viernes, 31 de diciembre de 2010

Otra vez el Champagne, y las uvas y el alquitrán...

Aunque intentes esconderte detrás de una cortina, a la vuelta de la esquina, tras un periódico que sujetas al revés, el día 31 acaba tocándote el hombro y diciéndote "Otro año más, o aún peor, otro año menos". Tu dejas caer tus brazos, como si fueran de un chimpancé, al sentir el peso del último día del año sobre tu clavícula y te encojes pensando " el año que viene no me pilla".

Y es que cada vez que termina un año, irremediablemente, en algún momento de ese postrero día te entran unas ganas absurdas y apresuradas por hacer balance. Y sin darte cuenta todos le ponemos una misma banda sonora a ese momento. La mítica canción de Mecano de la Puerta del Sol. Y empezamos a pensar en los que se han ido, los que han venido. En los nuevos amores y en los antiguos que nunca se marchan. En la rutina de la misma oficina, el mismo jefe y las mismas ganas de no volver, o incluso más. En ese viaje que te descubrió una parte de ti que ni conocías. En los 5 goles del Barça y el gol de Iniesta. En todo aquello que deberías haber hecho y no has podido, sencillamente, no has querido. En aquel arroz al horno y risas sinceras con amigos de verdad. En todo aquello que debes hacer por que se lo debes a alguien, aunque sea a ti mismo. Vamos, lo que viene siendo un balance


Poco a poco deshilachas el calendario cadáver para extraer, uno a uno, esos acontecimientos que han trasformado tu vida durante los últimos 365 días. Recuerdas caricias, decepciones, promesas que te haces a ti mismo en voz alta sabiendo que vas a incumplir en voz baja, éxitos, fracasos, momentos en los que se para el mundo y eres capaz de ser tu mismo y sonreír sin motivo aparente. Una música, un sabor, el tacto de una prenda que te encanta en ese momento en que eres grande, y sólo tu lo sabes. El sonido de tus propios pasos por Central Park y la ausencia del tiempo mientras atardece en NYC. Las grandes frases de mi sobrino Manuel y los grandes silencios de Augusto. Mi primer Camp Nou. Esa sensación agridulce entre la agotamiento y el trabajo bien hecho. Un Mai Tai en el Del Diego. La brisa del mar mediterráneo una tarde de agosto. Esa Maldita Pared, rebujito, calor, persianas de esparto y risas. Un cupcake en Las Manolitas. Sentirse español sin negárselo a otros. La barbacoa del Black y la pizza cool del Home Slice, en Texas. Barcelona, siempre fascinante. Volver a montar en bicicleta. El discreto encanto de Milano. Las Hogueras con amigos de hoy, de ayer y de siempre. Respirar mil veces y seguir adelante. El primer día ante la pantalla en blanco de este blog. Leer. El sabor de un Late Tall con vainilla y cacao mientras nieva en la Gran Vía. La pizza en el sofá de Maribel y Fernando. Funerales, esa gran fuente de humor negro. Añorar Caleao. La soledad. Risas nuevas con viejos conocidos. Redescubrirse mientras tecleas.

Y no puedes evitar pensar si te has equivocado, si has corrido por la calle correcta antes de llegar a esta meta temporal. Yo, que tengo por fea costumbre no arrepentirme de nada, creo que de todo lo que hacemos, por absurdo que parezca, se puede extraer una lectura positiva y edificante para uno mismo.

El arrepentimiento de los actos propios no es más que una autocastración de nuestra libertad, una negación de nuestra naturaleza humana y de nuestra capacidad de experimentar con la vida para aprender de la misma. La obsesión por la actuación perfecta, por la conducta irreprochable y la custodia de la inexistencia del error no es más que una tormentosa tortura de la propia voluntad y deseos. Y es que no hay peor carcelero que uno mismo.

Y mientras en la televisión nos bombardean con especiales de las mejores imágenes, canciones, caídas, vestidos, noticias, goles, difuntos, catástrofes, caras de Belén Esteban, etc, etc y etc, yo me como una magdalena del Mercado, bálsamo mágico para nostalgias y puntos moñas, y pienso que no ha estado del todo mal, para lo que se cuece fuera.

Mientras la lluvia dibuja trazos caprichosos sobre mi ventana y yo escribo mi último post de este año, mi memoria realiza una especie de anuario de instituto americano donde almacena las fotos, de medio lado y sonriendo, levemente inclinados hacia adelante, de todos aquellos que han tenido un papel fundamental en mi vida durante 2010, los que han tenido algún papel secundario, los extras y figurantes y algún Guest Starring que ha dado mucho que hablar, incluso creo que seguirá haciéndolo en un futuro no muy lejano.

Y tarareo, de una forma inconsciente y dulce, los acordes de la canción de los hermanos Cano y Ana Torroja, mientras el reloj agoniza resignado para volver a nacer de nuevo, abriéndonos las páginas en blanco de un nuevo capítulo de nuestras vidas por escribir. Allí nos veremos dentro de unas horas, con todo por hacer y descubrir. Sé que así será.

Muchas Resacas para 2011. Y muchas gracias por estar ahí.

jueves, 30 de diciembre de 2010

La pandilla de pringaos, la mía

Anoche tuve mi cena anual y navideña con mi pandi de amigos de la época del colegio. 25 años después, algunos años más y otros menos, nos seguimos juntando para ver cómo nos va la vida, asistir atónitos al crecimiento desmesurado y espigado de sus vástagos, que no los míos, y disfrutar de una cena sin prisas, buen vino y muchas risas, en ocasiones colindantes.

Este año los anfitriones eran dos de de los que, para que nos entendamos, forman parte de mi familia electa y directa. Como diría un amigo de él, somos casi hermanos, y en ocasiones más que hermanos, para lo bueno y para lo malo. Nueva casa, nueva vida y nueva cena. Mientras preparábamos ella y yo, en la cocina, tan emocionante evento, él me reprochó que en alguna pincelada que había dado del pasado en este blog aparecíamos como un grupete de prigaos y yo me convertía en el malote. No le dí más importancia, mientras picaba los ingredientes de uno de los platos.

Durante la cena, su reivindicación fue a más, delante de algunos de los miembros de la pandilla. Empecé a tomarme en serio su queja, por lo visto había herido su orgullo adolescente y exigía de una manera no muy explícita una rectificación a modo de post.

Y en ello me encuentro ahora. Revisando mi pasado juvenil para confirmar mi percepción o rectificarla y descubrir otros matices, que por lo visto me pasaron por alto en aquellos años de inexperiencia y acné juvenil. Como en una máquina del tiempo retorno a esos primeros 80, a mis 14 años y los primeros movimientos a mitad de camino entre ser mayor y los clic de Famobil.

Los 80 eran algo más de ese sabor tecnicolor , transgresor y las hombreras que han pasado a nuestra memoria iconográfica. Salíamos de una dictadura, de otro tipo de sociedad. De una educación más estricta con ganas de libertad. Unos padres formados en otros roles tan lejanos al presente, aunque si rascamos, a veces, han dejado huella a flor de piel. Casi todos nos formamos en un colegio de curas, atípicamente moderno para los tiempos que corrían. Algunos descubrieron el primer contacto con el sexo opuesto en 1º de BUP. Yo jugaba con ventaja, en los scouts se trabajaba el concepto de coeducación desde años antes.


Cada uno veníamos de nuestro propio microcosmos familiar, únicos entre si. Cada uno eramos un mundo peculiar, de clases sociales distintas y diversas. Descubrimos el divorcio, y la orfandad siendo excesivamente jóvenes para entenderlo.

Como ya he explicado en otro post, origen de estas heridas, yo viví una juventud a dos velocidades. Ninguna era mejor que la otra, eran sencillamente diferentes. La que me tocaba por edad la compartí con estos amigos con los que me siento a cenar, años después, algunas noches al año. Realmente, no eramos ni los modernos de la ciudad, ni los guapos, ni los guays. Nunca andamos por encima de la maroma entre el bien y el mal. No estuvimos coqueteando con el lado salvaje de la vida. Eramos gente normal, ni mejor ni peor, que aprendíamos a vivir esta vida en el tablero que nos había tocado jugar, sin libro de instrucciones y con reglas a estrenar, las cuales ni siquiera nuestros mayores dominaban.

Y fuimos creciendo, por dentro y por fuera. Llegó la Universidad y las decisiones vitales. Elegimos caminos distintos y el tiempo se dedicó a jugar con sus trazados, alejándonos, cruzándonos y volviéndonos a juntar. Cada uno decidimos dónde queríamos estar, cuales eran nuestras prioridades y nuestras opciones personales. En nuestras vidas entraron otras personas, algunas para quedarse con todos, otras para alejarnos. Como he dicho, cada uno decidió cómo jugar su partida.

Cada uno teníamos una capacitaciones personales que nos han permitido mover nuestras fichas en la vida con el beneplácito de los dioses griegos y egipcios, eso sí, no siempre con igual fortuna. Aún así, esta no nos ha tratado mal, realmente no podemos quejarnos. Cierto es que nunca saltamos a abismos recónditos y desconocidos, aunque en ocasiones los anhelemos como posibles guardianes de nuestros deseos no satisfechos. Cada uno se convirtió en un mundo singular, con ilusiones, miedos y proyectos, parejas, descendencia, en muchos casos, inconexos entre nosotros mismos, que habíamos crecido como una piña

Digamos que 25 años después, ese grupo de personitas en proyecto que no protagonizábamos las canciones de Hombres G ni las pelis de Almodóvar se ha transformado en un grupo de grandes personas, en lo público y lo privado, que no han perdido la inocencia en la mirada, las ganas de ser mejores y el concepto de la amistad. Con lo cual, aunque por mis palabras parezca que me deslumbraban más otros brillos, otras costas, como Ulíses nunca he renunciado a mis orígenes, orgulloso de ellos y siempre dispuesto a tender la mano a mis amigos, incluso a aquel que algún día me la retirara o escupiera en ella.

Como decía David Summers en una de sus canciones

Nunca hemos sido los guapos del barrio,
siempre hemos sido una cosa normal.
Ni mucho ni poco, ni para comerse el coco.
Oye, ya te digo, una cosa normal.

martes, 28 de diciembre de 2010

¿¿¿Quién dijo lo de dulce Navidad???

Nunca he podido con los tópicos, excepto los que son demostrables físicamente, como que las rubias van justitas, y los futbolistas tampoco dan para más. Tenemos la fea costumbre de asociar cualidades a determinadas fechas del año como la Dulce Navidad y la Nochevieja Divertida. Falso, totalmente falso.

