martes, 14 de diciembre de 2010

Cuando la Navidad llegó al Domti

Conforme avanza el mes de Diciembre, la ciudad se llena de luces,de plantas de navidad, y otros signos inequívocos de lo que se nos viene encima. El gigante de la Navidad nos engulle como si de un alud alpino se tratara, dejando su sereno manto de nieve sobre sus victimas.

Los escaparates comienzan a llenarse de decoraciones de dudosa calidad estética, porque, dale a una dependienta espabilada 10 tiras de espumillón y un rollo de celofán dorado y verás si te la lía parda o no. Esto es totalmente extensible a taxistas, puestos del mercado, autobuses del colegio, camioneros y un largo etcétera que aburriría a un muerto.

Todavía en algunas casas queda el miembro que no ha superado su momento EGB y sigue perfilando los cuadros de el salón, como si del encerado de clase se tratase, con esas guirnaldas de espumillón y colgando dos bolas de colores y tamaño inconexos entre sí y con su peludo portante. Una vez empezada la euforia decorativa no se salvan ni el televisor, ni el espejo,ni la catalítica, ni la tostadora, ni esas plantas artificiales del pasillo que dejan, a su lado, convertido a Torrente en un gentleman.



Y todo este fenómeno sólo ha podido ir a peor con la aparición de los Domtis, la tecnología Led al alcance de todos y Las películas navideñas americanas de Danny DeVito. Esto no es América, por mucho que queramos. No es lo mismo el 3º Drcha de un número impar de una calle del polígono de San Blas que el 734 Skinner de un pueblo de cualquier condado de Alabama.

Lo peor que puede hacer en estos momentos previos a la Navidad es darle a un imbécil 200 metros de tubo de luces y una escalera. Lo del espumillón del anclado en preescolar se queda en un juego de niños. La Policía debería actuar de oficio contra los propietarios de algunos balcones de nuestras ciudades, y contra los fabricantes de esos productos, que seguro que destruyen más neuronas de las permitidas con esos cambios de coreografía lumínica que perpetran sus artefactos. Es algo parecido al resultado de meterle unas guindillas picantes por el culo a los Niños del Coro, ya que muchas van acompañadas de politonos navideños.

También, de una vez por todas, la brigada antiterrorista de la Guardia Civil debería tomar cartas en el asunto de los responsables de la llegada masiva a los Domtis, esas extrañas tiendas de Todo a 100, de esa legión multitudinaria de Santa Claus de plástico ascendiendo por una mierda de escalera, que se cuelgan de las barandillas. Y a esos precios al alcance de cualquier hortera, sin discriminación de rango social ni económico. Encima, existe también la replica versión Reyes Magos, que por la escala de las fachadas y al ser tres, parecen más que vengan del bar de Mauricio Colmenero que de Oriente. Si se obliga a subir el precio del tabaco para que los fumadores consuman menos, ¿por qué no poner el dichoso adorno a un precio de 2.000 euros? Ya que tenemos que soportarlo, que le queme el bolsillo al hortera.

Es difícil conciliar el espíritu navideño con ese gusto por la polipiel blanca, los dorados sintéticos, el Regetton y Georgie Dann que tenemos en la costa. Nos puede nuestra vena barriera y el vicio adquirido a las tiendas de los chinos. Esto no nos puede llevar a ningún sitio bueno, solamente al Infierno de los Singusto. A los que lo cuelgan y a los que no los colgamos, a los primeros, por hacerlo.

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