jueves, 8 de diciembre de 2016

Verdes navideños, olor a bosque


Verdes navideños, olor a bosque, humedad de tierra nasal, musgo mullido e irregular, piñas recolectadas en sacos como si fuesen naranjas... mi universo es vegetal en estos días.


Siempre que se aproxima la Navidad mi vida se resumen en una cuenta atrás contrarejol para crear toda la belleza posible antes de que sea tarde para ser desafortunado y después de que sea muy pronto para no ser un snob. 


Mis manos se resienten día tras día, al igual que mi cuerpo que ya no tiene el aguante y descaro de los años mozos. Me encanta montar en la calle decorados casi irreales por estas fechas, colgados de la nada, donde se esconde el truco para incrementar el efecto. Donde se desafía la rutina y la sobriedad del otoño triste y sombrío, que pierde luz a cada golpe de respiración. Y no sólo en la calle. Transformar el hábitat corriente en espacio pseudomagico, templo de la eterna sonrisa infantil que nos despierta estas fechas, decorado de gnomos, estrellas de infinitas formas,unicornios y ángeles de papel mache de doradas cabelleras.


La Navidad me parece un tiempo de reencuentro con nosotros, al margen de las creencias religiosas. Un tiempo en que creamos un ambiente irreal, ajeno a la rutina y a la realidad, donde casi todos intentamos ser un poco mejores, un poco más simpáticas, un poco menos intolerantes y más cercanos, un poco más personas.

Me encantar crear decorados para esa catarsis, escenarios para La Paz en la más terrible de las guerras, la relación humana. 

Los conflictos familiares, los laborales, los encuentros semiobligados con gente que no ves en todo el año. Paisajes para ser mejores personas.


Nuestra vida cotidiana nos hace más huraños, más egoístas, más solitarios. Yo intento realizar con estos trabajos irreales terapia para el corazón y los sentidos. 


Cuando una vez que has terminado de realizar una capota de verdes navideños en una ventana, y consigues parar a alguien que va peleándose con su teléfono móvil y la Vida y arrancarle una sonrisa, entonces has creado Navidad. 


Cuando consigues reunir entorno a una mesa llena de abeto, manzanas rojas, musgo, y velas infinitas a intereses enfrentados, rencillas eternas y envidias y odios enquistados para cenar por una noche y arrancas gestos de cariño sincero y suavizas gestos y conductas, ahí hay Navidad.


No creo en seres superiores ni en leyendas milenarias que justifican lo injustificable, hoy al este y mañana al oeste. Creo en las personas, en las actitudes y en la buena voluntad. 


Si con mis manos soy capaz de crear escenarios para ello, si mis paisajes irreales y vegetales pueden potenciar ese buenrollismo, bienvenidas sean mis manos y mi cansancio.


Si mis manos crean Navidad, son mi mejor regalo.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Boniatos asados

El frío se ha hecho presa de las calles de Madrid, que aún no estaban acostumbradas a las hojas secas de este absurdo otoño. Con él han llegado las castañas asadas, y los boniatos y las mazorcas de maíz. También las lágrimas del anuncio de la Lotería, los escaparates y las bombillas de la decoración navideña.

Con ellas, han llegado los recuerdos. Recuerdos de tardes en infancia en torno a la mesa del comedor, con las manos inquietas por destapar el trapo de cocina a cuadros que escondían las castañas asadas que hacía mi madre. Las asaba en la misma tapa de lata de galletas que le agujereó mi abuelo Pepe a mi abuela María. Un enser que se había convertido en una preciada herencia de familia. Algo único que transmitía la esencia de las cosas, la tradición... Por noviembre vuelven las castañeras y los boniatos asados. 

A mí madre, Maruja, le fascinaban los boniatos asados. Hacerlos en su horno intemporal de la cocina de la calle Barcelona, o bajarlos a asar en una bandeja de horno de asas verde botella a la panadería de la señora Eufemia. Esta última conservaba como un tesoro la receta de los mejores rollitos de mistela del mundo, y de las pastas navideñas de verdad, sin código de caducidad, ni alergenos, ni libres de gluten. Esa era su herencia en aquella casa de dos plantas y tejas rojas que veía todos los días cuando me levantaba. Siempre con las luces encendidas, siempre con olor a pan recién hecho, a leña recién descargada.

A mí, me fascinaba el sabor a Cola Cao caliente y coca de mollitas, del horno de enfrente. O del de la Esperanza, que era la que compraba mi madre para nosotros, mi abuela para mí madre, y así se enhebraban las tradiciones. Día a día, coca a coca, tazón a tazón. Me encantaba desayunar en pijama en aquella mesa de comedor inmensa, castellana, siempre cubierta con un hule de estampados florales o geométricos dependiendo del año y el recuerdo. Aquella mesa que era un altar inmenso en medio de nuestra vida familiar imperfecta y común. Mesa de estudio, de comedor, de disputas y reencuentros, salón de banquetes de mis primeros cumpleaños de fanta de naranja y medias noches de pan bombón y chorizo con tulipan.



A mi padre, Pascual, le fascinaba preparar la ensalada, era su tarea casi ceremonial que aportaba al altar de nuestro salón cada comida. Por el descubrí mi gusto por el vinagre, la textura de los aguacates cuando aún era un fruto tropical raro e inaccesible, mi desprecio por el alcohol y sus consecuencia, o por el tabaco que le robó la voz y el color de los dedos y los dientes. En torno a aquellas ensaladas hechas en una fuente de Duralex descubrí las verdades y las miserias de la vida corriente, de los tiempos difíciles y de los no tan difíciles. Tiempo de vinagre amargo y hules estampados.

A mí, desde entonces me cuesta mucho hacer vida cotidiana entorno a una mesa, altar, o similar. Me fui de aquella casa y pasé muchos otoños en mi casa, en cualquiera de ellas, sin castañas, sin Cola Cao caliente ni mollitas, sin vinagre en las ensaladas que ya no presidian la vida corriente en la que transcurrió mi infancia y juventud. Y cuando no resistía la nostalgia corría a casa, a la calle Barcelona, perdiendo los años sumados por las calles húmedas del otoño para abrazar a mi madre por la espalda y preguntarle... Harías castañas asadas? Ella siempre me decía Por qué no te gustan los boniatos asados?..... Y volvía el trapo de cuadros al centro de la mesa.