El concepto de Dulce Navidad sólo puede venir de dos orígenes muy distintos. Como estrategia comercial de los turroneros de Xixona, que vistos de cerca dudo mucho que así sea, ya que no creo que ninguno tenga la capacidad de expandir por el mundo un mensaje tan subliminal, o de algún compositor moña de EEUU, de los que le escribían villancicos a Bing Crosby, como aquel Blanca Navidad, totalmente localista y sectario, si no que se lo pregunten a los de Angola, o a los Argentinos, que celebran la Nochebuena en un jardín, comiendo asado y con esas espantosas camisetas de la selección que no se quitan en los días grandes.

Lo de Dulce solamente se podría comprender por ese abuso desmesurado de las pastas tradicionales, postres y similares que se hace en estas fechas. Durante todo el año nos sometemos a una estricta disciplina, propia de los cuerpos de élite de los ejércitos judíos, negándonos a nosotros mismos el consumo de productos ricos en azúcares y demás materias primas que nos elevan sobre el suelo al contacto con el paladar. ¿Por qué quien puede ser capaz de afirmar que le gusta más el tofu que el chocolate?,¡¡¡ Y una mierda!!! No se lo cree ni Carmen Lomana, que mataría por anunciar los Bombones dorados y esféricos que no pueden faltar en las casas de las pijas de medio pelo, con tal de comerse la caja a puñados, como una chonny depresiva y ansiosa.

En estas fechas renunciamos a esa austeridad culinaria y equilibrada para invadir cualquier superficie horizontal de más de 25 centímetros cuadrados, sea cómoda, mesita de centro o cisterna, con una absurda bandejita dorada con blonda de papel llena de mantecados, almendrados, suspiros, manchegos, rollitos, peladillas, turrones, clásicos o de sabores imposibles, que nos producirían arcadas el resto del año. Y lo que ocurre es que hecha la tentación, hecho el peligro. Como en estos días se está ocioso y casi siempre acompañado de la familia, pues pasa lo que pasa. Que no sabes que hacer, rollito a la boca. Que estás viendo por n-esima vez Qué bello es vivir, lágrimas y mantecados, gran combinación. Que ves a esa cuñada que detestas como se acerca por el pasillo embutida en un chándal imposible, polvorón que evita la conversación.

Y no sólo dulce en lo de la alimentación, si no dulce en el trato nos hacen estas fechas. Ejercemos una tregua temporal, como si de un grupúsculo terrorista se tratase, para contraatacar de nuevo tras la digestión del cocido, pavo y pelotas. Casi siempre se levanta la tregua en el momento que se desenvuelven los regalos. Hay gente que se empeña en pensar que los Santos Inocentes se celebran el 25 de Diciembre, o su mala leche les impide pensar en los demás a la hora de escribir la carta a los Reyes Magos y Papa Noel, que visto lo que traen, como mediadores de paz no tienen precio. Así esta Belén desde el Año Cero, más o menos, ellos llegaron y empezaron los romanos a matar niños.


Con lo cual, lo de Dulce lo dejaremos en barbecho. Y lo de Divertido de la Nochevieja, permítanme, queridos lectores, que lo ponga en duda. ¿Alguno recuerda alguna  que supere a todos los días estupendos, que sin fecha marcada en el calendario, hemos vivido a lo largo de nuestra vida? Yo recuerdo trajes imposibles, bebida de garrafón, estafas consumadas, frío y borracheras de campeonato, abrigos perdidos, amigos golpeando barras con botellas y bebiendo champagne malo en zapatos sudados, colas para una copa pagada a precio de oro y entrada previo pago donde nadie quiere entrar el resto del año.

Nunca me ha gustado divertirme porque toca. Hoy es 31 y es divertido. Pues no. Puede que lo fuera a los 15 años cuando jugábamos a ser mayores y glamourosos. Puede que lo sea cuando te reúnes con gente a la que quieres, sin ninguna pretensión más que la de celebrar que termina un año donde todo ha ido bien, o enterrar uno donde los guionistas se han cebado con nosotros. Puede que nos juntemos para brindar por nuevos proyectos, o porque Madrecita, que me quede como estoy, visto lo visto.

También me parece valida la formula de envolverse en una manta en el sofá y hacer balance del año, de los logros y fracasos, de las nuevas ilusiones y de las que dejaron de serlo para convertirse en cicatrices que duelen con el cambio de estación, mientras la mamarracha de turno intenta explicarnos el funcionamiento del Carrillón de la Puerta del Sol, cuando es incapaz de decir del tirón su nombre y apellidos sin parecer deficiente mental. Esto puede ser, en algún caso gratificante, pero tampoco es que sea divertido.

Divertido es, cuando sin fecha en el calendario ni obligación institucional, te juntas con tu familia electa y, en algunos casos, con la de sangre y decides quemar el Mundo como si no existiera mañana. Paras el tiempo. No existen agendas. Lo que más cuenta es la risa y los abrazos. Cantar esas canciones que nadie se sabe la letra y a nadie le importa saberla. Ejecutar bailes imposibles al son de las palmas entregadas de los compañeros de farra y terminar, mirando al sol con una sonrisa casi infantil, brindando por que nunca se termine lo nuestro. No es necesario Smoking de Armani ni taconazo de Jimmy Choo. Solamente las ganas de vivir con los tuyos algo importantemente absurdo, imprecindiblemente banal,  sin más pretensiones que la felicidad. Qué difícil ¿verdad?

Para los que no creemos mucho en esto de la religión, la última quincena del año solamente puede tener un sentido. Que un año más hemos vencido a nuestros guionistas, que le hemos hecho más o menos gracia a los dioses, sean egipcios o griegos y que todavía nos apetece parar el mundo para perder un tiempo valiosísimo en lo único que de verdad importa. Nosotros y los nuestros.

Y el resto del año, Coca Cola light, la agenda del Iphone y la nostalgia por brindar al sol.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Aquel local de la calle del Cid

Hay cosas que no cambian aunque pasen los años, y si cambian en nuestra memoria, es a mejor. Por ejemplo, los recuerdos. Todos guardamos algunos inconexos de nuestra infancia primera, de nuestra comunión, como aquel ridículo traje de marinero que tan bien me sentaba y las pinzas con laca que tuvieron que ponerme en el estudio del fotógrafo para amansar mis remolinos. También almacenamos recuerdos de la edad escolar, de nuestra adolescencia, pero sobre todo de ese momento en el que nos comemos el mundo y al que nos empeñamos en volver siempre que podemos, la juventud.

Yo, digamos que, tuve una juventud de doble velocidad. Mientras mis amigos ejercían de adolescentes responsables, faceta que también compartía con un grillo y una pepsi en El Merengue de Alfonso el Sabio, comenzaba a descubrir los encantos de la juventud gracias a tener a mis dos hermanos mayores. Sí, digo dos aunque sólo tengo uno de sangre. Luego esta mi hermana del Alma, con la que he vivido tantas cosas y hemos aprendido juntos tantas otras. Esta ventaja adquirida, si la añadimos al periodo que más ha marcado mi vida, que es la estancia en los Scouts, hicieron de mí un aventajado a la hora de afrontar esa época dorada y un tanto salvaje que es la juventud.

Pongamos que la juventud comienza ese día que te matriculas en la Universidad. Yo, gracias a mi hermano, conocía la Escuela en la que me matriculaba, a gente allí, con lo cual ya me daba cierta ventaja entre el resto de los borregos, que era como se nos conocía. Viniendo de un colegio de curas y una pandilla, que por entonces lo más atrevido que había hecho era saltarse algún semáforo en rojo, la llegada a la universidad me abrió un sinfín de nuevas posibilidades, ¡¡¡Fiesta!!! Realmente yo llegué a Arquitectura Técnica con muy poca fe y muchas ganas de vivir la vida, y creo que dejé constancia de ello. Mi vocación pastaba más por los mundos creativos y digamos, sin que se ofender a nadie, que conozco pocos aparejadores que lo sean y los que lo son dejaron de ejercer. Allí conocí a grandes amigos, que provenían de otros mundos distintos al mio. Kiko, Pedro, Fede, etc... y un largo grupo de individuos e individuas que todavía despierta mi sonrisa al recordar algunas "hazanas". Tiempo de fiestas universitarias, pisos de estudiantes, noches sin dormir intentando remediar lo irremediable,... Una gran época.

Os preguntaréis el porqué del calificativo de una gran época a un tiempo de juerga, risas y no mucho más. En ese tiempo conocí a las personas que me abrieron las puertas para ser lo que soy, aunque parezca imposible. Por una jugada casual del destino, mi gran amigo Kiko y yo, un día de Reyes, caímos en un local de copas, con más mierda que el palo de un gallinero, sin rótulo y pocas posibilidades. No sé como se nos pasó por la cabeza llevarlo, pero se nos pasó.


Alguien al que quiero como si de mi hermano pequeño se tratara, me dijo el día de Nochebuena entre cañas "leo tu blog, y no le has dedicado ninguna a La Destilería" Tiene razón, es una deuda que tengo pendiente. La Destilería es ese local mugriento, destartalado y sin condiciones donde, durante 5 años, se dieron las tardes y noches de gloría más impresionantes de esta ciudad. A él le debo la mayor parte de mis amigos, algunos forman parte de esa, mi familia electa. Caí, por casualidad, obra y gracia de mis guionistas, en un mundo al que no pertenecía pero para el que mi madre siempre nos había preparado.

En esos escasos 30 metros cuadrados ha ocurrido de todo. Se han forjado amistades férreas, odios viscerales (desde aquí un recuerdo a Juan Planelles y su pandilla de descerebrados), amores eternos de una semana y rollos para toda una vida. Cultivamos nuestro gusto por la música muy friki, desde el cassete de Ina con canciones de Rocío Dúrcal ( Más bonita que ninguna, etc...) a ese Soy minero, que poníamos en vídeo en aquellos monitores de 12 colgados del techo pulgadas, y que cantábamos como si de nuestro himno nacional se tratara. Pero también apagábamos las luces y bajábamos la persiana para desbarrar con el Thunder de AC/DC.

Y nos disfrazábamos en Carnaval y llegaban las Hogueras.. y la gente de la Desti venía sin haber quedado con nadie, porque era como su segunda casa. Alguien habría con quien tomarse un Cerebro y cantar Modestia Aparte. Alguien con quien vivir otro momento inolvidable de la semana. Algunos esperaban en la puerta a que abriéramos a las 6 y cuarto de la tarde. Otros esperaban a que los tiráramos a las 3 y medía de la madrugada. Y de ahí al Barrio. Y de ahí al Kukas.

