viernes, 8 de noviembre de 2013

Como las contraventanas de mi casa filtran la luz

Llevo cerca de 9 meses en Madrid y parece que fue ayer ese día en que miré mi mundo presente, en un giro de 360 grados, y dije ahora toca partir.

Hice unas bolsas de viaje pequeñas y sin recuerdos y partí. Empecé una nueva vida en un espacio que para mí no era hostil. Madrid me ha ganado con los años y la ayuda de grandes amigos. No es el paraíso, pero es el mar en el que me apetece nadar en estos momentos.

Cuando cerré la puerta de Barcelona 8, no solo cerré una casa llena de recuerdos. Cerré un estilo de vida, una situación asfixiante en la que ya no sabia ni quería vivir, una etapa, seguramente terminada años antes.

Ahora me encuentro mirando a mi techo marrón chocolate, intentando atisbar la escasa luz nocturna que se filtra por mis ventanas, empapado en una curiosidad, casi juvenil, sobre todo lo que sucede a mi alrededor. Deseando descubrir todo lo que me ofrece esta ciudad, que tiene la capacidad de abrazarte y ahogarte por igual.

Los días y los meses pasan rápido, casi provocando vértigo. Los proyectos se suceden, uno tras otro; las oportunidades surgen, una tras otra. Y me siento cada día más viví y fuerte. Cada día más valiente para afrontar metas que antes sólo me atrevía a soñar, o anhelar con cierta tristeza en una mirada colgada de las barandillas desvencijadas de mi vida.

A días, las horas se tornan escasas, robándoselas al descanso para ahogar la excitación que me generan mis nuevos retos y la ansiedad que me provoca no poder atenderlos en tiempo y forma. Caigo rendido con la mirada envuelta en mil ideas que claveteo en este techo marrón chocolate antes de quedar dormido.

A ratos, vuelvo la mirada hacia atrás para hacer balance de esta decisión, y solamente encuentro razones para sentirme orgulloso de la misma. Cierto es, que la axfisiante situación que se vive en mi mundo anterior ayuda a confirmar lo acertado del momento y la forma. Y determinados "elementos/as" con sus hechos y sus dichos te lo hacen bastante más fácil. Para estos sólo puedo sentir desprecio, aunque soy de los que piensa que el peor de estos es el no aprecio.

He tenido que marcharme para darme cuenta de la cantidad de gente que me apreciaba, que busca cualquier excusa para acercarse a verme y disfrutar juntos de esta nueva etapa. Los que siempre han estado y los que nunca me di cuenta que siempre estaban. Para todos ellos sólo puedo sentir agradecimiento y cariño correspondido y manifiesto.

Y cada noche, rebuscando entre las chinchetas que sujetan en el techo marrón chocolate de mi estudió los origamis de mi sobrino Manuel y las futuras empresas en las que me embarcaré, me quedo dormido, protegido por la luz que se filtra por los contraventanos, con una sonrisa que me premia por haber sido un cobarde que una mañana gris de mayo tuvo un ataque de valentía.

martes, 16 de julio de 2013

No soy de ninguna parte

De nuevo vuelvo a escribir desde el traqueteo del tren, cada vez más suave gracias a la tecnología y a millones de euros. Pasan cadentes paisajes de verano mientras mi columna se adhiere al asiento como un tapizado eventual y extraño. Pienso casi a la misma velocidad que el viaje desgrana postes, molinos y terrenos aparentemente yermos. Mi cabeza ya no sabe bien se va o si viene. Mi corazón ya no tiene filiación ni patria.

Este año está siendo convulso..., como todos los últimos, pienso mientras escribo. 6 meses, tres ciudades, tres mundos distintos. Uno del que huyo, por higiene mental y supervivencia. Las historias son finitas, tienen comienzo y fin. Y el fin de la mía con esta ciudad hacia tiempo que estaba cerrada.

Mi vida se ha tejido entre sus confines, con la mirada puesta siempre en abandonarlos. Esta tierra tranquila, bañada por el mar se ha convertido en una celda para mis ansias de aventuras, para mi fagocitaria necesidad de nuevas experiencias. Demasiada paz para un alma inquieta y algo atormentada.

Los meses en Toronto me demostraron la capacidad para nadar en mares grandes, la necesidad de recibir gran cantidad de estímulos para alimentar el ansia por vivir, por conocer, por crear. Para desarrollar mi propia escena en este mundo.