Ahora ya no hay horno de la señora Eufemia, ni de la Esperanza, mis padres ya no están entorno aquella mesa inmensa, castellana que presidía aquel comedor, que tampoco está. Aquí, en Madrid, nadie sabe ni entiende lo que es una coca de mollitas, y el Cola Cao lo venden en sobres en los bares.. Y cuando el frío del otoño absurdo sin hojas atiza mi nostalgia corro al kiosko de las chispas rojas de la esquina del Reina Sofía y pido... Me da una docena de Castañas asadas? Por favor, que necesito ser niño un rato.



sábado, 22 de octubre de 2016

Un día único e inolvidable

Este es el texto de una de las experiencias más bonitas de mi vida

Casar a un amigo., gracias Pep por un ratito tan bueno....

Qué bonito ver a unos novios nerviosos, avanzar por el pasillo hacia lo desconocido, hacia el altar donde celebrar su amor.....y encontrarlo vacío.
Ni cura, ni juez , ni concejal, ni un capitán de barco de Santa pola.... Ni perrito que les ladre.....
Solos en el altar del amor....

Y es que acaso necesitan a alguien para comprometerse? Acaso es necesaria la mediación de un tercero para darle carta de naturaleza a un amor más que evidente? Debería sobrarnos con su sonrisa tonta e imprevisible , con el brillo de los ojos de ambos o con la energía que irradian cuando están juntos, como si de superhéroes se tratase.

Pero en esta sociedad necesitamos de actos de exaltación..... Que os voy a decir a vosotros de cada vez que sube el Elche, o del misteri o de la extraña necesidad de nuestro pueblo de celebrarlo todo alrededor de un arroz en costra

Pero el amor, señores, el amor se celebra todos los días, en las cosas pequeñas, en los gestos desapercibidos, en la manta que te arropa viendo love actually, en coger la mermelada que le gusta al otro en el súper, en saber quién es esa compañera que detesta del trabajo tu pareja.... En cruzar los charcos de la mano como si fuese una gran aventura ( vaya momentazo Paloma san basilio me ha quedado) en fin, en querer despertarte juntos más que acostarte el resto de los dias de nuestra vida.

Por eso he querido comenzar esta ceremonia de esta manera, con sus protagonistas juntos, y solos, en la intimidad de este altar del amor.

Por cierto, AMOR, palabra sobrevalora donde las haya..... Sobre todo después de los 80, culpa de los culebrones venezolanos que nos convirtieron la siesta en hora de pasión y lujo, todo el mal gusto y tucanes... Y mucho contratiempo

Hoy vamos a intentar hacer una una celebración del amor en mayúsculas y minúsculas, de todos los tipos de amor que nos congregan a unos y a otros aquí hoy. Estamos para apoyar, refrendar y celebrar que estos chicos quieren emprender juntos la empresa más arriesgada del mundo. La vida
Y de una u otra manera todos formamos parte de ella. De sus vidas y ellos de las nuestras.
Amigos, hijos, hermanos, familia al fin.... La que nos toca y la que elegimos
Todos juntos alrededor de este altar para celebrar la vida. La vida de pep y Teresa.

Ahora tomaran la palabra unos amigos de Teresa que quieren ajustar cuentas públicamente..........

Y leyeron sus amigos

Los amigos de Pep no quieren hablar ..... Simplemente lo casamos.... Somos así de concisos, efectivos, bien diseñados y ergonómicos....
Bromas aparte....

No hay amor más duradero y desinteresado, no hay relación más intensa que la de los vástagos con sus padres, tios o con sus abuelos...... Nada más bello que la sonrisa de un hijo a un padre... Después de haberle destrozado su coche favorito del scaletric.

Los niños son el camino, pueden ser nuestra mejor y nuestra peor obra, de hay lo difícil de esta empresa, ellos se convertirán en nuestra verdadera herencia

Ahora alguien os quiere dar una pequeña sorpresa.... Me siento un poco Jorge Javier Vázquez!!, INÉS que tienes que contarnos??

Leyó la sobrina de Teresa un extracto del principito

EL AMOR es una cuestión de manos, y no seáis mal pensados, manos que acarician, manos que nos abrazan, manos que nos dan fuerza en los momentos difíciles... Manos que se unen para crear, manos que nos sujetan para no errar.. De eso último Teresa sabe algo, ya que de pequeña no la podían soltar de la mano sin liarla.... Creo que eso me han contado  en esos vídeos que te envían asin, sin querer...
Algo tienen que decir en todo esto los hermanos de Teresa

Leyó un texto precioso la hermana de Teresa

Que si, que tú también tuviste tu asunto de manos en esta historia, verdad pep?? Que ratito más bueno pasaste en esa cocina cuando fuiste a pedir la mano de Teresa, eh? Los cataplines como el tigre de Jesulin.... Pegaitos pegaitos... Y que bonita fue esa fiesta de pedida!!! Y aquí estamos... Sin querer, una cosa lleva a la otra, una fiesta sorpresa, ay como te quiero, y de la mesa de la cocina a la mesa del altar en un pispas.....
Y si Pep... También tienes hermanas con manos,  sobre todo Raquel te las deja monísimas, que tienen que decir algo...

Natalia, la hermana de Pep les dedicó unas palabras preciosas



y ya sumergidos en este valle de emociones y lágrimas.... Vamos a lo mollar

Estamos aquí reunidos para celebrar vuestra Vida en común , para acompañaros en una de las decisiones más importantes de vuestra vida... En vuestro viaje particular a Itaca, a la más grande de las aventuras.
Estamos aquí para que hagáis público vuestro compromiso, vuestro contrato de vida ante todos aquellos que habéis decidido que fueran testigos de vuestra decisión de hacerlo firme ante el resto de la sociedad.

Lo importante en esta ceremonia no es la firma juridica, es la firma vital con la que os comprometéis ambos a estar ahí siempre, a las duras y a las maduras, en las risas y en los llantos, en el ordenador y en la cocina. Juntos. En el compromiso, en el esfuerzo, en las caricias. Juntos en los días grises, en la puesta de sol y en el amanecer. Juntos en ser uno para poder sumar siempre. Juntos en respetar la razón del otro como la propia, en defender la integridad, el respeto, la lealtad y el amor sobre todas las cosas. Juntos en ser verdad. Juntos en ser para crecer juntos.

Como muestra de esta unión vamos a intercambiar unas arras, símbolo de compromiso entre vosotros y sólo vosotros. De transmisión de lo tuyo y lo mío para ser nuestro. De tu y yo para ser nosotros. ( intercambio de arras)

Teresa, quieres a pep como compañero de viaje, amigo, amante y esposo? Quieres compartir sueños, proyectos, derrotas y victorias juntos de la mano y ser una de las diseñadoras de vuestra propia historia.? Teresa, quieres que pep sea el timón de tu barco en esta travesía?