Y noche tras noche, año tras año, se forjó algo que no sé si tienen otros bares. Algo que nos une a una generación y que es suficiente para arrancar una sonrisa, 20 años después, y parar el mundo y preguntarnos¿Hola, qué tal?¿Cómo te va la vida? Muchos, muchísimos se han quedado a formar parte de mi vida. Nos hemos cruzado innumerables veces en el camino en esta ciudad. Algunos son más que familia y todos tienen su canción, su momento en mi memoria, incluso les podría servir aún su bebida favorita.

Nunca le dí las gracias de esto a quien nos dejo vivir esta experiencia. Juanjo y el Bocatero. Un dúo de socios cuanto menos peculiar, pero buena gente y de palabra. Ellos montaron este negocio y nosotros le pusimos Alma. Todos los que pasamos por esa barra, Kiko, Pedro, Tote, Lolo, Manuel, Emilio, Tico, los Blasco,  Pablo, Yo y los que nos siguieron luego. Tantas canciones míticas, las señales de tráfico, La Sirenita, las bebidas imposibles ( 7º regimiento, diarrea de los dioses, explosivo Gadafi... ) y el licor de canela, el himno del Barça y el de las Hogueras, Guns N'Roses y el bolso plateado de la Hormigonera, Patty Marchante y sus chicas, María Jurado y Paula Medina, Los Blasco y Fernando Cruzado, María Pascual y sus amigas, mis amigos del alma (Yolanda, Fernan, Santi, Carlitos, etc....) a los que no les pasaba una copa sin cobrar y nunca fallaban, futuras concejales, empresarios y abogados de primera línea. Gente tan distinta y tan igual que levantaban su copa y su voz para cantar como una sola voz "Soy minero, y templé mi corazón con pico y barrena. Soy minero y con caña, vino y ron me quito las penas..."

Y se apagaban las luces, y se bajaba la persiana, y nos íbamos. Y al día siguiente otro día inolvidable. y siempre alguien dispuesto a ayudarte a limpiar, a recoger los pedidos o echar unas risas.Y un día se bajó la persiana y no se volvió a abrir. Hoy es una frutería.

Tantos días únicos, tantas sonrisas, tantas momentos que solamente se repiten en la memoria y una frase que no necesita explicación. ¿De qué os conocéis? De La Destilería

sábado, 25 de diciembre de 2010

Lo que importa es la Familia

La luz entra generosa por el mirador. Tintinea en los adornos de cristal rojo del árbol, en los corazones de botones de nácar, en el aire. Se despereza la mañana de Navidad entre los escasos ruidos que provienen de la calle. El viento nos ha dado una tregua.

Acabo de revisar los regalos, que todos tengan su nombre, que todos signifiquen algo para el que los recibe. Previamente, una ducha caliente que me devuelve al mundo en un estado de satisfacción siempre deseable y un buen trozo de pannetone de chocolate que me trasporta al cielo de los caprichos.

Hoy es día de Navidad. El día después de la noche previa. Una amalgama de encuentros familiares donde se para todo lo que uno tiene que hacer inevitablemente, para tomarse su tiempo  con los suyos. Se vuelve, siempre que se pueda y la nieve y los controladores lo consientan, de donde sea con tal de pasar esas horas, casi siempre entorno a una mesa, con la familia.

La familia. Hay muchos tipos de familias. La biológica, que es la que te toca en el sorteo sin saber tú muy bien como. Bueno si que sabemos como, pero no es muy elegante relatarlo. Son ese grupo de personas con los que compartes sangre, rasgos físicos, manías y tics hereditarios y con los que normalmente escribes la primera parte de tu relato vital. Ellos te protegen, te enseñan, te marcan los limites y te descubren, en muchos casos, los horizontes hacia los que llevar tu mirada. De una manera u otra, bien sea dulce o tortuosa, permanece siempre en nuestro camino. Es donde se regresa, en teoría, cada Navidad.

Pero los años y la vida, con ayuda de los guionistas y los dioses, unas veces los griegos y otras los egipcios, nos van complicando la senda para que este retorno sea completo. Los mayores van faltando por ley de vida, algunos más jóvenes, que no deberían, se descuelgan de la senda en acontecimientos traumáticos que siempre quedarán adheridos a nuestra piel y que escocerán en algún momento del reencuentro anual en estas fechas. Poco a poco, la nostalgia y la tristeza por los que faltan, bien por ausencia definitiva o por problemas causados por los guionistas, hace más complicado que no se nos haga bola en algún momento el trago de estas fechas. Sólo los niños, que se encuentran al principio de este relato vital y con los que los guionistas, salvo en rara excepción, no se suelen ensañar en este tramo, nos dan fuerza para seguir sentándonos, año a año, en esa mesa familiar que algunas veces es un poquito más tensa que una cumbre de la OTAN  en los 70.


Luego está la otra familia. La que uno elige. Los Amigos. y sí, pongo los amigos con mayúscula porque no estamos hablando de conocidos, amiguetes, amigotes y demás gente con la que te cruzas puntualmente en el camino de la vida, pero con los que no deseas recorrerlo siempre, sea como sea ese camino y sean como sean los obstáculos que nos depare la vida.

Los Amigos son esas personas con las que no compartes rasgos pero te mimetizas. Con los que no compartes sangre pero por los que darías la tuya sin dudarlo. Con los que no compartes el tono de la voz ni el acento  pero con los que no necesitas, en muchas ocasiones, hablar para entenderte. Son esas personas en las que siempre piensas cuando tienes que contar una buena nueva o a los que recurrir cuando no sabemos cual es el camino, y hemos perdido el rumbo y la senda. Ellos son la familia que uno elige. Aquella por la que también paramos el mundo para sentarnos en torno a una mesa, pero en este caso sin ningún motivo aparente ni por ninguna fecha marcada en el calendario.

Hay veces, que la vida te juega la mala pasada  de hacer incompatibles las dos familias. Desde aquí un tirón de orejas a los guionistas por ese exceso de sadismo innecesario. En esas ocasiones, puedes llegar a pensar que te sientas en la mesa equivocada. Que no estás donde te toca, o por lo menos donde te gustaría estar. Y te inventas trucos para resolver estos abismos. Un concierto en Murcia para dos, donde no hace falta nadie más. Un mensaje en el momento justo, cuando sabes que es más necesario que nunca y que ninguna otra cosa. Una celebración de cumpleaños sin cita previa donde ninguno falla año tras año, haga frío, tengas compromisos o tu humor no te lo aconseje. Todos saben que deben estar ahí. Con los Amigos.

Y es que esto es la Navidad. Parar el mundo de locos en el que vivimos para recordarnos por un momento que lo que importa, como decía Don Vitto Corleone, es la Familia. La que te toca y la que uno elige.

FELIZ NAVIDAD

martes, 21 de diciembre de 2010

las botellas vacías sonríen, yo también

Una a una voy apagando las velas. Unas con olor a higuera, otras a vainilla, otras, las más pequeñas, a bayas del monte, algunas de lavanda... y el humo de su fin de jornada se mezcla con el gesto inconsciente de mi sonrisa. El árbol parpadea entre adornos de cristal y sus perros de peluche, que hoy han descubierto algún que otro secreto nuevo. Tiritan las últimas velas sobre la mesa llena de restos de la fiesta, como si de un naufragio se tratara. Hoy me siento feliz.

Las botellas de champagne vacías están, alineadas en el suelo como una ejercito de cristal verde, contándose, entre ellas, las anécdotas de la noche. Dulces navideños, restos del brazo de gitano más bueno del mundo y gominolas descansan, en sus recipientes, satisfechos por haber formado parte de una noche especial. El aire flota denso de felicidad. Es una sensación difícil de describir, ya que no cuesta respirar.

Mientras recojo las copas, recuerdo la sucesión de brindis, de sonrisas, la sensación de pararse el mundo tras la corona que decora el llamador de mi puerta. Durante unas horas, todo han sido miradas luminosas, reencuentros, cruces de gente impensables hace 24 horas. Todos con un único nexo de unión. Leer la Resaca del Champagne.

Cada uno pertenece a una órbita de este microcosmos en el que nos movemos, pero ninguno, en la soledad de nuestra pantalla, al destripar cada entrega de este blog, era capaz de adivinar lo fácil que es que las mismas se entrecrucen aleatoriamente al capricho de los guionistas o de los dioses, bien sean griegos o egipcios.


Cada uno ha llegado por una parte distinta de los múltiples caminos de mi vida. Casi todos han tenido sus líneas de complicidad en algún post. Y casi todos resultaban haberse cruzado en algún momento de sus vidas, bien tangencialmente, compartiendo senda o en caminos paralelos, ajenos ambos a participar de una misma dirreción, destino y tiempo.

Realmente, al levantar la tapa de mi cubo de basura rojo para tirar los últimos restos, hago balance de si esta locura ha merecido la pena. Mezclar a gente que a priori no se conoce de nada y que su único punto de encuentro es leer asiduamente los relatos de este blog. La vida nos da sorpresas, y esta ha sido, como decía Forrest Gump, como una caja de bombones. Dulce, con distintos matices en el paladar, con la intensidad de los distintos chocolates y sus rellenos, que nos hacen a cada uno diferentes  y a la vez tan iguales.



Cierro el cubo con satisfacción, por ver todo recogido y por haber decidido, esa tarde de agosto, que tenía algo que contar y que no sabía si era la mejor forma, pero que me apetecía hacerlo, que lo necesitaba. 4 meses después, las más de 4200 entradas a los 48 posts publicados me hacen sentirme bien, ser feliz. Hoy, al apagar las luces de mi árbol de navidad, soy consciente de que él y los 10 perritos han vivido una de esas noches inolvidables que dan sentido a su vida, que formará parte de esa historia que se entrelaza en sus ramas sintéticas, que se adhiere a sus bolas negras de cristal.

Hoy he comprendido que todo esto merecía la pena sólo por el hecho de que haya personas que sean capaces de parar el mundo y brindar por que no se acaben las Resacas. Gracias a todos...casi me corrijo, a todas y algún todo. Hacéis que esto sea realmente especial cuando coséis los retales de vuestros sentimientos, vivencias o anhelos a este pachtwork escrito que me hace crecer día a día para ser yo mismo de una vez por todas.

Gracias.

P.D. El que ha robado el belén, tiene un dispositivo que se autodestruirá al oír la tercera repetición del número agraciado con el Gordo por el niño/niña de San Ildefonso encargado de cantarlo. No se puede ir de fino y ser un chorizo sin haberse presentado a unas elecciones antes, joder!!!

domingo, 19 de diciembre de 2010

Después de la tempestad, llega el pijama

Hoy, 19 de diciembre, he sobrevivido a la guerra de los montajes navideños.

