siempre. Privada. A la cual nadie tiene derecho a entrar con los caballos, airearla y divulgarla, especulando, atribuyendo conductas y acciones no probadas y sentenciandola en tribuna pública, sin ninguna posibilidad de defensa. En el patíbulo televisivo, todo reo es presuntamente culpable mientras no demuestres lo contrario. Y la voz de la alimaña periodística suele ser palabra del Dios catódico. Y difama que algo quedará y crecerá la audiencia. Y si te demandan, seguramente los réditos son superiores al castigo.

Algún día debería la Ley hacer responsable a las cadenas de los contenidos y de las opiniones e informaciones que se vierten desde sus platós. Deberían recibir castigos ejemplarizantes, marcando claramente cuales son las líneas rojas que no se deben atravesar. Ni por Kikos ni por Cocos.

Hay que reconocer que los personajes bordean en ocasiones la línea roja desde el otro lado, aireando sus miserias por rentabilizarlas en el papel cuché o en el prime time. Es como enseñarle la herida sangrante al león y querer que no te muerda. Claro que si no hubiera quien pagará para emitir miserias ni quien lo hiciera para verlas o leerlas, otro gallo nos cantaría.

Reconozco que en momentos de debilidad, caigo en contemplar este circo repugnante. Me hipnotiza, como la serpiente del Libro de la Selva, hasta que las arcadas me devuelven la conciencia. Y en esos momentos es cuando decido perderme en un libro, una buena película o en un profundo sueño reparador. Y la Gitana que se pierda por soleares....

domingo, 4 de marzo de 2012

La juventud

Un día te despiertas, y al intentar levantarte de la cama, descubres que el cuerpo no te acompaña. No es que quede postrado en el lecho, inerte y abandonado, si no que se desplaza, dolorido, unas décimas de segundo más tarde que nuestro ánimo. Nos cuesta aunar lo físico y lo anímico. Y entonces, con las manos apoyadas sobre las rodillas, mirando a la alfombra con cierto sabor a derrota esperada, sentando en el borde de la cama descubres que te has hecho mayor.

Tu vista recorre, temerosa, tu cuerpo. Descubres canas en lugares impensables. La piel, aun tersa, no conserva la tensión pasada. La gravedad comienza a ganarle la batalla lentamente a tu masa muscular. Y, al encontrarse con tu rostro en el espejo del lavabo, se descubre drapeada en sus confines y con cierto color morado en sus aledaños.

Frotas tu cabeza descubriendo que reduces, día a día, tu masa forestal. Que su color ya no es intenso ni ensortijado en las puntas. Amontonas recuerdos en ese espejo donde ya sólo coinciden nuestras pupilas llenas de vida. Y suspiras, intenso y largo, tras comprobar la plenitud de tu capacidad pulmonar.

La vida ha pasado y lo descubres cuando dices lo majo que es ese chaval. Ese que tiene un hijo universitario, 45 años, dos separaciones y veintitantos años de experiencia laboral. Ese que ya comienza a descubrir el verdadero sentido de aquella frase que nos decían de pequeños y que creíamos que era el zenit de la libertad. "Cuando seas padre, comerás huevos"

Ahora vemos a los que nos siguen, a esos adolescentes que nos ven como si hubiéramos nacido con 35 años. Como si hubiéramos nacido siendo mayores. Como si en la vida nunca hubiéramos sido inocentes, irresponsables, utópicos e idealistas. Como si no hubiéramos intentado bebernos la vida de un solo trago, sin ser conscientes que esta fuente nos acompañará hasta el día en que ya no tengamos fuerza para calmar nuestra sed. Como si no nos hubiéramos equivocado infinidad de veces en nuestro torrente vital hasta llegar a esta aparente calma del remanso de la madurez.


Ellos nos ven como vimos nosotros a nuestros padres. Figuras adustas, venerables y de recta norma que carecían de deseo sexual y vida propia. No son capaces de imaginarnos como ellos, como nosotros fuimos incapaces de reconocernos en nuestros progenitores. Aun nos cuesta vernos, en los cuarenta, similares a ellos cuando los tenían.