Dicen que correr es de cobardes, y puede que tengan razón. Quizás yo huyo de mi mismo y de mi propia realidad buscando una en la que me sienta más cómodo, más yo mismo. Es cierto que en este trasiego de trenes, aviones y carreteras, he dejado olvidado, en la barra de algún área de servicio, quien soy y mi filiación.

Viajo veloz, de nuevo, a mi destino. Ya llevo un mes en Madrid y no tengo conciencia del cambio, como algo agresivo o quirúrgico. No siento que me hayan extirpado nada, ni h nadie. Solamente sé que por primera vez desde hace mucho tiempo, me siento libre, con ganas de nuevas metas, de construir un nuevo espacio.... Pero de momento sólo son ganas. Mi piel sigue adherida al pasado y al asiento de este tren, viajando de un punto a otro, sin patria ni filiación.

Mientras el sol refleja en este gusano metálico, yo busco mi origen y mi destino, entre estas líneas y mis pensamientos. En mitad de La Mancha extensa y cereal, no soy de ninguna parte. Ni sé bien de donde vengo ni hacia donde voy. Sólo me siento como mi propia patria y bandera. Sin raíces ni equipajes sobre este traqueteo suave del eterno tren.


jueves, 27 de junio de 2013

La linea del horizonte es tan solo una ilusión

Últimamente los trenes y yo somos algo más que amigos. Digamos que somos compañeros habituales, o pareja de hecho. Por el mero hecho de pasarnos tantas horas juntos. Este tiempo, que según la Renfe, es un hito histórico, casi imperceptible para el viajero, me permite contemplar el mismo paisaje, a distintas horas y con los más diversos compañeros de viaje

Nunca me ha importado mucho quien ocupaba el asiento contiguo. Pero el azar y mis dioses griegos han jugado sus bazas para que comience a plantearme prejuicios respecto a quien me acompaña en las travesías ferroviarias.

Hay varias clases de impertinentes ferroviarios.

En primer lugar y destacados, los grupos del imserso. ¿Por qué se empeñan en pensar que todo el entramado ferroviario español es el patio de su casa? Son groseros, maleducados, cuajados de derechos y empujones, gestionan los espacios y las plazas a su conveniencia. Se saltan las colas, los turnos y las más básicas normas de educación. Nunca comprenderé en que momento piensan que su conversación es importante para el resto de los viajeros. Y sus intrigas sobre el robo de equipajes, en esta diligencia postmoderna, generan tráficos innecesarios de maletas con sus consiguientes golpes, levántese, me ayuda, aquí no me gusta por si se cae, no le quiero molestar pero me deja pasar no me vayan a quitar las aletas en la siguiente parada.

En segundo lugar aquellos que viajan con niños con la clara idea que van en un parque de bolas rodante. El resto del pasaje no somos animadores socioculturales ni descendientes del Santo Job. La educación en la libertad no conlleva el libertinaje del todo vale, ni el niño campa a tus anchas que así descanso yo un rato.

Tenemos un tercer grupo importante, los sinamigos. Ese pasajero que siempre piensa que su conversación es lo mejor que te puede pasar en tu viaje. Aprovechan cualquier resquicio para abrir brecha. Un frenazo, un zumbido, algún fallo de megafonía... La temperatura ambiente o el tramado de la tapicería. ¿ Qué les hace pensar que uno está ansioso por descubrir su experiencia vital como trotamundos? Nunca me interesó las propiedades de su nueva plancha para microondas, ni como sale el pescado o las zanahorias. Ni aquella vez que tuvo su mayor aventura con las papeleras del vagón. No quiero conversación cuando viajo, sólo desplazarme de un punto a otro lo más rápido posible y con el menor número de molestias posibles.

Y para terminar aquellos que desparraman su cuerpo entre su plaza y la mitad de la tuya. No me gusta el contacto físico no consentido y menos el no deseado. Me molesta en demasía sentirme aprisionado por esos brazos de septuagenaria sin escrúpulos que te apoya su sobrasada con hoyetes en los codos, como si formaras parte del mobiliario. No me gusta tener que buscar entre carnes desbocadas donde colocar la clavija de mis cascos, para evitar la conversación del sinamigos, ni intentar esquivar el hilillo de baba de quien te cree reposoy almohada.

Con todo esto, mientras contemplo el paisaje planchado de La Mancha por la ventana, aveces solamente pienso en saltar y salir corriendo, en dirección sureste, con la esperanza de que la línea del horizonte sólo sea una ilusión.

viernes, 14 de junio de 2013

No es un viaje más, es el viaje

El sol rebota en el revestimiento metálico y cristalino de este gusano, que atraviesa veloz La Mancha. Resbala sobre su superficie remachada con las prisas del amante primerizo. No es caricia si no desencuentro su contacto.

