domingo, 6 de mayo de 2012

La tortuga de mis sobrinos

Esta mañana al despertar me he sobresaltado sobremanera. No había vigas donde asir mi vuelta a la realidad. Clavé mi mirada en el techo blanco de imprecisa y pretendida ejecución. Las paredes de yeso lavado y antiguo me envolvían, ante la atenta mirada de los cuadros que prenden en las paredes. ¿Si en mi casa nunca ha habido cuadros colgados? Algo raro esta pasando... La vuelta a la conciencia lo resuelve todo. Esta no es mi casa. O mejor dicho, esta si es, realmente, mi casa.

Tras un mes de locos, que me ha mantenido alejado de esta ventana al mundo desde mi universo personal, estoy instalado en mi casa, la de toda la vida, la de mis padres. He superado todos los miedos que me suponía abrir las dos vueltas de cerradura y desempolvar los fantasmas de esta vivienda familiar. Y he vuelto para quedarme.

Una vez archivada la memoria y rescatados los recuerdos para las generaciones futuras, comenzó la fase más compleja. Derribar una vida para crear la de uno mismo, siendo respetuoso con los legados y el pasado. 20 dias para cambiar un pequeño universo de 70 metros cuadrados sin que deje de ser reconocible.

Me senté frente al papel blanco para plasmar las ideas que debía englobar este reto. Al lado un trozo de papel sulfurizado en el cual dormita la planta original de la vivienda, al otro mis gustos, mis objetos, mis deseos, mis miedos... Trazo lineas de un manera precisa y meditada. Derribo tabiques de tinta China para abrir espacio a la luz y los tiempos presentes. Deshago los hábitos de cuarenta años para generar terrenos para los nuevos.

Tras dias de números y cuentas y medidas que no encajan llegó el proyecto final. Ahora derribo y ejecución. Dos premisas presidirán esta obra. Recuperación y optimización. De materiales, de espacios, de mobiliario, de esfuerzos. Cada pieza que se quita se revisa por si puede volver a cumplir una función. Rodapié que se convierte en suelo, al igual que la encimera. Armario que se reinventa para ser vestidor, perchero que se vuelve recibidor con los años y una capa de pintura. Enciclopedia que se vuelve entrada.

Tras dias de trabajo eficiente y minucioso, todo toma forma. Cristal que le da la luz a un baño que nunca la conoció. Pintura blanca para los antiguos pilares de ladrillo, ahora desnudos. Cuadros para el yeso antiguo, fotos para devolver la memoria a cada espacio.

Mudanza que cierra una vida para abrir otra. Diferente, ni mejor ni peor, solamente diferente. Al hacer las cajas de este viaje recuerdas cada minuto que has vivido bajo las vigas de madera que, pacientes, te daban bóveda cada despertar, cada anochecer. Tiempo para la reflexión, que no para el arrepentimiento.


Mientras repaso la memoria y clasifico los objetos por su futura ubicación en mi nueva casa me descubro solo haciendo cajas. Solo, ante la atenta mirada de la pequeña tortuga que ganaron mis sobrinos en un tiro de gracia y puntería en una feria navideña. Ella es el único ser vivo con el que he convivido en los últimos meses entre estas cuatro paredes, y el único que me acompaña en estos extraños momentos de cambio y embalaje.

No es la primera, pero sí que espero que sea de las últimas. Son actos que arrasan como un tratamiento de belleza abrasador con las huellas de la vida reciente en nuestra piel. Recuerdo todas las anteriores como puntos de inflexión en mi vida. También recuerdo las de mi circulo cercano, muchas en las que he participado para aliviar el trago y el trabajo. Pero yo me he descubierto solo entre estas cajas de cartón en las que embalo mi vida. Solo, ante la atenta mirada de la tortuga de mis sobrinos.

Cierras cajas, abres cajas para colocarlo todo dándole su sitio y sentido en la nueva vida. Decenas de cajas que ocupan los sitios libres en este nuevo paraíso personal, que fuera infierno hasta hace unos dias. Cientos de objetos que retoman espacio, retoman vida. Desaparecen las cajas y reaparecen los recuerdos. Y cada noche de este proceso, hay menos cajas y más vida en este nuevo antiguo espacio vital, donde casualmente también me he descubierto solo. Solo, ante la atenta mirada de la tortuga de mis sobrinos.

Esta vez espero haber aprendido la lección y recordar mirar más a menudo a los ojos de ese pequeño animalito de geométrico caparazón y de lealtad inquebrantable. Esta viene dada por su condena en su isla de plástico transparente, de cocotero azul imposible.

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