viernes, 11 de septiembre de 2020

Las horas muertas

En estos tiempos inciertos de pandemia, en que todo ha vuelto a ser caos a la par  que nuevo para todos, hemos aprendido a gestionar los tiempos. Ha desaparecido lo urgente y lo inmediato, para quedar solo lo indispensable y lo necesario. Todo esto se ha convertido en una gran lección de paciencia y humildad. Para lo bueno y para lo malo, ante estas situaciones extremas todos nos mostramos como vinimos al mundo, sin bienes ni artificiosos. Somos cada uno tal uso como somos. Sin imposturas. Sin caretas. Sin trampantojos.

Han sido meses difíciles los pasados, por inciertos y desconocidos. Serán complejos los futuros, por predecibles y desasosegadores. Tiempo de descubrirse a uno mismo ante la adversidad y de recolocar tu sitio en el mundo. Tiempo de reconocer a los nuestros, a pesar de descubrir bajas sustanciales entre los que formaban nuestras huestes en tiempos de gloria.

Esta terapia de abrasión de todo lo conocido y de construcción de un nuevo orden de las cosas y las prioridades ante una Nueva Normalidad, que nada tiene de nueva ni de normal, hace tambalear nuestros cimientos, nuestras filias y nuestras fobias, e incluso, nuestras propias creencias.

En el terreno de lo más íntimo, yo en los primeros golpes me reconocí en la dureza del encierro en un espacio hostil y extraño. Descubrí la soledad absoluta como pan de cada día y una ciudad moribunda, que me estremecía cuando no tenía más remedio que recorrerla.  

Descubrí gente que ni siquiera sabía que estaba a mi lado. Descubrí lenguajes nuevos para contactar con el mundo virtual como puro salvavidas emocional y de equilibrio mental. Me encontré, a mi pesar, con ausencias que nunca hubiera querido afrontar. 




En tiempos de pandemia y de horas muertas, las decepciones duelen más. Escuecen las heridas que nunca pensaste que te infringirían. Abandono, menosprecio, indiferencia, negación.... siempre disfrazadas de buenas formas públicas para cubrirse las espaldas. Cuando los puñales son de los propios,siempre hieren más hondo, más profundo, más...

En estos tiempos en que lo importante somos las personas, la ausencia de humanidad, la mentira y la tradición se convierten en caldo de cultivo de enfermedades peores. De muertes irreparables. De pérdidas irreconciliables.

Mi vagar por estos meses de plaga bíblica , sin parar de un lado a otro, intentando recomponer los trozos rotos en lo laboral, en lo social, en lo personal.., me han hecho descubrir entre algunos de los más próximos la peor de las caras. Y me horroriza el reflejo de ese espejo, me repugna.. No me quiero ver reconocido en determinadas actitudes ni los reconozco. Ni quiero ni voy a hacerlo.

Esta pandemia nos ha cambiado para siempre,nunca volveremos a ser los mismos. Nunca volveremos a los mismos lugares de aquella forma antigua. Esta pandemia también se ha llevado por delante mi edad de la Inocencia. Nunca podré mirar a la cara de la misma manera a determinadas personas. Nunca querré volver a mirarlos como lo hacía antes.

En mi segundo confinamiento, víctima de los estragos de esta pandemia, flotando en las horas muertas de la soledad, trazo la ruta de un futuro incierto y diferente al soñado. Tiempos de reconstrucción que nunca nos devolverán a ser aquellos que fuimos. 
Maldita pandemia, maldita realidad