lunes, 30 de enero de 2012

Me gusta andar solo por la calle Piamonte

El frío es constante y generoso, pero no se cala en los huesos. Para alguien como yo, esto es de agradecer. La noche se ha descolgado sobre esta ciudad que nunca duerme sin avisar. Cruzo las calles con un paso firme pero relajado. No es un paso triste ni de retirada. Más bien me gusta sentir en las suelas de mis Converse cada centímetro de esta urbe prodigiosa que cada día me cautiva más y más.

Es difícil de describir esa sensación de no sentirte extraño en una ciudad que no es la tuya, pero la respiro por cada poro de mi piel. Es ese halo que envuelve a todo el que transita por la Gran Vía. Nadie es madrileño, todos somos madrileños. Es casi imposible sentirte incomodo en un sitio donde todo te suena como propio, donde todo es un descubrimiento.

Mientras corto la noche con mis piernas negro terciopelo, pienso en como la estarán cortando también cientos de piernas, miles, en otros puntos de esta compleja geografía urbana. Cuantos son los pensamientos que se cruzan, como los mios, en este cielo azul noche, que aspirando a ser negro intenso, sólo destila reflejos color petróleo. Seguramente, algunos de ellos, sobrevuelan las buhardillas de la zona de los Austrias, reposando en los aleros de las nobles casas del barrio de Justicia. A veces se quedan flotando, entre las nubes bajas de las chimeneas, enganchados a los aconteceres callejeros de Chueca o Malasaña. Otros se visten de paño oscuro para segar la soledad por las calles del de Salamanca.

Supongo que esta fascinación la genera el acudir a ella como escape y no como residencia y proyecto de futuro. Opción, esta, que albergo en mi deseo poder desarrollar en breve. Pero no he de negar que me genera cierta ansiedad no ver los plazos ciertos. Me desconcierta tener la sensación de acariciarla con las yemas de los dedos y nunca llegar a atraparla. Aun así, ando sereno y firme sobre sus calles frías de azul petróleo.


Enero nunca deja de sorprenderme en esta ciudad. Bajo la fina lluvia susurrante de la música del Diurno han comenzado y terminado tantas cosas en mi vida en los últimos años, que podría decir que a mi corazón le duele más su ausencia que las de los rincones donde me crié. He transcrito dolores y penas, ilusiones y nostalgias en ese banco del fondo, donde la luz entra de soslayo, y la vida pasa tranquila e imperceptible. Mientras disfrutaba de una ensalada de pasta y feta y alguna otra delicia take away, ponía negro sobre blanco en mi Ipad la vida tal y como yo la digería.

Sigo haciéndolo cada vez que recalo en este puerto sin mar donde se cruzan todas nuestras buscas de Ítaca particulares. Me gusta ser anonimamente yo entre este entramado de calles, entre esta marabunta de seres anónimos que parezco conocer de toda la vida. Me siento bien después de tanto errar por los mismos caminos en forma de laberinto desde la lejana niñez. No sé si será mi destino, pero sé que es el puerto que buscaba, desoyendo cantos de sirenas y proclamas conservadoras en mi propio beneficio.

El frío es constante y generoso, pero no se cala en los huesos. Para alguien como yo, esto es de agradecer. La noche se ha descolgado sobre esta ciudad que nunca duerme sin avisar. Cruzo las calles con un paso firme pero relajado. Me gusta andar solo por las calles de Madrid.

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