Responde Teresa
Si, quiero

Pep, quieres a Teresa como compañera , amiga, amante y esposa? Quieres diseñar deseos, colorear desilusiones juntos para convertirlas en nuevas oportunidades de quererse, vencer juntos las batallas del día a día y que sea el mayor de aciertos vivirlo juntos? Pep, quieres que Teresa sea el viento que infla las velas de vuestro viaje?

Responde Pep
Si, quiero

Teresa repite conmigo ( mientras Teresa le pone el anillo a Pep)
Pep recibe este anillo
Como muestra de nuestro compromiso
Y como símbolo de nuestra unión

Pep repite conmigo (mientras Pep le pone el anillo a Teresa)
Teresa recibe este anillo
Como muestra de nuestro compromiso
Y como símbolo de nuestra unión

Os comprometéis a dar siempre el mejor juego en esta partida, a respetar y hacer crecer juntos este compromiso, a redactar vuestras mejores frases para esta historia, y bailar vuestros mejores pasos para este tango que empieza hoy, y trabajar duro para que nunca deje de sonar la música?

Responden los dos
Si lo hacemos

Pues que nunca deje de sonar la música
Os declaro marido y mujer...... Y ya puedes besar al novio, que sabes que es más paradito.

lunes, 17 de octubre de 2016

La dictadura de los neonatos

Acabo de desnudarme y meterme en la cama, casi como último acto consciente del día. A estas horas ya dejó de ser casi persona, y balbuceo cual bebé adormilado después de un atracón de teta.

Admiro de una manera desmesurada a todas/os que, cuando llegan este momento de la jornada, tienen que lidiar con tomas, pañales, llantos, dientes nuevos, fiebres imprevistas e irreconocibles, Dalcy Apiretal y otras terminologías propias del los padres en ejercicio reciente... Benditos protectores de la especie... Para una noche de fiesta, 1500 de insomnio.

No sé, ciertamente, si la paternidad, o peor aún la maternidad, están sobrevaloradas. Lo que sí se seguro es que los que las padecen están sometidos a una abducción impropia de las gentes normales y corrientes. De las personas humanas de todos los días.

Esto no quiere decir que sea contrario al hecho de la paternidad; aunque no me declaré fan confeso tampoco. Creo que es un asunto de necesidad biológica, y os puedo decir a ciencia cierta, que para este tema debo ser de letras. Los niños en los tebeos.

No soy un ogro gruñón cuando siento a esos pitufos a mi alrededor. Tampoco soy Fofo, para que nos vamos a engañar. Incluso por algunos de ellos que han pasado por mi vida tengo un aprecio considerable, incluso un amor bastante más desarrollado que el que siento por la mayoría de adultos que me rodean.

Lo que es totalmente cierto es que detesto, no puedo soportar la dictadura de los neonatos. Esa imposición despótica de una nueva generación de súper padres y súper madres que se piensan que son los primeros en criar en esta especie, y no solo eso, están empeñados en demostrarnos a todos las bondades de la súper protección y de la ausencia de educación activa sobre los niños. Esta actitud se traduce en la extensión a toda la sociedad de una paternidad subrogada, de un modo obligatorio y no consensuado.


Como sabéis, por mi trabajo trato con un público muy variopinto a lo largo del día. Unos más cordiales, otros más huraños, otros más educados y la peor de las sectas. Los súper papis molones que se empeñan en compartir sus retoños con el resto de la humanidad.

No. No me resulta divertido compartir mientras tomo un café los berridos de un bebé mientras su madre comparte un planazo ideal de chicas con carritos y bebés en una cafetería de moda. Y menos los de cuatro. No es un planazo para el resto de la gente que tú decidas invadir un espacio público, convirtiéndolo en parking de gran superficie, con los carros de tus súper amigas, súper grandes, súper de diseño, súper tapizados, con todos los súper accesorios necesarios para convertirlos en aptos para pasar con dignidad el París-Dakar. Súper invasión, súper egoísta.

No. Soportó al padre moderno y molón, que desayuna absorto en sus redes sociales, mientras su bebé de menos de un año destroza cual energúmeno un biberón buenísimo de toda la vida, ergonomico, súper mineralizado y tres veces homologado y una candidato a los Óscar, contra la mesa de un restaurante, ante la atónita mirada del resto de los usuarios del mismo, los cuales tienen que reprimir su malestar, para que súper papá no considere que están tensos u hostiles. Lo que está súper papá es hostiable.

No. No soporto a los papás que deciden cambiar el pañal de su niño en medio de un restaurante, compartiendo las primeras obras de sus niños con el resto de los comensales. En qué momento esta gente ha perdido la perspectiva de lo que supone el respeto del espacio común, del ocio ajeno, de la libertad de los demás, antes de su súper comodidad, y sus súper normas reinterpretadas de manuales escritos por solteras sin niños y blogueros inconscientes.

No. No soporto los padres que le preguntan a los niños... Verdad que la mamá se va ha comer ya sus huevos Benedict??. Ni los que les preguntan... Y que va ha beber el Papá?? Mientras el camarero espera absorto, ante los ojos inquisidores de las otras tres Mesas que le quedan por comandar. Como un día uno de esos bebes, que bastante tienen con mantenerse despiertos y cagarse las menos veces posibles encima, les contesten a una de sus súper absurdas preguntas, los que se van a cagar van a ser ellos.

Señores su per papis, generales de esta dictadura de los neonatos. No, sus hijos no son los reyes del mundo, no deciden el designio del resto de los mortales que les rodean. No son autosuficientes ni  tienen escala ética ni valores, ni vienen educados de serie. Es su obligación, y sobre todo su responsabilidad formarlos, educarlos en la convivencia, acotar sus actos y acciones. Es su trabajo como padres descubrirles el respeto por el espacio ajeno y las normas de convivencia. Sobre todo, queridos súper papis, buenísimas personas de familias buenísimas de toda la vida, con carritos buenísimos y enormísimos, sus hijos son suyos. Los demás posiblemente tenemos los nuestros, que son nuestra responsabilidad. O aún mejor, por responsabilidad, hemos decidido no tenerlos para no ser incapaz de educarlos sin convertirlos en un problema, en lugar de en una alegría.