Reclinado sobre mi asiento, mi alma pasea por mi estómago como león cautivo sin asueto. Un ay que no llega suspiro pasea voluptuoso por mi traquea. Y se deja querer por bandadas de mariposas que se divierten instigando al inquieto animal.

Hoy las ventanas me muestran un paisaje más verde, menos agrio de lo común para estos lares. El cielo azul, huérfano de algodones, solamente se quiebra en las aspas de los molinos de viento. Y yo transito sin la paz corriente en mis viajes.

Quizás la culpa la tenga la ausencia de billete de vuelta, de plazo de caducidad. No es este un respiro controlado, de esos que haces cuando buceas para no ahogarte y seguir soportando la increíble presión del liquido elemento, en mi caso, de la vida misma.

Esta vez no me voy para volver, me voy para continuar. No es un descanso en la rutina abrasadora de esa pequeña ciudad en la costa mediterránea, algo más abajo de Barcelona, que no sabían ubicar los torontinos. Es el principio de una nueva etapa en el camino. Tardía, por la espera a que se hiciera realidad, inesperada por los tiempos.

Realmente no se trata de otra escapada fugaz a ver mundo, a empacharme de modernidad para poder sobrevivir a la dieta estricta de vulgaridad, desesperanza y ruina ética en que se había convertido mi medio ambiente. Esta vez es el salto sin red del trapecista de circo, que duda realmente si será la última oportunidad de levantar al público con su pirueta mortal. Aun así, se empolva las manos, coge fuerte el trapecio, y elevándose sobre sus puntas, acomete la acrobacia final.

Mientras el tren parte en dos el calor dormido sobre la tierra extensa y planchada, yo vuelo sobre las cabezas boquiabiertas de los espectadores. Habrá quien desee un final fatal, con tintes rojizos y heroicos. Habrá quien se cubra los ojos con las manos, dejando escapar furtivas miradas entre sus dedos húmedos y fríos, mientras me balanceo al son de esta orquesta de viejos músicos de uniformes desgastados. Habrá quien ignore el movimiento. Habrá, sin duda, quien empuje el vuelo con su aliento, en busca del más grande de los mortales.

Pero en ese silencio tenso y contenido, craquelado por los acordes de la furibunda banda, sólo en mi cabeza, en mis manos y en mi propia confianza está que no me fallen las piernas ni los brazos a la hora de ejecutar el salto perfecto. De mi solo depende que no me pueda el vértigo ni el miedo de reventar antiguas cicatrices en una desafortunada caída.

Y es que este de hoy no es otro salto más en la rayuela, es el salto final. El que cierra el espectáculo con una atronadora ovación o el grito desgarrado que precede a la tragedia. Y es que este no es otro viaje más. Es el viaje que siempre añoré emprender, y nunca intenté saltar.

miércoles, 12 de junio de 2013

En Toronto no huele a pólvora



Pic, pic, pic... Suena la alarma del móvil. 6 y media de la mañana. 20 de mayo. Hoy es Victoria's Day. Fiesta grande aquí en Toronto. Celebran el cumpleaños de la Reina Victoria. Y es que estos sajones son muy de la tradición.

Cuando digo fiesta grande es que no hay colegio, no abre nada en un país donde las tiendas permanecen abiertas a todas horas, 7 días a la semana. Ondean banderas blancas y rojas con la eterna hoja de Arce, suenas gaitas a ritmos militares, pero no huele a pólvora. Ni hay música en la calle, ni luces de colores en las calles.

Y desde aquí, a 7000 km. de la calle Barcelona , bajo la sombra de las hojas de los arces del jardín, echo de menos ese olor para sentir que es fiesta.

Es difícil describir las diferencias y los puntos de unión entre dos ciudades que no tienen nada que ver. Entre una metrópolis de 8 millones de habitantes, llena de rascacielos y mezclada hasta la médula de razas, sabores, colores y costumbres, y una pequeña ciudad, a orillas del Mediterráneo, con olor a sal y palmeras, con dos edificios de mas de 20 plantas que afean y dan carácter a nuestro skyline y donde sólo se habla ingles para intentar engañar a un guiri con un plato de paella precongelada a las diez de la noche.

