lunes, 9 de enero de 2012

Maldito lunes, maldito año

Aunque que tenga que reconocer la gran carga de atractivo personal que destila Carles Francino para mí, los lunes por la mañana me resulta un ser totalmente despreciable.

Cuando se dispara automaticamente la radio y su voz penetra por mi mente como termitas que devoran el placentero estado de sueño profundo en el que suelo encontrarme, comprendo el odio que se desarrolla hacia determinados humanos martilleantes y cansinos. Minutos después desaparece este estado de malestar completo y enfado planetario que se agolpa contra las paredes de mi estructura osea.

Me pierdo entre las vigas del techo y su forma particular de intercalar la actualidad con temas cotidianos e intrascendentes y ese humor ácido del que me declaro fan abierto y confeso. Me distraigo de los contenidos y me quedo prendido entre las vigas cuatro y cinco pensando por qué son tan detestables los lunes por la mañana. Supongo que debe tener algo que ver con la pereza iniciatica que me invade ante la rutina de comenzar cosas que intuyes como van a terminar, las cuales no esconden ni el mínimo reducto para la sorpresa o la improvisación. Lunes tras lunes, semana tras semana.


Claro está, como opina la viga cuatro, que ponerle interés a la vida es, en parte, obligación nuestra. La búsqueda de nuevos retos, incluso de aventuras, más o menos furtivas, es tarea que le compete al propio protagonista. No todo se debe dejar al capricho del destino ni de los guionistas. Tenemos la capacidad de alterar el curso de las cosas y, en el fondo, la obligación moral de hacerlo.

La viga cinco, más pragmática y mucho más pesimista, defiende que el Destino es una losa inalterable, una barca sobre la que fluimos en el río de la Vida sin poder controlar el curso ni la velocidad. Que todo nuestro sufrimiento se genera por la lucha titánica e infructuosa por intentar variar el rumbo y la suerte de los acontecimientos. Que somos presas de nuestro propio sino. Sobrecogedora la viga cinco con esa linealidad formal con la que se pierde en el infinito concreto de la enorme estancia.

Observo y escucho atentamente a ambas, paralelas entre sí y parte de la misma estructura que me cobija del primer lunes frío de este estúpido año, casi capicúa, bisiesto y de oscuros augurios mayas. La voz de Francino me acota, al margen de mi mente perdida en estas discusiones filosóficas entre elementos estructurales, el dato horario. La vida sigue ajena a la geometría emocional de mis vigas. De todas ellas, no solamente de la cuatro y de la cinco.

Mi cuerpo parece querer tomar parte en las reflexiones previas al discurrir de esta semana, inicio de la normalidad tras tanta fiesta y desmán culinario. Comparte criterios con ambas y también disiente de los mismos, casi por partes iguales. Tengan o no razón, la vida sigue. Sea al timón de nuestro bajel o flotando sobre la grave losa del Destino imperturbable, el río de la Vida continua rumbo al mar, como glosaba Jorge Manrique.

Decido recuperar la verticalidad y salir de debajo de mi edredón vestido de flores suecas de color granate. Abro el grifo de la ducha y me sumerjo. Cascada de agua caliente para despejar estas brumas invernales.

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