Los humanos tenemos el defecto de pensar que nuestra vida es la única intensa, veraz y realmente emocionante de la creación. Pensamos que el resto es Historia o mero decorado para darle más prestancia a la nuestra. Somos incapaces de meternos en la piel del igual para intentar comprender sus miedos y deseos, sus principios e intenciones. Si pudiéramos, por un día, habitar sus sentimientos, comprenderíamos el porqué de sus acciones, de sus consejos y de sus decepciones. Vestirnos de su piel. De la de nuestros padres y de la de nuestros hijos. De la de nuestra pareja y de la de nuestros amigos. A veces, la de nosotros mismos.

Nada en la vida es más atrevido, revolucionario, incomprendido, utópico, y vivo que la juventud. Pero el que no hace por conocer su historia, está condenado a repetir los mismos errores. Los de los padres y los de los hijos.

La madurez no se encuentra en el dolor de nuestras lumbares, nuestra colección de canas o el plisado de nuestras ojeras. Tampoco se encuentra, sin duda, en el descubrimiento del sexo, de las relaciones personales o en huir de la vida real escondidos en la bandera de una falsa libertad de decisión cimentada en la desidia, la inconsciencia y la falta de asumir riesgos y compromisos. Creo que se encuentra alojada en la capacidad de analizar todos los estadios en los que jugamos a la vez. En poder probarnos todas las pieles y analizar los miedos y anhelos de todas las partes. En ser coherente y capaz de asumir que el mejor camino no siempre es el más dulce ni el más llano. En aprender a comernos los huevos en pos de una mejor digestión de la vida. En saber ser siempre maestro y alumno a la vez.

Ese día en que lo comprendes empiezas ha echar de menos, frente al espejo, tantas segundas oportunidades en las que habrías obrado de diferente manera. Tanto silencios que habrías aplicado para aprender a escuchar. Tantos abrazos de los que privaste a quien nunca podrás volver a abrazar por el mero hecho de creerte mayor. Tantas veces en que reírse de la trastada en la que te reconoces años atrás. Tantas cosas que nunca tienen segunda vuelta. Esas en las que si no estás, te las pierdes, perdiendonos la Vida.

Todo esto sería más fácil si hubiera un manual de vida y de amores varios. Pero entonces nunca seriamos jóvenes, nunca seriamos alumnos y nunca tendríamos tantas ansias por vivir. Nunca descubríamos que la mejor escuela de la Vida es vivirla. La nuestra y ayudar a vivirla a los nuestros.

lunes, 27 de febrero de 2012

La indignación hace costra, como las heridas

Sábado soleado de febrero, que cae frio cuando muere el sol. No es otro día vulgar. Hoy 35 metros de paseo han cambiado la percepción que tenemos los españoles de nuestra monarquia y de nuestra justicia. Es difícil ver un informativo y no sentir una sensación similar a la de lamer con ansia con cuenco de wasabi.

No sólo la indecencia de los bombardeos sirios mientras las diplomacias occidentales miran de no molestar a nadie. No sólo la indecencia de las mentiras encadenadas y los incumplimientos de las promesas electorales. No sólo la incapacidad de los gobernantes para creer en un proyecto común de Europa sin pensar en salvar su culo, inmenso cuanto menos en algún caso. Aparte de todo esto, tras hacer de tripas corazón con las cifras económicas y los datos del desempleo, tenemos que soportar el diluvio de noticias sobre despilfarros y corruptelas varias que nos asola.

Es difícil mantener la calma ante la indecencia que emana de todas las instituciones que nos gobiernan, e incluso de las que nos protegen. Políticos que roban y malversan que de la mano de una Justicia parcial y manifiestamente injusta son convertidos en mártires de la nueva sociedad dominante. Jueces condenados por investigar a corruptos por sus propios compañeros. Instalaciones multimillonarias sin uso que contemplan como se cierran alas de hospitales, se reducen los servicios sociales, se despiden profesores y se corta l electricidad en institutos.


