miércoles, 18 de julio de 2018

Las paseantas

Julio despliega, cansino, su sopor estival. Aunque el aire mece las hojas distraídas de los árboles, que se entrelazan con los coches ausentes  a lo largo de mi calle, las verdaderas reinas son las moscas. Las tardes zumban lentas con el ritmo de su vuelo quebradizo y mantrico. Ellas la recorren de esquina esquina, rompiendo el trazo de su trayecto y cobrando una nueva ruta impredecible, al igual que quebradiza.

Como moscas, que aletean el olor agrio de las calles resecas y medio limpias, las paseantes vagan de esquina en esquina, rompiendo sin ton ni son su senda, zumbando con sus móviles en letanía así igual de mantrica que las moscardas. Hay una por esquina, o incluso varías. De vez en cuando se reúnen en algún punto concreto, casi siempre que consideran como propio, o que anhelan conquistar. Y zumban y zumban. Con móviles o con sus lenguas viperinas. Y quiebran el paso en macabra danza, que prevé victimas propicias para su akelarre particular. O ensalzan nuevos mantras que zumbar, ciertos o no que de tanto zumbarlos, parecen propios de nuestro paisaje diario.



Las hay más grandes y más chiquitas. Altas, gordas, bajas, calvas , peludas y y sin pelar. Pasean rítmicamente anárquicas, solas o en comparsita. De esquina en esquina, de manzana en manzana. Y la veredita, madre, no cría hierba. Y las hay rubias y negruzcas, calvas y ralladas. Como las moscas todas distintas, todas iguales. Cuando reposan de su danza, frotan sus patas delanteras, a modo de manos, y parecen sonreír de modo malicioso, mientras elucubraciones viajan como mantras por sus mentes oscuras, como la tez de las moscas.

Y emprenden su danza, de esquina a esquina, de puerta en puerta, zumbando, zumbando, que algo queda, algo flota en el aire irrespirable del julio castellano. Y pasean y vagan. Y recorren cientos de kilómetros zumbando maldades y próximos infortunios, de esquina en esquina, de movil en movil. Y su zumbido infecta El Barrio, y el sopor estival. Y con la mano las apartas a las moscas, y desearías apartar a las paseantas. Solas o en grupo. Danzando o sin danzar. Frotando tus pezuñas o zumbando sus maldades.

Y cae la noche, y el sopor se hace más denso mientras dejan de mecerse las hojas de los árboles y las persianas van bajando. La penumbra despide a las moscas que buscan luces alrededor de las que danzar. Y las esquinas y los portales despiden a las paseantas, que buscan nuevas orejas a las que zumbar. Y poco a poco se apaga el día, las moscas y las paseantas. Y que duro debe ser ser un bicho a tiempo completo y no poder parar. De esquina en esquina. De vida en vida. De mierda en mierda.