Es difícil encontrarlos, los puntos de unión, aquí debajo de los pasos acelerados de las ardillas por encima de mi cabeza.... Y me levanto del banco de madera del porche para buscarlos. Y sin querer me encuentro el primero en el banco de la cocina. Mi cuñada hizo anoche coca de mollitas. Esa especialidad repostera que solo comprendemos los alicantinos, esa especie de polvorón salado que es capaz de ahogar al foráneo y que nos devuelve a la infancia a su contacto con nuestro paladar. A la señora Eufemia, o al horno de Garcia Gutiérrez, a al de la señora Lupe en san Carlos.

Y de repente mi memoria vuela más rápido que el jumbo que me llevará de nuevo esta noche a casa. Y en su viaje entrelaza recuerdos con miradas de fiesta, tintineo de lentejuelas en los delantales de tul de las niñas en los pasacalles, el batir de los abanicos a ritmo de pasodobles que borran el olor presente a primavera canadiense para traer ese penetrante olor a sal, que algunos días, sube por la cuesta del castillo desde el Postiguet. Como las noches que bajábamos de pequeños, con nuestra banda, a los desfiles por el Raval Roig, a ritmo de tambor y ganas de fiesta grande, o a ver los fuegos desde Virgen del Socorro.

Sin saber bien como ni por qué me encuentro vestido de saragüell visitando en pasacalles el antiguo Hospital Provincial, para llevar sonrisas y un poquito de alegría a aquellas interminables salas llenas de camas blancas y transitadas por monjitas de cofia blanca y sonrisa eterna. Un refresco para mitigar el calor en la visita a alguna barraca amiga, a ritmo de marcha Mora y más batir de abanicos que borran de repente, como una explosión de mariposas estas imágenes de mi memoria para volver a este papel rallado, de la pantalla de mi IPad.

De repente, me ha devuelto este juego caprichos de los recuerdos a las tardes de cobrar cartillas o repartir la lotería semanal, a las tardes de Racó.... A los primeros desfiles del Ninot, o el olor a zurra, o el sabor intenso a paloma del interior de Felipe, y a Angelito tirando tracas con su eterna sonrisa socarrona y el Emosionat y su tabalet. Y me acuerdo entonces de la manía que le tenia yo al traje de foguerer y a que se me engancharan las borlas doradas en los flecos de los mantones. Porque antes los mantones llevaban flecos. Y no tantos oropeles ni fantasías.... Era todo más de andar por casa.

Y vuelvo a apoyarme en el batir de los abanicos para volar por los olores y las imágenes de mi memoria, tan rápido que no puedo plasmar todas las imágenes en estas líneas, y me viene a la memoria un soniquete que viene desde el pasado y que me envuelve..... Que bulliciosa es mi hoguera, es el máximo esplendor... Entre todas la primera y su gente es la mejor.... Y se dispara una sonrisa con olor a pólvora y a banda de música, a coca amb Tonyina y Paloma, a cartón piedra y llibret nuevo recién sacado de la imprenta de los hermanos Ambit, a horchata de Benita o vermut de Paco Gambin... A batir de banderitas de plástico... A olor de espardenyas nuevas... A la textura frasca e intensa de las brevas en la noche de la Plantá

Y de repente ya no importa encontrar o no las diferencias entre Toronto y Alicante, mi mente habita ya en la fiesta, en las calles de asfalto gris manchadas de traca y envueltas de ese humo embriagador.... Y es que aquí no huele a pólvora. Aquí realmente no es Fiesta.

miércoles, 3 de abril de 2013

El viaje



Suena un pitido corto y seco en la noche, aun cerrada. Un whasap me saca del sueño de los necios para devolverme a la agitada realidad. Martes, 2, 6 de la madrugada, o de la mañana si acaso fuera de día. Me revuelvo entre las sabanas de mi cama entre aturdido y ansioso. Ha llegado el día

La tarde fue un complejo juego de tetris intentando encajar paquetes de galletas, kilos de arroz, zapatillas de deporte y bolas de calcetines. Había también que preparar los dispositivos electrónicos para la aventura. Vaciar la cámara, descargar fotos del móvil, recargar baterías. Repasar necesidades para un mes en la distancia.

Las horas pasaban y el espacio no crecía, cosa que si hacía cierta sensación de desesperación. Comenzaba el tiempo de las renuncias. Un forro polar menos. Unas converses de pana menos, los vaqueros son prescindibles a 3 grados bajo cero. Unas cuantas prendas menos de las que me gustaría tener en este viaje, totalmente innecesarias por cierto.

