viernes, 8 de noviembre de 2013

Como las contraventanas de mi casa filtran la luz

Llevo cerca de 9 meses en Madrid y parece que fue ayer ese día en que miré mi mundo presente, en un giro de 360 grados, y dije ahora toca partir.

Hice unas bolsas de viaje pequeñas y sin recuerdos y partí. Empecé una nueva vida en un espacio que para mí no era hostil. Madrid me ha ganado con los años y la ayuda de grandes amigos. No es el paraíso, pero es el mar en el que me apetece nadar en estos momentos.

Cuando cerré la puerta de Barcelona 8, no solo cerré una casa llena de recuerdos. Cerré un estilo de vida, una situación asfixiante en la que ya no sabia ni quería vivir, una etapa, seguramente terminada años antes.

Ahora me encuentro mirando a mi techo marrón chocolate, intentando atisbar la escasa luz nocturna que se filtra por mis ventanas, empapado en una curiosidad, casi juvenil, sobre todo lo que sucede a mi alrededor. Deseando descubrir todo lo que me ofrece esta ciudad, que tiene la capacidad de abrazarte y ahogarte por igual.

Los días y los meses pasan rápido, casi provocando vértigo. Los proyectos se suceden, uno tras otro; las oportunidades surgen, una tras otra. Y me siento cada día más viví y fuerte. Cada día más valiente para afrontar metas que antes sólo me atrevía a soñar, o anhelar con cierta tristeza en una mirada colgada de las barandillas desvencijadas de mi vida.

A días, las horas se tornan escasas, robándoselas al descanso para ahogar la excitación que me generan mis nuevos retos y la ansiedad que me provoca no poder atenderlos en tiempo y forma. Caigo rendido con la mirada envuelta en mil ideas que claveteo en este techo marrón chocolate antes de quedar dormido.

A ratos, vuelvo la mirada hacia atrás para hacer balance de esta decisión, y solamente encuentro razones para sentirme orgulloso de la misma. Cierto es, que la axfisiante situación que se vive en mi mundo anterior ayuda a confirmar lo acertado del momento y la forma. Y determinados "elementos/as" con sus hechos y sus dichos te lo hacen bastante más fácil. Para estos sólo puedo sentir desprecio, aunque soy de los que piensa que el peor de estos es el no aprecio.

He tenido que marcharme para darme cuenta de la cantidad de gente que me apreciaba, que busca cualquier excusa para acercarse a verme y disfrutar juntos de esta nueva etapa. Los que siempre han estado y los que nunca me di cuenta que siempre estaban. Para todos ellos sólo puedo sentir agradecimiento y cariño correspondido y manifiesto.

Y cada noche, rebuscando entre las chinchetas que sujetan en el techo marrón chocolate de mi estudió los origamis de mi sobrino Manuel y las futuras empresas en las que me embarcaré, me quedo dormido, protegido por la luz que se filtra por los contraventanos, con una sonrisa que me premia por haber sido un cobarde que una mañana gris de mayo tuvo un ataque de valentía.

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