Y para colmo, cuando los estudiantes se manifiestan diciendo basta ya, la Policía, la cual debe estar al servicio de la población y no de los gustos represivos de otra época de algunos políticos que añoran viejos tiempos de sus padres o abuelos, carga contra el Enemigo. Porras contra libros. Que democrático. Y la delegada de Gobierno responsable de esta actuación la define de proporcionada sin despeinarse. No deb recordar que meses atrás pertenecía al gobierno de un presidente corrupto y mártir que condujo a su comunidad autónoma a la quiebra técnica a base de visitas episcopales y coches de formula uno. Cuanto daño le ha hecho siempre el dorado a esta Comunidad. Nos va mejor cuando lo quemamos.


Es difícil digerir este plato, qu no debería ser de gusto para nadie. Cuesta creer que los responsables sigan gobernándonos con mayoría absoluta. Que sigan dirigiendo nuestros bancos y dictándonos doctrinas y ejemplos éticos a una población arrasada económica y moralmente por sus desmanes. Me resulta indigesto verlos bajar de sus coches oficiales, con atuendos de dudosa procedencia y más oscura intención.P

Y conforme pasan los telediarios y los días, hasta el clima se ha secado y ha dejado de llorar. Y miro al cielo de este febrero seco y bisiesto en busca de señales de la maldición maya. Grito de rabia y mi piel se agrieta al mismo ritmo que mis labios. La indignación hace costra en estas grietas que llegan, profundas, al alma. ¿Merece la pena todo esto?

Mientras Pedro Piqueras nos anuncia una sequía desconocida desde hace 70 años y un déficit mayor al esperado, veo bajar esa cuesta de 36 metros al yerno del Rey, al que se le piden cuentas de millones de euros desviados de una fundación sin ánimo de lucro. No hay nada ni nadie a salvo de esta crisis. ¿Y cual será peor, la económica o la ética?

Empiezo a dudar que ninguna de las dos tenga cura. Y mis costras se grietan de nuevo para llegar al alma. Y pierdo la atención, y las ganas de sonreír, mientras veo la sonrisa del mártir volviendo a ocupar su escaño. Ese que todos pagamos. La sequía evita las lágrimas y acrecienta la furia que me obliga a quitar de un golpe de mando la información.

Y miro al cielo en busca de nuevos presagios y me duelen costras y grietas. Y solamente le pido al Destino que no nos haga inmunes a estos desmanes. Que no nos haga flojos de memoria y que no cicatrice estas heridas sin encontrar la cura a este mal que nos arrasa. Solamente pido que las costras de nuestra decencia pisoteada no se vuelvan tatuajes en la piel de nuestra historia.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Padre, acérqueme aquí ese cáliz!! Y póngale dos hielos!!

Martes de Carnaval, y vivo alojado en el día de la marmota. Lucho por recuperarme de los estragos del Sábado Ramblero y me descubro con las posaderas en los mismos barrotes helados de la misma estación. Parece no haber pasado el tiempo, si no fuese por la ausencia de mi barba y los residuos de resaca que arrastro desde la última batalla.

Mientras espero la llegada de mi tranvía con aspiraciones a más, rememoro todo lo acontecido en el pasado combate. La elección de la armadura con la que enfrentarse a dicha contienda no deja de ser un desafío al Destino y los guionistas. De ella dependerá, en gran parte, el desarrollo de los acontecimientos.

Conocida es, por aquellos que me siguen, mi afición a desafiar lo políticamente correcto los días de Carnaval. Creo que la transgresión debe contar con un dosis indiscutible en esta celebración, pagana y mundana como ninguna. De estas últimas características mi afición. Siempre en el filo de lo provocador a la hora de elegir disfraz,con cierta dosis de mala leche y una cuidada puesta en escena.

Apuro siempre hasta el momento final para decantarme por la opción válida. Los acontecimientos me dan pistas. Con el cuerpo aún caliente de la gran Whitney dudo en retocarme la nariz y darme un tinte de caña de azúcar corporal. Pero la lentejuela buena está cara, y no quiero parecer Regina do Santos. Repaso mis clásicos en espera. Rocío, la más grande, Raffaellla, Jack Sparrow..... Todo demasiado correcto y poco canalla para mis ganas de fiesta. Retomo la idea de la gran dama negra, demolida por la falta de fortaleza, un marido cabrón y unas cuantas drogas de más, unas legales y otras no. No me compensa la operación de nariz, lo siento.