Conseguí cerrar las dos maletas, aunque dudo que cumplan ninguna de las estúpidas normativas aéreas que igualan un fin de semana en Madrid con un mes en Toronto. Tumbado mirando al techo de mi casa sin vigas de madera, dibujé como sería el día de mañana. Y me dormí.

Y aquí me hallo. De noche, en calzoncillos, repasando la minuciosa agenda a realizar. Ducha y aseo. Indumentaria cómoda, sin cinturones ni botas para aliviar los transfers indeseables en los aeropuertos. Cerrar el agua. Repasar todo aquello susceptible de deteriorarse en los próximos veintitantos días. Convertirlo en basura. ¡Mierda! Abrir el agua, la cena de ayer por fregar. Allí se quedó mientras me dormía dibujando en mi techo sin vigas esta rutina. Cerrar ventanas, apagar aparatos innecesarios, echar cortinas, etc... Vuelvo a necesitar una ducha... Otro pitido seco y corto me avisa que vienen a recogerme.

El aparatoso descenso de mi equipaje, acompañado de un abrigo para Canadá en la primavera alicantina y una bolsa de posibles desechos en próximo tiempo, me generan cierta incertidumbre sobre mi capacidad para superar el primer mostrador de embarque con dignidad y sin suplemento de sobrecarga.

Al abrir la puerta del portal, me esperan Pedro y Carmen, en su coche negro, como este amanecer perezoso. Al ver las maletas, y con sus ojos clavados en la pequeña, esa que pretende ser de mano, Pedro me saetea. Esa en Ryanair no te la dejan subir. Confirma mis peores sospechas. Me van a crucificar en Martes de Pascua, por mi vocación de anciana que vuela del pueblo a la ciudad, con gallina, conejo y toda la parafernalia.

Mientras tanto Carmen intenta subir la grande, la de facturar al maletero. Ante su cara de agobio, la ayudo. Sin decir nada en sus ojos se lee, en dígitos rojos, sobrepeso que te cagas. Me invade cierto nerviosismo impropio en mí. Saco cuentas sobre la oportunidad de este desembarco gastronómico de supermercado en territorio canadiense.

Mientras recorremos la carretera que bordea el mar, aún dormido y de un azul oscuro, profundo y metálico, me pierdo en los destellos diminutos de la pequeña Tabarca, tintineante como una verbena estival. Solamente me rescata de estas luces la posible lista de excusas ante el evidente rechazo de mi equipaje.

Breve despedida en la nueva terminal, mientras organizo en mi interior la lista de elementos a renunciar en el mostrador.... Presagio desastre en la decisión, desafortunada en cualquier caso. Busco en las pantallas el mostrador al que dirigirme, mientras, sin detenerme, atravieso la gran sala repleta de trollies, guiris y franquicias de restauración.

Me detengo ante una cola de tamaño medio tirando a coñazo que parece no avanzar. Fijo mi mirada en los que me anteceden, para evitar que se lea en mi cara... Padezco de equipaje mórbido. Mi ritmo cardiaco aumenta según me aproximo al mostrador y contemplo como obligan a reajustar maletas, deshacerse de enseres y provocan lágrimas.

Me quedo solo ante el altar del sacrificio tras el que se refugia un señor de mediana edad tirando a prejubilado de ere. Excesivamente sonriente para estas horas de la mañana. Esto me preocupa. Avanzo mientras el suelo se hace infinito, la cinta de las maletas disminuye de tamaño de un modo inversamente proporcional al aumento del tamaño de mi maleta grande, la de facturar. Frente a este fenómeno se contagia la otra maleta, la que pretende ser de mano, incluso la bolsa de bandolera que llevo para viajar, que comienza a parecer un utensilio de cartero.

Coloco sobre la cinta la gran maleta gris, baúl de folclórica antaño, mientras sonrío al operario. Y la báscula me delata. 30 kilos....... Pedazo de exceso!!! Emprendo una conversación sobre los pasos a realizar en los distintos tránsitos, mientras el dulce operario coloca una etiqueta de HEAVY en el asa de la maleta, con la cifra 29,5 escrita en bolígrafo rojo condena.

Y cuando espero esa bonita multa, valorada en 60 euros, según la documentación que te adjunta la compañía, el amable señor me despide a mí y a mis maletas con un agradable, buen viaje, espero que descanse!!! No se bien se refería a la liberación de no tener que pagar la multa, cargar con la maleta hasta Toronto o por mis, creo, merecidas vacaciones al otro lado de este convulso Occidente.