Hay un refrán que dice que quien no tiene hijos, el diablo le da sobrinos. Y debería decir que y La Pena Negra te sienta en la mesa de al lado de unos súper papis, o en el vagón del tren, o en el autobús, o en el cine, o en un supermercado.......... O en la vida.

lunes, 10 de octubre de 2016

Un año después

Hoy es lunes y no acaba de irse el calor, que se siente muy cómodo en Madrid. Los días se hacen cortos a pasos largos, a pesar de la manga corta. La ciudad ha recuperado el ritmo, la velocidad, las citas solapadas y las agendas humeantes. Sin darnos cuenta ya ha pasado un año más.

Hoy hace un año que me mudé al que hoy es mi hogar. Y me parece que fue ayer, pero no.

Ha sido un año intenso, definitivo, decepcionante e ilusionante por partes iguales, con muchos momentos en el borde del abismo, con muchos silencios necesarios al igual que incomprendidos, con muchas traiciones recibidas al igual que inesperadas.

Hace un año que llegue a estas 4 paredes blancas, casi con dos meses de retraso, rodeado de cajas, bolsas muebles embalados y muchas ganas de empezar una etapa nueva. Sin darme cuenta mientras abría la puerta, aún inacabada, de mi nuevo hogar comenzaba a cerrar una etapa de mi vida para empezar otra.

Cuando aterricé en Madrid, hace ya más de tres años, vine a ayudar de una manera sincera a un amigo en apuros. Coincidía en el tiempo que mi etapa en Alicante estaba más que cubierta y yo necesitaba volar. Así que era una situación perfecta para cerrar una casa y abrir una vida nueva, en una ciudad que no me era hostil.

Los primeros meses fueron complicados sin un espacio propio donde vivir, ni un espacio propio en el que desempeñar mi trabajo, ya que me encontré un proyecto descabezado, sin criterio y con un equipo claramente hostil al descubrir que iba a ser su jefe. Hubiera sido más fácil de otra manera pero fue así. De repente me encontré en Agosto solo en Madrid reformando un local y sin casa. Un planazo.

Poco a poco encontré mi espacio, en el trabajo, en la ciudad, una casa, pequeña, pero casa, y a pesar de todo empecé a sentirme razonablemente cómodo, razonablemente feliz.

Pasaron los meses y Madrid me ganó, y creo que yo también comencé a ganármela un poco. Mucho trabajo, muchas experiencias nuevas, mucha gente nueva en el camino, alguna de paso y otra que afortunadamente llegó para quedarse. Y cada día razonablemente más feliz, más yo.

No negaré que estos años no me han servido para conocer también el lado oscuro de esta historia. Poco a poco se fue clavando en mí el amargo sabor de la decepción respecto a ciertas personas. Descubrí el decadente "encanto" de las familias bien de toda la vida y lo fácil que se contagian las malas formas a quien se cree que la clase y condición social se adquiere desdeñando al prójimo, aprovechándose de los demás, alojado en el embuste y el oscurantismo para escatimar beneficios y vistiendo de chico bien, caduco y aburrido.



Pero todo esto no se desbocó hasta el día en que abrí esta puerta. Las mentiras los abusos teñidos de supuesta buena educación se dispararon. Se convirtieron en amenazas y abusos laborales y personales. Se hicieron desaparecer acuerdos escritos en el aire entre caballeros y que sin saber se habían sellado con un apretón de mano con trileros. Y todo se tornó infierno, todo se derrumbó bajo mis pies..., llegando a odiar el haber abierto esta puerta, el haber decidido ayudar a alguien que decía estar hundido y abandonado por los suyos, para convertirme en la siguiente víctima de sus caprichos de aspirante a niño bien caprichoso, desidioso, ajeno al esfuerzo y al sacrificio, y y evidentemente carente de empatía y palabra.

Cuando estaba a punto de tirar la toalla, y empecé a pensar que esta aventura no era nada más que otro naufragio culpa de mi ingenuidad y de mis decisiones temperamentales, ajenas a un negro sobre blanco rubricado, retorné a los orígenes, al principio donde uno siempre vuelve a cobijarse cuando hay tormenta. Y allí hallé a los que siempre han estado, a los amigos de la infancia, a la familia, a mí núcleo duro. Y gracias a ellos restañé las heridas y cogi fuerzas para afrontar el reto. Y nos embarcamos en una aventura heredada, que poco a poco corregimos su rumbo para darle sentido y razón... Para llenarla de ilusión, y de futuro. Para volver a sentirme en casa después de la tormenta y recuperar la confianza en uno mismo y en mis facultades. 

Y día a día, mes a mes...ha pasado un año desde que abrí la puerta a un abismo que se ha tornado en valle y senda. Que ha convertido la decepción en ganas de crecer y seguir aprendiendo.

Los daños han sido cuantiosos, en algún caso irrecuperables, pero la batalla ha merecido la pena porque el tiempo pone a cada cual en su sitio, donde quiere estar o donde sus actos le permiten.

Y cierro la puerta y veo mis cuadros, y mi hogar y mi sonrisa en el espejo...., y descubro que ha merecido la pena el camino, para encontrar la senda correcta. Un año después.


martes, 22 de marzo de 2016

Ese olor de las fresias al girar las Monjas


Rojo sangre y morado nazareno

 

Llevo días, quizás semanas, dándole vueltas a cómo afrontar este articulo. No soy periodista ni escritor. No es mi fuerte comunicar, de forma escrita y académica, acontecimientos ni describir precisiones históricas que pasen ha formar parte de los Archivos de la Memoria. No sé cómo plasmar en unas cuantas líneas lo que supone el exorno floral en nuestra Semana Santa, ni su historia de un modo fidedigno. No quiero que este texto sea una crónica de fechas, hechos y estilos.

 

Sigo dándole vueltas a estas hojas en blanco mientras leo y releo distintas informaciones y descripciones sobre lo que supone el adorno floral en otras de las Semanas Santas que se desarrollan a lo largo y ancho de nuestra geografía nacional, incluso hispanoamericana. Hay puntos de encuentro y diferencias irreconciliables entre las distintas formas de entender el exorno. Casi diríamos que se divide el mapa en Norte y Sur. Andalucía versus Castilla. El exceso, incluso el lujo, frente a la austeridad de la Meseta. Pero casi siempre con las estrechas cinchas de la Tradición. 