Este comienzo de diciembre ha sido, sin lugar a dudas,cuanto menos, intenso. Desde el primer día hasta hoy un sinfín de actos navideños y de otra índole se han ido encadenando uno tras otro, incluso solapándose en el tiempo. Árboles de navidad, belenes de tamaño natural, decoraciones de fachadas, inauguraciones varias, presentaciones de marcas, visitas a obras, tanatorios y conciertos, comidas, cenas y aperitivos para multitudes oscilantes y encorbatadas. Todo ello decorado, organizado, trajeado y con una sonrisa. Maldita navidad, pero que bonita es, a veces.

Es cierto que me encanta mi trabajo y de lo único que me puedo quejar, por lo menos en un foro público, es de no poder disfrutarlo con más tiempo. Esta semana ha sido realmente dura. Montar en tan solo 5 días tres de los trabajos más interesantes que he preparado en un año no te deja saborearlos como sería deseable. Te sientes como un teléfono móvil al que le sustituyen la tarjeta de usuario cada 24 horas y, a veces, cada menos. Todo evento, como creación efímera que es, necesita de una digestión posterior para disfrutarlo o sufrirlo, en caso que haya sido un desastre.


Gracias a los astros, a unos profesionales como la copa de un pino que me han rodeado este último mes, a la diosa fortuna, a unos clientes excepcionales y confiados y a algunos compañeros que han sabido estar cuando tocaba, hemos podido pasar de ver a un mix de burbujas de Freixenet cruzadas con los Jackson Five encendiendo los 30 metros de árbol de navidad del Marq a ritmo de Mariah Carey al lujo de escuchar a una maravillosa orquesta, con una aún más maravillosa solista al violín,  desvirgando la sala de cámara de nuestro, casi terminado y, flamante Auditorio Provincial, pasando, en medio, por las acrobacias elegantes de una trapecista sobre las cabezas de los 100 empresarios más influyentes de la Comunidad Valenciana y la voz aterciopelada que hizo inmensa la bosanova en el Palacio de la Exposición. Gracias, mil veces gracias a todos aquellos que de una manera u otra me habéis permitido hilvanar ese tapiz de maravillosos momentos durante estos últimos días.

Claro, que esta tribuna no sería nada sin la versión mordaz de los hechos. Y no sería yo dando solamente las gracias como una oronda soprano, después de un éxito épico en la Scala de Milán.

Curiosa imagen la de ver como llevando al límite las cosas, rozando la delgadísima línea entre lo divertido y lo grotesco, entre lo chabacano y elegante o lo soez y lo audaz, puedes alcanzar verdaderos momentos de desconcierto entre los invitados a un acto, que siempre acaban convirtiéndose en aplausos, por miedo a parecer catetos. Reconozco que adoro el riego como vehículo para la obtención de algunos objetivos. Riesgo controlado siempre, pero al fin y al cabo, riesgo. Enfundar a ocho bailarines en un mono dorado, ponerles una peluca afro y unos pompones y pedirles que describan la magia de la Navidad es, cuanto menos, un ejercicio de funambulismo sobre esa delgada línea.

Es cierto que en estos menesteres, como en todo en esta vida, la experiencia es un grado. Mi primer montaje en el árbol de 30 metros del Marq, avergonzaría ahora a uno de esos que cuelan el Papá Nöel de plástico en su barandilla. Unas cuantas estrellas de madera asesinas, que se clavaban como saetas en el jardín cuando las arrancaba el aire, y unas tiras de bombillas de barraca. Y parecía Navidad. Era joven e inexperto pero casi igual de audaz que ahora.

Mi primer evento, cobrando, fue, hace unos 14 años, una decoración de una iglesia para unos conocidos con 6 centros y no mucho más. Tardé 3 días en montarla y creí haber realizado el Canal de Panamá. Cuan relativas son las cosas en función del mundo en el que nos movemos. Ahora me resultaría impensable tardar más de tres horas en preparar tan minúsculo montaje. Decía lo de cobrando porque me recuerdo montando eventos desde tiempos en que no tenía ni uso de razón. Si lo hubiera tenido, nunca me habría planteado,por ejemplo,  levantar una pirámide de papel de embalar de diez metros de lado y 8 de altura colgándola de la viga de un gimnasio. Tenía 16 años y la pirámide se mantuvo en píe durante todo la cena. Creo que los dioses egipcios, a los que les debo haber hecho gracia desde pequeño me hicieron una señal ese día, señal que no he sabido interpretar hasta bien mayor.

Esa delgada línea no sólo la recorremos en los temas laborales sino en los particulares y afectivos. En estos últimos, creo que los dioses egipcios no tienen mucha mano, y deben ser los griegos los que mandan aquí y, como buenos matemáticos, les hacen poca gracia mis piruetas en el alambre. Tengo la virtud de escoger, siempre, el reto difícil. Lo próximo, accesible o factible me aburre. Me gusta el riesgo, lo asumo. Siempre lucho por la historia imposible. Siempre me fijo en la persona equivocada. Y no es que me equivoque de persona, me equivoco de ubicación, de momento, de objetivo. No soplan los vientos favorables de los dioses griegos en este tipo de proyectos. Mi osadía de no aceptar lo que toca y de luchar por lo que quiero no está bien vista por el Olimpo. Molestos por mi pretensión continua de poner en duda sus designios me castigan, una y otra vez como a Ícaro, quemando mis alas.

Sigo empeñado en batirlas para alcanzar la perfección del vuelo, en lo que a los afectos se refiere. No me conformo con el sol el día que dicen que toca y el resto a la sombra. Quiero estar cerca del sol siempre, revoloteando por esa delgada línea que supone quemar tus alas y sentir el calor intenso, casi irrespirable, de la pasión. Amo el riesgo, porque el riesgo nos hace grandes, eternos. Amo el riesgo porque quien no lo ama, quien no lo desafía desconoce por siempre la gloria.

Y qué es nuestra existencia más que una constante lucha, contra la desidia y el pijama roído como único compañero en el triste sofá de la vida, por unos segundos de gloria. La gloria nos hace inmortales, la gloria nos hace divinos, capaces de realizar cualquier hazaña o desafío. Por eso cuando estás a punto de alcanzarla o incluso cuando tienes la suerte de rozarla, te sientes grande, brillas y tus alas se despliegan para convertirte en el ser más bello de la creación. Y en ese justo instante se despierta la furia de los Dioses por asemejarte a ellos y de los necios por distanciarte más y más de su mediocridad.

De ahí, debido a mi pasión por el riesgo, que no crea ni en Dioses ni necios. Unos por inexistentes, y otros por innecesarios e impresentables. Y en el caso de que resbalemos sobre el alambre de la delgada línea sobre la que nos movemos, siempre sabemos que detrás de la tempestad y la ira que provoca la caída, siempre nos queda el pijama.

PD: El pijama como prenda de vestir, debería tener un sistema de autodestrucción de su propietario cuando se usa fuera de los límites del hogar. No se puede bajar a buscar el árbol de navidad al trastero con un pijama rosa de estrellas, corazones y ositos. ¿Dónde coño nos hemos dejado la dignidad? Y mucho menos tirar la basura en el contenedor de día con tal indumentaria. Pero esto le debe hacer gracia a los dioses griegos. Vamos que si estuviera yo en el Olimpo me faltaban rayos para fulminar horteras.

martes, 14 de diciembre de 2010

Cuando la Navidad llegó al Domti

Conforme avanza el mes de Diciembre, la ciudad se llena de luces,de plantas de navidad, y otros signos inequívocos de lo que se nos viene encima. El gigante de la Navidad nos engulle como si de un alud alpino se tratara, dejando su sereno manto de nieve sobre sus victimas.

Los escaparates comienzan a llenarse de decoraciones de dudosa calidad estética, porque, dale a una dependienta espabilada 10 tiras de espumillón y un rollo de celofán dorado y verás si te la lía parda o no. Esto es totalmente extensible a taxistas, puestos del mercado, autobuses del colegio, camioneros y un largo etcétera que aburriría a un muerto.

Todavía en algunas casas queda el miembro que no ha superado su momento EGB y sigue perfilando los cuadros de el salón, como si del encerado de clase se tratase, con esas guirnaldas de espumillón y colgando dos bolas de colores y tamaño inconexos entre sí y con su peludo portante. Una vez empezada la euforia decorativa no se salvan ni el televisor, ni el espejo,ni la catalítica, ni la tostadora, ni esas plantas artificiales del pasillo que dejan, a su lado, convertido a Torrente en un gentleman.



Y todo este fenómeno sólo ha podido ir a peor con la aparición de los Domtis, la tecnología Led al alcance de todos y Las películas navideñas americanas de Danny DeVito. Esto no es América, por mucho que queramos. No es lo mismo el 3º Drcha de un número impar de una calle del polígono de San Blas que el 734 Skinner de un pueblo de cualquier condado de Alabama.

Lo peor que puede hacer en estos momentos previos a la Navidad es darle a un imbécil 200 metros de tubo de luces y una escalera. Lo del espumillón del anclado en preescolar se queda en un juego de niños. La Policía debería actuar de oficio contra los propietarios de algunos balcones de nuestras ciudades, y contra los fabricantes de esos productos, que seguro que destruyen más neuronas de las permitidas con esos cambios de coreografía lumínica que perpetran sus artefactos. Es algo parecido al resultado de meterle unas guindillas picantes por el culo a los Niños del Coro, ya que muchas van acompañadas de politonos navideños.

También, de una vez por todas, la brigada antiterrorista de la Guardia Civil debería tomar cartas en el asunto de los responsables de la llegada masiva a los Domtis, esas extrañas tiendas de Todo a 100, de esa legión multitudinaria de Santa Claus de plástico ascendiendo por una mierda de escalera, que se cuelgan de las barandillas. Y a esos precios al alcance de cualquier hortera, sin discriminación de rango social ni económico. Encima, existe también la replica versión Reyes Magos, que por la escala de las fachadas y al ser tres, parecen más que vengan del bar de Mauricio Colmenero que de Oriente. Si se obliga a subir el precio del tabaco para que los fumadores consuman menos, ¿por qué no poner el dichoso adorno a un precio de 2.000 euros? Ya que tenemos que soportarlo, que le queme el bolsillo al hortera.