Aliviado, me dirijo hacia el Starbucks, con esa maleta de mano que parece un palomo en celo, ese abrigo innecesario en la primavera levantina y mi bolsa de cartero repleta de artilugios electrónicos que me permitirán plasmar esta aventura. Me he quitado un peso de encima, o varios.

Empieza la aventura!!!

P.D. Durante el vuelo a Chicago descubres que puedes facturar dos maletas y llevar una de mano..... Leer culturiza, señores!!!



viernes, 15 de marzo de 2013

Las primeras impresiones

El hombre del tiempo hoy me ha engañado. Bajo a la calle con destino a Madrid, con mi trollie gris humo, mi jersey de lana gris amoroso, abrigo tres cuartos gris abrigado, pantalón pitillo gris elástico y cielo azul brillante. ¿No tenia que hacer mal tiempo?

Esperaba unas nubes gris plomizo, un viento afilado de un gris metálico y los reflejos grisáceos de los charcos en el asfalto y me he encontrado un sol verde primavera en las macetas de los balcones.

Arrastro la pequeña maleta entre sudores y maldiciones hacia la parada del tranvía. Es pronto y la mañana me ha cundido desde las 7. Agenda cubierta y camino al descanso de este fin de semana lejos de la rutina diaria. Mi cerebro repasa al ritmo ágil de mis pasos los trabajos realizados y a realizar y el estado de los mismos. Ganas de encontrar mi plaza en el tren y desconectar.

Cientos de proyectos y situaciones de mi entorno personal revolotean entre pasos, plazos, citas y pedidos. Un trimestre intenso para empezar un año. Un trimestre intenso para acabar un periodo excesivamente repleto de cambios.

Por fin llego al tren varado en una estación en eterna reforma con anhelos de acoger un AVE alguna vez. Y busco mi vagón.

De todos es conocido la fortuna que me reservan siempre mis Dioses Griegos y Egipcios en viajes y transbordos. Al buscar mi asiento descubro una marea rojas de chandals deportivos con la enseña patria en mi compartimento. Todos llevan bordado la palabra rugby en espaldas y maletas. Reconozco que el nerviosismo me invade ante la presencia de la selección nacional de rugby. El sueño sensual de los calendarios más mitificados del mundo. Esos cuerpos sudorosos y brillantes, que se cubren únicamente con ese melón de cuero en mi imaginación, van a compartir trayecto conmigo.

Algo no funciona bien, no son muy altos, tienen el pelo algo largo, su voz aflautada y ciertas curvas que no reconozco en mis tórridos sueños. ¡¡¡ Mierda!!! Es la selección femenina.... ¿Se puede tener más mala suerte???

Es lamentable sentirte, de repente, lo más femenino del vagón con esta barba repleta de canas y mi pelo rapado al dos.

Arranca el tren y me pierdo en la conversación de las jugadoras, entre una sensación de desilusión y de curiosidad a partes iguales. Reconozco que por segundos me ganan por su tratamiento serio y profesional de los asuntos y problemas de su disciplina deportiva. Minoritaria y desconocida. Asuntos internos, federativos y de estrategia personal y deportiva.

La influencia de la crisis y las personalidades fuertes e invasivas de las divas, que de esas en todas las casas hay, disuelven lentamente la imagen de cargadoras de muelle conjuntadas que me dió el primer golpe de vista. Descubro cierta feminidad diferente, un tratamiento coral y sosegado de los asuntos, en la que no solo comparten placajes, ensayos y melés. Intuyo cierta complicidad de pareja en algunas de las componentes. Descubro otra nueva realidad que nunca me había parado a pensar

Y he de reconocer que me parece más cercana, agradable e interesante que podría haber resultado una tormenta de testosterona masculina, embutida en cuerpos musculados sin fin, la selección masculina.

No siempre las primeras impresiones deben marcar como acercarnos a las situaciones nuevas, por mucha confianza que tengamos en nuestra intuición de gay cultureta y sagaz.


jueves, 7 de marzo de 2013

Los amantes pasajeros

Los medios nos bombardean estos días con el estreno de la última película de Almodovar. Loa amantes pasajeros. Su retorno a la comedia más descarnada y alocada.

Un buen titulo, sin duda, para resumir el curriculum sentimental de más de uno, entre que los que me incluyo. Hoy, como Paco Umbral, he venido a hablar de mi libro.

Cierto es que detrás de esta apariencia de eterno soltero, al margen del bien y del mal, hay un corazón, endurecido en mil derrotas e increíblemente capacitado para la reinvención y la memoria a partes iguales. A lo largo de los años, que ya comienzan a ser muchos, cierto es que han entrado y salido diversos personajes en mi vida sentimental, algunos con más reincidencia que la aconsejada por la OMS .

