viernes, 2 de junio de 2017

La mesa castellana del comedor de mis padres

En la pequeña casa de la calle barcelona, todo sucedía alrededor de aquella gran mesa castellana que presidía el comedor. Era una gran mesa de madera maciza y tosca. Tremendamente grande para aquel espacio tan pequeño. Intensamente presente en todos los acontecimientos de nuestra vida. 

Tenía en torno a ella 6 sillas, más castellanas si cabe, de cuero tachuelado y varillas torneadas en un entramado de listones toscos y oscuros. 

Y frente a ella un aparador, igualmente castellano, de cuarterones y tiradores de hierro, propios de tiempos del Cid. Este último alojaba casi todo lo importante en nuestra vida diaria. Las vajillas, la de duralex y la de Santa Clara, las cristalerías, las enciclopedias y los cubiertos. Los diccionarios y las novelas de Garcia Marquez. Los cauchos, círculos de goma para poner los platos, a modo de individuales, que usábamos en mi casa en los 70, que trajimos de Colombia, y nos convertían en los extraterrestres de la calle. Y el mueble bar y un compartimento para todas esas cosas que hay que guardar y no sabes dónde. Y la tele. Primero la Telefunken en blanco y negro, y luego la ITT de color... y todo en un solo mueble. Y sobre él, el reloj de la bisabuela.... horror vacui

Aún cabían en aquel espacio dos sillones, un sofa de tres plazas y una máquina de coser.... nunca entenderé cómo. Prometo que no tenía más de 20 m2



En torno aquella mesa acontecía todo en nuestra vida. Era el altar de nuestras alegrías y desdichas, nuestro escritorio de deberes, y nuestro cuarto de juegos. Aún recuerdo el día que mi madre descubrió que habíamos pintado con tiza  un campo de fútbol, para jugar a las chapas, sobre el tablero de madera maciza. Era nuestro secreto debajo de aquel hule omnipresente que siempre la cubría. De estos hules hubo uno de cuadros en tonos marrones y verdes , otro de flores a modo de cretona, tambien en tonos marrones, y algunos más que no recuerdo... aunque nunca olvidaré ese tacto que pertenece al inmaginario de mi infancia.

Los días de fiesta el hule se convertía en mantel de tela. De las mantelerías que tenía mi madre, a mí me encantaban tres, un mantel de algodón rosa apagado bordado en rojo, una mantelería de Lagartera azul y blanca de bordados estrellados y geométricos y una mantelería blanca con unas mexicanas bordadas por mi madre, de trajes repletos de círculos y cactus verdes a modo de paisaje. Creo que las 2 últimas aún las conservo.

Hoy, no tengo ni mesa de comedor ni sillas castellanas en mi casa, el espacio respira desahogado... pero quizás un poco menos vivido

Entorno aquel altar oversize celebramos cumpleaños, estudie hasta caer rendido, hice murales con mis compañeros del colegio, aprendí lo duro que era vivir cuando las cosas no  vienen bien dadas, pelé castañas asadas sobre un trapo de cuadros.... y viví....

Hoy, sin saber muy bien cómo, ha venido a mi memoria. Incluso he de reconocer que me ha arrancado una sonrisa. Creo que me estoy haciendo mayor


No hay comentarios:

Publicar un comentario