Es difícil conciliar el espíritu navideño con ese gusto por la polipiel blanca, los dorados sintéticos, el Regetton y Georgie Dann que tenemos en la costa. Nos puede nuestra vena barriera y el vicio adquirido a las tiendas de los chinos. Esto no nos puede llevar a ningún sitio bueno, solamente al Infierno de los Singusto. A los que lo cuelgan y a los que no los colgamos, a los primeros, por hacerlo.

sábado, 11 de diciembre de 2010

El amigo invisible y la conjura china.

Con la cercanía de las fiestas navideñas vuelve a nuestro entorno, como El Almendro vuelve a casa, uno de los personajes más instaurados en la iconografía navideña. No es el Caganet, ni el Cartero Real, ni siquiera Papa Nöel. Tampoco es la cajera de Juguetilandia ni la promotora de perfumes de el Corte Inglés. No es la carnicera sonrosada y con delantal de puntillas que prepara el pavo familiar desde tiempos inmemoriales, donde ella era una buena moza y gastaba 22 tallas menos. Es un personaje que, para bien o para mal, se ha metido en nuestras vidas para cambiarlas por siempre jamás.

Estoy hablando del Amigo Invisible. Esa creación casi demoníaca, no sabemos si por gracia de un tacaño o de un sinposibles ingenioso.

Cuando llegan estas fechas sobrevuela sobre nosotros el fantasma del Amigo Invisible. Con el grupo de amigos del colegio, 25 años después. Con los compañeros de oficina, de los cuales odias a un 60 por ciento por que estamos en Navidad, sino sería un porcentaje entre el 80 y 85 por ciento. Con los amigos de toda la vida, a los cuales ya no sabes que regalarles ni te apetece hacerlo, sobre todo porque las tres últimas navidades te han cascado unos regalos ante los cuales te planteas la gran duda existencial, ¿Se lo ha encontrado en la calle o lo ha elegido al azar? El grupo de las mamas que desayunan juntas después de dejar a los niños en el colegio, que día que te pierdes de tostada y cortado, día que te acribillan viva. Con tu familia, bien sea de sangre, política, política de alguien de tu sangre o sangrante porque no es ni política ni familia ni nada que se le parezca. Y así todas las combinaciones que se puedan establecer entre grupos de gente que se sonríen en algún momento del año y cruzan más de 50 palabras mensuales.

Imaginémonos, la clase de aquagym de tu centro deportivo, anteriormente conocido como Gimnasio, le pasa como a Prince que se les cambia el nombre para seguir pareciendo lo mismo. 25 personas con la que compartes una hora de tu vida, tres veces por semana, enfundado en un ridículo bañador y un aún más ridículo gorro de baño. Si se planteara hacer un amigo invisible entre los alumnos, ¿qué porcentaje de gorros de baño de colores absurdos se intercambiarían como presente? Sobre todo porque metidos en el agua, lo único que conocemos de esos seres húmedos y sufridos es su gorro de baño, que nos suele espantar. Como es normal, este fenómeno les sucede a los otros 24 con nuestro gorro de baño, que es el único que no observamos evolucionar en las rutinas de ejercicio.


No me imagino a los componentes de esas reuniones de autoafirmación de los valores del macho ibérico y del chascarrillo fácil, burdo y genital, que son los partidos de futbito de los jueves por la noche, intercambiándose de modo anónimo y cómplice nuevos modelos de espinilleras, suspensorios o cintas del pelo para que no te moleste el flequillo, a quien a esas alturas del cuento lo conserve. Realmente se asemeja más al linea argumental de un vídeo porno gay que a la demostración de un sentimiento navideño.

Tampoco me imagino realizando un sorteo de Amigo Invisible entre todos esos pasajeros que comparte el 23 todas las mañanas a las 8 entre dormidos, asqueados y cierto tinte de resignación. Pasan a veces más tiempo juntos que con miembros de su familia, pero apenas conocen únicamente el color de su mirada perdida tras el cristal en movimiento que los traslada cada día a su soporífera rutina. Si así se hiciera, intercambiarían bonobuses, funditas de los chinos para la tarjeta de trasporte o un marcapáginas para ese libro que nunca terminas de leer y que te acompaña fiel cada día en tu bolso de polipiel.

Y es que este sistema de regalo a traición, esconde más peligros que ventajas. Como buena aplicación de la Ley de Murphy, siempre te toca el que peor te cae y siempre le tocas al que peor te conoce. Con lo cual se puede convertir más en un suplicio que en una celebración. Para más INRI, con la crisis llegaron las limitaciones económicas. No más de 6 euros. ¿Quién puede comprar un regalo decente a alguien que ni soporta por esa cantidad? Evidentemente solo las buenas personas de corazón, entre las cuales pues va ser que no me incluyo, por lo menos en este asunto de los Amigos Invisibles.

Todo apunta a que esto viene marcado por una extraña y maquiavélica estrategia de marketing del gigante asiático. La culpa, sin lugar a duda, es de los Chinos. Solo ellos, con su red de comercios de Todo a 1 euro, pueden satisfacer las necesidades generadas por este tipo de conductas compulsivas y navideñas. En este tipo de bazares, de culto al plástico y el objeto inútil e inservible que todos adquirimos, podemos solucionar nuestro pequeño gran caos generado por la necesidad de comprar un regalo a alguien que apenas conoces y con un presupuesto imposible. Claro, que todo esto, sin valorar las consecuencias que puede llegar a tener perpetrar regalos de este tipo y ser descubierto como ideólogo y brazo ejecutor del mismo.

Aparte, me aterroriza pensar en la posibilidad de la utilización del Gigante Chino de esta conducta para dominar el mundo. Si introdujeran un microchip que emitiera ondas que atrofiaran nuestra capacidad consciente en cada producto de sus tiendas, podrían dominar el mundo en la primera semana de Enero, pasado el día de Reyes, cuando todos los ceremoniales de amigos invisibles hubieran tenido lugar. No convertiríamos en las nuevas victimas del colonialismo amarillo, de la nueva Revolución Cultural. La de la victima del Todo a 100.

Suena realmente escalofriante. ¿Verdad? Feliz Amigo Invisible

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Las ramas de mi viejo árbol de Navidad cuentan historias.

Buenos días. Hoy es 8 de Diciembre, son las 9 de la mañana. Música de informativos. Mis ojos se abren lentamente mientras mi cerebro enumera las vigas de madera que atraviesan mi vista. Festivo antes de la guerra navideña. Hay tanto que preparar.

Mi propósito de hoy. Montar el Árbol de Navidad. Desde hace días invaden mi salón distintos materiales para la decoración navideña de este trozo de libertad donde me muevo como pez en el agua. Estas cuatro paredes que son mis mejores confidentes, conocen todos mis secretos, comparten, fieles, todas mis derrotas y participan, sinceras, de todas mis victorias.

Me pongo ropa de faena y las ganas de Navidad. Bajo las cajas del altillo entre equilibrios y una nube de polvo que trae a esta mañana otras imágenes del pasado. Recuerdo mis navidades de pequeño, cuando me quedaba con la nariz helada pegado al cristal de la ventalla del pasillo, frente al Belén, esperando ver pasar el trineo de Papa Nöel. Alguna vez creo que llegué a ver sus luces de freno.

Al abrir la gran caja blanca donde guardo mi árbol de navidad, he abierto sin darme cuenta la caja de los recuerdos. Mi árbol nuevo en mi casa de Benalúa. Mis primeras navidades viviendo solo, no tenía ni televisión. Pero tenía árbol, había Navidad. La primera cena de nochebuena en mi casa y la última de mi padre. Mis perros de peluche contemplaban la escena colgados de las ramas del abeto que presidía el salón.


Con el tiempo el escenario ha cambiado en varias ocasiones pero él siempre ha estado conmigo desde hace más de12 años. Y los perros también. Nos mudamos a Castaños un febrero frío y de malas noticias. Mi vida cambió tanto en quince días que creo que nunca volvió a ser la misma. Y descubrimos la grandeza de la soledad y aprendimos a crecer solos, el árbol, los perros y yo. Llegó el Fin de Siglo y lo celebramos en aquel salón donde tantas cosas vivimos y con tanta gente. Cada mañana desayunaba en Seguí, incluso conseguí que sus dependientas dejaran de hablar entre ellas y me saludaran. Me reconocían como parte de aquellas paredes verdes y dulces que no puedo olvidar.

Y volvimos a mudarnos otro febrero, dos años después. Descubrí esta caja de luz y libertad donde estoy abriendo una a una las ramas de mi compañero de viaje. Y crecí, y me enamoré. Viví los momentos más felices de mi vida. Y los más duros, mientras me precipitaba hacia el abismo del dolor, perdiendo en la caída todo lo que se puede perder. La sonrisa. La confianza. El respeto por uno mismo.

Pero ellos, mi árbol y mis perros, siempre han estado aquí. Cada navidad. Las fáciles y las difíciles. Aquellas en las que has querido cerrar los ojos y despertar un quince de enero con amnesia temporal. Aquellas donde ellos han sido el centro de la alegría, guardianes de los regalos y compañeros de las nostalgias y risas entre amigos a su alrededor.

Ya tiene todas sus ramas perfectamente abiertas. Comienzo a rellenarlo para que pierda su aspecto sintético con ramas de boj, eucalipto, magnolio y abeto. Este proceso me transporta a mi tienda de flores, a tantas casas de amigos, a los cursos en el Mercado o los programas de la tele. Tanta Navidad creada para los demás. Era como llevar un trozo de luz, de belleza a cada lugar. Mis manos me hacían ser feliz y hacer feliz a los demás. Tantas tardes de frío y mistela con mi Adri montando felicidad.

Una vez relleno, algún toque de roble rojo. El truco, como todo en esta vida, es que no se vea la trampa. Que esté perfectamente tupido, una rama entrelazada con las otras haciendo un uno. Un buen amigo decía "los árboles de navidad también tienen dobladillo, se rellenan por todas las partes por igual, para que no venzan hacia ningún lado"

Y es como la vida, si no rellenamos todas las facetas de nuestra personalidad o nuestras necesidades físicas, anímicas o profesionales, en un mal golpe de viento caeremos de lado, quebrándonos por nuestras carencias y será difícil levantarse sin ayuda. Por eso relleno concienzudamente mi árbol, para que se sienta seguro. Aunque si lo tuviera que levantar, en un mal viento, no dudaría en hacerlo como tantas veces lo hizo él por mí.

Coloco minuciosamente cada uno de los adornos, después de haber colocado las luces semiescondidas entre el relleno, para disimular los cables. Cada uno lleva cosido un recuerdo. Alguna tarde en Lui con Marisa. Esas bolas maravillosas que descubrí con Gloria en Londres. La mirada atónita de Pablo y Manuel cuando lo vieron por primera vez...