Hay dos constantes en este campo que he llevado a pies juntillas. Quedarme colgado de quien no toca y apostar por la opción más complicada. Cierta querencia a la distancia también se me puede achacar, como los toros bravos a las tablas. Esta se debe a la incapacidad de encontrar nada que cuadre en el perímetro provincial. No digo yo que no exista, si no que yo no lo encuentro. Porque para hablar de lo encontrado, ya tendremos tiempo en otro párrafo.

Estos condicionantes me han convertido en un claro poseedor de una nómina de amantes pasajeros. Pasajeros por efímeros, pasajeros por su procedencia, pasajeros por su constancia, o por la mía. Simplemente pasajeros

Y esto me hace plantearme muchas cosas, así a calzón quitado, frente a este espejo mediático. Se debe a mi propia inseguridad, a una inconformidad manifiesta con lo que la Vida y los Dioses griegos y egipcios me traen a la orilla del día a día o a una obstinada jugarreta del Destino para no estar nunca en el sitio justo.

Quizás sea yo el responsable de la inconsistencia de mis relaciones de pareja o de la fortaleza para no conformarme con lo primero que pase, por el mero hecho de no estar solo. Lo que sé seguro es que por una o por otra me he acostumbrado a la inconmensurable compañía de mi propia soledad, haciendome descubrir los verdaderos encantos de los amantes pasajeros, los cuales paso a enumerar a continuación:

1; el sexo siempre es deseado y no pactado, la rutina no se aloja entre las sabanas

2; los yogures son de la marca que me gusta y ocupan el espacio en el frigorífico que yo decido

3; la única limitación de espacio en mi armario es la que marca las dimensiones del mismo

4; nunca me equivoco de pasta de dientes ni de cepillo, cuando me levanto dormido

5; los únicos pies fríos que tengo que soportar son los míos, al igual que mis propios ronquidos, los cuales no suelo escuchar (gracias a Dios)

6; cocino como y cuando quiero, sin pactar menús ni puntos de sal ni pimienta. A los amantes pasajeros siempre les encanta la primera cena, y normalmente el desayuno, si es que llegan

7; el mando de la televisión es una propiedad única e intransferible, y solamente de mi generosidad dependerá el pacto de los contenidos

8; el contenido del frigorífico deberá cumplir el único objetivo de satisfacer mis gustos y mi sustento.

9; los electrodomésticos, como la lavadora y secadora, están a mi total servicio, y no de prendas intimas del contrario que me niego a recoger de los lugares más insospechados de mi casa

10; la cama es mía en todas sus dimensiones y complementos (almohadas, edredones, etc....)

Pero también es cierto que debe compensar todo esto saber que siempre hay donde refugiarse, en una noche de tormenta, ya sea en la inmensidad del desierto de esas sabanas, en el gélido polo del frigorífico vacío o en la penumbra extensa del sofá, cuando necesitas la seguridad de saber que el próximo desayuno, y mil más, serán compartidos.

Y es que el zumo de naranja sabe mejor cuando es el de casa, y no el de cualquier terminal de las que frecuentamos, cada vez más, nosotros y nuestros amantes pasajeros.


martes, 5 de marzo de 2013

El momento justo

Este año el invierno ha decidido hacerse pesado. Carece de la educación que se le supone a aquel que es capaz de adivinar el hastío que provoca su presencia en la mirada de los otros. Frío, lluvia y viento a primeros de marzo. Nieves cerca de la playa cuando los almendros ya han florecido. Evidentemente no ha sabido retirarse en un su momento justo.

Debe haberse convertido en una constante en nuestra sociedad actual. Ni los políticos, ni las parejas rotas, ni las amistades muertas saben retirarse en el momento justo para cerrar su libro y dar paso a un futuro incierto en otras aventuras u otros brazos.

En algunos casos supongo que el ansia de poder y control nos aferran al sillón, en otras la cobardía nos impide tomar decisiones valientes y quebrar la tabla y comenzar un nuevo retrato de la realidad. El egoísmo también puede ser el motivo para no renunciar a una realidad, tan confortable como carcomida, en busca de una nueva realidad, incierta y fascinante a partes iguales.

También es cierto que soy incapaz de asignar ninguna de estas razones a ningún caso concreto. ¿Por qué es diferente el político corrupto que se niega a renunciar a su situación privilegiada del amante que se refugia en el confortable hogar destrozado de la relación muerta? ¿Por egoísmo, por cobardía, por perder capacidad de control, por falta de ética?