Y de repente, mientras divago, descubro una silueta que me llama desde el lado más oscuro de la memoria. Sentada en lo más salvaje del purgatorio, con su extremada delgadez y su voz de cazallera prodigiosa me susurra "Es que yo no te valgo?? Capullo?" Y suena de repente el Rehab que tan famosa la hizo. La gran Amy Winehouse se ofrece como disfraz.

Mis párpados tintineaban aguantando lágrimas de emoción. Será una gran noche, como cantara el gran Raphael. La perdida de mi barba, mi disfraz diario desde hace años, es un precio justo para todo aquello que me ofrecía la finada Amy para aquella ocasión. Queda un día y muchos chinos que recorren para lograr el look deseado. Debe ser lo suficientemente estiloso para una diva británica y lo suficientemente canalla para una yonkie irreductible.


Tras una complicada elaboración de la idea y la consulta de la iconografía de la diva, vía iPad, me lanzo a la calle a adquirir las piezas necesarias para la transformación. Mi peregrinación por distintas tiendas de todo a 100 y almacenes chinos va cubriendo mis expectativas. Una peluca de India para destrozar y cardar por 5 euros. Un cinturón de polipiel y una extensa colección de tatuajes adhesivos. El sujetador más vulgar y grande del perchero. Unos estropajos como pulseras y unos aros para colgar loros que veremos como colgar de mis orejas de señor de mediana edad, relativamente respetable.

El último almacén de ropa China de poliéster de primera calidad. De un plástico buenísimo. Logro convencer a la dependienta de mi habilidad para introducirme en un minifalda de tablas de la talla M, como si del hijo de Hudini se tratara. Revuelvo, vuelvo, rebusco, busco, entre los percheros en busca de la prenda con la que combinar el esperpento. La encuentro mientras observo como la oriental abre los ojos como Heidi, incrédula hasta sus mismísimos rollitos primavera. Salgo feliz por 10 euros.

Ajustes a las prendas y complementos. Cardo de forma increíble el pelucón. Le añado ganchos imposibles, diademas al tono y una pinza/flor de indiscutible mal gusto. Procedo a afeitarme la barba con cierto pesar. Me encanta llevarla, me siento seguro.

Una vez desaparecida, procedo a confeccionar mi maquillaje. A mitad de camino entre muerta y degenerada rockera. Una base de blancos, unos toques de malva a juego con la falda y los leggins, un pintalabios grotesco y bien perfilado y unas pestañas de vértigo y precio reducido, made in China. Adhiero los tatuajes a mis brazos y torso mientras comienzo a dejar de reconocerme, para enfrentrme al personaje en el que me convierto por unas horas.

Me visto, embutiéndome cual morcilla de cebolla en mi selección de pronto moda low cost. Ajusto mi peluca de gran señora del Soul de última generación y me transformo en otro yo que no conozco y que tantos buenos recuerdos me ha dado, Carnaval tras Carnaval.

Ultimo mis accesorios más canallas. Una bolsa llena de botellas de distintas bebidas alcohólicas vacías, una selección indiscriminada de pastillas en el bolso y una manta, al tono, como prenda de abrigo y posible acampada teatral. Cierro la puerta y a la calle. No sé muy bien donde me quedo yo y a donde se dirige ella.

Encuentros con amigos y desconocidos. Risas, sorpresa, incredulidad. No tengo vergüenza. La debí perder en otro Sábado Ramblero. Cae la noche y despliego lo más canalla de mis encantos teatrales. Siempre sobre la raya de lo sin retorno. Me gusta ser equilibrista entre la imprudencia y el desafío.

Risas, más risas. Como pesan estas malditas botellas. Que frío se pasa con falda. Gracias, señora, su disfraz también me gusta. Uy, perdón, pensé que iba disfrazada. Y llega la última pirueta. Una fiesta benéfica de disfraces de la alta sociedad se cruza en el camino de esta cantante borracha y decrépita que me posee. Y allí me lanzo.

Cruzo un mar de disfraces y músicas pachangueras con paso firme y gesto altivo. La gente me mira asombrada mientras camino fuerte sobre mis Converse, al ritmo del tintineo de las botellas vacías. Este sonido me genera tensión y me da una sed terrible. Varias escalas técnicas antes de llegar al baile de mascaras.