La tarea culmina con un sabor de recuerdos no bien almacenados. Sólo queda el Belén. Musgo, flores de eucalipto y paciencia. Desenvuelvo con mucha delicadeza esas figuras de barro mexicano tan políticamente incorrectas como divertidas. Las dispongo en mi mirador como quien reproduce la maqueta de la Historia...


He puesto música de fondo mientras desarrollo todo este proceso. Solamente lo suelo hacer en esos momentos en que me encuentro en paz conmigo mismo, en mi caja de luz y libertad. Cuando soy verdaderamente yo. Dani Martín, Nena Daconte, Diego el Cigala y Anthony and the Jonhsons le han puesto banda sonora a este recorrido por mi memoria con olor a musgo fresco,magnolia y madera tallada.

Buenos días. Hoy es 8 de Diciembre, son las 5 de la tarde. Ha llegado la Navidad y soy moderadamente feliz.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Soy la muerte y vengo a por la agüela

Realmente, el mundo de los muertos, cuando se mezcla con el de los vivos, se convierte en una experiencia fascinante. Esa delgada línea de luz que separa la vida y la muerte tiene que ver, a menudo, más con una rendija de la puerta del camarote de los hermanos Max que con la espada láser de Darth Vader.

Visto desde fuera, el trance de la muerte genera situaciones peculiares, si lo liberamos de toda contenido emocional. No deja de ser nada más que un hecho biológico,un acontecimiento físico. La máquina se desgasta y deja de funcionar o se rompe por acción externa. El verdadero caos se genera entre los vivos.

Empezaremos por analizar el negocio montado alrededor de la muerte. Antes los velatorios se realizaban en las casas, con el considerable trastorno para el espacio y la vida familiar. Se tardaban meses, incluso años en olvidar la imagen del féretro en el salón, la mortaja en el dormitorio y el pariente borracho que tropezaba y caía a los pies del muerto, despertando esa ola de humor negro que se nos desarrolla ante acontecimientos de este tipo. Yo recuerdo, en uno de los últimos que fui a una casa, a una amiga contándole a la hija del difunto, en la cocina de su propia casa, un chiste de difuntos (Pepe, aquí huele a muerto....) Imaginan como se llamaba el padre, ¿verdad?

Desde un tiempo a esta parte, quizá unos 25 años, han proliferado esos moteles del dolor, llamados tanatorios. Un alivio para el espacio familiar, muchas comodidades para los vivos y los muertos y cafetería 24 horas con todo tipo de bebidas y bocadillos de fiambre, como no podía ser de otro modo. Es el negocio perfecto. Clientela asegurada. Rotación máxima y usuarios embriagados de dolor que no reparan en gastos.
Para mi padre, lo mejor. Y como dice el anuncio de Master card, esto no tiene precio.

Pagamos cajas de lujo, flores de segunda a precio de oro, esquelas de periódico como si fuesen anuncios de fusión de bancos multimillonarios . Y todo ello, sin una sonrisa. El que lo vende como si fuese cuarto y mitad de chopped y el que lo compra como si levantara una última pirámide en memoria del familiar fallecido.


Luego nos encerramos en una sala de 30 metros cuadrados con sofás de cuero, caramelos y un escaparate con vistas al muerto. Y empiezan a surgir todo tipo de situaciones, algunas dramáticas, otras rocambolescas, otras sencillamente absurdas y divertidas.

Ese calor asfixiante, que crece sin darte cuenta conforme pasa el tiempo, aletarga los movimientos, las emociones y las neuronas. De repente descubres, en un tiempo ralentizado como las balas de Matrix, que algún familiar repite la historia reciente del finado como una letanía mirando a la pared blanca. A veces, entre la pared y el abducido, hay una visita, o una sucesión de las mismas, que se convierten en el único cambio perceptible del relato, el receptor. Bien sea pared, persona o familiar.

Y en momento cualquiera llega el silencio y se congela la imagen y tan solo tú te mueves y analizas la estancia. Familiares vestidos de negro, sin orden ni concierto. Caras de extenuación y ausencia de maquillaje reparador excepto en la cara del difunto, que es el único descansado. Familias rotas durante años unidas por la rotura del lazo familiar que conlleva la muerte. Saludos de compromiso y silencios sentidos.Soledad. Tremenda soledad entre la multitud negra.

De golpe, algo rompe el silencio. La puerta adyacente al escaparate de vidrio se abre y el tiempo se acelera. ¿Dónde ira el muerto a estas horas?¿Al aseo?¿A la cafetería? Lo mismo quiere tirar a alguna visita que no esperaba o le desagrada. Tras el umbral aparece Paco, y no el del libro, y todo vuelve a la normalidad. Es el yerno de una vecina del difunto que casualmente trabaja en la funeraria y al depositar unas flores ha reconocido al mismo. Y comienza otra vez la letanía de la historia y el tiempo se ralentiza de nuevo y el calor lo invade todo mientras los cuerpos se hunden en los sofás de cuero negro.

Llega el funeral. Y las despedidas. Y desde fuera todo es innecesario y desde dentro todo imprescindible. Besar al difunto. Decirle lo que no le has dicho en vida. A veces hasta querer a quien nunca se quiso. El cansancio, los lexatines y la pronta separación definitiva dislocan, a veces, los sentimientos.

Aparece, entonces, otra de las grandes estrellas de estos eventos. El cura.

En mi corta experiencia de asistente a entierros he podido vivir, incluso disfrutar, de verdaderos momentos de gloría en las homilías de estos trabajadores de la cruz. No hay nada como un cura cabreado, que demuestra que hace entierros como curros por obligación, con dos copas de más. Piropea a la viuda, confunde a los hijos, canta como Tina Turner y reivindica su derecho a estar viendo en Valencia a su Jefe Supremo, por gentileza de Orange Market, en vez de enterrar a este y a otro que tengo a las 12.Y con el viaje pagao que tenía. Ahí queda eso.

Cuando uno cree que todo a terminado, queda el último viaje. Dar sepultura. Siempre y cuando se decida esta opción. Porque siempre te pueden incinerar, dejarte en custodia de un familiar y que alguno de sus parientes te engulla confundiéndote con un bote de té soluble. O tirarte desde una peña para llenar los ojos de los asistentes en un mal golpe de viento. Eso sí, yo, desde que los tiran al mar, lo de tragar agua en la playa me da muy mal rollo, por si me trago algún conocido en una zambullida.

Una vez llegada la comitiva frente a la sepultura, aparecen los albañiles. Horror. Este se va ha eternizar, y nunca mejor dicho. Si para un baño tardan 6 meses esto del nicho se nos va a 6 ,7 horas fijo. Proceden a subir a una especie de torito el ataúd, previa petición de permiso a la familia. Otra temeridad. En el estado de transposición y pastilleo que se encuentran los familiares pueden decir que no. ¿Y entonces qué? ¿Dejamos el féretro en medio de la calle del cementerio hasta que se les pase el berrinche, como si de mobiliario urbano se tratase?.

Y lo introducen en el nicho, mientras el yerno comprueba la eficacia del elevador y lo útil que le sería en su trabajo. Algún familiar pregunta que si, en este estado de desesperación colectiva y casi lorquiana, alguien quiere meterse con la caja antes de que el paleta ponga las placas de escayola y dé por terminado el entierro. Mientras tanto se desarrolla otra absurda costumbre de coger flores como recuerdo. El día menos pensado alguien se lleva la caja para ponerla en la salita, de mueble-bar. Como está tan mona tapizada y total, aquí se va a echar a perder... 

Y los familiares se van. Quedan solitarias las tumbas. Las coronas desmadejadas para el recuerdo posterior. Silentes los cipreses y sombrío el ulular del viento. Y por primera vez en 24 horas, el muerto, por fin, descansa en paz.

Creo que todo sería más fácil si nos llegara un sms el día antes, "Soy la muerte y vengo a por la agüela" y la recogiera SEUR en un servicio 8,30 para que nadie tuviera que perder el día de trabajo. Todo sería más fácil pero, evidentemente, menos humano

lunes, 29 de noviembre de 2010

¡¡Arriba esas piernas, dámelo todo!!

Algo no funciona bien en este país cuando nuestros gustos musicales los dirigen los personal trainers de los gimnasios de moda. ¿En qué momento renunciamos a las radiofórmulas y a Joaquín Luqui, tu y yo lo sabiamos, a la hora de cultivar nuestras preferencias para dejarlas en manos de unos ciclados engreídos, embutidos en unos monos de lycra imposibles, que parece que no padecen mientras sonríen como una Barbie anoréxica dando saltitos al son de las piezas más macarras del universo?

No me imagino a ningún monitor de gym que se precie dando sus sesión de step al ritmo de ¿Y como es él?¿Y en qué lugar se enamoró de ti? de José Luis Supermoña Perales o de Jazmines en el pelo, rosas en la cara, Airosa caminaba, la Flor de la Canela... de Mª Dolores Pradera, por mucho que esta contoneara sus caderas al ritmo de tan famosa pieza. Aunque no estaría mal para que la gente se culturizara un poco y renunciara al culto sudoroso y carente de oxígeno en la respiración a Lady Gaga, Beyoncé y Christina Aguilera.


También me cuesta imaginarme a esas mujeres de hoy en día, madres, eficientes trabajadoras, esposas y que sacan el tiempo de debajo de las piedras para estar en forma, renunciando a todo su bagaje cultural y musical para convertirse en una chony más, embutida en un conjunto coordinado en lila y fucsia de Decathlon, y que suda como cochinillo en parrilla.

Y esos yuppies, ejecutivos agresivos, que han aprendido a combinar los cuadros y las rayas sin parecer el Payaso de Mimosín, que tienen más botes de crema que la fémina con la que comparten el mueble del baño y que saben distinguir el azul petroleo del azul turquesa sin perder un ápice de su masculinidad, ¿por qué se convierten en perros callejeros, de ojos saltones, de tic manual-genital y que mascan chicle aunque no lo lleven, al ritmo de Sonia y Selena, Black Eyed Peas o David Guetta?

Es peligroso, y no le damos la importancia que merece esta situación, el declive musical que han propiciado esas conductas y actitudes. Parecen bacanales del mal gusto y de imagen aterradora, al observar como evolucionan un grupo de personas que tienen como único nexo de unión los movimientos gimnásticos que reproducen al unísono y al ritmo de ese cd endemoniado, al que tantas horas de mimo y dedicación le a entregado el sesudo monitor.¡Ta quedao niquelao!