Nunca me deja de sorprenderme la capacidad del ser humano, en las distintas facetas de su vida, para justificar lo injustificable, renunciar a la propia dignidad o aferrarse a un clavo ardiendo. Y no seré yo el que tire la primera piedra, puesto que en incontables ocasiones me he aferrado a relaciones muertas, a amistades inconvenientes o ideales traicionados.

Cierto es, que el género humano tiene desarrollada una capacidad increíble para ver y juzgar, con la misma velocidad, la paja en el ojo ajeno sentados, eso sí, en su propia viga. Y es que lo nuestro nunca es lo que parece y posiblemente el resto no sepan de la misa la media, ni que la procesión va por dentro. Por dentro de nuestro propio ateísmo ético, el cual no seremos capaces ni de reconocernos a nosotros mismos, esa mañana gris en la cual no podemos con la vida, al mirarnos, frente al espejo, a los ojos y sin disfraces.

Dicen que este mundo es de los valientes, pero seguramente no se referían a saltar d ningún puente con una goma elástica que nos oprima los genitales. Quizás se referían a saber en que momento cerrar determinadas puertas y no tener miedo a buscar nuevas ventanas. Solamente es cuestión de encontrar el momento justo.



domingo, 20 de enero de 2013

El retorno a ninguna parte

El traqueteo del tren quiebra la noche oscura por la Mancha. El interior del vagón, repleto e irrespirable, se refleja en las ventanas con esa luz amarillenta que vuelve enferma la cara más sana.

Una vez más volviendo de Madrid a casa. Una vez más sin muchas ganas de volver a la cruda realidad. Me cuesta asumir la rutina y me resisto a ello dentro de este jersey de lana gris de corte moderno y tacto atemporal.

Llevamos 20 días del nuevo año y la realidad oscurece más si cabe cualquier funesto presagio para el primer 13 de este milenio. Y mientras tanto yo me pregunto. ¿Qué hemos hecho para merecer esto?

Esta claro que parte de la culpa es nuestra, por permitir el imperio del desmán durante los años de bonanza y por mirar hacia otro lado mientras los contrabandistas se hacían cargo del futuro de nuestra civilización. Nosotros les firmamos, les votamos, los enriquecemos y les permitimos campar a sus anchas, mientras no se ha puesto en duda nuestro modelo de vida de falsa opulencia primermundista.

Pero también hay que responsabilizar a estos bucaneros, carentes de ética y principios, que no sean propiamente los que fomenten el enriquecimiento personal. A estos que han tomado por asalto las instituciones, la banca pública, las grandes empresas y ahora pretenden apropiarse y desmantelar los reductos del estado del bienestar. Educación y sanidad.

Mientras el tren avanza y veo la foto de las huestes de Mariano el breve en las fotos de la prensa me pregunto de donde sacan las agallas para sonreír en público y evitar pedir perdón y marcharse por la puerta de atrás, con un mínimo de decencia torera. Millones en cuentas suizas contra millones de parados, miles de desatendidos en la sanidad, cientos de servicios públicos colapsados y más millones de ojipláticos españoles que contemplan la putrefacción de su país en mano de esta tribu de carroñeros con corbatas de seda, botox y bolsos de marca a cargo del presupuesto público.

Cuando giras la cabeza hacia la izquierda tampoco ves que ninguno se rompa la camisa como Camarón ante el espectáculo. ¿ Por qué callan? No huele bien. Miedo, corporativismo o complicidad. Ninguna opción me parece buena.

La prudencia tampoco me la parece cuando ves que la mendicidad se ha multiplicado exponencialmente, ocupando sus filas miembros de la hasta ahora sociedad civil activa ( o de bien, como dicen los rancios). No está bien cuando los que pueden reparten comidas voluntariamente a los que no tienen en las plazas ante la ausencia de decoro de los estamentos públicos, que siguen derrochando caudales en exposiciones de belenes, y campañas publicitarias de todo aquello que no hacen.

Mientras el tren quiebra en dos la Meseta me sigo preguntando cuanto más estamos dispuestos a aguantar y cuanto más están dispuesto a seguir defenestrando en pro de ellos mismos y los suyos. Me cuesta creer que esto está pasando realmente y no es una absurda pesadilla.

Sigo pensando que cada vez me cuesta volver más porque soy incapaz de reconocer a donde vuelvo. A lo mejor ha llegado el momento de partir para no retornar.