miércoles, 4 de enero de 2012

I can't con my vida!!!

Pasan los días y se adentra este fatídico 2012. Da miedo encender la radio y escuchar las noticias. Cualquier canal temático antes que un Telediario. Solo el sol contradice los malos augurios. ¿O acaso no es el sol en enero otro mal síntoma?¿Quién ha secuestrado al invierno tradicional?¿En qué momento comenzarán a deshacerse los casquetes polares y las playas terminarán estando en Honrubia?

Miro lentamente mi alrededor, como si mi cabeza se tratase de un faro marino. Movimientos constantes de barrido inalterable. Respiración profunda y quebrada como la de Darth Vader. Me empiezo a dar miedo a mi mismo por si mi cabeza, en un alarde de autosuficiencia decide dar un giro de 360 grados y cae botando por el suelo, con el consiguiente estropicio personal e higiénico.

La casa, eso sí soleada, está repleta de restos de las fiestas aún agonizantes. Regalos por repartir. Un árbol que mantiene su belleza y dignidad aún después de perder el factor sorpresa y la frescura de su relleno. Un belén que empieza a parecer más extremeño que mexicano por el color de su musgo. La corona de puerta que se resiente de los embites de la gente que entra y que sale en estas fiestas, con desigual cuidado y control etílico. Una nevera que parece el laboratorio de un psicópata. ¿Por qué almacenamos restos de patos diseccionados, confitados y envasados al vacío, con sus hígados destrozados y alternados con higos confitados?¿Cómo nos verán los patos? Qué horror. Y todos esos resultados de la experimentación culinaria con esos pobres cerdos ibéricos, que ni se imaginan su fin mientras disfrutan, cochinamente tranquilos, de su cuota diaria y pactada de bellotas. Por esto no veo a nadie delante de una carnicería gritando "No es arte ni cultura, es tortura"


Mientras muevo constante pero lenta mi cabeza, se me pasa por la misma qué hacer con 213 tupper de caldo de cocido navideño, el cual nos empeñamos en cocinar para toda la población censada de Belén, aunque vivamos solos. Y también me invade una de las preguntas que mueve el mundo por estas fechas. ¿Por qué insistimos, año tras año, en comprar 25 veces más pastas navideñas de las que una familia de seres humanos en su sano juicio y de nacionalidad española puede ingerir en 15 días? No tenemos acciones en la industria repostera de Estepa ni de Jijona. ¿Alguien lo comprende? Y no me vale lo de por las visitas. Si tienes visita, que suele estar programada, quitando algún tipo de subseres que se empeñan en reventarte todas las reposiciones moñas de sobremesa a traición, vas y compras un puñaito. No hace falta abastecerse como si siempre hubiera peligro de ataque nuclear todos los años del 20 de diciembre al 6 de enero.

Detengo mi cabeza con espanto ante un objeto indescriptible. Es una especie de bolsa de papel metalizado y dibujos grotescos y de mal gusto. Está semi abierta sobre el aparador. Me acerco mientras retazos de memoria empiezan a ubicarla en mi imaginario pasado. ¿Por qué nos traemos los restos del cotillón a casa? ¿Es un trofeo de guerra que recuerda un postrero y patético triunfo sexual del cual renegamos al recuperar los niveles normales del alcohol en sangre?¿O un por si acaso, seguro que me viene bien para alguna fiestecilla en casa?

Desplomo mi cuerpo sobre el sofá, mientras dudo unos segundos si enfrentarme a la cruel realidad de este enero aciago, o consumir lento y nostálgico los últimos estertores de estas extrañas navidades del 2011

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