Al principio esas sesiones acústicas de culto al cuerpo no traspasaban las paredes de cristal de las aulas de los gimnasios, de donde nunca debían haber salido, incluso ni llegado. Pero el problema es la nueva moda entre los trainers de repartir copias de su creación como dj's aparte de como formador de horteras de bolera con cuerpos estupendos.

Después de una ducha reparadora, no podemos resistir la tentación de poner la banda sonora de nuestra clase de spinning o pilates en el reproductor de nuestro coche, sin darnos cuenta que esa música, hecha para soldadoras de trasatlánticos y eternos ocupantes de aulas de formación profesional con el coche tuneao, se mete por nuestras venas destrozando todo síntoma de buen gusto, incluso del simple gusto por la música como medio de disfrute y no de alteración de los ritmos cardíacos.

¿Dónde está Ramoncín cuando se le necesita? Deja en paz a las peluqueras y los bares de pueblo que amenizan la tarde contrarrestando el sonido de las fichas del dominó y lucha contra la verdadera bicha, cobarde. Como estos te pueden pegar más que a un palestino en una sinagoga ortodoxa, ahí no nos metemos. Vaya con el cruzado de los derechos de autor, seguro que tiene algo oscuro que esconder en esta trama. ¿No será el guía espiritual de estas recopilaciones musicales? De repente me ha venido su imagen como Rey del Pollo Frito y lo he entendido todo. Esto es una conspiración para la abducción de las masas ideada por la SGAE.

Dentro de unos meses esos cd's llevarán grabados, de forma subliminal, los temas de Ramoncín y un número de cuenta oculto para que le ingresemos una nueva forma de impuesto revolucionario para que este mamarracho siga viviendo de unos litros de alcohol que corrían por sus venas en el año ochentaypoco. ¡Boicot ya! Por la recuperación de la cultura musical.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Cosas que despiertan mi sonrisa

Ayer mientras veía esa maravillosa película  sobre los malos tratos, "Te doy mis ojos", descubrí unos de los motivos por los que comencé a escribir este blog. Esa necesidad de plasmar por escrito tu rabia, tus deseos, tus gustos, los sentimientos con el fin de canalizarlos de una forma positiva. Convertirlos en texto para mí era importante, como ventana en la que muestro lo que realmente soy y pienso, aunque a veces lo disfrace de dosis de ironía y acidez que se pueden malinterpretar.






Hoy me gustaría plasmar, en una lista casi absurda, todas aquellas cosas que me hacen sentir feliz o en paz o que son capaces de arrancar de mí una cara de buena persona de modo inconsciente.




Las milhojas de Seguí, sus cremas tostadas y la leche preparada.

Los ojos de mi madre, cuando observan el mundo con curiosidad a sus 85 años.

Los abrazos de mis sobrinos, que en algún caso sé que son presentes valiosos.

El atardecer conduciendo por la Mancha.

Pasear por Madrid. Tantas mañanas contigo, yo sí las echo de menos

Perderme en el Born de Barcelona

El sabor de las primeras mandarinas

Que mi hermano lea este blog aunque no lo comente

El arros amb costra de mi cuñada y nuestras compras y Starbucks

Acariciar lentamente la piel, tan lentamente como si estuviera hilvanado el tiempo a sus costuras.

Que me acaricien la cabeza y la espalda.

Mis botines de charol, me hacen sentirme fuerte.

La coca de mollitas.

Las pelis de Almodovar

Mirar, sin tiempo, el Ponoch, al atardecer, desde la carretera de Benimantell.

Los almendros en flor.

Las libretas de Muji

Londres

Las tardes de Fería en Constantina con los amigos. El tiempo se para con olor a hierbabuena

Un perrito caliente, unas fresas, un libro y Central Park.

Una noche en La Cavanga con Kiko. Managua siempre presente

Las canciones de Iván Ferreiro. Desde aquí desde mi casa, veo la playa vacía...

Los primeros discos de Shakira e Inma Serrano

La Semana Santa en los balcones de Castaños 44

Volar

Cenar en la terraza de la Rinascente en Milán

El paisaje del Teide

Los restaurantes pequeños como mis añorados Spoon y Arenal

Despertarme abrazado.

El jamón york recién cortado

las sudaderas de algodón

Mis converses

Las letras de El Canto del Loco

Las servilletas de papel de Ikea.

Hacer fotografías para congelar sentimientos

Leer en la cama.

Orgullo y Prejuicio y el señor Darcy. Keira Knightley me fascina

Los anuncios de televisión.

Perderme en un museo

Miquel Barceló y Tapies

Las Manolitas y perder la tarde con un amigo

No hacer nada

Los scouts

El paisaje imposible de Caleao

Mi abrigo de pata de gallo.

Arreglarse cuando toca, y cuando no por sentirte bien.

Concentré d'Orange verte de Hermes

Gonzalo y nuestras noches por Madrid. El Why not? nunca defrauda

El arroz al horno del Pachá

La Ensalada de asado de la señora Milagros

Mi infancia en la Aitana

Adriana y sus manos prodigiosas.

Cuca, siempre serás mi Cuca

Alba, Piku, Rita, Jan y las tarimas del Forat

Los tomates Raff con aceite, sal y vinagre de Modena

Los pasteles de Arroz con leche de Chantilly

Los 25 segundos después de colocar el remate de Mediterránea


Mi última fiesta de Halloween y sus descubrimintos

Las camisetas con mensaje

La fabada, el picadillo y la tarta de queso de Vivi

La Coca-Cola

Gabriel García Márquez y su mundo

Cocinar para mis amigos

Mi Matzinger-z

Las vigas de mi casa y poner el árbol de navidad

Alaska y esos miles de canciones cosidas al guión de mi vida

Mis guionistas, que sería yo sin ellos

Tomarme algo en el Noray y parar el mundo.

El tiempo inmediato a la compra de esa prenda que te sienta bien

Cerrar un libro que te ha gustado y dormir feliz

Crear, sobre el papel, con un lápiz de grafito

El olor de la pólvora al mediodía

Cantar las canciones en inglés sin saberme la letra ni que dice

El flan y sus incontables versiones personales

La primera vez con alguien a quien amas

La sensación de recién duchado

Mi manta de rayas del sofá

Viajar en tren

Conducir solo con la música alta

Las chirimoyas y los nísperos

La textura del aguacate

El pan de aceite del Mercado Central

Tener flores frescas en casa

Besar sin pensar en lo que sigue

Llorar una tarde de lluvia, oyendo mil veces la misma canción

Las cebollas en vinagre

La poesia, leida, cantada o sufrida

El olor de las velas y la danza serena de su llama

Dormirme en el sofá

Escuchar la radio en la cama

El traje con zapatillas

La mirada de pillo de George Clooney, y otras cosas

El Paciente Inglés y Sunset Boulevard

Las películas de dibujos animados con Pablo y Manuel y palomitas para tres

Pasear de noche por el barrio de Santa Cruz, en Sevilla. Olor a azahar y canto sublime de fuente

Las coplas. Más cerca de mi corazón que de mi cerebro

Emocionarte con un aria de ópera

Amor particular de Lluis Llach

Los vaqueros recién lavados

Andar por la hierba

Dormirme abrazado.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La mala de la película

Reconozco que siempre me ha gustado ir un poco contracorriente. Soy más afín a los perdedores que a los triunfadores, a los canallas que a los mojigatos, a la otra acera que al camino correcto. Desde pequeño me han fascinado las malas de la película, sobre todo si era fácilmente predecible una catástrofe final que desembocaría en su ruina y decadencia personal. Cada vez que veo El Crepúsculo de los Dioses sigo teniendo que empujar mi mandíbula inferior para que no se caiga mi baba mientras Gloria Swanson baja esa escalera mítica.

Esos personajes canallas, de ojos rasgados y escotes infinitos, aberturas de falda de vértigo, de nula moral y afilada inteligencia entrenada en el lado oscuro del mal, tienen una extraña y excitante capacidad para atraer mi atención. Cuando intento recordar el nombre de una de esas almas cándidas de película o culebrón americano me cuesta, incluso, recordar su casi siempre rostro angelical y adornado con un cabello rubio de bote perfectamente peinado. ¿Quién recuerda a Maggie Gioberti antes de recordar a Angela Chaning? De hecho no era nada más que una Guest Starring hasta que no se lió con el primo de su marido y se hizo pelín golfa. Cómo recordar el nombre de aquella rubia de raya en medio, pantalones de pata de elefante y lazadas imposibles en su gaznate que se empeñaba en hacer la vida imposible y arruinar los planes diabólicos de la grandísima Alexis Carrington. Que gran momento cuando la rubia se vuelve mala y arrastra de los pelos a su rival en su estudio de pintura.


Las malas siempre van tan estupendas, tan excesivas, tan apretadas, tan, tan..... fulanas, pisando fuerte hasta quebrar la linea de lo políticamente correcto, destrozando a su paso, con una fulminante mirada de reojo, los espejos de princesa de cuento donde se peinan con cepillo de plata, como Virgen en villancico, esas rubias monjiles y mantequillosas.

A mí me da más vidilla una mala de rompe y rasga que Julie Andrews en Sonrisas y Lágrimas. Si yo hubiera sido alemán, no sale vivo ni uno solo de la familia Von Trapp del escenario ese. Vaya pandilla de moñas, vestidos de tiroleses, tres tallas menos como si fueran gillipollitas, y cantado esas cursiladas de las notas musicales, las cabras y esas flores espantosas que nadie ha visto y cuyo nombre no se puede casi ni escribir ni pronunciar sin parecer disléxico.

Todavía recuerdo aquella tuerta que tuneaba su parche con un retal de la tela de sus vestido, en uno de esos culebrones sudamericanos de culto en los que cuando ella daba un portazo se movía todo el decorado, incluso la sombra de los micrófonos de ambiente que a veces se colaba por la parte superior de nuestra pantalla. La gran Catalina, de Cuna de Lobos,  siempre perfectamente peinada y con esos parches adhesivos tan chic y tan de mala de verdad, conseguía reafirmar en cada mirada monocular de odio que congelaban con esa música de tensión, más por el volumen que por su calidad, mi fascinación y entrega a la religión de las malas, malas.

Soy muy fans de las malas de verdad. Despiertan en mi ternura y comprensión. Debe ser tan duro ser tan mala todo el día. Mantener ese gesto como de constante oler a mierda de la Channig debe causar una serie de molestias físicas, soportadas por la misma con una férrea voluntad, que no denota en ningún momento la debilidad que permita hallar en su mirada ni pizca de necesidad de liberarse de esa carga. Esos golpes de cintura, como si de bata de cola se trataran, previos a un portazo o desaparición estelar, deben desgastar las caderas, viéndose condenadas a la postración cuando se conviertan en ancianitas, aunque dudo que venerables.