Entro muerto de vergüenza por la actitud desafiante de mi personaje, que cruza el salón con la seguridad que da el disfraz y el anonimato. Veo a Marta que me observa sorprendida y divertida, a la vez. Risas, más risas. ¿Nos tomamos una copa? Las botellas tintinean y mi pelucón asiente. Brindemos es Carnaval.


De repente, un invitado vestido de obispo interrumpe nuestro brindis. Hija, te ofrezco la absolución de tus pecados. Pater, estoy muerta. De lo que viene siendo muerta de verdad. No creo que me haga mucho efecto la redención de mis faltas. Si eso, mejor, acérqueme usted ese cáliz, y póngame dos hielos, su eminencia!! Y no me mire las piernas, que mi reino no es de este mundo y su sobrina le mira con mala cara.

lunes, 13 de febrero de 2012

La extenuante rutina de las escaleras mecánicas

Sentado, en el helado banco de varillas aceradas de la estación, veo el continuo devenir de las dos escaleras simétricas. El espacio es una geométrica estancia de depuradas proporciones. Parece doblada por su eje y calcada en el lado opuesto. El frío invade todo, al igual que la luz. La gente transita, como en esos vídeos de japoneses en los que imitan a las hormigas. Mientras, todo se tiñe del sonido letánico de las escaleras metálicas.

Un minuto me ha separado de mi tren, condenándome a la espera fría y observante. Siempre se pierde los transportes por minúsculas porciones de tiempo. Nadie pierde un tren por tres cuartos de hora. En esta ocasión se ha debido a la minuciosa operación de cirugía relojera a la que una agradable señorita ha sometido, voluntariamente, a mi Swatch. Sólo le pedí cambiarme la pila. Tras quince minutos hurgándolo comienzo a pensar que ha grabado un retrato de su madre, con su diminuto destornillador de precisión suiza, en la carcasa de mi reloj. Me ha cobrado la pila y el retrato, sin lugar a duda. Creo que he colaborado a sacar de la crisis al pequeño comercio.

Mientras las varillas del banco congelan mis glúteos analizo la población flotante de esta estación termino de un tranvía con anhelos de metro. No es toda la que me gustaría. La escasa frecuencia de las líneas no permiten un tráfico endiablado de almas por la misma, muy a mi pesar. Gente que observa la vida pasar, con la mirada perdida en ninguna parte. Gente de todas las edades, de todas las clases, deambulan continuamente por este contenedor subterráneo, comunicado trasversalmente por esas orugas plateadas de letanía sonora. Llegan y se van. Esperan, se suben a un tranvía sigue la vida, su vida.


¿Qué acontece en esas vidas privadas que transitan y esperan? Esas que pierden la mirada en ninguna parte mientras se abstraen en sonido constante que penetra en el subsuelo de la vida real al aire libre, como si de un mundo paralelo se tratase. Observo cada uno de estos universos personales. Me detengo en alguno de ellos, quedando mi mirada prendida en la textura de un abrigo tres cuartos de color indefinido. Reposo, otro rato, intentando descubrir la lectura que absorbe a mi compañero de banco. Revoloteo coleccionando retales de tiempo perdidos en la espera de esta luminosa caja blanca casi simétrica. Pego suposiciones sobre sus destinos en un cuaderno imaginario que siempre llevo en el bolsillo derecho de mis pantalones.

Los trenes llegan y salen. La gente sube y baja sin reparar en este universo casi congelado por el que atraviesan a cierta velocidad y con la mirada anclada en el ranurado metal de los peldaños. La vida viene y se va, mientras la observas pasar como analgésico de la tediosa espera. Miles de vidas que se acompañan o se cruzan en la extenuante rutina de las escaleras mecánicas mientras unas miran al cielo, otras a la escalera contraria y otras al suelo. Todo menos mirarse a uno mismo en esta parada del tiempo en el camino. La vida en esta caja de luz subterránea no deja de ser una partícula diminuta y ralentizada de nuestra propia existencia diaria.

lunes, 30 de enero de 2012

Me gusta andar solo por la calle Piamonte

El frío es constante y generoso, pero no se cala en los huesos. Para alguien como yo, esto es de agradecer. La noche se ha descolgado sobre esta ciudad que nunca duerme sin avisar. Cruzo las calles con un paso firme pero relajado. No es un paso triste ni de retirada. Más bien me gusta sentir en las suelas de mis Converse cada centímetro de esta urbe prodigiosa que cada día me cautiva más y más.

