miércoles, 22 de febrero de 2012

Padre, acérqueme aquí ese cáliz!! Y póngale dos hielos!!

Martes de Carnaval, y vivo alojado en el día de la marmota. Lucho por recuperarme de los estragos del Sábado Ramblero y me descubro con las posaderas en los mismos barrotes helados de la misma estación. Parece no haber pasado el tiempo, si no fuese por la ausencia de mi barba y los residuos de resaca que arrastro desde la última batalla.

Mientras espero la llegada de mi tranvía con aspiraciones a más, rememoro todo lo acontecido en el pasado combate. La elección de la armadura con la que enfrentarse a dicha contienda no deja de ser un desafío al Destino y los guionistas. De ella dependerá, en gran parte, el desarrollo de los acontecimientos.

Conocida es, por aquellos que me siguen, mi afición a desafiar lo políticamente correcto los días de Carnaval. Creo que la transgresión debe contar con un dosis indiscutible en esta celebración, pagana y mundana como ninguna. De estas últimas características mi afición. Siempre en el filo de lo provocador a la hora de elegir disfraz,con cierta dosis de mala leche y una cuidada puesta en escena.

Apuro siempre hasta el momento final para decantarme por la opción válida. Los acontecimientos me dan pistas. Con el cuerpo aún caliente de la gran Whitney dudo en retocarme la nariz y darme un tinte de caña de azúcar corporal. Pero la lentejuela buena está cara, y no quiero parecer Regina do Santos. Repaso mis clásicos en espera. Rocío, la más grande, Raffaellla, Jack Sparrow..... Todo demasiado correcto y poco canalla para mis ganas de fiesta. Retomo la idea de la gran dama negra, demolida por la falta de fortaleza, un marido cabrón y unas cuantas drogas de más, unas legales y otras no. No me compensa la operación de nariz, lo siento.

Y de repente, mientras divago, descubro una silueta que me llama desde el lado más oscuro de la memoria. Sentada en lo más salvaje del purgatorio, con su extremada delgadez y su voz de cazallera prodigiosa me susurra "Es que yo no te valgo?? Capullo?" Y suena de repente el Rehab que tan famosa la hizo. La gran Amy Winehouse se ofrece como disfraz.

Mis párpados tintineaban aguantando lágrimas de emoción. Será una gran noche, como cantara el gran Raphael. La perdida de mi barba, mi disfraz diario desde hace años, es un precio justo para todo aquello que me ofrecía la finada Amy para aquella ocasión. Queda un día y muchos chinos que recorren para lograr el look deseado. Debe ser lo suficientemente estiloso para una diva británica y lo suficientemente canalla para una yonkie irreductible.


Tras una complicada elaboración de la idea y la consulta de la iconografía de la diva, vía iPad, me lanzo a la calle a adquirir las piezas necesarias para la transformación. Mi peregrinación por distintas tiendas de todo a 100 y almacenes chinos va cubriendo mis expectativas. Una peluca de India para destrozar y cardar por 5 euros. Un cinturón de polipiel y una extensa colección de tatuajes adhesivos. El sujetador más vulgar y grande del perchero. Unos estropajos como pulseras y unos aros para colgar loros que veremos como colgar de mis orejas de señor de mediana edad, relativamente respetable.

El último almacén de ropa China de poliéster de primera calidad. De un plástico buenísimo. Logro convencer a la dependienta de mi habilidad para introducirme en un minifalda de tablas de la talla M, como si del hijo de Hudini se tratara. Revuelvo, vuelvo, rebusco, busco, entre los percheros en busca de la prenda con la que combinar el esperpento. La encuentro mientras observo como la oriental abre los ojos como Heidi, incrédula hasta sus mismísimos rollitos primavera. Salgo feliz por 10 euros.

Ajustes a las prendas y complementos. Cardo de forma increíble el pelucón. Le añado ganchos imposibles, diademas al tono y una pinza/flor de indiscutible mal gusto. Procedo a afeitarme la barba con cierto pesar. Me encanta llevarla, me siento seguro.

Una vez desaparecida, procedo a confeccionar mi maquillaje. A mitad de camino entre muerta y degenerada rockera. Una base de blancos, unos toques de malva a juego con la falda y los leggins, un pintalabios grotesco y bien perfilado y unas pestañas de vértigo y precio reducido, made in China. Adhiero los tatuajes a mis brazos y torso mientras comienzo a dejar de reconocerme, para enfrentrme al personaje en el que me convierto por unas horas.

Me visto, embutiéndome cual morcilla de cebolla en mi selección de pronto moda low cost. Ajusto mi peluca de gran señora del Soul de última generación y me transformo en otro yo que no conozco y que tantos buenos recuerdos me ha dado, Carnaval tras Carnaval.

Ultimo mis accesorios más canallas. Una bolsa llena de botellas de distintas bebidas alcohólicas vacías, una selección indiscriminada de pastillas en el bolso y una manta, al tono, como prenda de abrigo y posible acampada teatral. Cierro la puerta y a la calle. No sé muy bien donde me quedo yo y a donde se dirige ella.

Encuentros con amigos y desconocidos. Risas, sorpresa, incredulidad. No tengo vergüenza. La debí perder en otro Sábado Ramblero. Cae la noche y despliego lo más canalla de mis encantos teatrales. Siempre sobre la raya de lo sin retorno. Me gusta ser equilibrista entre la imprudencia y el desafío.

Risas, más risas. Como pesan estas malditas botellas. Que frío se pasa con falda. Gracias, señora, su disfraz también me gusta. Uy, perdón, pensé que iba disfrazada. Y llega la última pirueta. Una fiesta benéfica de disfraces de la alta sociedad se cruza en el camino de esta cantante borracha y decrépita que me posee. Y allí me lanzo.

Cruzo un mar de disfraces y músicas pachangueras con paso firme y gesto altivo. La gente me mira asombrada mientras camino fuerte sobre mis Converse, al ritmo del tintineo de las botellas vacías. Este sonido me genera tensión y me da una sed terrible. Varias escalas técnicas antes de llegar al baile de mascaras.

Entro muerto de vergüenza por la actitud desafiante de mi personaje, que cruza el salón con la seguridad que da el disfraz y el anonimato. Veo a Marta que me observa sorprendida y divertida, a la vez. Risas, más risas. ¿Nos tomamos una copa? Las botellas tintinean y mi pelucón asiente. Brindemos es Carnaval.


De repente, un invitado vestido de obispo interrumpe nuestro brindis. Hija, te ofrezco la absolución de tus pecados. Pater, estoy muerta. De lo que viene siendo muerta de verdad. No creo que me haga mucho efecto la redención de mis faltas. Si eso, mejor, acérqueme usted ese cáliz, y póngame dos hielos, su eminencia!! Y no me mire las piernas, que mi reino no es de este mundo y su sobrina le mira con mala cara.

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