 

Esta tradición viene marcada por ciertas pautas eclesiásticas en las que aconsejaban, convirtiéndose en costumbre con los años, determinadas gamas cromáticas o tipos de arreglo dependiendo de la escena o imagen que porte el trono o paso. Para los Cristos o cautivos se recomiendan los colores de la Pasión. Rojo sangre y morado nazareno. Claveles, lirios, iris, rosas y stati morado pueblan los tronos de esta clasificación a modo de manto o monte. En algunas ocasiones, por la peculiaridad del trono, se trabajan a modo de cordón o incluso en jarras compactas, de reminiscencias decimonónicas, conocidas popularmente como supositorios.

 

Para las imágenes de la Virgen, por su condición de pureza contemplada en los Dogmas de la Iglesia, se reservan colores claros o el blanco. Flores de la misma variedad o profusión de ellas combinadas por color, en diversas formas y composiciones para reforzar la soledad de María, acompañada en raras ocasiones por otra imagen, como Nuestra Virgen de los Dolores lo es por San Juan de la Palma en este caso.

 

Para los pasos de Misterio y para los de Triunfo, las normas se relajan y marcan los limites en los gustos creativos y formales del agrado de cada zona geográfica. Desde escenas más bucólicas o campestres, como la Oración en el Huerto o el Prendimiento, a más lujosas y de riqueza ornamental, como algunos ejemplos de la Santa Cena

 

La existencia de un exorno floral con un fuerte peso visual es más propio de la Semana Santa Andaluza, guardando diferencias marcadas entre las provincias occidentales y orientales, y de la Levantina, siendo sus máximos exponentes los de Murcia, Cartagena o distintas poblaciones de nuestra provincia. En Castilla, su ausencia es casi una nota característica en sus  tronos, en los que la soledad desnuda de las tallas, de gran valor artístico en muchos casos, se convierte en un hecho diferenciador respecto a otras manifestaciones del resto de España.

 

Dentro de los estilos de cada Semana Santa, cada una de las hermandades o cofradías actúa de una manera diferente. Algunas son partidarias de conservar el mismo diseño del exorno de los tronos como parte de la tradición y de la impronta de las mismas. Otras conservan la observancia sólo en cuanto al color y al tipo de flor, marcando diferencias en su colocación en los distintos años. En otros casos, cada año se le da libertad creativa al responsable del diseño para desarrollar la composición y elegir las flores que la conformaran. Todo ello respetando esa norma no escrita que atribuye colores y variedades de flores a cada una de las tipologías de tronos.

 

Cierto es, que en una Semana Santa como la nuestra, la profusión de hermandades en las últimas décadas y nuestra propia idiosincrasia abre el abanico de las propuestas creativas en cuanto al exorno floral se refiere. Frente a tronos y hermandades de largo recorrido histórico y gran valor artístico, que conservan composiciones más clásicas o quizás, más dentro de la ortodoxia formal y cromática, encontramos tallas más modernas y hermandades más jóvenes que apuestan por el riesgo en el diseño y composición de su exorno como seña identificativa de su diferencia. Tronos como Stabat Mater o como el Cristo de la Juventud han apostado por este último camino, en algunos ocasiones con desigual fortuna, a mi modesto opinar.

 

Una excepción digna de mención en nuestro patrimonio de imágenes es la de la Virgen de la Alegría. Aparte del exorno floral del trono, en su frontal y laterales de la imagen, cuenta con un manto confeccionado, anualmente, con flores frescas y otros complementos decorativos (musgo, frutas, hojas, encajes...). Dicha imagen, que sale en procesión el domingo de Resurrección, se diferencia del resto de las imágenes de la Virgen que realizan el recorrido por las calles alicantinas cada primavera, en su carácter alegre y de celebración. Esta condición permite mayor libertad creativa y profusión de colores a la hora de diseñar tanto el exorno como el manto de la Virgen.

 

Claro está que todas estas modas o normas en la configuración del exorno floral de los pasos ha variado durante el paso de los tiempos, viéndose influenciada por la situación de mayor o menor apertura eclesiástica y política y por los gustos estéticos de la época.

Por ejemplo, durante algunos años del siglo XIX, en algunas poblaciones del Levante, estuvieron de moda las guirnaldas y composiciones de flores de tela realizadas por monjas de clausura.

 

Después de varias jornadas buceando por todo este tipo de datos, que sin duda, ayudan a comprender las peculiaridades de los exornos florales y sus variantes, cierro libros y carpetas. Me siento frente al papel con la idea clara de una vez. Busco darle un enfoque distinto, aquel que no se puede obtener de los libros de consulta ni de las enciclopedias, si no de la experiencia personal, que suele ser única y, prácticamente, intransferible.

 

Tengo que reconocer que lo que me interesa plasmar son dos puntos de vista distintos y prácticamente enfrentados respecto a la ornamentación floral de los tronos de nuestra Semana Santa. El del espectador y el del artesano que los ejecuta. Puntos de vista que confluyen en mis ojos y mis manos y que generan una cantidad de sensaciones y emociones que tratare de ir desgranando a través de mis palabras.

 

La penumbra quebrada de San Nicolás

 

Uno de mis primeros recuerdos respecto a la elaboración de un exorno se remonta a mi infancia. Un Jueves Santo de los 70 por la mañana, de la mano de mi madre. Ella fue mi instructora, mi iniciadora en el mundo de la Semana Santa Alicantina. Me llevaba a visitar los tronos en sus iglesias la mañana antes de salir. Me enseñaba los recorridos de los mismos cuando aún no existía la Carrera Oficial. Descubríamos juntos los puntos exactos donde mirar su paso por nuestras calles se convertía en una imagen única y con una carga visual que se iba grabando para siempre en mi cabeza y, en ocasiones, en el corazón. A veces hacíamos un receso de churros con chocolate frente a la Puerta Negra. El Cristo de la Buena Muerte, en la calle Labradores, cuando aún se apagaban las luces. El giro de la Virgen de los Dolores y San Juan de la Palma en la calle Villavieja con Lonja de Caballeros. El Descendimiento en su salida de la ermita de Santa Cruz... Así podría enumerar centenares de ellos, aprendidos noche a noche, año a año y a los cuales suelo acudir siempre que puedo.

 

Pero vuelvo a aquel Jueves Santo de los 70. Yo era pequeño pero ya no tanto. Me encantaba acompañar a mi madre a ver los pasos descansando o preparándose en sus iglesias por la mañana. En aquella época, eran pocos los desfiles procesionales que se realizaban antes del Miércoles Santo. Eran pocas las procesiones en general. Todo tenía, para un niño como yo, el encanto de lo misterioso, de lo oculto. Siempre sentí cierta fascinación por ese punto tenebroso que destilan los capuchinos con sus hachones en silencio por el Casco Antiguo.