Es difícil de describir esa sensación de no sentirte extraño en una ciudad que no es la tuya, pero la respiro por cada poro de mi piel. Es ese halo que envuelve a todo el que transita por la Gran Vía. Nadie es madrileño, todos somos madrileños. Es casi imposible sentirte incomodo en un sitio donde todo te suena como propio, donde todo es un descubrimiento.

Mientras corto la noche con mis piernas negro terciopelo, pienso en como la estarán cortando también cientos de piernas, miles, en otros puntos de esta compleja geografía urbana. Cuantos son los pensamientos que se cruzan, como los mios, en este cielo azul noche, que aspirando a ser negro intenso, sólo destila reflejos color petróleo. Seguramente, algunos de ellos, sobrevuelan las buhardillas de la zona de los Austrias, reposando en los aleros de las nobles casas del barrio de Justicia. A veces se quedan flotando, entre las nubes bajas de las chimeneas, enganchados a los aconteceres callejeros de Chueca o Malasaña. Otros se visten de paño oscuro para segar la soledad por las calles del de Salamanca.

Supongo que esta fascinación la genera el acudir a ella como escape y no como residencia y proyecto de futuro. Opción, esta, que albergo en mi deseo poder desarrollar en breve. Pero no he de negar que me genera cierta ansiedad no ver los plazos ciertos. Me desconcierta tener la sensación de acariciarla con las yemas de los dedos y nunca llegar a atraparla. Aun así, ando sereno y firme sobre sus calles frías de azul petróleo.


Enero nunca deja de sorprenderme en esta ciudad. Bajo la fina lluvia susurrante de la música del Diurno han comenzado y terminado tantas cosas en mi vida en los últimos años, que podría decir que a mi corazón le duele más su ausencia que las de los rincones donde me crié. He transcrito dolores y penas, ilusiones y nostalgias en ese banco del fondo, donde la luz entra de soslayo, y la vida pasa tranquila e imperceptible. Mientras disfrutaba de una ensalada de pasta y feta y alguna otra delicia take away, ponía negro sobre blanco en mi Ipad la vida tal y como yo la digería.

Sigo haciéndolo cada vez que recalo en este puerto sin mar donde se cruzan todas nuestras buscas de Ítaca particulares. Me gusta ser anonimamente yo entre este entramado de calles, entre esta marabunta de seres anónimos que parezco conocer de toda la vida. Me siento bien después de tanto errar por los mismos caminos en forma de laberinto desde la lejana niñez. No sé si será mi destino, pero sé que es el puerto que buscaba, desoyendo cantos de sirenas y proclamas conservadoras en mi propio beneficio.

El frío es constante y generoso, pero no se cala en los huesos. Para alguien como yo, esto es de agradecer. La noche se ha descolgado sobre esta ciudad que nunca duerme sin avisar. Cruzo las calles con un paso firme pero relajado. Me gusta andar solo por las calles de Madrid.

lunes, 9 de enero de 2012

Maldito lunes, maldito año

Aunque que tenga que reconocer la gran carga de atractivo personal que destila Carles Francino para mí, los lunes por la mañana me resulta un ser totalmente despreciable.

Cuando se dispara automaticamente la radio y su voz penetra por mi mente como termitas que devoran el placentero estado de sueño profundo en el que suelo encontrarme, comprendo el odio que se desarrolla hacia determinados humanos martilleantes y cansinos. Minutos después desaparece este estado de malestar completo y enfado planetario que se agolpa contra las paredes de mi estructura osea.

Me pierdo entre las vigas del techo y su forma particular de intercalar la actualidad con temas cotidianos e intrascendentes y ese humor ácido del que me declaro fan abierto y confeso. Me distraigo de los contenidos y me quedo prendido entre las vigas cuatro y cinco pensando por qué son tan detestables los lunes por la mañana. Supongo que debe tener algo que ver con la pereza iniciatica que me invade ante la rutina de comenzar cosas que intuyes como van a terminar, las cuales no esconden ni el mínimo reducto para la sorpresa o la improvisación. Lunes tras lunes, semana tras semana.


