lunes, 19 de marzo de 2012

Abierto por liquidacion

Suena de fondo la voz quebrada de Soledad Jimenez en el reproductor de cds, mientras el viento juguetea, caprichoso, con la suciedad de la calle. No es que Sole tenga la voz rota, es que el aparato lleva en desuso más de 6 años, como todo lo que acumulaba este local. Hay que ver como ha pasado el tiempo y pensaba que fue ayer cuando bajamos la persiana.

Es verdad, el tiempo ha corrido mucho estos últimos años, especialmente estos doce últimos meses. Mi memoria vuela mientras suena una versión de No mires a los ojos de la gente, de Golpes bajos. Ciertamente, he mirado pocas veces a los ojos de nadie durante este aciago año. He empleado más tiempo en huir de ellos, de mi mismo, del dolor y de las consecuencias de este cataclismo vital en el que me he visto sumergido.

Nunca había creído en los lutos y esas historias de abuelas, por lo menos en sus manifestaciones externas y castrantes, propias de otros tiempos. Pero el dolor se alojó en mis entrañas para enseñarme, lento, su significado. Las perdidas dejan un hueco negro y zaino como un toro desconfiado. Da miedo asomarse a él pero hay algo que lo hace inevitable.

Y en ese momento cada uno reacciona de una manera totalmente distinta. Yo empece a correr casi sin respirar sin destino y dirección. Solo era importante correr. Alejarse de la negra pena y sus estragos sin ser consciente que vivía dentro de mí y se asomaba, líquida, a mis ojos a la menor oportunidad.

Y me faltaba el aliento. Y solamente paraba para recobrarlo y seguir corriendo sin mirar ni siquiera mis propios ojos reflejados en el charco que generaba mi sudor y mis lagrimas. Dolor por la perdida, dolor por la decepción, dolor por la traición. Dolor negro y bravo, como ese toro zaino desconfiado que te mira, resoplando, por encima de los pitones, mientras escarba buscando muerte.

Puse distancia por medio, sin saber cuanta ni por qué. Huí del dolor y de toda fuente que lo alimentara. Cerré los ojos, y no volví a aquella casa, no volví a aquel local, ni aquella oficina ni aquellos amigos que habían dejado de serlo. Cerré los ojos y no volví a mi pasado que lo había decretado tapiado por derribo. Sus agujas me dolieron más que mi propia vida.


La cobardía es un defecto que siempre ha dormido en mis bolsillos. Ha sido muchas veces una manera de evitar conflictos que sabia irremediables y con nula solución. Sé donde están mis límites y conozco mi incapacidad para desandar el camino una vez rota la baraja. No suelo ser quien rompe la partida, pero tampoco me permite mi dignidad jugar manos injustas a sabiendas. Y fui cobarde durante estos meses, y tragé veneno y decepción, tristeza y dolor, para no entrar en combate. Sé que mucha gente no lo habrá entendido. Pero yo hace mucho tiempo que no entiendo a mucha gente, y por eso no la castigo.

Ha pasado un año de aquel fatídico miércoles de abultada agenda. Acontecimientos que marcarían mi vida presente y futura. Por la mañana, decepción que torno en traición con los días, los meses. El miedo es libre y hay cobardes que se enfrentan con los demás por no enfrentarse consigo mismo y sus miserias, que son muchas y evidentes. Por la tarde, muerte e impotencia. Lo mas importante se me iba entre los dedos de las manos, como la arena, sin poder más que ahogar en llanto las horas y el desenlace. Noche al lado de quienes siempre están aun en la distancia, para mitigar esa extensión oscura e inabarcable que supone el dolor extremo.

Y ahora, el luto se ha diluido poco a poco. No la memoria. Esta me ha hecho fuerte y consciente para abrir nuevas sendas y adoptar nuevas posiciones. El tiempo me ha hecho más fuerte. Los hechos me han hecho más yo. Y he comprendido que no hay conflictos irremediables, sino historias que empiezan y que acaban.

Y que cuando esto sucede pasan a formar parte de nuestra historia y de nuestro mapa vital, dejando de ser destino para convertirse en camino por el que no volver a transitar. Nunca hay que privarlas de su sitio en nuestra memoria, poniendole unas flores frescas a los buenos momentos y un velo negro que cubra aquello que nos duele hasta que cicatrice y se diluya en el tiempo y el recuerdo.

Y he vuelto a aquella casa, y me he mirado a los ojos en aquel espejo polvoriento donde siempre han vivido desde mi infancia. He abierto armarios y cajones. He desplegados recuerdos y memoria. He construido mi propia memoria de diminutos hallazgos que la deletrean, entre sonrisas cómplices y lagrimas contenidas, que en un ataque de independencia se deslizan por mi mejilla para esconderse en mi barba canosa y protectora.

Y he levantado la persiana de aquel local y de mi corazón. He tirado centenares de sacos de basura y de miserias. Le he quitado el polvo al pasado y los legados que se escondían, aburridos y pacientes en las distintas estanterías de la vida, el negocio y el alma. Y con la más grande de las sonrisas, esa que provoca el saber quíen eres y a dónde vas al leerlo en tus propios ojos, me encuentro abriendo mi pasado por liquidación para afrontar un futuro mejor desde mi propio presente.

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