 

Al entrar en la Concatedral, nos inundó, a la par, el silencio y la oscuridad densa de la piedra antigua y desnuda. Por entonces, para un niño como yo, era un recinto algo lúgubre y que generaba cierto temor. Sus paredes grises, sus altas bóvedas, ese silencio que se resquebrajaba con nuestros pasos sobre las frías piedras... 

 

En medio del crucero, bajo el baño providencial de unos rayos de sol que colaban, oblicuos, por la linterna de la cúpula principal, se encontraba nuestro destino. La Virgen de las Angustias.

 

Pequeña, barroca, de exquisita policromía y gesto amargo. Sus ojos y su rostro eran destino de aquellos escasos hilos de luz que desafiaban las sombras reinantes. Sobre sus andas esperaba, con la imagen de Cristo que yace sobre sus rodillas, la hora de desfilar. En un lateral del crucero, bajo la densa penumbra, el Cristo de la Buena Muerte. Sobrio, oscurecido por el humo de los cientos, miles, de velas que a lo largo de su historia han encendido ante él sus penitentes, erguido sobre la calavera y sus cardos morados y solitarios, también esperaba la hora. Siempre me ha sobrecogido esta imagen, siempre lo ha hecho esta procesión.

 

Mis ojos retornaron a los de la obra de Salzillo. Hay algo en ella que me fascina. Sobre sus varales se movía, diestro y silencioso, un hombre de mediana edad. Solamente rompía el silencio el crujir de la madera, sus pequeñas tenacillas y un spray del que se ayudaba en ocasiones. Ante la atenta mirada de todos los presentes, en escrupuloso silencio, manipulaba decenas de rosas blancas con las que componía una especie de monte, a modo de nube, entorno a la diminuta imagen.

 

No sé si por mi imaginación infantil, por las jugarretas de mi memoria o porque era cierto, recuerdo que cada una de ellas estaba confeccionada por finas laminas de algodón por aquel hombre silencioso, que las manipulaba dándoles forma y apresto con ayuda del spray. Seguidamente las colocaba, una a una, guardando patrones de composición y volumen de una perfección exquisita

 

Lo tengo grabado en mi memoria como si lo estuviera viendo hoy. Yo era un niño, de la mano de mi madre, y aquellas rosas eran de algodón.

 

Desde aquel día tengo constancia de mi interés por los arreglos florales de los tronos como espectador. Desde entonces fui descubriendo los encantos y misterios de los mismos. Las tradiciones de algunas hermandades, más alejadas del gusto por lo estético y más cercanas al fervor popular, no por ello manos interesantes. Como he disfrutado de las mañanas soleadas de Miércoles Santo, en el mirador de su ermita y con la ciudad a sus pies, viendo pinchar, uno a uno con su palillo, los claveles que tapizan los tronos de Santa Cruz. Como me costaba cerrar la boca cuando me describía la composición y el uso posterior de los adornos y manjares de la Última Cena de los Salesianos. Como me fascinaba la perfección formal y el misterio de lo casi imposible en aquellas copas de calas de Don Tomás Varcarcel para San Juan de la Palma

 

Así, una a una, fui eligiendo mis favoritas, como todos las tenemos. Desde pequeño siempre me cautivaron en especial cuatro de todas las procesiones. El Cristo del Mar y La Virgen de los Dolores, mi favorita y la de mi madre. Creo haberla visto en todos los rincones de su recorrido. En la orilla izquierda y en la derecha, de frente y perdiéndose entre las callejuelas del Barrio. Santa Cruz y ese desafío que ejerce la fe de un barrio a todo lo establecido, desde la Física a lo políticamente correcto. La Verónica y la Oración en el Huerto. Espectáculo matinal, histórico y colorista por las calles de nuestra ciudad. Imágenes bellas en composiciones que permiten la libertad creativa de quien diseña los exornos. Tronos de misterio y una imagen de una santa mujer, que no virgen.

Y por último, la sobriedad ágil y cruda de la procesión del Silencio. Mar de penitentes silenciosos que fluyen tras el crujir de los varales y las tenebrosas trompetas.

 

Cada una de ellas, resume un estilo distinto de exorno floral. El Cristo del Mar y la Virgen de los Dolores, la espectacularidad contenida y elegante, que destila ese olor de las fresias, al girar el Convento de las Monjas, que nos recuerda a Andalucía. Santa Cruz o el sabor de lo popular, de nuestra propia esencia que impregna las paredes del Barrio de clavel, tanto a la bajada como a su apresurada subida para volver a casa. El color, el olor a campo, el milagro de la alegría bajo los rayos del sol de primavera, se descuelga de las andas de la Oración en el Huerto, de la Samaritana o de las manos de los querubines que iluminan a la Santa Mujer Verónica. Tradición levantina en estado puro. La austeridad absoluta, la ausencia de todo que lo no demuestre dolor y esa caricia analgésica de las rosas de algodón de mi memoria, en la Procesión del Silencio. Sabor a la austera Castilla 

 

Con los años he ido mostrando interés por otras procesiones que cuidan especialmente su adorno floral. El miércoles santo es un placer ver el vaivén controlado de los fanales y las flores de la Marinera al volver a su convento de las Monjas. La austeridad bien interpretada y de técnica impoluta de la Humildad y La Paciencia. Los sorprendentes y impecables trabajos que desarrolla David Carbonell y su equipo en el Cristo de la Juventud, la Santa Cena o los tronos de Agustinos. Los preciosistas trabajos ejecutados durante años por Pedro Sellés han dejado imágenes en la memoria gráfica de nuestra Semana Santa, revolucionando el concepto de exorno como mero acompañamiento en nuestros trono y elevándolo a un nivel de protagonismo insuperable. Suyos son trabajos indiscutibles en el Cristo del Mar, La Oración en el Huerto, La Verónica o el peculiar grupo escultórico de Stabat Mater, obra de Remigio Soler. Las aportaciones de estos artistas le han dado una personalidad propia e inimitable a la presencia de las flores en nuestros desfiles procesionales.

 

No puedo evitar, cada vez que me fijo en una de estas fantásticas composiciones de las que podemos disfrutar en nuestras calles entre el Viernes de Dolores y Domingo de Resurrección, acordarme de la penumbra quebrada de San Nicolás y aquellas manos, silenciosas y diestras, que creaban rosas blancas para aliviar la angustia de aquellos ojos bañados por un sol que, furtivo, los iluminaba.