Claro está, como opina la viga cuatro, que ponerle interés a la vida es, en parte, obligación nuestra. La búsqueda de nuevos retos, incluso de aventuras, más o menos furtivas, es tarea que le compete al propio protagonista. No todo se debe dejar al capricho del destino ni de los guionistas. Tenemos la capacidad de alterar el curso de las cosas y, en el fondo, la obligación moral de hacerlo.

La viga cinco, más pragmática y mucho más pesimista, defiende que el Destino es una losa inalterable, una barca sobre la que fluimos en el río de la Vida sin poder controlar el curso ni la velocidad. Que todo nuestro sufrimiento se genera por la lucha titánica e infructuosa por intentar variar el rumbo y la suerte de los acontecimientos. Que somos presas de nuestro propio sino. Sobrecogedora la viga cinco con esa linealidad formal con la que se pierde en el infinito concreto de la enorme estancia.

Observo y escucho atentamente a ambas, paralelas entre sí y parte de la misma estructura que me cobija del primer lunes frío de este estúpido año, casi capicúa, bisiesto y de oscuros augurios mayas. La voz de Francino me acota, al margen de mi mente perdida en estas discusiones filosóficas entre elementos estructurales, el dato horario. La vida sigue ajena a la geometría emocional de mis vigas. De todas ellas, no solamente de la cuatro y de la cinco.

Mi cuerpo parece querer tomar parte en las reflexiones previas al discurrir de esta semana, inicio de la normalidad tras tanta fiesta y desmán culinario. Comparte criterios con ambas y también disiente de los mismos, casi por partes iguales. Tengan o no razón, la vida sigue. Sea al timón de nuestro bajel o flotando sobre la grave losa del Destino imperturbable, el río de la Vida continua rumbo al mar, como glosaba Jorge Manrique.

Decido recuperar la verticalidad y salir de debajo de mi edredón vestido de flores suecas de color granate. Abro el grifo de la ducha y me sumerjo. Cascada de agua caliente para despejar estas brumas invernales.

miércoles, 4 de enero de 2012

I can't con my vida!!!

Pasan los días y se adentra este fatídico 2012. Da miedo encender la radio y escuchar las noticias. Cualquier canal temático antes que un Telediario. Solo el sol contradice los malos augurios. ¿O acaso no es el sol en enero otro mal síntoma?¿Quién ha secuestrado al invierno tradicional?¿En qué momento comenzarán a deshacerse los casquetes polares y las playas terminarán estando en Honrubia?

Miro lentamente mi alrededor, como si mi cabeza se tratase de un faro marino. Movimientos constantes de barrido inalterable. Respiración profunda y quebrada como la de Darth Vader. Me empiezo a dar miedo a mi mismo por si mi cabeza, en un alarde de autosuficiencia decide dar un giro de 360 grados y cae botando por el suelo, con el consiguiente estropicio personal e higiénico.

La casa, eso sí soleada, está repleta de restos de las fiestas aún agonizantes. Regalos por repartir. Un árbol que mantiene su belleza y dignidad aún después de perder el factor sorpresa y la frescura de su relleno. Un belén que empieza a parecer más extremeño que mexicano por el color de su musgo. La corona de puerta que se resiente de los embites de la gente que entra y que sale en estas fiestas, con desigual cuidado y control etílico. Una nevera que parece el laboratorio de un psicópata. ¿Por qué almacenamos restos de patos diseccionados, confitados y envasados al vacío, con sus hígados destrozados y alternados con higos confitados?¿Cómo nos verán los patos? Qué horror. Y todos esos resultados de la experimentación culinaria con esos pobres cerdos ibéricos, que ni se imaginan su fin mientras disfrutan, cochinamente tranquilos, de su cuota diaria y pactada de bellotas. Por esto no veo a nadie delante de una carnicería gritando "No es arte ni cultura, es tortura"