Y es que reconozco que a mí me pone ser un poco malo. Mejor dicho, me gustaría ser mucho más malo de lo que soy. No hacer lo correcto si no lo que me apetece. Ser yo y no quien se espera que sea. Pisar la mano del enemigo cuando cae con mis botines de charol en vez de poner la otra mejilla. Levantarme de la mesa con media sonrisa, después de un jaque mate, saliendo de la habitación arrastrando un abrigo envidiable y dejando un halo de desprecio insoportable hacia el perdedor. Asestar la puntilla de la crueldad verbal sin compasión cuando el rival, vencido y entregado, reconoce el error y y suplica perdón. Porque el malo compasivo es malo muerto. El malo debe ser malo hasta las últimas consecuencias. No tiene patria ni bandera. No conoce de filias. Sólo el mal es su religión. El dolor ajeno, su credo y la humillación, su leitmotiv.

De ahí que las malas sean personajes solitarios, solamente rodeados de rémoras que se pegan por el interés a sus faldas de exquisito y provocador corte y colorido. Sólo aquellos que veneran el mal como vehículo único de su realización personal son capaces de reconocer en el fondo de sus miradas el amargo poso de la soledad autoimpuesta, de la renuncia a la sonrisa que brota ante lo bello, de la ausencia de la alegría por el éxito de los tuyos, del calor del abrazo tras confesarte débil y cansado, la inexistencia de esa sensación de dulce estupidez que se siente al recordar una caricia o un beso deseado con pasión.

Desde aquí rompo una lanza por todos esas malas, aunque orinen de pie, que sacrifican todas estas cosas para que el resto parezcamos un poco más angelicales. Reivindiquemos a la mala de la película. Nos hará mejores personas sin duda.

sábado, 20 de noviembre de 2010

las Toustumizadas y las Falsificadictas

Esta sociedad global, que cada vez derriba más fronteras y allana determinado tipo de diferencias, padece curiosos fenómenos de retroceso a lo identitario tribal. Determinados miembros de la misma necesitan reforzar su identidad mediante su pertenencia a diversos tipos de tribus urbanas. Ya son casi míticos los Rockers, los Góticos, los Punks, los Skinheads, etc... Casi todas estas adscripciones esconde unas lagunas importantes de personalidad y autoestima, buscando obviarlas diluyéndose en el grupo como arma casi defensiva.

Hay todo tipo de forma para reafirmar la pertenencia a la tribu. La indumentaria, el peinado, los gustos musicales, los marcajes corporales, bien sean tatuajes o piercings u otros elementos de tortura similares. Estos últimos tienen un componente  de mayor compromiso con la tribu o de menor coeficiente intelectual, ya que la renuncia a los mismos, una vez superada la abducción por el colectivo para fortalecer al individuo, es un poco más complicada, incluso costosa.

Pero a mí de las tribus que más me apetece hablar y más me fascinan sin duda son aquellas que pretenden demostrar una diferencia social y económica con el resto o la pertenencia a un extracto social que no les corresponde por sus posibilidades, posición o herencia.

Especialmente a mi me atrae muchísimo la subclase de las Toustumizadas.

Estos seres vivos, a los cuales se les supone inteligencia, emociones, capacidad de raciocinio y otras virtudes del ser humano que a veces cuesta pensar que poseen, tienen la necesidad vital de colgarse, cual árbol de Navidad, la mayor cantidad de osos de Tous posibles y si pueden ser dorados, mejor. Bolsos repletos de osos, anillos repletos de osos, pendientes en forma de oso, camisetas con osos, sabrinas de osos, osos llenos de más osos. Pueden llegar a parecer la representación casi naïf de un bar de Chueca. Tanto oso, a mí, me impone.


Esa necesidad de decir yo me puedo permitir llevar más osos que el Canadá encima, busca reforzar su posición social, la diferencia con la plebe y un status reconocible, al cual se supone que se le atribuyen unos parámetros de gusto, elegancia y de posibles, de dudosa certeza. No existe nada más artificial que aquel que se empeña en parecer autentico. Y es que la elegancia y la clase son virtudes innatas y no enseñables o adquiribles. Hay personas que no tienen donde caerse muertas y destilan elegancia por los cuatro costados, en su forma de ser, de moverse, de mirar o de conjuntar dos trapos roídos por el tiempo y la mala suerte. En cambio, hay gente que pretende conseguirlo a fuerza de calcinar la banda magnética de su Visa y de dejar claro, cual valla de carretera, a que marcas es adicta gracias a su posición económica, o aún peor, a sacrificios realmente inconfesables que pondrían en duda su grado de enajenación mental. Evidentemente, en ningún momento les garantiza la obtención de ni una misera pizca, por pequeña que sea, de ese halo innato que hace que la gente se vuelva por la calle a tu paso con respeto y admiración. Eso sí, consiguen, sin duda, que la gente se vuelva al verlas, boquiabiertas, pero con otro sinfín de sentimientos menos apetecibles.

El fenómeno osezno es extrapolable a CH's, Pradas, Armanis, Versaces, Dolce Gabbanas, etc, etc, etc. Claro,  que se convierte en infinitamente más preocupante y lastimoso cuando se trata de las Falsificadictas.

Estas personas son aquellas que pretenden parecer miembros de esta absurda tribu anterior mediante la adquisición compulsiva de falsificaciones de Sudeste Asiático, intentando parecer lo que no se es. ¿En qué momento la mente humana pude llegar a renunciar a la propia realidad y a la autoestima para convertirse en una fantochada humillante y de burda calidad? La necesidad de parecer lo que uno no es denota cierta incomodidad consigo mismo y una carencia de verdad en la persona bastante preocupante, incluso sospechosa. ¿Cómo creer en alguien que se empeña en parecer lo que no es?¿Qué valores se le puede atribuir a una persona que recurre al engaño compulsivo a la hora de intentar mostrarse en el escaparate de la vida?¿A qué  factores se puede deber esa enfermiza adicción a intentar aparentar algo diferente a la cruda realidad?

A mí, personalmente, me tiran un paso para atrás este tipo de personas, tanto las de los Osos o las de las Copias. Creo que no hay nada más importante en la vida que ser de verdad, estés donde estés, te dediques a lo que te dediques y creas en lo que creas. Deberíamos revisar de vez en cuando el monólogo de Antonia Sanjuan en Todo sobre mi madre, de Pedro Almodovar.

martes, 16 de noviembre de 2010

El parque de las princesas sin cuento

Cada mañana cruzo rápido y solitario la Plaza de Calvo Sotelo. Vacía, ligeramente decadente y romántica, callada y tranquila, escucha el ritmo de los pasos firmes que la atraviesan. Cada mañana apenas la puebla algún transeúnte distraído que intenta descifrar, recostado en uno de sus bancos de forja, el jeroglífico de las silentes ramas secas. O una operaria de limpieza que baldea,qué bonito termino en desuso, el granito lapidario que le incrustaron a esta plaza para darle una supuesta categoría innecesaria. Alguna paloma de las que le dan su nombre popular pasea altiva por la misma dejando claro donde está empadronada.

El paisaje de este espacio urbano ha visto pasar tantos otoños, ha vivido tantos marzos e incluso ha tenido durante años algún que otro inquilino de renombre. El mismo Eleuterio Maisonnave, sin ir más lejos, sufrió a las palomas durante años antes de mudarse a la sombra de el Corte Inglés.

Pero sobre todo ha visto pasar generaciones de madres y niños. De abuelas y niños. De niñas y niños. Niños que han jugado al balón, a pillar o a ser intrépidos aventureros escalando por los troncos de los árboles o andando por los precipicios circulares de sus bancos de piedra. Niñas que han dejado acariciar su melena por el viento mientras caían por un tobogán o han soñado ser princesas a lomos de una foca de madera.

Porque los niños siempre han sido héroes y las niñas princesas. Siempre nos han contado cuentos donde ellos triunfan en las guerras de la vida y las rescatan a ellas de las torres, donde esperan ansiosas a su príncipe azul. Y desde pequeños nos han reconducido los caminos a los roles de héroes amados y princesas amantes. Y la vida real, desde hace muchos años tiene que ver poco con los cuentos.



Cada tarde, al salir de trabajar, cruzo de nuevo la plaza. Entonces está totalmente llena de niños, abuelas y madres y algún padre que no tiene batalla esa tarde en la que ser el Capitán Trueno. Pero casi siempre veo sólo madres en los bancos, con su sexto sentido activado para controlar a los enanos que sobrevuelan los juegos como kamikazes en Pearl Habour, y la mirada perdida, más allá del tapiz de los árboles, entre melancólica y resignada.

Imagino como reescriben en sus cabezas, de nuevo, el cuento que escucharon de niñas, que terminaba en el momento de la llegada, a su torre, del príncipe libertador a lomos de un flamante corcel y el posterior banquete de las perdices. ¿Pero por qué nadie contó el día después, y el año después y la vida después? Esa vida en la que ellos, por norma general, parten a la conquista de nuevas glorías sin preocuparse de lo que dejan en una nueva torre con jardín, TDT, todoterreno recogeniñosdelcolegio, y una cocina grande, para que su princesa tenga libertad. ¿Y alguien les preguntó a ellas si solo querían ser amas de la torre, profesoras de los vástagos y amantes del guerrero? Nadie les dio la oportunidad de leerse un cuento de guerreros y aventuras, de querer ser astronautas o vaqueras. Ellas siempre tules rosas, trenzas rubias y a esperar que alguien las salve de su destino conventual sin tener la opción de salvar a nadie, incluso a ellas mismas.

¿Y por qué ellos no pueden ser salvados?¿Por qué no pueden ocuparse de la torre, mientras ellas lidian las batallas, seguramente con más dosis de humanidad y efectividad? Lo mismo algunos de esos niños, a los que les discriminaban las historias que debían leer, también esperaban un príncipe azul con el que recorrer el mundo en busca de aventuras y construir una torre donde hallar el descanso del guerrero.

Me pierdo en sus miradas perdidas intentando descubrir como transcriben sus sentimientos entre las líneas del cuento eterno. En el fondo, son princesas que siempre quisieron ser guerreras. Y lo son cada día, al luchar con la rutina, las cargas familiares, su propia identidad y  el siempre complejo crecimiento como personas. Y también saben templar los sables, mientras ausentan su mirada,  entre juegos infantiles y vuelos de palomas en los que en ocasiones han querido escapar. Son las princesas sin cuento que nunca le contarán a sus hijas la historia sin el día después.