 

Esa conversación íntima entre ellos y yo.

 

Totalmente diferente es esa sensación cuando entro, ahora, en la penumbra de la capilla, o en la nave del Puerto donde se encuentran almacenados algunos tronos, antes de montar sus exornos florales. Desde hace años llevo haciéndolo para varias hermandades. Algunas de forma continuada, otras de forma puntual. Todas ellas en marcos singulares.

 

La Hermandad del Prendimiento y de la Virgen del Consuelo, en los Jardines del MARQ. ¿Algo más peculiar que adornar de flores los tronos en un jardín? La Virgen de los Dolores y San Juan de la Palma en Santa María, así como el Cristo del Mar, que lo repasamos después de montarlo, días antes, al borde del mar entre veleros, para su Vía Crucis del Viernes de Dolores. La VerónicaLa Oración en el huerto, La Samaritana y el cristo de las Penas en los Talleres Generales del Puerto. Espacio peculiar para tematizar la historia bíblica. Y durante algunos años, el manto de la Virgen de la Alegría. A veces en el Ayuntamiento, a veces en Santa María, tejiendo claveles y musgo, bordando aromas sobre su trono.

 

Esa parte, la profesional, la creativa, de mi relación con los tronos es totalmente diferente a la que siento como espectador. Aquí, cuando entro en esa penumbra, cuando todos se van y nos quedamos los tronos y nosotros, todo es diferente, todo es totalmente intimo.

 

Digo nosotros porque, por supuesto, esto no lo hago yo solo. Sería incapaz de tejer estos tapices florales sin las manos, increíblemente diestras, de mi inseparable Adriana. Ella es capaz de crear belleza sin tener la conciencia plena del hecho mismo. Es una virtud innata en ella. Sus manos, de generoso virtuosismo, confeccionan recogimiento a través de las fresias blancas, cuando, minuciosa, reproduce los 8 bouquets del frontal del palio de San Juan de la Palma.

 

Y tras sus manos prodigiosas, las de mucha gente que nos ha ayudado a hacer vagas con las hojas de aspidistra, a pinchar claveles para hacer brotar la sangre de los tronos o bordar los mantos de la Virgen. Amigos, familia, algunos que ya no estarán. Especialmente, echo de menos las manos de las que entraba, de pequeño en la penumbra de San Nicolás. Manos que pincharon tantos claveles que un día olvidaron que eran manos y se creyeron las palomas del Manto de la Virgen de los Dolores, para volar en una levantá a la voz del capataz. ¡¡Costaleros, todos a una, al Cielo con ella!!

 

Cierto es, que en ese momento en el que todos se van, cuando nos quedamos los tronos y nosotros, se desarrolla una relación muy especial, íntima. Incluso, creo que en ocasiones, relajan su gesto y se pierden en nuestra tarea, disfrutando del aroma y la belleza de cada una de las flores. No somos extraños para ellos, ni ellos para nosotros. 

 

A lo largo de los años hemos desarrollado una relación diferente con cada uno. Siempre cordial y de respeto. Nos movemos entre las imágenes sin dañarlas ni molestarlas, pero teniendo en cuenta casi su opinión. Cada una se siente más cómoda, incluso más bella, con un tipo de arreglo o de flor. Los años y la experiencia, te enseñan a sentirlos tuyos y saber que la Samaritana no necesita rosas ni gladiolos. Que el Cristo del Mar sangra clavel rojo a borbotones. Y que la Verónica ilumina su rostro con los tonos rosáceos, malvas y verde limón.

 

Con todos mantienes ese dialogo personal y solitario mientras desarrollas el exorno. Con unos al sol del jardín del MARQ, con otros en la penumbra polvorienta y marinera del Puerto. Pero para mí, hay dos tronos especiales. Con los que disfruto de una manera diferente. A los que les guardo un respeto silente. Cuando estoy con ellos, incluso hablo más bajo con mis ayudantes, para no molestarlos.

 

En primer lugar, el Cristo del Mar. Que tiene una manera peculiar de confeccionarse. Casi siempre se realiza gran parte del exorno sin la presencia del Crucificado sobre las andas. Lo cual complica la visión total del conjunto y la estructuración de volúmenes.

 

Dentro del clasicismo que requiere la imagen, no deja de ser un cristo salido del mar. Te permite desarrollar una metáfora visual con referencias marinas sin perder los colores litúrgicos atribuidos a este tipo de tronos. Investigar en restos de naufragios, en animales marinos y la clásica red que acompaña la imagen siempre es un reto, año tras año, para sorprender cuando atraviesa la Puerta de Santa María cada Martes Santo.

 

Con él, mi relación es personal. Desde hace años, en una capilla lateral de la iglesia o en el muelle, frente a los veleros. Solos, él y yo.

 

Y en segundo lugar, mi trono. El favorito desde pequeño. Aquel que he visto girar en cada esquina y he sentido volar al cielo en cada levantá. La Virgen de los Dolores y San Juan de la Palma. Aquel en el que me pierdo a solas en la penumbra entre los reflejos de su orfebrería de plata, buscando la cara de la Virgen. Aquel donde durante unas horas, solos con ellos, creamos la magia de la sencillez y los olores. La discreta elegancia de los matices de blanco y verde que juegan con la plata de las candelerías, de los respiraderos. Donde el terciopelo antiguo, de rico bordado, crece con la belleza sencilla del clavel amontonado en sus jarras.

 

Cuando te encuentras trabajando en él, a una altura que casi nadie puede verlo después, te encuentras en una conversación de tú a tú con sus imágenes, sus aderezos sus palomas bordadas que revolotean a tu alrededor mientras, paciente, ensartas una a una las flores de este exorno. Conversas en silencio con sus miradas, las de San Juan y la de la Virgen. Intentas contar su historia y la tuya a través de esos millares de flores que buscan sumar belleza a algo bello por sí solo. Siempre sin intentar anularlo, sin querer sobresalir. Un discreto segundo plano, pero siempre presente. Aroma, forma, color son fundamentales en la búsqueda, inacabada siempre, de la perfección que este trono se merece.

 

Y cuando lo ves salir sobre las rodillas de sus costaleros y recibir los tardíos rayos de sol, se estremece el alma. Y al volar en la primera levantá, salta la sonrisa al rostro y vuelve el niño que se embriagaba con el aroma de las fresias al girar las Monjas, cada primavera.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 2 de marzo de 2016

El amor está en el aire

( Publicado en Te conozco Bacalao, el día 2 de marzo de 2016 )

Tras la calima del desierto, Madrid recupera ese sol de invierno por el que siempre apetece pasear con las manos metidas en el abrigo. Bueno, todo lo que se puede pasear durante los "mandaos" de la rutina laboral. Y es que el día hoy se despierta en esta ciudad que nunca duerme distinto. 