Mientras muevo constante pero lenta mi cabeza, se me pasa por la misma qué hacer con 213 tupper de caldo de cocido navideño, el cual nos empeñamos en cocinar para toda la población censada de Belén, aunque vivamos solos. Y también me invade una de las preguntas que mueve el mundo por estas fechas. ¿Por qué insistimos, año tras año, en comprar 25 veces más pastas navideñas de las que una familia de seres humanos en su sano juicio y de nacionalidad española puede ingerir en 15 días? No tenemos acciones en la industria repostera de Estepa ni de Jijona. ¿Alguien lo comprende? Y no me vale lo de por las visitas. Si tienes visita, que suele estar programada, quitando algún tipo de subseres que se empeñan en reventarte todas las reposiciones moñas de sobremesa a traición, vas y compras un puñaito. No hace falta abastecerse como si siempre hubiera peligro de ataque nuclear todos los años del 20 de diciembre al 6 de enero.

Detengo mi cabeza con espanto ante un objeto indescriptible. Es una especie de bolsa de papel metalizado y dibujos grotescos y de mal gusto. Está semi abierta sobre el aparador. Me acerco mientras retazos de memoria empiezan a ubicarla en mi imaginario pasado. ¿Por qué nos traemos los restos del cotillón a casa? ¿Es un trofeo de guerra que recuerda un postrero y patético triunfo sexual del cual renegamos al recuperar los niveles normales del alcohol en sangre?¿O un por si acaso, seguro que me viene bien para alguna fiestecilla en casa?

Desplomo mi cuerpo sobre el sofá, mientras dudo unos segundos si enfrentarme a la cruel realidad de este enero aciago, o consumir lento y nostálgico los últimos estertores de estas extrañas navidades del 2011

martes, 3 de enero de 2012

Balance para un microcosmos en caos

Hoy, 3 de enero de 2012, no bajan las temperaturas y sí las defensas emocionales. Nos ataca de nuevo la nostalgia, la que abre los libros del debe y del haber de final de año para hacer recuento de presencias y ausencias, de propósitos cumplidos y eternos imposibles. Nos puede esa absurda de necesidad de hacer balance ante las últimas hojas del calendario.

A principios de aquel anciano ejercicio, que acaba de fallecer, puse negro sobre blanco en este blog mis propósitos para él. Y hoy, haciendo balance, digamos que no he salido muy bien parado, la verdad. De lo que me propuse creo que solo he aprendido a decir NO, y no me ha traído grandes alegrías, aunque sí más horas de sueño tranquilo, sintiéndome en paz con mi pretendida coherencia. Ni he viajado más, ni he mejorado mi inglés ni tantas otras cosas. Y en el que nos quedáramos como estábamos... pues tampoco nos hemos quedado muy así.


A veces la vida hace cierto ese refrán que dice: " El hombre propone, y Dios dispone" En este caso, el Destino, la Vida, los Dioses Griegos y Egipcios y los Guionistas se han dedicado a fondo en conseguir llevarme la contra. Aunque realmente creo que soy yo mismo el que se empeña en llevarme la contra.

Ahora que empieza un nuevo año, que encima pinta mal desde los tiempos de los Mayas, no tengo claro si formular propósitos, prorrogar los anteriores como si de unos presupuestos nacionales en crisis se tratase o, realmente, salir corriendo como las locas sin mirar atrás.

No es fácil asumir los propios fracasos, ni hay, a pesar de la tormenta, que buscar culpables en los elementos. El daño está hecho y es lo que hay. Ahora toca reordenar las alforjas y seguir el viaje. En ellas abunda, a menudo, equipaje surpefluo y prescindible, recuerdos que lastran e infinidad de historias inconclusas que almacenamos durante una vida y que e convierten en una espesa tela de araña que nos impide avanzar. Esto hace necesaria una limpieza a fondo, renunciar a lo que pudo haber sido y no fue y cerrar heridas y curar cicatrices que todavía supuran los días de lluvia.

El sol no deja de brillar, lo cual es de agradecer en esta extraña primavera navideña. Los rayos inundan la estancia en la que escribo como si de una terapia de animo se tratase. Rotundos, balsámicos, cicatrizantes...
Miro buscando su origen mas allá de los tejados cuajados de antenas y nostalgias y me reafirmo en mi creencia que el cielo no es una bóveda estanca si no una metáfora de liberta azul