Después de unos meses complicados, me rodean las buenas noticias y me gusta vivir en este estado idílico, lejano a la cruda realidad. Por lo menos por un ratito. El aire parece diferente, destila ese encanto de la música disco de los 70. Love is in the air

Mira que yo he estado llamado por muchos caminos en esta vida, pero por el del amor, vamos he de reconocer, rozando los 50, que va a ser que no. Te puedo arreglar una mesa para una cena, diseñar la imagen de tu negocio, organizar el evento de tu vida, etc.., pero lo del amor, como que no. No se me da, y mira que lo he intentado, pero no se me da. 

Y declaro ser el mayor de los daños colaterales de todas mis incursiones en los campos de batalla del corazón. Soy un incapaz para gestionar sentimientos y relaciones. Siempre he errado el tiro y el punto de mira. No he estado nunca donde había que estar y me he empeñado en quedarme donde no debía.



Pero hoy no sé si me equivoco, pero hoy noto que el amor me envuelve al cruzar firme, con las manos en los bolsillos de mi abrigo, la soleada mañana de Madrid.

Hay muchas clases de amor, filial, fraternal, marital de quinceañeros empavados, amistad verdadera.... Muchos, todos aquellos que hacen mejor este mundo, y mejores a las personas. Y hoy he notado la magia que se siente cuando atraviesas el aire preñado de amor.

Un buen amigo me ha llamado para decirme que se casaba, en segunda vuelta, con la mujer de su vida. Mi móvil destila amor mientras desgrana los detalles de la historia, mientras yo me detengo en seco en el espacio urbano, febril, que separa equidistante el Circo Price y Mercadona. Yo he parado mi mundo, en un mundo que no para, para descubrir la envidia sana en el relato. 

Pero como todas las grandes historias, esta tenía un giro final impredecible y grandioso. "Medel te tengo que pedir un favor. Quiero que me cases tú. Que célebres tú la ceremonia de nuestro matrimonio"

Nunca nadie me pidió nada más bello, ni inconsciente, en la vida. Yo, el derrotado en las guerras del amor, elegido para celebrar el de otros. Me parece la paradoja más maravillosa de las que me he encontrado en mi vida. Y por una vez me siento profundamente feliz de ser el protagonista de la fiesta de los sentimientos, aunque sea de actor secundario. 

Por supuesto he dicho sí. Un sí irreflexivo e inmediato. Un sí que sabe a salto al vacío, sin red pero sin miedo. Por qué no da miedo volar en esta historia, mientras aprieto los puños en los bolsillos de mi abrigo, porque sé, que en esta ocasión, el amor está en el aire.

lunes, 22 de febrero de 2016

La desidia de odiar

Me declaro vago de odiar. Y no por ausencia de motivos, si no por economía de medios.

El odio es de un consumo de energía y tiempo tal, casi tan inmenso e intenso como el del amor verdadero, que se convierte en anti ecológico, inhumano y contrario a toda ética y estética propia de una persona civilizada, lo cual me considero.

Posiblemente no seré la persona más culta del mundo, tampoco lerdo y no instruido. Ni la persona más educada, incluso a veces me parece un jeroglífico egipcio descubrir la utilidad de todos los cubiertos y la cristalería de una mesa. Puede que no sea de una familia bien de toda la vida, pero no me avergüenzo de mis orígenes, ni los disfrazo para parecer de mayor porte ni enarbolo la bandera de apellidos compuestos que me instalen en un absurdo escalafón social. Creo que sencillamente soy como soy, lo cual tampoco me hace ni mejor ni peor persona. Sencillamente me hace Yo.

El odio es una tarea de una dedicación tal, que yo creo que incluso requiere de una formación previa. Es el escalafón superior al desprecio, o a la superioridad auto convencida sobre tus iguales. A estos estados anímicos se llega tras un arduo trabajo de aprendizaje en el lado oscuro de la vida. O por una ausencia total de formación humanística y de respeto por el igual. 

Muchas veces se abandera la enseña del odio para reivindicar unos malentendidos derechos que algunos se empeñan en autoadjudicarse. Por ejemplo la propiedad de la Tierra, para aquellos que se creen dueños de ella y sus recursos, y por esta creencia matan, invaden, ultrajan, masacran semejantes, les recomendaría que se leyeran la carta del indio Seattle a los gobernantes americanos


Se puede comprar o vender el firmamento, ni aun el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida.
Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿Como podran ustedes comprarlos? 
Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocio en los bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto, es sagrada a la memoria y el pasado de mi pueblo

Quién es dueño de que y de quien?

Por qué nos empeñamos en negar el pan y la sal a nuestros semejantes? Por miedo a perder nuestro colchón de bienestar y nuestro confort? Por qué somos capaces de exaltarnos por unos títeres y no por las masacres de refugiados? Por qué nos molesta el Madrenuestro de Colau y no las muertes de mujeres como sangría constante e imparable de nuestra sociedad? Por qué despierta nuestro odio el sueldo de los diputados y no que nuestras compañeras de trabajo cobren menos que los hombres?
Por qué despreciamos al igual por no pertenecer a nuestro entorno social y le lamemos el culo a quien nos ningunea en el nuestro, por mantenernos cerca de su aureola de fama, poder o estatus?


El odio, y muchas veces el miedo, nos hace focalizar mal sobre lo verdaderamente importante. El odio agota nuestras energías para poder crecer en positivo. El odio nunca suma, siempre resta, energías, avances, conquistas para todos. Porque aunque muchos enanos mentales se empeñen en negarlo todos debemos, y lo somos, iguales. Hombres, mujeres, pobres y ricos, moros y cristianos, monarquicos y republicanos, rojos y fachas. Todos hijos de una madre. Todos indefensos ante la vida. Todo desnudos ante el amor. 

La tolerancia es el único camino, es la única senda hacia la igualdad. La única medicina frente al odio.

Cierto es que cada día que me siento odiado, me dan más ganas de querer a la gente. De trabajar por intentar hacer un espacio vital más justo y respirable. De poner una risa en cada bofetada. Levantar más la vista cuando se empeñan en que la claves en el suelo. 

Y es que cada día me cuesta más odiar, y no por falta de motivos. Me sale más a cuenta obviar.